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TEOFANÍA

El espíritu de la antigua religión griega

Walter Otto

TEOFANÍA - El espíritu de la antigua religión griega - Walter Otto

112 páginas
Ediciones Sieghels
2011
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 35 pesos
 Precio internacional: 10 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En este breve y contundente texto el destacado filólogo alemán Walter F. Otto hace un rescate de la religión griega, vista no como consecuencia de una "ilusión primitiva" o de la irracionalidad del hombre, no como resultado del terror o la fascinación ante el mysterium del mundo, mucho menos como producto del "inconsciente colectivo", sino más bien como auténtica revelación de lo Divino.
Para los antiguos griegos el mundo sólo puede entenderse como teofanía, es decir, como una manifestación constante y absoluta de los dioses en todos los aspectos de la vida: en ello radica el espíritu de la religión griega. Los poemas de Homero son el mejor ejemplo de que detrás de todo acto, de todo fenómeno y, en suma, de toda forma hay siempre un dios, una potencia que hace que todo sea como es. Los dioses griegos no son, pues, personificaciones de los fenómenos de la naturaleza, ni de un ideal de perfección humana, sino que son "lo Divino con rostro humano". Lo Divino, entendido como principio generador del mundo, decide cobrar forma en los dioses y, a través de éstos, se revela en el mundo. El actuar de los dioses se narra, a su vez, en el mito, el cual cobra vida una y otra vez a través del rito. Y sólo gracias a la articulación de ambos, a la constante repetición ritual de los gestos míticos, pueden los hombres ascender hacia los dioses y hacer que éstos desciendan hacia ellos, como ocurría en el inigualable universo griego.
"Los dioses muestran a quien les mire la cara la riqueza infinita del Ser", nos dice Otto. Y es que esta apertura del hombre hacia lo Divino –su disposición a mirar el rostro de los dioses y escuchar su voz– es lo que verdaderamente importa recuperar de la religión griega, en una modernidad que ha cerrado los ojos ante el Cosmos y que sólo se escucha a sí misma.
En la potencia espiritual del paganismo heleno la civilización occidental puede ver claramente la esencia de aquél mundo griego al que tanto tributo todavía rendimos.

 

ÍNDICE

Prólogo 7
INTRODUCCIÓN
¿No nos importan ya nada los dioses griegos? 25
Lo Divino solo puede ser vivenciado 26
¿A qué se debe el desprecio por el mundo divino de los griegos? 27
"Hermosos seres del país de las fábulas" 28
La receptividad del Romanticismo ante el mito 30
Los limites y la desaparición de la investigación mitológica viva 31
La incomprensión de los dioses, vistos como resultado de errores primitivos 32
El animismo. E. B. Tylor, H. Usener 33
La religión, la magia y lo "primitivo" 34
La mala interpretación de los dioses como una voluntad agregada al acontecer natural 35
La interpretación de los mitos y la psicología profunda 36
La manifestación primordial del mito 39

PARTE I
¿Por qué vuelven siempre a resplandecer los dioses olímpicos? 45
Los dioses griegos no necesitan de una revelación autoritativa 46
Las Musas 47
Lo esencial y lo grande deben cantarse 49
Los dioses consuelan con lo que son 50
Los Bienaventurados 52
Reconocimiento del divino reino olímpico 54
La omnipresencia de los dioses 57
Nuestra experiencia vital y los testimonios de la antigua Grecia. La decisión volitiva y la imagen 59
Los dioses se revelan en lo que íntimamente mueve al hombre 60
El concepto específicamente griego de la moral 62
En la acción humana significativa actúa el dios 65
La conciencia moral y religiosa de los griegos 67
La escatología 69
La elevación del hombre a la verdad del mito 71
La esfera feliz de la existencia 74
El dios que, descansando en sí mismo, cuida de todo 78

PARTE II
El amor de los griegos a los dioses 83
La bienaventuranza 83
El pudor (aidós) como sagrado recato 84
La alegría (kháris) 86
Los dioses no son "personificaciones". Nos abren la vista para lo esencial y verdadero 89
La multiplicidad y unidad divinas 91
Amor en vez de voluntad y obediencia 94
La esencia de la experiencia divina griega: revelación de la riqueza infinita del Ser 96
Los dioses "antiguos" y los grandes Olímpicos 97
Afrodita 98
Los dominios de Afrodita 100
Afrodita como potencia cósmica 103
Artemis y los reinos de su universo 103
Apolo: su voluntad imperiosa impone comprensión, medida y orden 107
Apolo: el purificador 109
Apolo: instaurador de órdenes 111
Origen y significado de la música apolínea 112
El espíritu apolíneo 114
El universo unitario de Apolo 115
El error del historicismo del siglo XIX 116
Atenea: la divina claridad de la acción reflexiva 117
Dioniso, el dios del retorno del mundo primordial 120
La alianza entre Dioniso y Apolo como símbolo de la religión olímpica 124

NOTA ENCICLOPÉDICA
La religión de los antiguos griegos 125
1. Las fuentes 125
2. Los romanos y la posteridad 126
3. El punto de vista del presente libro dentro de la ciencia moderna 127
NOTA ACERCA DEL AUTOR 131
BIBLIOGRAFÍA
Obras del autor 133
Bibliografía 133

