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La Francia judía

 

Édouard Drumont

La Francia judía - Édouard Drumont

428 páginas
medidas: 14,5 x 21 cm.
Ediciones Sieghels
2014
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 400 pesos
 Precio internacional: 29 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"La Francia Judía", editado en 1888 por el escritor y periodista francés Eduard Drumont, fue uno de los libros más polémicos de Francia. Aunque muchos de sus relatos se circunscriben a episodios del siglo XIX,s retrata el pensamiento católico de derecha francés y los poderes ocultos tras bastidores en la política de Francia.
Drumont recarga las tintas sobre la culpabilidad del capital y de la influencia de los judíos en los problemas nacionales franceses de aquella época, sobre todo del imperio de la familia Rothschild, dueño de una parte importante de la riqueza francesa, riqueza que "no los tenía cuando se presentó entre nosotros. Ella no hizo invento alguno, no descubrió minas, no ha trabajado tierras; luego ha sacado de los franceses estos tres mil millones sin darles nada a cambio". "Esto es lo que caracteriza la conquista: todo un pueblo trabajando para otro, que se apropia por un vasto sistema de explotación rentísticas el beneficio del trabajo ajeno."
De la misma forma advierte a los agricultores que el explotador usurero: "juega en la Bolsa con el fruto de vuestros trabajos, y llega finalmente a monopolizar vuestros trigos disponibles; hace el alta o baja del precio según su interés, y como su interés de momento consiste en la baja, os precipita el curso del trigo cuatro francos por quintal, precisamente en el momento en que vosotros tendríais necesidad de vender y de pagar."
Denuncia, en suma, como este poder financiero extranjero corrompe los valores morales poniendo en primer lugar la búsqueda de dinero, "el dinero al cual el mundo cristiano no daba más que una importancia secundaria y no señalaba sino un papel subalterno, ha venido a ser todopoderoso. El poder capitalista, un contrato en unas cuantas manos, gobierna a su voluntad toda la vida económica de los pueblos, tiene las riendas del trabajo y se engorda con ganancias inicuas adquiridas sin trabajo". "La antigua Francia se ha disuelto y descompuesto, como a este pueblo, desinteresado, feliz, amante, se ha sustituido por un pueblo vengativo, afamando de oro y muy pronto muriéndose de hambre."
Su libro no pudo sino causar revuela y ganarse todo tipo de ataques, pero Drumont responde reedición tras reedición intentado hacer notar que lo que ha dicho se ha cumplido puntualmente y nadie intenta siquiera refutarlo pues lo único que hacen es llevar el debate fuera de su verdadero terreno. "Habiendo demostrado con qué medios odiosos y viles, con qué cínicos golpes de Bolsa, con qué escandaloso agiotaje se había labrado esas fabulosas fortunas que serían bastantes para hacer vivir a cien mil familias" el debate es llevado a otros planos y se intenta prohibir su libro mientras cualquiera puede acceder a novelas o relatos con todo tipo de perversiones y ataques a las costumbres nacionales. A ello Drumont se pregunta “¿Por qué, pues, si los Hachette tienen derecho de escoger, dan la preferencia al libro que corrompe y prohíben el que discute? ¿Por qué admiten basura y proscriben la idea?".
La irracional prohibición de libros siempre será un sinsentido y un fortalecimiento de los proscriptos, y por eso, aunque el libro de Drumont no guste, no sea de valor o se encuentre desfasado, siempre serán bienvenidas las reediciones de libros prohibidos como este, al menos para poder indagar también la otra parte de la historia o visiones alternativas.

 

ÍNDICE

 

Nota de la primera edición castellana. 7
Prólogo del traductor. 9
Prólogo de la edición popular. 11
Introducción 43
Libro primero:
El Judío
Capítulo primero. 48
Capítulo segundo. 58
Capítulo tercero. 72
Libro segundo:
El judío en la historia de Francia.
Capitulo primero. Desde los primeros tiempos a la expulsión 90
Capítulo segundo. De 1.394 a 1.789. 97
Capítulo tercero. La revolución y el primer imperio. 119
Capítulo cuarto. La Restauración y la Monarquía de Julio 129
Capítulo quinto. La segunda República y el segundo Imperio 137
Capítulo sexto. La Comuna. La tercera República 143
Libro tercero:
Gambetta y su corte.
Capítulo primero. 194
Capítulo segundo. 201
Capítulo tercero 208
Libro cuarto:
Crémieux y la alianza Israelita universal.
Capítulo primero. 216
Capítulo segundo. 221
Capítulo tercero. 233
Libro quinto:
París judío y la sociedad francesa.
Capítulo primero. 240
Capítulo segundo. 245
Capítulo tercero. 256
Capítulo cuarto. 265
Capítulo quinto. 275
Capítulo sexto. 288
Capítulo séptimo. 297
Capítulo octavo. 311
Libro sexto:
La persecución judía.
Capítulo primero. Los francmasones. 334
Capítulo segundo. Los judíos. 351
Capítulo tercero. Los Judíos (continuación). 365
Capítulo cuarto. Los Judíos (continuación.) 382
Capítulo quinto. Los Judíos (Fin). 403
Conclusión. 422

Nota de la primera edición castellana.

Al preparar la edición de este magnifico libro me encontré con una tarea nada fácil. La edición es de la novena edición francesa y presentaba varias docenas de erratas, algunas con cierta dificultad de interpretación. Básicamente la novena edición es correcta pero ha habido cierto descuido a la hora de revisar el texto o las pruebas de la imprenta por el traductor.
Se han detectado errores como: martes gordo, en dos ocasiones, en vez de martes de Carnaval, auston por austero; intención por intuición; en un rincón deforme por en un rincón del bosque, socorro por sonoro, un retrato lleno descolorido, por un retrato lleno de colorido; simulación por asimilación; supresión en vez de suscripción; apellidos unas veces con una sola s como Ephrusi en vez de dos Ephrussi, o con una sola t Pitié en vez de dos Pittié, etc., etc. El texto sale pues, sino perfecto, mejor de lo que estaba.
La frase que más me costo: “2º Los enfermeros, cuyos sueldos se han aumentado, vuelven generalmente ebrios el día de su salida; …. “ ¿volver el día de su salida borrachos? Entonces, es que no han acabado de salir. Al confrontar el Texto con la 20ª edición en francés, la única de la que he podido disponer para revisar el texto y sin la cual la edición hubiera dejado mucho que desear, vi que ponía “… rentrent généralement ivres leur jour de sortie” mis diccionarios indican que rentrer tiene como acepciones: entrar de nuevo; volver a casa; entrar; etc, y que sortie no sólo es salida, sino que también familiarmente es: Sermón, reprensión; figurativamente: invectiva, crítica violenta; aparte de giros lingüísticos: Así pues se tradujo como: “vuelven generalmente ebrios a casa el día que se les reprende”
El autor en la vigésima edición suprimió el prólogo a la edición popular, aquí se la ha respetado para mantener la unidad inicial de la obra pero se le ha añadido un fragmento significativo de la 20ª de martirio de niños. El autor rectificó que Edmundo Adam, Valentín Simond y el Sr. Blüdhorn no eran judíos.
La 9ª edición, con respecto a la vigésima, tiene, aproximadamente, un sesenta por ciento del texto de ésta última y al no estar en mi poder no se ha podido plasmarla como hubiera sido lo correcto. Ignoro si hubo más ediciones después de la vigésima aunque intentaré averiguarlo en próximas fechas.
De todas formas la 9ª edición contiene lo fundamental del texto de Édouard Drumont y merece sobradamente la pena de ser leída.
29-7- 112 E. H. J. Narbona.

Prólogo del traductor.

Si el nombre de Édouard Drumont no hubiera ya recorrido en alas de la fama el mundo civilizado, procuraría encomendar a mi pluma los elogios a que siempre son acreedores los genios privilegiados. Mas ahora basta presentar al público algunos de sus libros para ver en poco tiempo agotadas las más numerosas ediciones, en lo cual hay que reconocer su más elocuente panegírico.
Hoy hago ver la luz pública a la tan famosa obra “La Francia Judía”, que he traducido de la novena edición francesa. En ella se nos pinta a la Francia bajo el poder de los judíos; y las lecciones que nos da pueden servir a las demás naciones para que abran los ojos y escarmienten en cabeza ajena.
La utilidad de este libro es muy grande en nuestros días en que este pueblo maldecido por Dios parece que se ha propuesto subyugarlo todo.
En efecto: según afirmación del Vicepresidente de la Municipalidad israelita de Berlín, hay en dicha ciudad 90.000 judíos, 20.000 más que en Francia. Así es que el movimiento semítico progresa en Alemania y en Austria; y ante la nueva invasión, protestantes y católicos se unen para rechazarla.
Según recientes estadísticas, los judíos poseen en Viena el 40% de las casas de la ciudad, y tienen hipotecado otro 40%, lo que equivale a decir que son los dueños y árbitros de la propiedad, industria y comercio, cuando en 1.848 no poseían un sólo inmueble en la capital austriaca.
No es menor su influencia en la Italia oficial. Con motivo de un viaje del rey Humberto a Berlín, el periódico del rabino Hirsch Hildesheimer dice lo siguiente: ”En Italia los israelitas desempeñan muchos cargos públicos. En el ejercito hay muchos generales y en la Cámara una docena de diputados judíos. Crispi es un ardiente filosemita, y su amigo y confidente el judío Levi dirige La Riforma, órgano del Gobierno. Entre los artistas, escritores y profesores de la Universidad se cuentan muchos judíos; y en las exposiciones artísticas e industriales lo son la mitad de los expositores. Reciben con frecuencia de la corte empleos y condecoraciones, y la reina Margarita visita con preferencia las escuelas y los institutos de la beneficencia judía”.
¿Y qué hubiera sido de nuestra España si la fe de nuestros mayores no les hubiera arrojado de este noble suelo en el que sólo debía estar enarbolado el estandarte de nuestra religión sacrosanta?
Demos gracias a Dios por éste y por tantos otros beneficios que sobre nosotros ha derramado, y con las palabras de la Iglesia, roguemos por los pérfidos Judíos para que Nuestro Señor arranque el velo que cubre sus corazones y disipe las tinieblas de su entendimiento a fin de que conozcan ellos también a Jesucristo.
Rafael Pijoán, Presbítero.

