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Embajador en el infierno

Memorias del Capitán Palacios. Once años de cautiverio en Rusia

Torcuato Luca de Tena - Teodoro Palacios Cueto

Embajador en el infierno - Memorias del Capitán Palacios - 11 años de cautiverio en Rusia - Torcuato Luca de Tena - Teodoro Palacios Cueto

248 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2014
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 140 pesos
 Precio internacional: 20 euros

 

Torcuato Luca de Tena narra, con pluma maestra, la epopeya del capitán Teodoro Palacios, quien al frente de la División Azul durante la Campaña de Rusia en la segunda guerra mundial es capturado en 1943, junto a sus soldados, por las tropas soviéticas, y durante 11 años es recluido en distintos campos de concentración rusos, donde sufre todo tipo de castigos y vejaciones aun peores que la más terrible de las torturas físicas, pues su objetivo es destruir el alma y los ideales. Pero, por más técnicas que los rusos intentaran, jamás pudieron doblegar a este duro soldado, a quien por su coraje y bravura llamaban "el Gigante". Tal como confirma una carta de un comandante austríaco a su gobierno en 1953, “Este capitán es respetado y querido por todos los prisioneros de cada país, y también temido por los rusos debido a su firme actitud. Nosotros le hemos dado el sobrenombre de ‘el último caballero sin miedo y sin tacha...’.”
Durante todos esos años de prisión Palacios es un ejemplo de ánimo, orgullo y solidaridad para todos los presos recluidos con él.
Si no fuera porque este libro cuenta la historia de un hombre de honor que dejó todo por la idea europea que encarnaron los soldados del Tercer Reich, sería sin duda un libro de referencia de la literatura universal. No sólo se destaca por lo atrapante de su lectura y lo increíble de los sucesos narrados, sino que debería ser usado de ejemplo como un código militar puesto en ejemplos: palabras como «honor», «disciplina», «lealtad» se llenan de contenido en él.
A pesar del silencio en los medios, obtuvo en el año de su aparición los premios Nacional de Literatura y Ejército de Literatura. En el primer año de edición alcanzó la cifra de 27.500 ejemplares vendidos y desde entonces no ha dejado de editarse en todos los idiomas, agotándose edición tras edición.

Nos animaríamos a decir que Teodoro Palacios Cueto fue el mejor embajador que España pudo tener, aun en el infierno soviético, y sus memorias uno de los mejores libros que se pueda encontrar.

 

ÍNDICE

Prólogo 7
I.- La última batalla 13
II.- La primera celda 21
III.- “Yo soy masón” 29
IV.- Entre alambradas 35
V.- El hambre 41
VI.- El precio de una flor 49
VII.- Sin compañera 53
VIII.- Italia, siempre artista 59
IX.- Un ángel sin piernas 65
X.- La muchacha y el camión 75
XI.- ¿Liebre o camello? 87
XII.- “Ya no la quiero” 95
XIII.- Venturosamente secuestrado 101
XIV.- Huelga de hambre 111
XV.- La cárcel de Catalina 123
XVI.- El tribunal militar 131
XVII.- La delincuencia en la U.R.S.S. 141
XVIII.- Sergieff 147
XIX.- Morir respetado o vivir despreciado 153
XX.- En el banquillo 161
XXI.- Otros españoles en Rusia 175
XXII.- Bucles de oro y el alférez Castillo 187
XXIII.- Escribo a Vichinsky 197
XXIV.- Borovichi 205
XXV.- Muere Stalin 213
XXVI.- ¡No eran fuertes como toros! 221
XXVII.- Por la puerta grande 231
Epilogo 245

PRÓLOGO

 