PRÓLOGO

La religiosidad griega y la Tradición occidental

 

Al inaugurar en nuestra editorial un espacio dedicado a la antigüedad y la historia de las religiones, se nos presentó la dificultad de realizar una elección que nos represente. La obra de Walter Otto que aquí presentamos posee varios ingredientes que creemos la convierten en la indicada por haber logrado tanto reunir como despertar mundos dispares. En primer lugar, Otto fue un reconocidísimo filólogo, de una erudición inmensa y un estupendo conocimiento de las fuentes clásicas. Su obra es referencia ineludible para cualquier estudioso de la religión griega(1). Sin menospreciar el debido respeto a este hecho, a nosotros nos atrajo aún más de él el que a los 82 años, ya cargado de laureles por su trabajo académico, corriendo el año 1956, se haya dedicado a escribir esta obra con el único fin de rescatar la esencia de la religión griega sin ocultar su pasión, y hasta su militancia se podría decir, por el paganismo heleno. Para ese entonces, además, ya su edición de “Los dioses de Grecia” en 1929, había logrado revivir, en todo su esplendor, a los dioses griegos en el mundo académico. Nuestro esfuerzo editorial por abarcar diversos ámbitos siempre con el mismo anhelo de rescatar nuestra historia del olvido o de enderezar las orientaciones de diversas parcelas de actividad humana, sin importar cuán reducida o extraña pueda parecer una de otra, se complace en encontrar tal exponente.
Por último, pero no menos importante, nuestra condición de occidentales enraizados en una cierta tradición, sin perder de vista una Tradición primordial con mayúsculas, nos impulsó a buscar en nuestro propio ámbito una obra afín a nuestra historia occidental, de modo que podamos explorar una tradición que aún conserva lazos con nuestra civilización actual.
Si bien no contradecimos la opinión de Walter Otto de que al estudiar la Grecia arcaica debemos tener presente la enorme diferencia de cosmovisión que existe con el mundo moderno, no podemos dejar de resaltar que toda nuestra cultura occidental está plagada de reminiscencias al mundo griego. La filosofía, la ciencia, la arquitectura, el arte, la política y, en suma, la cultura occidental en general, han siempre aceptado sin reparos la enorme deuda que mantienen con sus antepasados griegos. Aún hoy, contemplamos con asombro y admiración los logros y la magnificencia de la cultura griega sin reparar que su incomparable fuerza creadora yace justamente en su religiosidad, escapándosenos a una clara intelección su rasgo más característico.
Que la investigación moderna pretenda encontrar detrás de aquellos dioses a meros fenómenos naturales con que los “primitivos” se figuraban la razón de las fuerzas que les eran desconocidas, sólo comprueba que lo primitivo son los propios métodos pseudo-científicos con los que justifican sus primitivos razonamientos, cuando no simplemente proyectan su propia incomprensión de las realidades espirituales. ¿acaso puede uno quedarse contento con la explicación  de que la incomparable fuerza creadora de un pueblo que ha dejado las más indelebles marcas en la historia de nuestra civilización, que ha marcado los hitos de nuestros logros intelectuales, y que justamente tiene como base de absolutamente toda su vida en su religiosidad, pueda estar apuntalado simplemente por una ilusión primitiva? ¿Cómo se explica que dichas ilusiones primitivas no traigan aparejadas correlativas ilusiones vanas sino que en cambio den su fuerza a una esplendorosa civilización, o que sus dioses no despierten el temor o la esperanza sino la nobleza, la valentía y una alta espiritualidad?
“¿Por qué no queremos escuchar a los griegos precisamente cuando veneran y adoran, pese a reconocer en ellos a los fundadores y maestros de la cultura espiritual de Occidente; por qué sus obras de arte, filosofía y ciencia significan lo más sublime para nosotros, pero sus dioses y oficios religiosos poco más que nada?”
Otto encuentra respuesta a su pregunta en la lucha entre posiciones religiosas antitéticas: “faltaba en el gran coro de la humanidad la voz del más espiritual y productivo de todos los pueblos debido a la victoria de una religión que —en oposición a la tolerancia de todas las anteriores— se considera poseedora única de la verdad. Todas las demás, sobre todo de la griega y romana, solo pueden ser erróneas y execrables.”(2) La religión griega “era lo que la religión hebreo-cristiana precisamente aborrecía, vale decir, politeísta, antropomórfica, naturalista, no del todo moral, en una palabra: “pagana”.”
Tal vez sea necesario ampliar el marco conceptual y hablar de weltanschauungs, o cosmovisiones, opuestas. Siguiendo la clasificación que creemos más adecuada diríamos, como Julius Evola, que se trata de la lucha entre el mundo de la Tradición y el mundo moderno, pues el primero denota una concepción viril y autoafirmativa, centrada en lo trascendente pero con una sacralidad que inunda cada acto y espacio de la vida, mientras que el segundo tiene que ver con una actitud pasiva, menoscabadora de la personalidad heroica, centrada en lo mutable y en un mundo desacralizado que busca la divinidad fuera de sí. Si Walter Otto centró la cuestión en la oposición entre cristianismo y paganismo creemos que es porque refleja claramente la realidad cultural de la Alemania luterana, para la que esta oposición era casi una cuestión de Estado. Esta fue la que influyó también en gran medida a otros dos grandes pensadores alemanes con los que Otto tiene una relación intelectual muy fluida y que sin duda marcaron una época: Hölderlin y Nietzsche.