Prólogo de la edición popular

He ahí la Francia Judía en la forma compendiada y popular que tanto han deseado muchos de mis lectores.
   Ya recordáis, sin duda, las explosiones de indignación que produjera esta Francia Judía. Era este, al decir de algunos, un libro escandaloso, violento, excesivo, un libro de energúmeno y de sectario… Apenas han transcurrido dos años, y esta tan criticada obra pasa como una Berquinada . (1)
   No hay una página en este libro que no palidezca al lado de lo que sobre los vergonzosos baturrillos de Wilson escribieron los más moderados diarios republicanos; no hay una línea que no parezca inofensiva si se coteja con las ignominias que fueron el tema de las conversaciones de Paris durante meses enteros.
   Había yo pintado de color de rosa a esta República francmasónica y judía a la que se me acusaba e calumniar; y cuando ella apareció de repente a los ojos de todos tal cual era, podrida hasta la médula, putrefacta y gangrenada,  se extendió por todo el país un olor insoportable de descomposición y de muerte.
   ¿Y quién hizo esto? La que debía de hacerlo: una entremetida, una meretriz, una intrigante de baja ralea; de tales manos procedía la obra.
   Hay diversas especies de escobas según son también diversos los usos a que se destinan. Los sacerdotes de Apolo sólo podían barrer el templo de Delfos con ramas de cedro. Las escobas que se emplean para quitar polvo de los tapices de Oriente ricos en variados colores, delicados arabescos y suavísimos tejidos, son nobles, en la forma y la materia. No lo son ya tanto las que se destinan a la limpieza de los objetos que ni tienen brillo ni el perfume de Oriente, y entre las de esta clase había que buscar la pequeña y especial escoba destinada a barrer el Eliseo…
   Para los establos de un rey como Augios, era necesario un semi-Dios como Hércules; para los establos de Grevy bastaba la Limouzin . (2)
   El episodio es interesante. Bajo el reinado del Terror, los antiguos caballeros de San Luis, las madres de familia de irreprochable conducta, las jóvenes de angelical sonrisa, las santas vírgenes, los sacerdotes de blancos cabellos, subían impasibles a la carreta y extendiéndose sobre la plancha decían al verdugo: “¿estoy bien así señor?” El pueblo helado de espanto y sobrecogido de admiración, miraba y dejaba degollar… Una vez se oyó de repente prorrumpir en sollozos, alaridos e imprecaciones… Era una joven que protestaba, que se resistía, que no quería que la mataran; y el mismo día que la Dubarry gritó que no consentía en morir, fue el día que murió el Terror…
   La Limouzin representa algo análogo a esto. Se había envilecido todo lo que era digno de respeto; se había arrojado a Dios de las escuelas y a la justicia de los tribunales; se había echado fuera del pretorio a los magistrados de honra para sustituirlos por postes de fumadero y fautores de las logias masónicas; se había penetrado con fractura en los domicilios privados y mandado prender por alguaciles a religiosos  que oraban;  se había entregado  al pillaje el erario de la Francia, y para desguarnecer más nuestras fronteras, nuestros soldados eran enviados a morir al Tung-King…Excepción echa de algunas protestas platónicas, que se perdían en el silencio de la general cobardía, todo parecía irle a Grevy viento en popa. Imperturbable en su farsa virtud, este hombre de bronce seguía cobrando como suplemento de su sueldo, 300.000 francos para viajes que no realizaba jamás.
   Cierta mañana los ministros del austero Dux (3)tuvieron la feliz idea de insultar a la Limouzin y de introducirse en aquel domicilio que nada tenía de convento.
   Desde este instante todo fue incoherencia. Se comprendió lo que era verdaderamente aquel régimen bajo el cual nada quedaba en pie; el tráfico más descabellado pareció arrastrar como una zarabanda fantástica, a todos los representantes de la autoridad.
   Desde entonces, esta jugarreta casual que vino como a reventar aquella virtud (4) sostenida por las entrañas mismas del Eliseo, excitó una excepcional alegría. La Fatalidad lo presidía todo; no precisamente aquella Fatalidad que desenreda los grandes dramas de la Historia y conduce a su ruina los ilustres actores de la escena humana sino una Fatalidad de opereta.
   Ninguna orden de arresto se había dado contra la Limouzin. Ella había sido solamente llamada al gabinete de Atthalin, y es indudable que todo habría quedado sofocado apenas la amiga de Caffarel hubiera indicado lo que sabia. Pero Grevy tuvo la desgracia de que tres reporters, después del desayuno, fueran de común acuerdo a tener una entrevista con la dama en el momento en que salía para presentarse al juez de instrucción. Ella  les tomó por agentes encargados de arrestarla. Los reporters no diciendo que si ni que no, se ofrecieron a acompañar a la Limouzin, le hicieron dar un largo paseo en coche y la dejaron finalmente en el Palacio después que ella se lo hubo contado todo.
   Con un lápiz en la mano, el implacable Atthalin se impacientaba durante este tiempo en su gabinete de juez de instrucción. Envió un recado a la Limouzin preguntándole por que no venía. Le  respondieron que ella había ya marchado con unos caballeros que se creía pertenecer a la Prefectura de Policía.
   Por aquellos días los del Tribunal estaban en lucha con los de la Seguridad a causa de una cartera de piel humana que el jefe de la última se había hecho arreglar con el pellejo de Pranzini. Al volver el mensajero, Atthalin no tuvo dudas. “esta es otra jugada de la Seguridad”, dijo él. Manda a venir a Goron y le dice:
   -¡Esto es insufrible! Usted usurpa todavía mis atribuciones…
   -¿Yo usurpo sus atribuciones?
   -Ciertamente. Usted ha enviado agentes a arrestar a la Limouzin, a la que yo solamente había rogado que pasara a mi gabinete.
   -¿Yo? ¿Yo he enviado agentes arrestar a la Limouzin?
   -Sí, señor.
   En este momento entra la Limouzin.
   -Yo he llegado un poco tarde, dice ella; pero la culpa es de estos señores de la policía, que son tan amables.
   -¡Con qué! Exclamó Atthalin dirigiéndose a Goron, ¿no decía yo que usurpabais…?
   -Y yo también repito que nada he usurpado. Estos señores de ninguna manera pertenecían a la policía.
   -Entonces, replicó gimiendo la Limouzin, ¿será necesario que empiece de nuevo? ¿Y que queréis que os diga que ya no os haya ya dicho a estos caballeros?
   -¿Pues lo que ha dicho Ud. todo?
   -Todo.
   -¿Y ha hablado Ud. de Wilson?
   -También he hablado de Wilson.
   Entre tanto el coche, en el que resonaban alegres risas y carcajadas, se volvía a Paris llevándose los despojos del honor del más hábil Tartufo de este siglo. Los increíbles detalles de estas historias eran repetidos por los millares de voces de los paseos públicos, lanzadas a todos los vientos de la prensa, y ya no era posible detener el escándalo.
   Como las piezas a las que el Sombrero de paja Italiano ha servido de modelo y que a pesar de todas las inverosimilitudes son entregadas a la publicidad, así este asunto, precedido de semejante prólogo, debía alcanzar los últimos límites de la fantasía.
    Se hizo no obstante una especie de alto para deponer la antigua inoportunidad; luego se entró más de lleno en la extravagancia, y por buena que sea la opinión que yo tengo de la inteligencia de mis lectores, no creo que haya uno solo que pueda reconstruir de un modo claro y distinto la cadena de esta siniestra farsa. Se robaban las cartas, se abrían, se copiaban, se perdían, se encontraban las unas y otras no aparecían más; se intentaba asesinar a los que las llevaban y los diputados declaraban que el funcionario encargado de velar por la seguridad pública era quien había comprado a los asesinos; no se perseguía a los diputados que acusaban, ni al funcionario acusado. Un día muy de mañana corre la noticia de que se persigue al juez de instrucción, y que Wilson se lamenta. Wilson sin embargo fue también condenado, aúnque es verdad se le absolvió pronto.
   Es imposible dar unidad a todas esas picardías. Magistrados, generales, diputados, periodistas, condecorados, entremetidos, agentes de la policía, toda esa pléyade corre ante vuestros ojos como en la exaltación de un sueño, con la asombrosa celeridad de aquellas nubes de variados colores que esparce por los cielos el viento de una invisible tempestad.
   Sobre estas mágicas palabras, sobre estos atolondramientos de seres delirantes y de cosas en desorden, sobre estos clamores injuriosos y burlescos, se deja oír, como una salmodia fúnebre, la voz de un juez que repite impasible sus considerandos…. Considerando… Considerando… Considerando que…
   Pero estos considerando sirven lo mismo para condenar que para absolver; y los  mismos hechos en ellos contenidos, envía a la cárcel al barón Coeln o a la Ratazzi, y vuelve a colocar a Wilson en un palacio del paseo de Iéna.
   Los que quisieran aplicar a estas cosas llenas de insensatez y extravagancia las reglas de un ordinario buen sentido, perderían ciertamente el tiempo y la cabeza. Hay que mirarlos sin pretender casi darles unidad, y el espectáculo es entonces sumamente instructivo y curioso.
   ¡Qué caída la de aquel jefe de Estado que se retira entre la algazara de los camelotes que gritan: “Tu nos has metido a todos en el atolladero”, en medio de las pullas de toda una sociedad que canta:
Sous c` nom: Pod´vins et Compagnie,
Mon gendre ouvrit des magasins,
S´associant à des Limousins
Pour exploiter un fonds d´emere´rie.
A sa boutique y s´chargeait d´vendre
Rubans, faveurs… Ah! Quel cam´lot!
Maint´nant, son commerce est dans d´leau.
Ah! Quel malheur d´avoir un gendre!