EL 28 DE MARZO DE 1954, una motora de la Policía turca desatracó del muelle, en el puerto de Estambul, y se hizo a la mar en busca del Semíramis: un buque poblado de fantasmas.
Yo fui uno de los pocos afortunados que, a bordo de la motora, y después de surcar, quebrándolo, aquel paisaje de Pierre Loti, alcanzó, aguas del Bósforo arriba, en el punto mismo descrito por Espronceda, Asia a un lado, al otro Europa, el barco aquel fletado por la Cruz Roja Francesa. Había zarpado de Odesa la víspera y traía a bordo doscientos ochenta y seis hombres, rescatados de Rusia después de un cautiverio cuya duración oscilaba entre los once y los dieciocho años.
A lo largo de los cinco días que invirtió el Semíramis en llegar de Estambul a Barcelona, fuimos espiando, fui espiando, las reacciones de aquellos hombres en su nuevo despertar a la vida. “Es como si en un muerto –dijo uno de ellos más tarde, explicando la torpeza de sus reacciones– renaciera de pronto la sensibilidad y comenzara a percibir en torno suyo rumores y reflejos de luz emergiendo del silencio y de las sombras infinitas. El resucitado no sabría nunca cuáles pertenecían aún al mundo de las sombras y cuáles eran ya fruto de su actividad consciente.”
Como periodista, redacté entonces mis impresiones –hilos sueltos de un reportaje no escrito aún– de aquel viaje a bordo del Semíramis, “nueva barca de Caronte, entre las dos orillas de la muerte y de la vida”. Describí en presente de indicativo cuanto iba aconteciendo y anticipé el impacto, porque aquélla era la verdadera inquietud informativa del momento, del choque entre aquellos hombres y su propio futuro. Es decir, olvidé su pasado. La pregunta inquietante, de qué había sido de ellos en aquel mundo desconocido, durante aquellos años desconocidos, estaba en la mente de todos, pero no era aún el momento de formularla.
Ya ha llegado la hora de saberlo todo. De escuchar el estupendo relato, la increíble aventura.
* * *
Este libro, un libro muy semejante a éste podría haber sido escrito por cualquiera de los repatriados retenidos once, quince, dieciocho años en la Unión Soviética, porque su gran protagonista es la Ausencia y la Muerte rondándole la espalda. Sin duda alguna no es el primero ni será el último. No pretende tampoco ser el mejor.
Ha querido, tan sólo, responder, bien sea de manera parcial a ese “¡cuéntame!” genérico y universal de un país al recibir, después de tan larga aventura, a los que creía muertos.
Ahora bien. Este libro, aunque histórico, no es un libro de Historia. Que no se le achaque no ser lo que nunca pretendió. Escribir la Historia de la División Española de Voluntarios en Rusia es un empeño dignísimo, pero no ha sido ése nuestro empeño. Una cosa es la Historia del Renacimiento, y otra muy distinta las Memorias de Benvenuto Cellini, aunque, dicho sea de paso, las Memorias del genial artista prestan singularísima luz al estudio del Renacimiento. Pero, ¿por qué no escribir –puede argüirse– la de Miguel Ángel o Leonardo? No se culpe a quien levanta un edificio de no haber querido o podido erigir una ciudad. Digo esto anticipándome a posibles recelos. En realidad, la común y descomunal aventura de Rusia ha tenido múltiples y dignísimos protagonistas de muy varias nacionalidades. Si en una cesta se barajaran sus nombres y se escogiera al azar uno de ellos, cualquier escritor con la pluma bien puesta hubiera podido escribir páginas mejor cortadas que las mías con otros personajes centrales. Pero ese escritor no sería yo. Desde que el azar periodístico me lanzó a bordo de la motora turca contra el Semíramis sentí la necesidad imperiosa de escribir este libro y no otro, seleccionando, como personaje central del reportaje que iba tomando cuerpo dentro de mí, a uno de los prisioneros.
No sé qué vi en él, que me impresionó vivamente: su apostura, su serenidad, su sencillez...
–No hable usted de mí –me dijo, cuando acudí a interrogarle–. Hable de los “soldadicos”.
Pero fueron los “soldadicos” los primeros que me hablaron de él.
Al llegar a Barcelona tenía terminada su “ficha” para el reportaje. Ésta:
“Teodoro Palacios Cueto, nacido el 11 de septiembre de 1912 en Potes, Santander. Hijo de hidalgos pobres. Cristiano viejo. Capitán de Infantería. Hecho prisionero el 10 de febrero de 1943, en el frente de Leningrado, sector de Kolpino, cerca de Krasni-Bor. Prisionero en los campos de concentración de Cheropoviets, Moscú, Suzdal, Oranque, Potma, Jarcof, Borovichi, Rewda, Cherbacof y Vorochilogrado. Condenado tras las celdas por insubordinación en Kolpino (por negarse a declarar desnudo, pues aquello atentaba contra su dignidad militar); en Suzdal (por negarse a realizar trabajos agrícolas, ante un piquete de soldados con armas cortas y perros policías, pues aquello según él violaba la Convención de Ginebra sobre Prisioneros de Guerra); en Oranque (por acudir en defensa de unos rojos españoles secuestrados por los rusos en una barraca); en Potma (por defender al teniente Altura, que había sido agredido por un centinela); en Jarcof (por negarse a trabajar como en Suzdal); en el número 1 de Borovichi (por encerrarse voluntariamente por solidaridad con un alférez a quien habían maltratado); en Rewda (por escribir al Gobierno soviético dos cartas replicando a un discurso de Vichinsky)...”
