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El esoterismo como principio y como vía

 

Frithjof Shuon

El esoterismo como principio y como vía - Frithjof Shuon

264 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2017
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 260 pesos
 Precio internacional: 18 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"El esoterismo como principio y como vía" es una de las obras más importantes de Frithjof Schuon por cuanto en la misma recapitula sus enseñanzas sobre el significado del esoterismo, la doctrina metafísica, sobre la vida moral y espiritual y así como del arte y las formas sagradas. Obra de una eminente madurez, tanto por la forma como por la inspiración, confirma y completa con maestría una perspectiva metafísica que abre la vía de la Religio perennis.
El autor no se basa tanto en las manifestaciones particulares o históricas del esoterismo sino en la Sophia Perennis en sí, que es esencia del esoterismo, independientemente de su forma.
El libro se estructura en cuatro partes: «Sophia Perennis», «Vida espiritual y moral», «Fenomenología estética y teúrgica » y «Sufismo».
La primera parte contiene varios capítulos de suma importancia doctrinal, en los que se exponen los principios metafísicos de la Sophia Perennis y en los que el autor explica qué es el esoterismo, por qué esta perspectiva es posible e incluso necesaria, y cómo se aplica a los diversos planos de la existencia humana. La segunda parte está dedicada a la vida espiritual y moral, considerada de un modo práctico y operativo. En estos estudios, Schuon arroja luz sobre temas tan esenciales como las virtudes en la vía, la sexualidad, la naturaleza y el papel del sentimiento, o la sinceridad. La sección tercera estudia los fundamentos de una estética integral, los grados del arte y otras cuestiones. Por último, la cuarta parte ofrece dos notables estudios sobre sufismo. Todas las páginas de este libro son una demostración de que «sólo el esoterismo, al referirse a la verdad total, puede dar respuestas que no sean fragmentarias ni estén comprometidas de antemano por un sesgo confesional». Solamente las teorías esotéricas pueden satisfacer las necesidades urgentes de la causalidad
Según el autor, la palabra "esoterismo" se refiere a priori a doctrinas y métodos que son más o menos secretos porque se supone que van más allá de las capacidades limitadas de la gente común. En este libro, partiendo de la idea de que se trata del esoterismo auténtico, nos explica por qué esta perspectiva es posible e incluso necesaria, y cómo se aplica a los diversos planos de la existencia humana.

 

ÍNDICE

Introducción7
I.- Sophia Perennis13
Comprender el esoterismo13
El misterio del velo52
Números hipostáticos y cósmicos74
El árbol primordial91
II.- Vida espiritual y moral105
La triple naturaleza del hombre105
Las virtudes en la vía114
Naturaleza y papel del sentimiento131
Lo que es y lo que no es la sinceridad136
El problema de la sexualidad143
Dimensiones de la vocación humana163
El mandamiento supremo168
El verdadero remedio176
Criterios de valor187
III.- Fenomenología estética y teúrgica193
Fundamentos de una estética integral193
Los grados del arte201
El papel de las apariencias219
La función de las reliquias225
Criteriología elemental de las apariciones celestiales233
La danza del sol242
IV.- Sufismo251
La religión del corazón251
La vía de la unidad258

Introducción

 