   ¡Qué espectáculo y al mismo tiempo qué lección! El hombre así socavado era la personificación misma del abogado que perdió a la Francia; el jurista, el legista; el ente de apariencia, de hipocresía, de mentira; el hombre que bajo la capa de decencia, resumía en sí más de medio siglo de imposturas y villanías. Para él el derecho no había sido jamás el protector de los débiles, sino una fórmula seca, artificial y malvada, de la que sabían servirse los hábiles para justificar todos los atentados. Este hombre no había tenido durante toda su vida una hora de verdadera bondad, ni un arranque de indignación para el mal, ni una sombra de respeto al alma de los otros.
   Este hombre que pretendía pasar como inexorable servidor de la ley, había violado con un simple decreto la libertad de millares de franceses; este falso cristiano que tiene por apellido Judit, había dejado su silla de presidente de la Asamblea para ir a defender a Dreyfus y sus guanos; este antiguo prior del colegio de abogados había impedido a los oprimidos acercarse a los tribunales para defender su causa… Y sin embargo este hombre triunfaba, y se imponía, y tomaba actitudes de Romano.
   Pero he ahí que cuando menos se pensaba, la Limouzin se presenta ante el astuto procurador y le dice: “Tu código, viejo perillan, lo conozco mejor que tu mismo; y Madame Tricoche arrollará a Monsieur Cacolet”.
   Tal es la página instructiva, pero repugnante y asquerosa, que la Limouzin añadiera a nuestros gloriosos anales, como preámbulo al centenario del 1.789.
   Decididamente las grandes Virtudes laicas de estos tiempos no han sido felices. Si Grevy representaba el vir probus tranquilo y sereno, la Virtud en su asiento, la Virtud inmoble, Julio Favre representaba muy de buena gana la Virtud gesticulante, y venia a ser como el Thraséas que fomenta la corrupción de las cortes y los dorados vicios de los tiranos. Un día tuvo una disputa con un vecino, no sé si con motivo de un árbol o de un conejo, y entonces se demostró que Thraséas no se contentaba con ser adúltero y concubinario, sino que era además hábil falsario y torcía a sabiendas los actos del estado civil.
    Todos estos virtuosos golillas acaban siempre en historias de papel que nos recuerdan las fábulas y cuentos populares. Los unos se emplean en registros de una alcaldía, los otros revolviendo los legajos de algún bufete.
    “¡Tened piedad de mí, pobre pecador!” repite sin cesar el cristiano más virtuoso durante su vida. Pero los sacerdotes del deber, como ellos se llaman en los discursos de recepción, se calientan junto a otro fuego. “Vos encarnáis, Señor, se dicen unos a otros, las más augustas tradiciones del banco de los abogados; de aquel banco que es el honor en el mismo honor, la flor de la entereza, si me es lícito expresarme así”. Y entonces menean mucho sus anchas mangas, hablan en todos los tonos recorriendo la escala musical para más interesar y atraer; preludian, modulan cantan….
   Y uno se pregunta ¿qué le va a suceder a ese hombre? ¡Cuántas vergüenzas no se encontrarían tras esta majestuosa fachada! ¡Cuánta hediondez nos inundaría si rompiéramos la débil corteza de esta incorruptibilidad de aparato!
   De ordinario, todos ellos más o menos tarde, se ven envueltos en aventuras  extraordinarias de indecencia. En estos días, las cuestiones Laluyé, Vergoin, Wilson descubren algún tanto esta corrupción y dan buenos ratos y motivos de risa a las almas ingenuas que no se glorían cuando pecan, y se arrepienten después del pecado.
   Julio Favre tuvo al menos la satisfacción de mandar fusilar, en las gradas del Panteón a Millière, que no había tomado parte alguna en la Commune, y que solo era culpable por haber revelado al mundo que la virtud de Thraséas, tenía algunos lunares. La Limouzin, más afortunada, conoció los goces del triunfo completo, y sin temor alguno por el porvenir, vació su vaso al Chat noir, bebiendo a la salud de Atthalin.
   Y ella supo valientemente defenderse. Considerad lo que es tenérselas que haber, en tales condiciones, con una magistratura prostituida, y cuánto pesa esta fuerza en manos corrompidas. Recordad las injurias que se infirieron a esta mujer registrando escrupulosamente su casa, y las falsas retractaciones que se pusieron en su boca publicadas por la verídica Agencia Havas. Fijaos por otra parte en qué armas tenía esta criatura para luchar: los muebles en el Hotel de ventas, sus alhajas embargadas, sin domicilio, y la perspectiva de habitar en un fiacre apenas saliera de la audiencia. Pero ella permaneció firme; ella descubrió la jugarreta de la carta y puso de manifiesto a todos los Grevys: al presidente Grevy, al general Grevy, y al Grevy magistrado, relator del Consejo. Todos estos Grevys fueron abrasados por el veneno de la bestia acorralada.
   Examinad lo que tenían a su disposición para resistir los de la Unión General: dinero, influencia social, elevadas relaciones. Se les habían ofrecido una combinación de cuarenta diarios, que debían hacer un nutrido fuego contra los judíos. Ellos podían a fuerza de ultrajes, conducir a explicarse ante el Jurado a los magistrados que dirigieran esta inicua instrucción. Suponed a los Rothschild borrados de la lista de los miembros del Jockey Club, todos los salones cerrados a los Judíos, a los mundanos Judíos abofeteados por  todas partes. Pero el golpe estaba evitado y conjurada la ruina de cuarenta mil familias francesas. Ellos alargaron el cuello al verdugo, diciéndole lo que se decía tiempo atrás “¿Estoy bien así, señor?”
   Ocho días después, el duque de la Rochefoucauld-Bisaccia llevaba a su mujer a casa de Rothschild, y el año pasado, en plena Academia francesa, Rousse, a quien se creía integro, llenaba también de elogios a Leon Say, quien se había servido de su autoridad de ministro para aplastar a los franceses en provecho del erario alemán.
   Ante este contraste, que forma la inercia de unos y la audacia de otros, se acuerda uno de aquellas palabras de Guizot: “Lo que causa la salud de Inglaterra es que los hombres de bien son tan atrevidos como los malvados”.
   El pueblo masónico había tenido su expresión triunfante en el abogado - rey del Eliseo; y él precisamente le acompañó en la caída a la cloaca máxima. Se vio entonces, como en una repentina iluminación, lo que valía aquella gente. “¡cuánta agua! ¡cuánta agua!” exclamaba cierta vez un guerrero poco habituado a largos discursos. “¡cuánto cieno! ¡cuánto cieno!” podemos decir hoy nosotros. A donde quiera que se dirija la vista, no se ven más que robos, intrigas, exacciones y cohechos. Solo con nombrarlos llenaríamos muchas páginas, y aún no diríamos la décima parte de lo que hay.
   En Marsella el Alcalde es obligado a destituir a catorce empleados de la alcaldía y  a siete de la administración de derechos, que eran apercibidos por la justicia. En Paris, son condenados por ladrones algunos oficiales de paz. Un comisario de policía es cogido in fraganti en el robo en la parada.  Se encuentran objetos perdidos en el bolsillo del jefe de esta oficina que es perseguido también por robo. Los almacenes de la Villa de Paris son saqueados. Un presidente del tribunal de Draquignan instala a prostitutas en el palacio de justicia, y se dedica con ardor a cierto trabajo de facturas. Delgoves, juez de paz republicano en el Oise, es condenado perpetuamente a trabajos forzados por tentativa de asesinato. Un consejero general de Herault, Allien, es condenado por moneda falsa. El consejero municipal Lefebvre-Roncier es convemcido de haber recibido diez mil francos de exceso en la solemne estafa organizada por Isaac y Gabriel Levy bajo el nombre de Cincuentenario de los ferrocarriles. Los amigos de Lebfevre-Roncier responden citando un tratado que prueba que otro consejero municipal, Marsoulan, cometió un delito análogo.
   Estos hechos que acabo de citar, son los primeros que me han venido a la memoria. Sería necesario añadir a esta lista compendiada una infinidad de hechos que se procura que queden en el olvido; historias misteriosas tales como el asesinato de Barreme, el robo del Hotel de postas, la malversación de los fondos secretos realizadas por el amigo de Mlle. Angela Renard.
   Lo cierto es que en todas partes se roba. No podéis hablar un minuto con algún empleado de administración pública, sin que os cuente un sin número de actos inauditos que se suceden bajo sus ojos (5). Cuanto más esfuerzo se hace para limpiar, más se ensucia; porque, como lo dijo M. Henry Maret. ”Es el mismo jabón a quién habría que limpiar”
   De este disgusto universal nació la popularidad de Boulanger. ¿Quién es él? ¿What is he? Se está esperando a un hombre. ¿Será él este hombre?
   “¡Ay! Dice Carlile, hemos atravesado ciertos tiempos que llamaban a voces a algún hombre, pero por más que llamasen no le encontraban. No existía; la Providencia no lo había enviado todavía. Los tiempos con todas sus voces debían sumirse en la confusión y en la ruina, porque el gran hombre a quien llamaban no aparecía”.
   Lo cierto es que el general Boulanger constituye desde ahora un elemento nuevo en la situación. Clemenceau dijo a los radicales que el general les había arrebatado la popularidad que ellos debieran haber tenido; los jefes de la derecha podrían decir lo mismo. Boulanger personifica la protesta  vehemente contra el parlamentarismo, protesta que los conservadores hubieran personificado perfectamente si hubieran tenido más temperamento, si se hubieran mostrado, si ante la necesidad que lo exigía, hubieran subido a hablar al pueblo.
   M. Poralis ha explicado perfectamente este punto:
   No solamente, dice él, el sufragio universal se desvía de la política oportunista que ha prevalecido desde 1.877 sino que también abandona a los antiguos partidos monárquicos.
   Antes de las elecciones de 1.885, M. Clemenceau, en un largo discurso que pronunció en Burdeos, decía, hablando de la mayoría parlamentaria que M. Jules Ferry había dirigido durante  dos años: “ saludad a esta mayoría, que ya no volveréis a verla”.
   Hoy puede decirse a los conservadores, cuyos electores acaban de votar al general Boulanger en la Dordogne y en el Norte: “ Señores, saludad a estos electores, que ya no vereis más”. Y si hay que dar fe a uno de nuestros hermanos, así se expresaba ayer también en Lille uno de los jefes del partido conservador.
   Evidentemente que no depende de 180 diputados de la derecha el apoderarse inmediatamente del poder; pero ellos podian  ponerse al frente del movimiento, salir a la ventana, arrengar, arrastrar al país, enviar a todos los ángulos de la Francia fervientes emisarios para que proclamasen las traiciones, los robos de los caudales públicos, las vergüenzas del regimen actual.
   Cada uno de los acontecimientos que hace un año estamos presenciando, habría sido para una minoría decidida, ocasión de manifiestos cortos, elocuentes, y entusiastas que hubieran resucitado el antiguo honor francés: “ He ahí lo que ha hecho la República; he ahí quienes son los bandidos que nos gobiernan; he ahí quien es Ferry, quien es Floquet; Grevy abandonó su puesto de presidente de la Cámara para ir a defender al Dreyfus de los guanos. Floquet es de la misma índole: él defendió en Túnez los intereses de Mustafá en la cuestión de los bienes Habbous, y ejerció toda su influencia para decidir al gobierno francés a que admitiera una transacción ruinosa para el Tesoro. Vuestros hijos, o paisanos, han muerto en Túnez de insolaciones, de fiebres tifoideas, de privaciones, para enriquecer a una sociedad de Judíos extranjeros”. 
   Si los hombres honrados hubieran leído cada quince días en cada uno de los pueblos de Francia proclamas como esta, vengando de este modo la conciencia pública, denunciando los escándalos ignorados todavía, abatiendo a los miserables que han arruinado nuestro país por espacio de cien años, los pueblos hubieran dicho: ”Nuestros diputados se ocupan de la patria; ayudémosles”.  Se habrían organizado comités, procurado la disolución de la Cámara; y los que hubieran contribuido a arrojar a dicha Cámara infame, habrían ocupado los primeros puestos, cuando se hubiese tratado de reemplazar a todos  estos estafadores por hombres que al menos tuvieran las manos limpias de la suciedad que deja el oro.
   Pero los conservadores no se movieron.
   Las elecciones de 1.885 fueron una batalla ganada por los soldados. Jefes valientes no hubieran tenido sino una idea; ir adelante y no dejando un minuto de reposo al enemigo, completar la victoria. Maravillados ellos mismos del éxito, los jefes de partido conservador no se preocuparon más de una cosa: “¿Cómo podremos recuperar todo el terreno perdido?”
   Ellos hicieron traición, como los políticos de la Asamblea de Versailles, al país que había confiado en ellos. El lector no tomará a mal mis palabras: ellos hicieron traición, no voluntaria sino inconscientemente, por la natural disposición de inteligencias pusilánimes y tímidas, por una suerte de fatalidad inherente a la conformación de su cerebro.
   Hay algo más fuerte que ellos. Hay una gran puerta y basta entrar por ella con la cabeza levantada. Los que dirigen el partido conservador andan revolviéndose entre sombras, se esfuerzan en aplicar la mano a la llave de una puerta clandestina, piden si existe algún pasillo tortuoso por donde poderse escapar. La mitad de Francia grita a los miembros de la derecha: “Estamos con vosotros”. Pero estos, en vez de ir adelante, buscan el apoyo de seres deshonrados, tales como los Ferry, los Ronvrier y los Flourens, y susurran a sus oídos diciéndoles:” Éa, vamos a ver si hay medio para enterdernos juntos”.
   La nación que no gusta de estos tráficos, contesta: “Decididamente todos los parlamentarios, de cualquier matiz que sean, son inmorales en sumo grado, inmorales como los Venerables de Logias masónicas. Jamás sacaremos de ellos provecho. Ensayemos a Boulanger”.
   Decir esto no es agitar el látigo de Juvenal, “el hombre de marfil y oro”, como dice Víctor Hugo; esto no es ser satírico; sino solamente hacer un resumen sociológico, pintar cierta clase de seres, indicar un estado de espíritu.
   De entre nuestros 180 diputados de la derecha, no ha salido un sólo hombre que tenga una efigie precisa. De tanto como se ha declamado desde la entrada de estos diputados en la Cámara, no nos ha quedado, no diré ya un discurso, sino ni siquiera una sola palabra hermosa, acertada, profunda, cortante; una palabra que celebrara noblemente las víctimas, que imprimiera una marca indeleble en la frente de algún insultador de la iglesia; una palabra que atravesara los costados de Floquet, de Tirard, de Ferry, de Lockroy, y que como certero dardo, hiciera exclamar a la víctima: “Hé sido herido”; dardo que se mete más adentro a medida que el miserable se esfuerza en arrancarlo.
   No negaré que algunos de estos oradores están dotados de talento; pero se contentan con venir cuando les toca el turno de hablar, con poner un argumento al lado del argumento de su vecino, como se pone una ficha de dominó al lado de otra ficha del adversario: -¿Quién juega, caballero? … Ud.….¡Ah! pues blanco y cinco.
   ¡Estos discursos no exhalan perfume alguno! En ellos no respiráis ni el olor de la tierra nuevamente removida por el arado, ni aquel aire salubre de los bosques, ni los vapores de las cubas de vino de Borgoña, ni el gusto exquisito de los frutos prensados en Normandía. Todos sus razonamientos se parecen a vino de uvas secas fabricado por miserables viñadores.
   Boulanger, hay que confesarlo, es más activo. Apenas se presenta en algún punto, las canciones populares animan las calles y plazas: “Alegres y contentos, el corazón palpita, etc.”, y nada hay tan entusiasta como oír los pioupious de Auvernia, en honor del hombre que se ha hecho popular.
   Fuera de él no hay otro… “No, Señores, no es justo hablar como habló mi honrado colega…” Andad, mi hombre; que si los tambores de Augereau, los de Espinasse o los de Boulanger, tocaran juntos la señal de ataque a los coladores del Palacio-Borbón, seria esto motivo de más alegría para la Francia que el saber lo que tu piensas de tu querido amigo, cuya última estafa (6)  nos contabas tú la vigilia durante la comida.
   ¡Cuán grande es, por el contrario, el poder de una palabra que traduce cuanto uno tiene en los labios! Los pobres Franceses de hoy son semejantes a aquellos viajeros que caminan inquietos a través de todas las emboscadas y entre tinieblas, obscuri per umbras. ¡Qué alegría se experimenta en el momento de pronunciarse una noble y animosa palabra, aún cuando sea casual, si esta palabra, pronunciada entre las tinieblas de una espesa noche, nos dice que hay un hermano que sigue el mismo camino y piensa como nosotros! Las gentes no se olvidan de esto; son fieles a quien les ha dado el solaz y les ha animado con esta bebida fortificante. Entonces dicen: ”Este hombre es mi amigo; ha formulado exactamente lo mismo que tengo en mi corazón; ha expresado mi pensamiento, lo ha proferido y hecho público (verbum prolatum)”;  y buscan la primera luz del crepúsculo para ver a aquel que en las tenebrosas horas les dirigió la palabra, y le preguntan:
   -¿Sois vos quien…?
   -Sí; soy yo el mismo que…
   -Pues bien, podéis gloriaros de habernos alegrado.