Había que añadir, para la confección de la ficha: tres huelgas personales de hambre; cuatro cartas directas al ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Soviética; una Historia de España escrita para el uso de los “soldadicos” cautivos; una “Universidad” creada e improvisada por él para intercambiar clases de idiomas entre los prisioneros de diversas nacionalidades; la inspiración (pues la organización corrió a cuenta de otras manos) de un servicio de ayuda alimenticia a los compañeros enfermos o depauperados, y, por último, una defensa de cinco horas, de sí mismo y de tres compañeros, en el primer Tribunal Militar que le condenó a muerte por agitación política y sabotaje.
Esta es la “ficha” incompleta que yo tenía del capitán Palacios cuando el Semíramis llegó a Barcelona. Allí, entre vítores, aplausos, flamear de banderas, estampidos de cohetes y repique de campanas, mientras el resto de la expedición estaba poseída de un loco histerismo, la serenidad de este hombre era casi insultante para los testigos que, contagiados por la intensa fuerza dramática del momento no sabíamos ni podíamos contener la emoción. Aquel día escribí en ABC:
“Allí vi al tremendo e increíblemente sereno capitán Palacios –aquel a quien en el argot de los campos de concentración llamaban, si no por su estatura física, por su estatura moral, “el Gigante”– caer en brazos de sus hermanos y de una comisión de Santander que, con pancartas, acudió a rendirle el primer homenaje anticipo de los que este hombre, héroe singularísimo de esta callada aventura, merece.”
Y para que fuera cierto el pronóstico, busqué en España, tras unos días de respeto, al capitán Palacios para rogarle que escribiera sus Memorias, brindándole mi colaboración. No fue fácil el hallazgo, pues en este tiempo, el repatriado se encerró en su pueblo natal entre los Picos de Europa, para gozar de un necesario y soñado descanso, y más tarde contrajo matrimonio.
Al fin, estando en puertas el mes de diciembre del mismo año del retorno, iniciamos, en colaboración, las páginas que siguen. El tormento de los mil y un interrogatorios sufridos en Rusia, se reprodujo en cierto modo para él durante las ocho o diez horas de trabajo común. El libro estaba ya en marcha, pero avanzaba con dificultad. El capitán Palacios, excelente narrador de episodios ajenos, se resistía, en cambio, por pudor, a relatar los propios. Y su resistencia era mayor cuanto más fundamental había sido en determinadas acciones su actuación personal. La defensa ante los Tribunales Militares, por ejemplo (pieza de extraordinario valor humano y oratorio), ha sido casi textualmente reproducida gracias a la colaboración de terceros. Yo he sido, pues, responsable –así como el título– de la narración completa de muchos episodios que, escritos en primera persona, pueden parecer inmodestos, pero que de haber hecho caso a la modestia del protagonista hubieran quedado cojos y desfigurados.
En cuanto a los múltiples episodios acaecidos a los compañeros de cautiverio del capitán Palacios y conocidos por referencias más o menos directas, los autores responden de la veracidad, mas no por su rigor cronológico, geográfico y documental. Es posible, a pesar de las múltiples purgas y comprobaciones a que han sido sometidas estas páginas, que se hayan deslizado olvidos, erratas y aun errores en lugares, fechas o nombres.
De aquí que no sólo serán bien recibidas, sino sinceramente agradecidas, cuantas observaciones se remitan para rectificar posibles lagunas en ediciones ulteriores.
La dificultad para retener nombres de complicadas fonéticas extranjeras, sin haber sido leídos, sino tan sólo oídos por quienes ignoraban el idioma en que se pronunciaban, es sólo un indicio de las muchas dificultades con que han tropezado los autores para dar “rigor histórico” a la “veracidad histórica” del estupendo relato.
He procurado, en fin, prescindir de toda afectación retórica o literaria, ciñendo el estilo a la pura narración y hasta olvidando, que no buscando, algún que otro pecadillo contra la analogía y la sintaxis que cayeron al correr de la máquina y que no fueron retirados, por no restar espontaneidad a la narración directa, casi oral, del reportaje. Y esto es fundamentalmente –no hay que olvidarlo– un reportaje. Mejor aún: es la narración histórica de un militar, transformada en reportaje por un periodista.