Antes que nada, es necesario ponerse de acuerdo sobre el significado de la palabra «esoterismo». Todo el mundo sabe que a priori designa doctrinas y métodos más o menos secretos dado que se considera que sobrepasan a las limitadas capacidades del común de los hombres. Ahora bien, lo que se intenta explicar es el porqué esta perspectiva es posible, o incluso necesaria, y cómo se aplica a los diversos planos de la existencia humana; todo esto partiendo de la idea de que nos referimos a un esoterismo auténtico y no a falsificaciones o desviaciones del mismo, capaces de comprometer la palabra, si no la cosa, pero que a menudo no hacen sino satisfacer una inclinación por la extravagancia. Ciertamente, todo esoterismo aparece teñido de herejía desde el punto de vista del determinado esoterismo, que no podría evidentemente descalificarlo si es intrínsecamente ortodoxo, es decir, conforme a la verdad estricta y al simbolismo tradicional del que procede. Es verdad que el esoterismo más auténtico puede alejarse incidentalmente de este marco y referirse a simbolismos extraños, pero no podría ser sincretista en su propia sustancia. Por lo demás, lo que nos interesa aquí son menos los esoterismos históricos —tales como el pitagorismo, el Vedânta shivaíta o el Zen— que el esoterismo en sí, al que preferimos denominar sophia perennis y que, en sí mismo, es independiente de las formas particulares, dado que se refiere a su esencia.
Se nos podrá objetar que resulta contradictorio hablar en público de cosas tan precarias desde el punto de vista de la inteligibilidad; responderemos una vez más, junto a los cabalistas, que es preferible la sabiduría sea divulgada y no olvidada, haciendo abstracción de que sólo nos dirigimos a aquellos que quieran leernos y comprendernos. Vivimos en una época de confusión y de sed en que las ventajas de la comunicabilidad pesan más que las de la secretividad; además, únicamente las tesis esotéricas pueden llegar a satisfacer las imperiosas necesidades de causalidad que suscitan las posiciones filosóficas y científicas del mundo moderno. A esto es preciso añadir que si las doctrinas esotéricas no son aceptadas como merecen serlo, no es solo por falta de buena voluntad; esta falta puede tener causas inexcusables o excusables, y, en este último caso —que es a menudo cuestión de imaginación— se encuentra compensado por una actitud espiritual, sin duda limitada, pero sin embargo positiva y eficaz. No pretendemos convertir a cualquiera que esté en paz con Dios, si lo está realmente, es decir, según la voluntad de Dios y con un corazón puro; queremos asimismo subrayar que, en lo que nos concierne, la noción de esoterismo evoca mucho menos la superioridad intelectual que la totalidad de la verdad y los derechos imprescriptibles de la inteligencia, siempre en el clima de una relación humana, o sea, vivida con el Cielo. La idea de que los no-esoteristas carecen por definición de inteligencia, o de que los esoteristas de facto están necesariamente provistos de ella, no anida, en todo caso, en nuestro espíritu.
Como ya hemos hecho notar más de una vez en nuestras obras precedentes, parece que se hace cada vez más difícil admitir —desde el punto de vista de la ideología de «nuestro tiempo»— no solamente que tal o cual religión sea la única verdadera, sino también que haya una verdadera religión, cualquiera que ella sea; en la medida en que las religiones tienen una parte de responsabilidad en esta situación —en función de las limitaciones humanas—, se la puede encontrar en las limitaciones de su cosmología y de su escatología, y también en su exclusivismo. Las tesis religiosas no son ciertamente errores, pero sí son recortes ocasionados por una determinada oportunidad mental y moral; se acaba por descubrir el recorte pero al mismo tiempo se pierde la verdad. Ahora bien, sólo el esoterismo puede explicar el recorte y restituir la verdad perdida, al referirse a la verdad total: sólo él puede dar respuestas que no sean ni fragmentarias ni estén comprometidas de antemano por un sesgo confesional. De la misma manera que el racionalismo puede hacer desaparecer la fe, el esoterismo la puede hacer recuperar.
Pero es necesario que nos situemos ahora en un punto de vista mucho más general. Según algunos, ninguna «ideología» ha salvado al mundo; sin preocuparnos de las intenciones de este término, respondemos que ningún sistema espiritual, ninguna religión, ha tenido jamás este fin, porque de lo que se trata es únicamente de proporcionar a los hombres el medio de salvarse, no de salvarles a su pesar, y también de proporcionarles el medio de crear un marco favorable, o lo menos desfavorable posible, para la realización de este fin. Sólo se puede salvar a los que quieren ser salvados: los que, en primer lugar, se dan cuenta de que se están ahogando y, en segundo lugar, quieren asirse a la tabla de salvación que se les ofrece; el hombre, siendo libre, está condenado a la libertad. No son las verdades ni los métodos de liberación los que han «hecho quiebra», son los hombres convertidos en «adultos», por decirlo así; las circunstancias atenuantes —límite de los esoterismos ante ciertas experiencias, de una parte, y descubrimientos científicos, de otra, en ausencia de la capacidad de interpretarlos e integrarlos—, estas circunstancias, decíamos, no bastan para disculpar a los hombres de hacerse insensibles a evidencias innatas y siempre palpables, y de cerrarse orgullosa y puerilmente a la Misericordia. Por lo demás, la historia de una religión es siempre la historia de una lucha entre un don divino y un rechazo a aceptarlo, lo que en parte explica las exageraciones compensatorias de los santos.