   Hay que convenir en que rarísima vez los diputados de la derecha nos han dado semejante satisfacción.
   Desde el mes de Octubre de 1.885 están negociando, o, por mejor decir (empleando la frase de Luis Veuillot), M. de Mackau, el gentil hombre intermediario, negocia por ellos. Es por otra parte un excelente sujeto; pero tiene la manía de tergiversarlo y politiquearlo todo.
   En cierto pueblo de Forez, en que yo habitaba, se rió mucho tiempo de los Bezy. Todos los días de feria, los Bezy se ponían muy de mañana en camino con su vaca. Iban delante el padre y la madre y les seguía una hermana suya anciana… Al caer el día se les veía  volver con la vaca. Duró esto por espacio de diez años, y nunca los Bezy faltaron a una sola feria. ¿Es que tenía la vaca algún vicio redhibitorio? Yo no lo sé; pero lo cierto es que los Bezy siempre la volvían a traer.
   A ellos se parecen un tanto nuestros negociadores. Ya tienen habilidad para abrir la boca del animal, levantarle la cola y ensalzar hasta las nubes sus cualidades; pero toda su habilidad es inútil y el comprador no acaba jamás de decidirse.
   Y notad que yo no digo que la vaca sea mala, sino que digo solamente que nadie la quiere.¿Y qué queréis hacerle? Si no la quieren…
   Por lo demás, si los hombres de la derecha hubieran estudiado bien la historia, observarían que la situación es exactamente la misma que en la época del Fructidor. Nada es tan curioso a este propósito, como la conversación de Treilhard y el general Mateo Dumas; que nos transmitió M. de Barante en su Historia del Directorio. 

   El general Mateo Dumas tenía a Treilhard por un hombre que llevaba la franqueza hasta la brutalidad.
   -Usted tiene por su experiencia y sus talentos, le dice él, una gran influencia sobre hombres que le son muy inferiores; y yo quisiera saber que piensa Úd. de mis amigos y de mí, como juzga nuestra conducta y por que causa no podemos entendernos.
   -Ustedes son personas muy decentes y capaces, respondió Treilhard, y yo creo que pretenden Uds. muy sinceramente mantener el gobierno constitucional, porque no hay medio alguno ni para ustedes ni para nosotros de sustituirlo con otro; pero nosotros, los convencionales, no podemos dejarles hacer; porque lo quieran o no, nos llevan seguidamente a una segura ruina. Nada hay común entre nosotros.
   -¿Qué garantía, pues, les es necesaria? Replicó el general Dumas.
   -Una sola, respondió Treilhard, después de la cual haremos cuanto quieran; y podrán Uds. tocar todos los resortes. Dennos esta garantía y les seguiremos ciegamente.
   -¿Y cual?
   -Suban a la tribuna y declaren que si Uds. hubieran sido miembros de la Convención, habrían votado, como nosotros, la muerte del rey... (7)

   La situación, repito, es poco más o menos la misma.
   Subid a la tribuna, dicen los hombres de la izquierda a los de la derecha; renegad de vuestro bautismo.
   Decid que sois Judíos de corazón y que si os hubierais encontrado en Jerusalén hace dieciocho siglos, habríais pedido la  muerte de Cristo…
   Sin duda que se puede reprochar a los diputados conservadores de alguna falta de resolución y de energía. Pero hay que convenir en que, excepción hecha de dos o tres farsantes que pasan de un campo a otro según conviene a sus intereses, la derecha rechazaría unánime esta conducta sacrílega.
   Las cosas quedan en el mismo estado. Aliándose abiertamente a la República, renunciando a toda afirmación monárquica, como lo proponía Raoul Duval, ¿hubiera podido la derecha abrirse sitio en el gobierno? Es posible que sí; pero de todos modos habría sido necesario hablar francamente, cosa que no saben hacer los hombres de la derecha. Y con todo no está tampoco demostrado que la unión y concordia hubiera podido llevarse a cabo.
   No hay que olvidar, en efecto, que los diputados de la izquierda no son tampoco libres, puesto que son los instrumentos de la Francmasonería, pertenecen a las Logias, y las Logias pertenecen a los Judíos.
   Si la derecha hubiese querido negociar, habría tenido por de pronto que empezar a combatir, reconocer al menos la plaza, darse cuenta de que la masonería está  enteramente en manos de los Judíos, puesto que el Consejo Supremo, que todo lo dirige, debe contar siembre cinco Judíos de los nueve miembros que lo componen.
   Cuando se tiene intención de sitiar una ciudad, es necesario, en cuanto es posible, saber dónde está situada no sea que deseando apoderarse de Sebastopol se plante la artillería ante el Moulin de la Galette.
   Los hombres de la derecha han retrocedido siempre que hubiera sido necesario medirse con realidades, atacar poderes y autoridades efectivas. En todos estos casos se han contentado con palabrerías inútiles y con manifestaciones que atacaran solamente de lado.

   Por otra parte, todo esto no es más que la repetición de lo que pasó en la Asamblea de Versailles.
   Entre los libros, poco conocidos y poco leídos, que darán a los historiadores de los siglos venideros, la nota justa y un conocimiento exacto de los sucesos contemporáneos, figura un pequeño volumen publicado en provincias, y que lleva el este título: Memorias políticas de un miembro de la Asamblea constituyente de 1.871.