TORCUATO LUCA DE TENA

 

EPÍLOGO

 

LA PRIMERA EDICIÓN de este libro se terminó de imprimir en mayo de 1955.
Doce años y seis meses después, el 19 de noviembre de 1967, el Diario Oficial del Ministerio del Ejército publicaba la siguiente orden:
CRUZ LAUREADA DE SAN FERNANDO
“Como resultado del expediente de juicio contradictorio instruido al efecto y de conformidad con lo propuesto por la Asamblea de la Real y Militar Orden de San Fernando y por el Ministro del Ejército, S. E. el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos Nacionales se ha dignado conceder la Cruz Laureada de San Fernando, como comprendido en los artículos 49 –casos 1º y 2º–, 50 –caso 3º–, 51 –casos 6º y 12º– y 54 –casos 1º y 5º– del Reglamento de la mencionada Orden, al capitán (hoy teniente coronel) de Infantería D. Teodoro Palacios Cueto por su heroica actuación en el combate librado el día 10 de febrero de 1943 en el sector de Krassnij Bor, del frente ruso, para la defensa de la posición guarnecida por la Unidad de la División Española de Voluntarios que aquél mandaba.
A continuación se relatan sucintamente los méritos del citado capitán en la acción de referencia.
MÉRITOS
El 10 de febrero de 1943, fuerzas rusas compuestas por las Divisiones 72, 73 y 63, dos Batallones de morteros de 80 mm., dos de anticarros de 76 milímetros, uno de carros medios y pesados y, además, numerosos grupos independientes de Artillería de 124 y 203 mm. (en total 187 baterías), más la aviación, rechazaron una ofensiva sobre el sector de Krassnij Bor que defendían los Batallones primero y segundo y 250 del Regimiento de Infantería núm. 262. El capitán Palacios mandaba la 5ª Compañía del segundo Batallón, cubriendo un amplio frente de cerca de dos kilómetros.
Informado de la inminencia del ataque, el capitán Palacios adoptó cuantas disposiciones eran precisas para defender con la mayor eficacia su posición, ordenó el municionamiento, tuvo en cuenta los más mínimos detalles sobre la situación de las armas, distribución de ranchos en frío y descanso del personal, exhortó muy especialmente a todos a que cumplieran con su deber Y concretó que la orden era de resistir hasta morir.
A las siete de la mañana del día 10 comenzó la preparación artillera, con una intensidad y violencia extraordinarias, que duró dos horas, en la que tomaron parte 187 baterías enemigas y dejó destruidas toda clase de defensas. Durante esta preparación el capitán Palacios ordenó la protección de sus armas automáticas para evitar su destrucción, cosa que fue conseguida gracias a sus disposiciones.
Después del primer periodo intensivo de la preparación, iniciaron el primer ataque los carros de combate y la infantería rusa, que fueron rechazados. Sucesivamente se fueron produciendo nuevos ataques que en oleadas fue lanzando el enemigo, con abrumadora superioridad de medios y hombres. A pesar de la denodada resistencia de las fuerzas españolas, a las diez treinta horas habían sido aniquilados el primer Batallón, que defendía el terraplén de la línea férrea Moscú-Leningrado, y ocupado todo el flanco derecho de la 5ª Compañía. Del Batallón 250 sólo se conservó una posición a cuatro kilómetros aproximadamente de la que ocupaba el capitán Palacios, que con los supervivientes de su Compañía quedó cercado totalmente por el enemigo.
En estas condiciones continuó resistiendo los incesantes ataques del enemigo, al que causó numerosísimas bajas y le impidió usar la carretera que desde Kolpino penetraba en la retaguardia hacia Krassnij Bor, cuya utilización por el enemigo hubiera puesto en grave riesgo el frente propio. Los rusos atacaron una y otra vez, apoyados por carros de combate, artillería y aviación. Esta última fue utilizada ante la resistencia que oponía el capitán Palacios, que les impedía ocupar la carretera de Kolpino, punto clave del ataque enemigo. La intensidad del ataque hizo que quedasen destruidas todas las armas automáticas. Fueron aniquiladas totalmente la 1ª·y 2ª Sección. En la posición del capitán Palacios quedaron diez hombres pertenecientes a la Plana Mayor, y treinta de la 3ª Sección más cuatro recuperados de otras Secciones. De éstos, treinta fueron bajas por heridos o muertos al principio del combate, y aun de los catorce que quedaron al final sólo tres no padecieron heridas, siendo los demás heridos menos graves o contusos. En total hay que calcular en el noventa por ciento las bajas sufridas por la 5ª Compañía.
Durante el combate, el capitán Palacios utilizó todos los recursos de su ingenio y conocimientos para mantener la moral de sus tropas, siempre estuvo en los sitios de mayor peligro y demostró poseer un valor heroico y extraordinarias dotes de mando, que hicieron posible tan prolongada resistencia. A las dieciséis treinta horas, agotadas las municiones hasta el último cartucho, tras haber causado un elevadísimo número de bajas al enemigo y después de nueve horas de combate, fue hecho prisionero con su pequeño número de supervivientes, en cuya situación permaneció durante once años, hasta su regreso a la Patria, dando en todo momento ejemplo de las más altas virtudes castrenses.
Madrid, 17· de noviembre de 1967.”