Hay dos maneras de leer un libro: que el lector comience por el principio y prosiga pacientemente la lectura hasta el fin, o que elija libremente los capítulos que a primera vista suscitan su interés. Se observará sin dificultad que este nuevo libro tiene la misma estructura que nuestras obras precedentes, es decir, se compone de ensayos más o menos independientes los unos de los otros y de importancia desigual, como lo indica, por otra parte, la división en varias partes de contenido muy diverso.
El hecho de que hayamos recurrido de buena gana a las terminologías sánscrita y árabe tiene el siguiente significado: la India, con las Upanishads, representa la doctrina metafísica más antigua de la humanidad —pensamos en la metafísica explícita, no en el puro simbolismo que no tiene origen ni localización—, mientras que el Islam es la última Revelación de la humanidad y cierra así el ciclo de los grandes brotes legisladores y salvadores. Las dos corrientes tradicionales, la aria primordial y la semítica final, se han reencontrado en el suelo de la India, lo que, lejos de ser una casualidad —y no hay casualidad en fenómenos de semejante envergadura—, es por el contrario una situación simbólica llena de significado.
Nuestro libro, si contiene los elementos necesarios para permitir situar el esoterismo en el sentido más general del término —podríamos decir otro tanto de nuestras obras precedentes—, no es, sin embargo, un tratado sistemático sobre esta materia; por otra parte, no tiene necesidad de serlo para justificar su título, puesto que el esoterismo no está solamente en la elección de las ideas, sino que está también en la manera de considerar las cosas. Esto quiere decir que se encontrarán en este libro temas que por sí mismos son independientes del dominio esotérico, pero sin embargo se integran en él desde nuestra perspectiva, y así contribuyen a comunicar no tanto doctrinas históricamente clarificables, cuanto una disciplina de pensamiento conforme a estas doctrinas o más bien a su esencia.
Toda exposición doctrinal evoca de entrada la cuestión de las fuentes de la certeza y, por consiguiente, de los criterios de verdad. Ahora bien, la verdad nos es dada, de una parte, desde el exterior y, de otra, desde el interior, según sea indirecta y formal o directa y esencial: en condiciones normales, aprendemos a priori la realidad de las cosas divinas por la Revelación, que nos suministra los símbolos y los datos indispensables, y, a posteriori, tenemos acceso a la evidencia de estas cosas por la Intelección, que nos revela su esencia más allá de las formulaciones recibidas —pero no contra ellas— a condición de que nada en nuestra naturaleza ni en nuestra voluntad se oponga a ello. La Revelación es una Intelección en el macrocosmo, mientras que la Intelección es una Revelación en el microcosmo; el Avatâra es el Intelecto externo, y el Intelecto es el Avatâra interno.
Es notorio que la Revelación exige la fe; es menos evidente que la Intelección la exige igualmente a su manera, y esto parece incluso paradójico, puesto que el Intelecto, por definición, contiene la certidumbre. Pero la certidumbre tiene grados desde el punto de vista de la asimilación o de la integración, o de la sinceridad si se quiere; credo ut intelligam, pero también: intelligo ergo credo. En el primer caso, la fe consiste en aceptar la verdad obtenida por el exterior y en aceptarla de una manera instintiva, volitiva y sentimental; en el segundo caso, la fe no consiste en aceptar la evidencia, lo que sería un pleonasmo, sino en hacerla penetrar en nuestro ser entero, lo que compromete igualmente —como en la fe religiosa— a la voluntad y el sentimiento. Al respecto de este último, importa especificar que esta facultad no es reprobable más que cuando usurpa la inteligencia y se opone a la verdad, y no cuando prolonga la primera y sirve a la segunda, lo que constituye su función normal; si el sentimiento fuese ilegitimo, la belleza lo sería también, y no habría lugar a perseguir la belleza y el amor hasta su manantial divino.
Y recordemos aquí esta verdad axiomática: que la Intelección se sirva del razonamiento, lo que es humanamente inevitable, no puede significar que se identifique con éste; sin embargo, el razonamiento correcto y fundado sobre datos suficientes puede ser una causa ocasional para una intelección particular, exactamente como puede serlo un símbolo cualquiera en la naturaleza o en el arte. El pensamiento suficientemente adecuado, aunque fuese titubeante, puede actualizar una toma de consciencia procedente de una dimensión muy distinta del encadenamiento de las operaciones mentales, pues, proporcionado a la Intelección, ofrece un simbolismo y un punto de partida; ahora bien, la función de todo símbolo es quebrar la corteza de olvido que cubre la ciencia inmanente del Intelecto. La dialéctica intelectual, como el símbolo sensible, es un velo transparente que, cuando sucede el milagro del recordar, se desgarra y descubre una evidencia que, siendo universal, brota de nuestro ser, el cual no sería si no fuera Lo que es.