   A pesar de su título algo solemne, este volumen no enseña nada completamente nuevo de lo que pasó en la Asamblea. Ni es un diario sembrado de elegancia y arte, como el diario de los Gongourt; ni un diario que os cuente los sufrimientos de un alma escogida, como el diario de Maria Bashkirzeff; ni siquiera un diario que coleccione para el porvenir los pequeños detalles de la historia y colija para un futuro Tácito las torpezas de nuestros gobernantes, como el diario de Fidus, sino que es pura y simplemente un diario; es una cosa semejante a lo que se llamaba antiguamente un libro de razón.
   Solamente bajo este punto de vista, este pequeñito volumen escrito sin ninguna preocupación artística, es instructivo y digno de ser leído detenidamente.
   Su autor, el barón de Vinols, ferviente monárquico y no menos ferviente cristiano, era un rico propietario del Puy, respetado de todos los ciudadanos que le habían enviado al Consejo General. Al terminar la guerra, creyó que quizás seria útil pedir algunas explicaciones a Gambetta sobre la libertad que el simple aventurero, sin permiso de nadie, se había tomado para hacer matar a millares de Franceses y gastar centenares de millones. Comunicó este pensamiento a los Auvernianos, quienes se lo aprobaron y le enviaron a la Cámara.
   El nuevo diputado se puso en camino, desembarcó en Burdeos, se fue a Versailles, se echó a descansar en el suelo junto a una estufa, luego se instaló en Paris en un hotel amueblado, cogió un constipado, tuvo enfermos a sus hijos, le nombraron de una comisión, pronunció un discurso; le felicitaron… Después, en un día dado se disolvió la Asamblea; to-to-tó, se acabó. Se pasó el tiempo como un sueño. ¿Qué se hizo durante esos días, esos meses y esos años? Nada. Se había venido a salvar la Francia, y se la dejaba entregada a la orgía republicana.
   ¿Y la cuestión que el diputado de Auvernia debía proponer a Gambetta?
   ¿La cuestión? No pudo jamás proponerla. Él acechaba la ocasión propicia, era miembro de la comisión de informaciones, tenía la lengua a punto de hablar…Por fin, el presidente Saint-Marc Girardin, le tomó a parte y le dijo:” Yo os aconsejo que no pongaís cuestiones a M. Gambetta, porque esto podría ser causa de alguna discusión”.
   ¿Y no es lógica esta palabra Orleanista dirigida a un representante que había sido escogido únicamente por su rectitud y por la necesidad de reclamar justicia?
   El hijo de un italiano, que simplemente representaba a 12.000 electores de Belleville que le habían enviado a la Cámara, pudo ejercer durante meses enteros una autoridad que no hubiera tenido un rey absoluto. Pudo contratar empréstitos, enviar a la muerte millares de infelices mientras él se calentaba al amor de la lumbre, impedirnos firmar una paz que nos hubiera dejado Lorena y ahorrado dos mil millones de francos.
   Saint-Marc Girardin encuentra todo esto perfectamente normal, y responde a los grandes hacendados o a quienes quiera que piden explicaciones: “No pongáis cuestiones ni dificultades; esto no se hace”.
Yo creo que este simple episodio pone bien de manifiesto la ausencia de todo sentido moral y la especie de osificación de conciencia de todos estos directores de la Asamblea que nos han conducido a donde al presente nos hallamos.
   Y notad bien (pues en este punto conviene siempre insistir) que este hombre que decía deber procurarse que Gambetta gozase de una irresponsabilidad completa, sin que fuera prudente interrogarle siquiera, obraba sin compasión contra aquellos de la Commune que habían usurpado una pequeña función, o que se habían tomado la libertad de tomar del presupuesto alguna pieza de treinta sueldos. A los tales se les metía en un calabozo o se les enviaba a reventar trabajando en Nueva Caledonia. Y esto no causaba discusión.
   Es conveniente leer las pocas líneas que dan fin a este relato del libro del barón de Vinols:
   “Yo salí la misma noche para el Puy. A la mañana siguiente, mientras  desayunaba en el café de la Perla en Saint-Etienne, leí en el Eclaireur  la relación de la sesión de la víspera, en la que, decía el diario, Gambetta había dominado por completo la comisión del 4 de Septiembre. En un acceso de cólera, llamo al mozo del café, y le pido lo necesario para escribir, para enseñar al Eclaireur el por qué la comisión había callado ante Gambetta. Pero me detuve al pensar que iba a entregar a las indiscreciones de la prensa la debilidad de nuestro presidente.
    M. de Vinols no entregó nada a las indiscreciones de la prensa; dejó en el tintero su protesta y se contentó con arreglar la cuenta de los gastos y dar una propina al criado que le había provisto de papel y pluma.
   Todos son lo mismo. Hay ciertamente hombres honrados entre estos representantes, en quienes, en las horas de crisis, la Francia genuina pone su confianza. Ella les escoge porque las comarcas conocen sus familias y ven por la historia haberse conservado sin mancha. Marchan con admirables disposiciones, después de haber visitado sus parroquias como aquellos antiguos diputados que al ponerse en camino pedían a Dios que les diera luz y gracia para desempeñar su cargo de representantes del Estado. Pero les sucede lo que a los jóvenes que llegan a París por vez primera. Estos tales encuentran en la estación a unas mujeres, por lo regular de avanzada edad, que les dicen con aire persuasivo: “Vosotros no conocéis Paris, venid conmigo y yo os lo enseñaré todo”.
   Los diputados, al poner los pies en el palacio Bourbon encuentran a hombres que han improvisado jefes, quienes dicen a los novicios: “Vosotros no conocéis los laberintos de las Asambleas y los manejos de la vida parlamentaria, venid conmigo y yo os enseñaré todo”.
   Los veteranos pasean así a sus reclutas por espacio de cuatros años, les conducen a reuniones donde se guisa la política a las mil maravillas, les mezclan con toda suerte de combinaciones, en una palabra les impiden de hablar y obrar. Después de los cuatro años, los electores desilusionados exclaman: ”¿Porqué nos hemos expuesto tanto a todas las vejaciones de la parte de la administración, para enviar a la Cámara a 180 diputados conservadores, si todos ellos juntos no han tenido valor para atacar una sola vez a este Judío que nos oprime, nos deshonra y nos despoja?”
   Los conservadores acabaron por obedecer a una especie de sugestión y por persuadirse que los Judíos debían ser puestos siempre fuera de debate, mientras que los Cristianos eran criados y puestos en el mundo para recibir injurias y sufrir las injusticias.
   Yo puedo citaros un ejemplo de esta singular disposición de espíritu. Había yo suplicado a uno de los más valerosos y elocuentes de entre nosotros, que propusiera una cuestión al ministro de Comercio y de los Trabajos Públicos      (aquel Semita Millaud que se parece exactamente a un mono cuando se ha hartado de coco) para saber con qué derecho los de la casa Hachette habían obtenido de su autoridad privada, la comisión de buhoneros, abolida por la Cámara.
   “Yo no os pido, había dicho a mi amigo, que aboguéis por mí, sino sólo que digáis esto: “Se ven  por ahí descripciones de costumbres sin nombre, historias de incestos, novelas como El Germinal en la que Mouquette muestra…: lo que sabéis, bajo los rayos del sol que se oculta, estudios amatorios de todo género…. y  estos libros se ponen en todas las estaciones de ferrocarriles, en manos de jóvenes doncellas que no siendo suficientemente ricas para tener quien las gobierne, se ven muchas veces obligadas a viajar solas, y compran, quizás por casualidad, el primer libro que se les ofrece. La Francia Judía puede por algunos ser tildada a causa de ciertas teorías, pero no contiene nada que pueda depravar a un alma o manchar su imaginación. El autor se propone indagar si los Rothschild han trabajado lo suficiente en el espacio de cincuenta años para haber adquirido legítimamente tres mil millones. “¿Por qué, pues, si los Hachette tienen derecho de escoger, dan la preferencia al libro que corrompe y prohíben el que discute? ¿Por qué admiten basura y proscriben la idea? Y si no tienen el derecho de escoger, ¿por qué lo usurpan?”
   Mi amigo no se atrevió jamás a proponer esta cuestión. No obstante es uno de los mejores que tenemos; yo le profeso un gran afecto, y yo ruego por él como él sin duda ruega por mí. Es un verdadero Francés; y cuando yo me ocupe de este punto, que es de suma importancia para la libertad intelectual, él encontrará muy natural y lógico que yo me chancée un poco a expensas de suyas. Muchos de sus colegas no son ciertamente como él; los conservadores se desviven para ir contra la corriente y enviarlos a la Cámara. Pero una vez sentados en ella, no hay hombre para sacrificar una sola de sus comodidades materiales, ni para enviar lindamente por algún adversario político algún sombrerazo al rincón del puente de la Concordia. Guardaos bien de poneros en ridículo con tales actitudes, porque si no agriaríais a aquellos caballeros y pasaríais por descortés. Allí sólo deben oírse palabras de honor…¿Y no reventáis de risa?
   Y notad que lo que se pide a esta gente, que siempre están hablando de la Legión fulminante y de los mártires en el Circo, es tan poco que apenas merece el nombre de heroísmo. Por lo que a mí me toca, en vano busco las terribles consecuencias que hubiera podido traer una protesta contra la injusticia de que era víctima.
   Sin duda que los diputados de la izquierda habrían gritado un poco, si públicamente se hubiera afirmado que no es lícito ni permitido impedir la circulación de un libro sólo porque disgusta a los Rothschild: ellos viven del Judío y protegen a quien les paga. Una gran parte de ellos reducidos durante quince años a la miseria y obligados a buscar con afán la pieza de cien sueldos y a arrojar L´indomptable, como decía Murger, están hoy ricos gracias a los rentistas de Israel que les han hecho remisión  de todas sus operaciones. Ellos han comprado un coupé con Bòne-et-Guelma, un hotel con los negocios de Túnez, una quinta con las convenciones… Habrían pues gritado, una vez más; pero no habría pasado de aquí. La tribuna no se hubiera hundido por tan poca cosa ni el luminoso techo se hubiese caído sobre el orador. Se hubiera dicho simplemente: ”No hay duda que los católicos tienen cosas buenas; cuando uno de ellos es molestado por los Judíos, todos le defienden”.
   Los diputados de la derecha no son atrevidos; sufren más que otros el mal que Rochefort ha llamado  “La podredumbre de la Asamblea ”.
   ¡Qué cuadro tan hermoso y variado a la vista podría hacerse sobre la vida parlamentaria!
              DESPUÉS DE LAS ELECCIONES:
   Los diputados viven en aquella afectuosa mezcla de los conejos, se pasan mutuamente el tabaco y el rapé, y se evitan todo pequeño disgusto que directa o indirectamente pudiera estorbar los pequeños tráficos de sus colegas. Durante las vacaciones, los de la derecha y los de la izquierda van juntos a visitar Moriscos de Argel o a aplaudir en Túnez una danza del vientre más audaz todavía, dice lleno de admiración un diario, que la de Ouled-Naïl de Biskra. Y esta excursión de recreo cuesta a Francia 1.200.000 francos.
           DESPUÉS DE LA DISOLUCIÓN:
   La escena representa una casa rectoral de un pueblo. La lucha electoral se ha terminado; el digno sacerdote ha procurado arreglarse lo mejor posible con sus ovejas y está relativamente tranquilo. Entrada del diputado de la derecha.
   -¡Pro aris et focis! Señor cura. Este es el momento de combatir o de morir defendiendo creencias que apreciamos más que la  misma vida. Se requieren hombres que suban a la tribuna para proclamar que estamos resueltos a dejarnos matar antes que ceder; se requieren hombres que sepan revestirse de valor ante los nuevos bárbaros y les opongan sus pechos. ¿Queréis ayudarme a cumplir esta misión?
   -Ciertamente… yo… ¿Qué respondieron ellos en la última legislatura cuando os oyeron hablar en este tono? Y esto debió de hacer un grande efecto.
   La legislatura solo duró tres años..… Yo no tuve tiempo de hacer lo que hubiera querido; solo una vez hice uso de la palabra.
   -¿Y qué dijisteis?
   -Era cuando Goblet insultaba a la Iglesia. Yo dije muy alto: “Estas palabras son indignas”. Pero no se atrevieron a insertar oficialmente mi aserción. Esto es fastidioso.
   -Muy fastidioso;
   ¡Ah! ¡Bandidos! ¡Miserables! ¡Decir que bastaría un puñado de hombres enérgicos para ponerles en razón!
   En fin, ¿qué deseáis que haga?
   -Que os lancéis en la refriega conmigo…
   Yo presumo que el sacerdote se sacrificará más y hará mejor de las suyas. Sacerdotes de pueblo y periodistas católicos, en el fondo somos unas bestias. Nosotros nos decimos:” Este diputado no tiene valor; jamás ha hablado en la tribuna ni contra los Francmasones, ni contra los Judíos, ni contra nada que afecte a alguna realidad; pero en fin quizás acabará por manifestarse”.
   Sería de desear, sin embargo, que los hombres modestos que tan enérgicamente procuran el triunfo de las candidaturas conservadoras, preguntaran un poco a sus diputados y procuraran ver si comprenden ellos cuál es su misión y si están a la altura de las eventualidades que nos amenazan.
   Jamás estuvo la Francia en tan crítica situación. La guerra es inevitable dentro un plazo que no puede ser muy largo. Es una niñada el pretender que estallaría más pronto con Boulanger que con ningún otro. La guerra tendrá lugar cuando la quieran  Bismarck y los banqueros judíos.
   ¿Es Boulanger el estratega inspirado que debe darnos la victoria? Yo no lo sé. Pero si que es evidente que un soldado que cuenta treinta años de servicio y que ha recibido ya seis heridas, siempre inspiraría un poco más de confianza a las tropas que este pobre cacoquimio de Freycinet, quien por otra parte debe estar preparado para hacer traición a Floquet en provecho de Boulanger, como hizo a Gambetta en provecho de Ferry, y a éste en provecho de Floquet. Y es evidente también, que el régimen actual, habiendo eliminado cuidadosamente y postergado a todos los oficiales aún los de más mérito, que eran demasiado rectos para ocultar sus sentimientos cristianos, los generales que quedan no parecen ser superiores a Boulanger.
   El general Ferron, sostenido calurosamente hace unos meses por la prensa conservadora, ¿era el hombre que decididamente nos convenía? Es permitido ponerlo en duda, porque cuando era simplemente capitán, no dejaba traslucir en él las cualidades de intuición que forman a los grandes comandantes de ejército.
   En el Cours d´art militaire en 1.864 a l´Ecole d´application et du génie de Metz por el capitán Ferron, se lee:
   “El ejército prusiano, en el cual el tiempo de servicio es muy corto, es una organización magnifica sobre el papel; pero un instrumento dudoso para la defensiva y que seria muy imperfecto durante el primer período de una guerra ofensiva”.
   El que tales cosas escribe, dos años antes de Sadowa, a dos pasos de la frontera alemana, la cual bastaba atravesar para ir a estudiar la organización militar de nuestros vecinos, sufre de miopía intelectual; podrá ser él un oficial pasable pero jamás el jefe que se requiere para la guerra moderna. Este tal podrá administrar justicia, servir en las filas, pero no aceptar un ministerio.
   Y lo que más asusta, precisamente en vísperas de una guerra en la cual la inteligencia desempeñará el papel principal, es la debilidad mental de todos los que son llamados a ocupar puestos importantes.
   ¡Qué! Si la guerra hubiese estallado, algunos años ha, el Thibaudin de la Limouzin, ministro de la guerra entonces, hubiera tenido en sus manos los destinos de Francia; él hubiera tenido que presidir aquella organización formidable para la cual el mismo genio de Napoleón I apenas seria suficiente.
   Cuando la señal de alerta que nos daba la Prusia con la asechanza Schoeneblé, nuestro segundo jefe de Estado mayor era aquel pobre Caffarel, que estaba dedicado a todo género de contrabandos, que era el juguete de todos los que le prometían hacerle descontar algunos billetes, hombre ilusionado, necio más bien que culpable. Pues bien, este cerebro desarreglado era quien debía también combinar, preparar en su conjunto y en sus detalles el movimiento inmenso de la concentración. Este desequilibrado debía medirse con aquellos sucesores y discípulos de Moltke, que hace ya quince años, están meditando la próxima campaña.
   Pero no puede decirse todo lo que se sabe. Aquel que se esfuerza en advertir a su país de los peligros que le amenazan debe esconderse entre breñas, como lo hacen en ciertas circunstancias los soldados para ocultar al enemigo sus movimientos. Porque si hablara francamente, caería bajo los golpes de la magistratura masónica, que le condenaría sin remedio, aún antes de defenderse ante la ley.
    Y el escritor que quisiera decir toda la verdad, no solamente sería castigado sin compasión por los tribunales, sino que ni siquiera ejercería influencia alguna sobre el público. Sólo de tiempo en tiempo se aviva la atención con algún suceso inesperado o con el incidente que surge de una polémica. Este desdichado pueblo presa ya de los síntomas de la muerte, abre entonces por un instante los ojos y vuelve a dormirse.
   Si seis meses antes, hubierais preguntado a alguno a quien le parecía que  se confiase la vigilancia las funciones de inspector principal en un punto como el de Avricourt, os hubiera respondido con una tranquilidad optimista, que evidentemente se confía este cargo a alguna persona de una particular confianza, puesto que se trata de funciones de especial delicadeza. El hombre encargado de este empleo, habría añadido, debe estar forzosamente al tanto de todos los secretos de nuestro servicio de informaciones, conocer los nombres de los Alsacio-Lorenos que nos son fieles; un hombre en fin que pueda desempeñar un importantísimo papel en un incidente de frontera.
   Y sin embargo, nos encontramos, siempre casualmente, con que Isaías Levaillant, cuyo verdadero nombre el Weill, o Isaías Jacob, llamado también Rech (que su nombre nunca se ha sabido de cierto) había encomendado este cargo a un hombre a quien llamaban Kuehn (Kohn, Kahn, Cahen), que era un simple desertor y que fue condenado a dos años de cárcel, hacia cosa de un mes. Él fue quien vendió a Schoeneblé. Jamás, según parece, se pensó siquiera en forma sumaria a este Kuehn antes de emplearle ni a informarse de las garantías que podía ofrecer.
   Pero ya basta de esta materia; ya me comprendéis…

   A falta de hombres, estrategas de talla, tenía la Francia sin embargo una fuerza enorme. Era rica; habría podido constituir un tesoro de guerra más considerable que el de Spandau, y habría podido decir a la Rusia: “pon sobre las armas centenares de miles de hombres, haz un llamamiento a todas tus inmensas llanuras, haz resonar el clarin en todas las extremidades de tu vasto  imperio; yo garantizo todos los empréstitos”.
   Dueño del Parlamento por la Francmasonería, que está toda entera en manos de los Judíos alemanes, Bismarck encontró medio de arrebatarnos este ejército. En pocos años, los diputados republicanos han aumentado nuestra deuda, de seis mil millones en renta consolidada, más de dos mil millones en deuda flotante. La Francia esta hoy exhausta. Sin guerra hemos gastado más que Napoleón I, para conquistar Europa (8). La invasión de los republicanos nos ha costado más cara que la invasión alemana.
   ¿Y de qué han servido estas fabulosas sumas? De nada. Todo este dinero se ha disipado, sin que sepamos su paradero.
   ¿Y qué francés hay, hombre laborioso y honrado, que pueda levantarse y decir: ”estos enormes desembolsos monetarios me han sido útiles?” ¿Cuál es el obrero, el factor rural, el más insignificante empleado que se atrevería a escribirme lo siguiente firmado con su nombre: “¡se han gastado cuantiosas sumas, es verdad, pero al menos se ha consagrado una parte de este dinero a mejorar mi suerte!”
   Este movimiento de oro no ha aprovechado más que a los Judíos; y la mejor prueba de ello es que si el factor rural y el pequeño empleado se encuentran siempre en la misma situación, si el obrero que se muere de hambre llama en vano a la puerta de las fábricas, que en todas partes se cierran, en cambio los Judíos que hemos visto llegar en 1.871 y 1.872 sumidos en la indigencia y viviendo del comercio de lentes y catalejos, son hoy los dueños de los mejores hoteles de París y de los más deliciosos parques de los departamentos. Leed en el Gaulois la lista de los invitados a una gran fiesta mundana o la de los espectadores de una representación extraordinaria cualquiera, y preguntad a los Hebreos, que figuran allí en primera fila, qué tenían hace veinte años. Si entonces carecían de todo y ahora todo lo tienen, ha sido necesario que de alguna parte lo sacaran.
   Mientras la Francia tuvo dinero, la prensa republicana puesta al servicio de Alemania, predicaba amor a la paz, olvido de las injurias, recogimiento, como se decía, en las fecundas glorias del trabajo.
   Cuando se evidenció que no teníamos ni un sueldo, la misma prensa empezó a excitar los ánimos:” ¡La Alsacia -Lorena!¡Esto no puede quedarse así!¡Valor! ¡No tenemos miedo a los alemanes!”.
   Los periodistas Judíos de la otra parte del Rhin, que se entienden, como ladrones en feria, con los de Francia, replicaron a su vez: ”¿Por quienes nos tomáis?¿Creéis que os tememos? (9)
   Si vosotros  entendierais el Judisco que viene a ser como el patois hebreo-germano, oiríais a dos compadres que aparentando ser contrarios enemigos se dicen al oído: “Esto no va mal. ¿Qué pasa en la Bolsa?”

   El crédito habría podido crearnos recursos en el instante supremo. Los republicanos, siempre unidos a la Alemania, se han arreglado para arrebatarnos esta tabla salvadora. Aquí es donde conviene buscar la explicación de la catástrofe de la Unión General, que Bleischroeder vino a organizar en persona en Paris con Rothschild, gracias a la complicidad de Freycinet, de León Say y de Humbert.
   Para comprender esta operación no hay ninguna necesidad de ser un fino político; basta fijarnos en el modo de obrar de  Bismarck. ¿Qué hace él en el momento en que la guerra parece inminente entre Alemania y Rusia? cierra el crédito a Rusia y arroja los valores rusos del mercado de Berlín. ¿Qué hacen nuestros ministros republicanos? Como fieles servidores de la Alemania, arruinan a los banqueros franceses y ponen toda la hacienda nacional en manos de un Judío de Francfort.
   ¿Qué podéis, pues esperar de tales condiciones? Si existiera un segundo depósito de capitales, nos sería posible la lucha; podríamos en un momento dado discutir las condiciones; pero los hacendistas franceses saben bien lo que les aguarda. León Say se lo dijo: ”Si vosotros intentáis agruparos y resistir a los Rothschild, soltarémos contra vosotros a algún Loew, y sereis conducidos a la policia correccional”.
   Los banqueros se dieron por avisados y cedieron la plaza de Paris a los Judíos alemanes.
   Esto sería una locura si es que no debiera calificarse de muy vulgar traición.
   Si se propusiera a Bismarck el sacrificar a un banquero de Paris o de Lyón los banqueros alemanes, soltaría tan fuerte carcajada que haría saltar todos los botones de su uniforme de  coracero. Pero los franceses tienen una tan gran anemia de cerebro, que encuentran cosa muy natural el tomar a un Judío de Francfort por administrador de nuestro tesoro y por jefe supremo del mercado francés.
   Yo no creo, por esto, que la guerra estalle antes de un año. Los Rothschild pretenden que aún valemos para mil millones. Pero, a fuerza de alboroques, los republicanos decidirán este empréstito y algunos diputados conservadores tendrán la debilidad de votarlo como votaron la última conversión. Después de este empréstito, nuestro negocio estará arreglado a gusto de los enemigos: tendremos la guerra y nos hallaremos tan empeñados que ni siquiera encontraremos un maravedí para hacerla.

   Jamás el aplastamiento de un pueblo fue preparado con más incomparable habilidad, y con una previsión tan atenta a los más insignificantes detalles. Se han dirigido los ataques a todas las fuentes vivas de la vida del país.
   La agricultura se muere; se vota no sin dificultad un derecho de cinco francos para los cereales, para permitir a nuestros desdichados paisanos de poder con grandes trabajos sostenerse en el negocio. Si algún año que se presentaba malo, luego se convierte en favorable, el corazón de nuestros campesinos se alegra algún tanto; pero el Granero francés, que totalmente está en manos de los Judíos alemanes, y sólo por ironía ha tomado este título, agiota sobre los trigos; se declara una baja y el pequeño beneficio que esperaban los cultivadores se pierde para ellos.
   Y no soy yo quien inventa esto por espíritu de partido, sino que son todos los diarios agrícolas, muy ajenos a cuestiones de raza y a las doctrinas antisemíticas, los que hacen constar los estragos por el bando Judío. Así por ejemplo el Franc Picard dice:
   ¿Escribe todavía en los diarios el autor de la FRANCE JUIVE? Y si aún escribe, ¿cómo es que las gacetas agrícolas no han recibido de M. Drumont ningún capítulo de actualidad sobre la AGRICULTURA JUDÍA?
   “¡Éa, bravos agricultores de Francia! Que vosotros poseéis tierras, las trabajáis, quitáis sus malas hierbas, segáis sus frutos y los recogéis con cuidado; pero he ahí que el Judío quiere recoger la verdadera cosecha, la renta de vuestras tierras, de vuestros sudores y de vuestras laboriosas combinaciones. Esta mezquina pieza de cien sueldos en la que confiabais para saldar los impuestos, alimentar vuestra familia, mejorar vuestros campos, rehacer en fin vuestros negocios; pues bien esta pieza que tanto tiempo ha os pertenecía a título de restitución, ya se la ha llevado de paso el Judío.
   “¡Ah! Este pájaro de presa es muy hábil y astuto. Él juega en la Bolsa con el fruto de vuestros trabajos, y llega finalmente a monopolizar vuestros trigos disponibles; hace el alta o baja del precio según su interés, y como su interés de momento consiste en la baja, os precipita el curso del trigo cuatro francos por quintal, precisamente en el momento en que vosotros tendríais necesidad de vender y de pagar.
   “Esta baja es una calamidad para vosotros; nada la hacía prever, nada la motivaba sino el cálculo y el interés de los Judíos amigos y protectores de M. Ferry, de esta misma república de la que dicho señor declaraba ser ante todo la REPÚBLICA DE LOS LABRADORES.
   “¿No es verdad que ahora empezáis ya a comprender en qué sentido?"
   “Pero sabed que todo esto no es sino el principio, y que los grandes rentistas que tanto se interesan por vosotros, se están preparando a dotaros de una bonita máquina aspirante que llevará por nombre el  CRÉDITO DE LA AGRICULTURA”.

   Si la Inglaterra se declara contra nosotros (10), si la escuadra alemana y la italiana bloquean nuestros puertos e interceptan los convoyes de América, ¿dónde tomaréis vuestro trigo, ya que los agricultores arruinados abandonan los campos para probar de ganarse la vida en las ciudades, y ya que en algunas regiones, casi la  mitad de las tierras se  han convertido en páramos?
   Hace dos años, se me habría respondido: “Nosotros tenemos nuestra flota”. Todo el mundo me hubiera fijado los ojos si me hubiera atrevido a escribir en la Francia Judía lo que Raoul Duval explicaba al grupo de camaradas, que se reunían como otros Espartanos: “Nuestra flota es inferior a la de Italia”.
   “Cuidado, me hubieran contestado quejosos los amigos; no eclipséis con exageraciones las excelentes cosas que contiene vuestro libro. ¿Cómo queréis persuadirnos esto, si la Francia en 1.882, pagó el más enorme de los presupuestos conocidos: tres mil setecientos millones de francos, el Himalaya de los presupuestos, un presupuesto como jamás haya pagado nación alguna?”
   La sesión de la Cámara del 9 de febrero último ha demostrado hasta la evidencia la verdad de lo que nos contaba Raoul Duval.
   Si en aquel momento hubiéramos tenido la guerra, éramos incapaces de luchar con la Italia en el Mediterráneo: la flota italiana era muy superior a la nuestra. No teníamos más que cuatro acorazados para oponer a los ocho acorazados italianos. Nuestras costas no estaban fortificadas y nuestros grandes arsenales podían vaciarse en un instante.
   -¿Tres mil setecientos millones?
   -Sí señor.
   -¿Y qué pueden hacer ellos de tanto dinero?
   -No lo sé; pero yo creo que no se perdió. Todos los que intervinieron en aquel jaleo, están muy bien arreglados…

   La pasividad con que la Francia, que ahora empieza a estar ya cansada, ha sufrido todas estas dilapidaciones y traiciones, es evidentemente para una nación una señal inquietante de la imbecilidad senil.
   ¿No es pues una necesidad  procurar una reacción, por medio de verdades contundentes y claras, contra la universal y perpetua mentira que constituye el fondo de la vida actual?
   A esta prensa servil parece cosa muy natural mentir para calumniar al sacerdote; y al paso que no tiene más que adulaciones para los Judíos que poseen muchos centenares de miles, reserva injurias para el humilde que sirve por 900 francos.
   Pero ¡cosa rara! Esta calumnia no indigna más que a medias a la opinión. Los mismos impíos tienen en tanta estima la grandeza del sacerdote francés, que la persecución parece como el premio de este noble sacrificado. El sacerdote apenas protesta, sino que acepta estos ultrajes como una prueba que lo santifica más y más. Ante las más monstruosas maquinaciones de la Francmasonería, se contenta con responder: Beati qui persecutionem patiuntur propter justutiam, quoniam ipsorum est regnum caelorum.
   Tiempo sería ya que los católicos y aún los mismos sacerdotes repitieran a todos:
   “Andad con cuidado; este sistema general de mentiras organizado en la prensa no se dirige al sacerdote solamente, sino que se extiende a todas las manifestaciones de la vida social del país; ni amenaza tan sólo a las almas sino a la existencia misma de la Francia y a la vida de vuestros hijos.
   “Mintió Ferry como un bribón en el artículo 7º, y vosotros no experimentando ningún prejuicio directo, dijisteis: ”Que se arreglen las monjas”. El trapacero volvió mentir enseguida con el mismo descaro cuando trató de la expedición de Tonkin y aquellos hijos fuertes y robustos que estabais aguardando en vuestros pueblos para que os ayudaran a recoger los frutos, se quedaron allá entre los ensangrentados arrozales. Los que cayeron vivos en manos del enemigo sufrieron terribles torturas, y fueron bárbaramente mutilados; cortándoles brazos y piernas y no quedaron de ellos más que sus informes troncos. Algunos volvieron acá hechos pedazos, como el mártir que nos muestra León Cladel en el Kin…. Kin…. que removiendo el pedazo de lengua que le quedaba, hacía esfuerzos para murmurar: Frrry… Frrry…¿Veis ahora si la mentira es tan inofensiva como todo esto?

   ¡Quiera Dios que bajo esta nueva forma, pueda mi libro ayudar a esta obra y alumbrar a algunos de mis conciudadanos! Nos encontramos en medio de pactos y de conjuraciones. Para no perecer, nos es preciso hacer públicas las maniobras de la Francmasonería y los cálculos de la Cábala Judía. Nuestra querida Francia, extraña a todo sentimiento de realidad, hechizada por la prensa de Israel, corre al borde de los precipicios con la indolencia de los sonámbulos. ¿Quién sabe si en tiempo oportuno todavía volverá a entrar en conciencia y posesión de sí misma, ó si esperará a despertase, cuando ya sea demasiado tarde, con la deslumbradora claridad de los relámpagos y el trágico fragor del trueno?
   Los que desde un principio han sido amigos y lectores de la Francia Judía,  pueden atestiguar cómo todo cuanto he dicho en esta obra se ha realizado puntualísimamente. A pesar de todo el oro de Israel, ningún escritor serio se ha atrevido a refutar mis afirmaciones.
   Sólo un antiguo tesorero, pagador general, pretendió presentarse a la palestra, pero no brilló como campeón. Para combatir la Francia Judía, se contentó con inventar algunos relatos escatológicos sobre Mgr. Gousset, de venerable memoria, y con narrar la historia de cierta mujer de Vannes, por nombre la Jarnotte, la que, según dicen, se dejaba caer con disimulo sobre las morcillas que vendía, a fin de hacerlas más sabrosas.
   Lo cual, como bien dijo Alberto Rogat en la Autorité “es excesivamente impropio; pero para combatir la Francia Judía del todo insuficiente”.
   Por lo demás, con su ordinaria mala fe, los Semitas han llevado siempre el debate  fuera de su verdadero terreno. Había yo tratado la cuestión económica y social, y hablado de las espantosas exacciones ejercidas por una raza parásita sobre el pueblo que le había dado hospitalidad; había demostrado con qué medios odiosos y viles, con qué cínicos golpes de Bolsa, con qué escandaloso agiotaje se había labrado esas fabulosas fortunas que serían bastantes para hacer vivir a cien mil familias, y los Judíos me respondieron acusándome de atacar su religión.
   A M. Lisbonne, presidente del Consejo general del Hérauld y hoy día diputado, habiendo tocado esta cuestión en una carta que vio la luz pública, le eché por los bigotes los pasajes de los diarios judíos, en los que algunos oficiales franceses, culpables tan sólo de ir a misa, son tratados de “clericales”, de “polichinelas de sacristía” y de “gorriones de iglesia”. Yo le desafié a citar algo de este género en la Francia Judía.
   Si M. Zadoc-Kan, el gran rabino, fuera sobrecogido por la muerte ante los rollos de la Thora, rezando el schema de Israel, yo ni soñaría siquiera en insultar este cadáver; y si semejante idea pasara por mí, todos mis amigos cristianos se pondrían de acuerdo para reprenderme.
   Los Judíos no tienen estros escrúpulos, y la muerte en el altar de un sacerdote de Jesucristo, de un père omnia, (padre omnia) como ellos dicen, les excita la más irresistible hilaridad.

   El Domingo, en Soulaincourt, escribe a la Lanterne (11) su corresponsal de Haute-Marne, en el momento en que se rechaza sus OREMUS ante el altar, nuestro PÉRE OMNIA fue súbitamente atacado de apoplegía. Cayó como herido por un rayo. Y ni los ángeles del cielo, ni los santos del paraíso, ni los pequeños dioses de la harina que estaban junto a él se movieron para levantarle.
   Los devotos tuvieron que transportarle a la sacristía y desde allí a su casa.
   ¡Pobre PÉRE OMNIA! Rogad por él, hermanos míos, porque el cielo le abandona.
   - Per omnia  saecula saeculorum.
   - Amen.
   ¿Quién no se siente conmovido con aquella palabra que resuena grave y solemne en el santuario, como si un eco de la eternidad respondiese súbitamente a la oración y súplica de los efímeros mortales que mañana habrán  ya dejado de vivir?
   Pues esto hace reír a los Judíos, según parece. Más a nosotros lo que nos hace reír es el pensar que volverá a tomarse a los pícaros alemanes todo el dinero que nos robaron. Cada cual ríe como quiere. ¿Con qué derecho M. Léonce, Raynaud y M. Lisbonne quieren impedirme de reír?
   Per omnia saecula saeculorum…. La oración de los representantes de aquella Iglesia que es depositaria de las palabras de Vida Eterna, resonará todavía largo tiempo después que haya sido barridos todos los que, intentando destruir a los sacerdotes, han sido los instrumentos del complot masónico contra la misma Francia.
   ¿Dónde están ya ellos? ¿Dónde los Gambettas y los Grevys, los Paul Berts y los Cazots? Todos se ven envueltos en ignominiosas aventuras; Se han precipitado al agua, no heridos por el rayo como los Titanes, sino simplemente resbalando sobre una corteza de naranja. En efecto, una mujer exasperada entra en la casa de Ville-d´Avray, y he ahí a Gambetta muerto. Un oficial pierde la cabeza en Lang-Son, y Ferry se ve obligado a huir del Palacio-Borbón por una escalera oculta. Cazot, el canciller, acabó más fácilmente en una mala causa. Quedaba Grevy, la Virtud personificada…. Pero ya es sabido cuán majestuosamente bajó este jurisconsulto del poder.
   Sin embargo este es el momento de abrir los ojos. Cuando llegue el día de las cuentas, los republicanos francmasones harán como los malhechores, quienes, a fin de ocultar sus crímenes, prenden fuego a la casa que acaban de saquear; nos meterán en una guerra insensata con otros Caffarels y otros Thibaudins.
   Que no se cansen nuestros sacerdotes de explicar la situación y de hacer comprender al pueblo lo que pasa.
   En el siglo quince la Francia estaba en tan mal estado como hoy. La caballería degenerada no pensaba más que en fiestas como la high life de París. Las almas desesperanzadas se habían abandonado a todos los extravíos de la razón, y las rondas infernales que hombres y mujeres presas de nervosa crisis formaban espontáneamente en todas las encrucijadas, se parecían a aquella especie de trepidación general que se deja sentir actualmente en toda nuestra sociedad delirante.
   Los monjes salvaron a nuestra querida Francia. De los claustros salió aquel libro inspirado directamente por Dios, La Imitación, tan dulce, tan suave, tan lleno de unción, tan fortificante al mismo tiempo, el cual pacificó un poco este desarreglado mundo. Por su parte los Padres Predicadores recorriendo las villas y castillos, levantaban los espíritus, daban consejos prácticos, y se ocupaban en abastecer a las tropas con mayor cuidado que nuestros intendentes de la última guerra. Ellos hablaban a los aldeanos y les decían, como el Hermano Richard, el confidente de Juana de Arco: “Bravos no os descorazonéis; sembrad habas en abundancia porque va a venir el ejército a libertar la patria, y es necesario que pueda vivir”.
   Nuestros sacerdotes tienen que cumplir una misión análoga: hacer que todos conozcan perfectamente y, como toquen con el dedo los graves males que amenazan al país; explicar que la persecución religiosa no es sino el preludio del complot organizado para la ruina de la Francia; mostrar claramente que nuestra suerte está en manos de algunos Judíos alemanes que no sueñan más que en la gigantesca operación que tendrán que hacer por el rescate de los veinte mil millones que nos exigirá Prusia….
   Cuando en un pueblo, algún hombre inteligente haya comprendido todo esto, ayudará los otros a comprenderlo también, y todos juntos dirán: "El momento es grave: perdonémonos recíprocamente nuestras pequeñas faltas, estrechemos nuestras filas, unámonos los de una misma religión, los de una misma raza, los descendientes de aquellos grandes hombres, nuestros progenitores, que vivieron y murieron, hace ya tantos siglos, en tierra francesa”. 3 de mayo de 1.888.

 

Notas:

 

1 Eduardo Drumont. Para comprender esta frase francesa conviene advertir que Berquin es autor de cuentos y escribe principalmente para niños. Así que en francés se llama vulgarmente Berquinade a un libro poco serio, hecho para entretener al pueblo.- N. del T.
2 El autor habla de aquella mujer que tenía por nombre Limouzin, que se hizo tristemente célebre por el proceso llamado de las condecoraciones juzgada en el tribunal de los asuntos criminales en Paris en 1.888, proceso que motivó la condenación de un general, yerno de Monsieur Grevy, quien a consecuencia de este escandaloso proceso se vio obligado a presentar su dimisión de Presidente de la República.- (N. del T.)
3 Así se llamaban los jefes de la república de Venecia y también el de Génova.- (N. del T.)
4 Grevy era tenido como el vir probus , como la virtud personificada, noble y serena.- (N. del T.)
5 Ver a este propósito lo que dice un antiguo consejero de Estado, Monsieur Le Tresor de la Roque, autor de la Hacienda de la República, a propósito de los robos que se cometen, gracias a la connivencia de los diputados republicanos, en todas las administraciones.
“Bajo el nuevo régimen, el contagio se ha extendido prodigiosamente. En San Quintín, el hospicio tenía rentas al portador cuyos títulos eran depositados en la caja: el recaudador vendió los títulos y robó los fondos ( 206.000 francos), mientras que los administradores firmaban con la mayor sangre fría la existencia de los títulos en la caja. En el mismo San Quintín, en Annency y Tarare, las sustracciones efectuadas en las cajas de ahorros suben a centenares de miles de francos (157.000 fr., 500.000 fr., 800.000 fr.). Otras cosas semejantes se contaban al mismo tiempo sucedidas en Villefranche, cerca de Niza, en Bourbon-l´Archambault, Joingy, otro empleado, robó más de 600.000 francos. En Niza, en la Tesorería General, hubo un desfalco de 1.800.000 francos. Se robó en Montpelier, en Saint-Etienne, en Saint-Bonnet-le-Château. Y notad que los ladrones eran republicanos ardientes, como lo era asimismo en la Dordogne aquel notario convicto de otra estafa; como lo eran aquellos otros notarios del Loiret, de Cantal y de la Tarn-et-Gazome, que se escaparon despues de haber disipado no pocos millones; como lo eran diecisiete otros también, notarios, consejeros generales, de distritos, o alcaldes, francmasones declarados, pero que al mismo tiempo que ardientes republicanos eran unos farsantes y estafadores.
6 Todavía se encuentran en la calle Grenelle algunos viejos tenderos que se acuerdan del expansivo gozo de aquel distrito, cuando el día 2 de Diciembre vieron pasar, entre una doble fila de cazadores de a pié, a los charlatanes de la Asamblea, quienes, pensando que todavía no habían hablado bastante, se habían reunido para conferenciar en la alcaldía del décimo distrito.
Hay que leer en las Memorias de un realista, en donde brilla sin embargo una inexplicable ternura por las corrupciones del parlamentarismo, la historia de M. de Vatimesnil, que había llevado a Monte-Valeriano un proyecto de ley de no sé cuantos artículos. “M. de Vatimesnil, cuenta M. de Falloux, había sido sorprendido por el Dos de Diciembre en plena discusión de la ley municipal, cuyo portador era. Al salir de su casa no había tomado otro bagaje que su legajo de papeles para la discusión a la orden del día. Llevaba la información en el bolsillo de su levita y andaba como dándose gran importancia. Las enmiendas hinchaban sus bolsillos de atrás. Una vez en Monte-Valeriano, él las revisaba, como si la discusión tuviera que tener lugar de un momento a otro”.
7 Al general Mateo Dumas, cuenta Taine, fue a quién en la víspera del 18 de fructidor, un comandante ofreció de hacer marchar a su gente a Luxemburgo y detener a Barras. El general rechazó el ofrecimiento.
-Usted ha sido un imbécil, le dijo Napoleón. Usted no entiende nada en revoluciones.
Este general había nacido para ser orleanista.
8 Un pequeño cuadro de algunas cifras será suficiente para dar a comprender las dilapidaciones a que se han entregado los Republicanos, quienes han llegado a tener un déficit de 700 millones sobre el presupuesto de 1.886.
1.869. - Gastos de todas clases …………………………………..1.870 millones.
Excedente de los ingresos sobre gastos ………………… 63 “ “.
1.876. - (Todas las deudas de la guerra están pagadas).
El presupuesto de gastos se ha fijado …………….……… 2.600 “ “.
Excedente de los ingresos ……………………………….. 80 “ “.
1.886. - Los diversos presupuestos de gastos se elevan a.. 3.600 “ “.
Excedente de los gastos sobre ingresos ………………….. 700 “ “.
9 Un eminente diplomático, que sin querer que apareciera su nombre, publicó un librito La Alemania actual, lleno de observaciones muy profundas, deslindó perfectamente el papel desempeñado por los Judíos cosmopolitas en los incidentes de estos últimos años: ”A causa del peligro, escribe él, que podían determinar estas polémicas de la prensa de allende el Rhin, conocióse la ingerencia de los Judíos tan escritorcillos y bolsistas. Su literatura de referencias, y sus artículos de a tres dos cuartos, son los que al presente dominan y tienden a dirigir los acontecimientos. Aquel que escribiese la historia de la especulación en nuestra época, legaría a los venideros un documento de inapreciable valor”.
10 Todas estas eventualidades que la prensa judía, cuyo empeño está siempre en dejarnos en una absoluta ignorancia, no discute jamás, son previstas todos los días por los diarios extranjeros.
Con fecha del 30 de Noviembre último la Presse de Viena comentaba ampliamente la noticia de la Gazette de Cologne, relativa a la acción común de la flota inglesa y de las flotas de las tres potencias aliadas para la defensa.
El diario supone que la flota inglesa tendría cuidado de defender a Italia contra la flota francesa y de sostener a la Alemania en caso de una guerra con la Francia o la Rusia.
El Weiner Tagblatt atribuye las negociaciones tiempo ha entabladas con Inglaterra, al jaque recibido por M. de Bismarck en su tentativa de atraer al zar a mejores sentimientos para con Alemania.
11 Lanterne, 5 de Noviembre de 1.887.

                            

INTRODUCCIÓN

Jacobinos antiguos y  nuevos.- Cazot, Poulet, Bouchet.-El Judío y la Revolución francesa.- Las fortunas Judías.- Los miles de millones de los Rothschild.- Erlanger.- El duque de la Rochefoucauld-Doudeauville.- Miseria intelectual de la plebe francesa.- Decaimiento moral.- Triunfo de los Judíos.- Agonía de la Francia.

Taine escribió la Conquista jacobina. Yo quiero escribir la Conquista judía.
   Al presente, el jacobino, tal cual nos lo describe Taine, es un personaje pasado de moda, extraviado en medio de nuestra época; el cual, como suele decirse, ha dejado de existir en el movimiento.
   Cuando se quiere afianzarse a si mismo queda burlado miserablemente. Ved sin como Cazot, Marius Poulet y Brutus Bouchet, tan dejadotes y mal aliñados no tuvieron la táctica que se requería para salir airosos. Figuraos un ladroncillo que, en el momento de hacer sus travesuras, se mofara de los mismos a quienes las hace, que jugara con los perros y se entretuviera como los chicos tirando piedras. Este tal al instante sería perseguido y la muchedumbre gritaría “¡A él! ¡A él!”
   El solo recurso del jacobino, aparte de lo que nos roba en el tesoro, es ponerse en condiciones con los hijos de Israel, y entrar como administrador en alguna compañía judía donde le hagan su parte.
   Al único a quien la revolución ha sido provechosa es al Judío. Todo procede del Judío y todo vuelve a él.
   Hay aquí una verdadera conquista, un avasallamiento de toda una nación por una minoría insignificante pero cohesiva, comparable al avasallamiento de los Sajones por los sesenta mil Normandos de Guillermo el Conquistador.
   Los procedimientos son diferentes, pero el resultado es el mismo. Esto es lo que caracteriza la conquista: todo un pueblo trabajando para otro, que se apropia por un vasto sistema de explotación rentísticas el beneficio del trabajo ajeno. Las inmensas fortunas judías, las casas de campo, los hoteles judíos, no son fruto de ningún sudor efectivo, ni de producción alguna; son solamente la prelibación de una raza dominadora sobre una raza avasallada.
   Es cierto, por ejemplo, que la familia de los Rothschild, que como todo el mundo sabe, posee tres mil millones, solo por parte de Francia, no los tenía cuando se presentó entre nosotros. Ella no hizo invento alguno, no descubrió minas, no ha trabajado tierras; luego ha sacado de los franceses estos tres mil millones sin darles nada a cambio.
   Esta enorme fortuna crece en una progresión, en cierto sentido, fatal. El Dr. Ratzinger lo dijo muy exactamente:
   “La expropiación de la sociedad por el capital móvil se efectúa con tanta regularidad como si fuese una ley de la naturaleza. Si no se trabaja en detenerla, dentro de 50 años o cuando más un siglo, toda la sociedad europea estará atada de pies y manos, en poder de algunos centenares de banqueros judíos”.
   Todas las fortunas judías se han formado del mismo modo, esto es, por una especie de preponderancia sobre el trabajo de los otros.

   Lo que un hombre como Erlanger ha podido arrancar del tesoro, sea directamente sea por medio de las sociedades rentísticas que fundara o cuyo instigador ha sido, es cosa extraordinaria y nunca oída. Yo he tenido la idea de resumir esta vida rentística en un cuadro de rigurosa exactitud, reduciendo las pérdidas para el público a las más modestas proporciones. Ellas pasan de doscientos millones.
   Algunos de estos negocios, cuyas acciones hoy nada valen, y que sólo han podido realizarse por medios fraudulentos, son evidentemente puras y simples estafas.
   Esta enorme sustracción del dinero adquirido por los trabajadores se ha llevado a cabo con una impunidad absoluta.
   Sin duda, es muy posible que ministros de justicia, francmasones y afectos a los Judíos, como los Cazet, los Humbert, los Martin-Feuillée, magistrados como Loew, Dauphin y Bouchez, no encuentren estos hechos reprensibles. Pero la magistratura ha tenido a su cabeza, antes de ellos, hombres de una integridad indiscutible tales  como los Tailhand, los Ernoul, los Depeyre; pero ellos se han portado mejor que los ministros francmasones.
   Recordad al duque de la Rochefoucauld-Bisaccia ( hoy día duque Rochefoucauld-Doudeauville), el cual cito yo aquí, sin ninguna animosidad particular como un personaje representativo, como se expresan los ingleses, como el representante de la aristocracia. Él recibe perfectamente a Erlanger en su casa; la Baronesa Erlanger forma parte, en Deauville de la escogida sociedad de la duquesa de Bisaccia.
   Lo que en nuestros días forma la inmoralidad, no es tanto el número de los pícaros que roban, cuanto el de los hombres de bien que encuentran muy natural que se robe.
   Si esto es así, es que la mayor parte de los mismos católicos viven como absolutamente ajenos a la economía social cristiana.
   No se hacen cargo de que si el hombre ha sido condenado por Dios al trabajo. El deber de la sociedad, su razón de ser, es impedir que no se la despoje, sea por violencia, sea por fraude, del fruto de este trabajo.
   Si la antigua sociedad pudo vivir tranquila y dichosa sin conocer guerras sociales, las insurrecciones y los pronunciamientos fue porque descansaba en este principio:”no hay beneficio sin trabajo”. Los nobles debían combatir en lugar de los que trabajaban; todo miembro de una corporación estaba obligado a trabajar por sí mismo, y le estaba prohibido explotar, merced a un capital cualquiera, a otras criaturas humanas, o percibir alguna ganancia ilícita del trabajo del compañero y del aprendiz.
   Hoy gracias al Judío, el dinero al cual el mundo cristiano no daba más que una importancia secundaria y no señalaba sino un papel subalterno, ha venido a ser todopoderoso. El poder capitalista, un contrato en unas cuantas manos, gobierna a su voluntad toda la vida económica de los pueblos, tiene las riendas del trabajo y se engorda con ganancias inicuas adquiridas sin trabajo.
   Estas cuestiones, familiares en Europa a todos los que discurren, son casi desconocidas en Francia. Y la razón es sencilla. El mismo Judío Lassalle ha hecho constar cuan corto era el fondo intelectual de la plebe, cuyas opiniones son formadas por las gacetas. Ahora bien, estando todos los diarios y los órganos de publicidad en Francia en manos de los Judíos, o dependiendo de ellos indirectamente, no es extraño que se nos oculte cuidadosamente la significación y alcance del inmenso movimiento antisemítico que por todas partes se está organizando.
   Mientras que el más insignificante personaje judío se ve ponderado, pregonado, celebrado en todos los tonos, otros grandes hombres, ardientes patriotas, como Simoniy, Istoczy, Onody, Stoecker, son absolutamente ignorados de nosotros. Es necesario haber tratado a algunas de estas magnificas individualidades, haber conversado con uno de estos austeros pensadores, iluminados por el genio, para comprender lo que todavía tiene en reserva esta admirable raza Aria, que tantos servicios ha prestado ya a la humanidad.
En todo caso, me ha parecido interesante y útil escribir las fases sucesivas de esta Conquista Judía, e indicar como, poco a poco, bajo la acción judía, la antigua Francia se ha disuelto y descompuesto, como a este pueblo, desinteresado, feliz, amante, se ha sustituido por un pueblo vengativo, afamando de oro y muy pronto muriéndose de hambre.
   Mi libro está en unión con todos los trabajos que se han ideado, bajo formas diferentes, por los psicólogos y los escritores de novelas, por los críticos y los cronistas.
   Cada uno tiene el presentimiento de un inmenso derrumbamiento y se esfuerza en trazar un bosquejo de lo que ha sido, esforzándose en notar lo que mañana no será ya más que un recuerdo.
   Lo que no se dice es la parte que tiene la invasión del elemento judío en la dolorosa agonía de una tan generosa  nación, es el papel que ha jugado, en la destrucción de la Francia, la introducción de un cuerpo extraño en un organismo que hasta entonces permaneciera sano. Ya hay muchos que ven todo esto, hablan de ello, se indignan al encontrar por todas partes Semitas que ocupan los primeros puestos; pero ellos son amantes de la paz, y por muchas causas, evitan el trasladar sus impresiones al papel.
   Quizás hubiera sido más acertado imitar esta prudencia; pero yo recuerdo que San Juan cuenta a los tímidos en el número de los que pueblan los abismos infernales, y no me sabe mal haber publicado este libro.
   Reuniendo en este estudio razones y causas de todo el esfuerzo de nuestra buena voluntad, mereceremos que los que vengan detrás digan de nosotros: “Es verdad que nada pudieron impedir, pero conocieron bien las fuentes del mal y las señalaron con inteligencia y valor: no fueron traidores a Dios ni a la Patria; no fueron imbéciles ni cobardes”.

             8 de diciembre de 1.885