El contraste entre ambas cosmovisiones y religiones antagónicas(3), hasta el punto de resultar prácticamente en una incomprensión mutua, salta a la vista al estudiar las particularidades de la religión griega tal como lo hace Walter Otto:
La griega es una religión epifánica (de la raíz griega phan que significa mostrarse, manifestarse, de la que deviene la palabra fenómeno), o sea que la divinidad se manifiesta continuamente en el mundo, el que deviene kosmos por su ordenación y significado divino. Los dioses, luego, representan cada uno un aspecto sagrado de este cosmos.
Aun cuando hoy la religión moderna considera una caída no adorar a un Dios único, creador del universo, el paganismo greco-romano fue sin duda la más piadosa de las manifestaciones religiosas. La Divinidad compenetraba entonces mucho más poderosamente la existencia humana en general. El oficio divino y la vida profana no estaban tan divorciados uno de otra que al primero solo le pertenecieran ciertos días u horas”.  La divinidad, para el griego, es de una omnipresencia como no se encuentra en ninguna otra religión. “Las potencias de la vida humana, que nosotros conocemos como estados de ánimo, inclinaciones, exaltaciones, son formas ontológicas de naturaleza divina. Lo que mueve íntimamente al hombre es el ser poseído por poderes eternos que, siendo divinos, obran por doquier. El hombre de ese mundo griego es como elevado a lo Divino, el hombre siente el hacer divino como el suyo propio. Esa conciencia viva de la presencia divina en todo ser y acontecer, esa emoción, que no puede hablar de ningún evento importante sin pensar en la Divinidad que actúa en él, no encuentran su igual en ninguna otra parte del mundo
El contacto con los dioses, lejos de ser un naturalismo o un panteísmo, transporta un contacto con las potencias divinas, una experiencia del Ser, una participación en el universo de lo sagrado. La cuestión de la fe es inconcebible para el griego: si la divinidad es una vivencia, luego, no podría nunca demandar fe. Nunca se ha formulado siquiera el problema de la creencia en un dios, esta potencia sencillamente forma parte de su vida y todo lo impregna. La palabra griega atheós no hace referencia a la no creencia en los dioses sino al hombre que está desprovisto de dioses, a quien los dioses no tienen en cuenta. La famosa imputación a Sócrates de asebeia(4), de impiedad, no lo acusa de no tener dioses sino de considerar otros distintos a los que la ciudad consideraba. Tampoco le preocupa el problema de la creación, su experiencia está centrada en el Ser, en el contacto con las fuerzas eternas, en la comprensión y adecuación a las leyes del Infinito. Incluso la “Historia” en sí, como registro del acontecer histórico, se puede decir que surge a partir de una caída desde una edad de la humanidad más avanzada espiritualmente(5), en la que el mito y el rito hacen retornar constantemente al hombre al tiempo primordial del Ser, donde la historia basada en el devenir y lo impermanente no encuentra un sentido.(6)
La divinización del mundo convertido en kosmos le quita sentido a la aparición de algo sobrenatural. De hecho, la palabra sobrenatural resulta anacrónica al mundo griego. No existe para él una divinidad más allá de la physis, no existe algo hyperphysios (sobrenatural), que es una creación de la cosmovisión judeo-cristiana, justamente porque todo el universo, toda la physis, es sagrado. Sí existe en la filosofía griega una tendencia especulativa a superar la physis, a la metafísica, pero esta palabra ni siquiera fue usada por ellos sino que es una construcción posterior utilizada por sus clasificadores y bibliotecarios alejandrinos. Originariamente no formaba parte de los conceptos filosóficos griegos(7).
Un dios totalmente trascendente al mundo le resulta entonces ajeno ya que, justamente, la real esencia de la religiosidad griega es el contacto y la vivencia de una divinidad que le es propia y lo relaciona con el Ser eterno. No hay razón para creer o figurarse un dios si no es para despertar esta presencia, para contemplar y hacer propia la potencia primordial del Universo, la que nos enseña lo bueno, justo y grande. Ésta se manifiesta constantemente en el eterno orden de la naturaleza y sus leyes.
“Lo Divino, dentro de lo cual ese hombre se sabía amparado, no es pues lo “absolutamente Otro” en lo cual se refugian aquéllos para quienes la realidad del mundo está desacralizada. Por el contrario, es lo que nos rodea, en lo cual vivimos y respiramos, que nos conmueve y cobra forma en la claridad de nuestros sentidos y nuestro espíritu. Es omnipresente. Todas las cosas y fenómenos hablan de ello en la grande hora en que hablan de sí mismos. Y no hablan de ningún Creador ni Señor, sino del eterno Ser que se revela en ellos adquiriendo forma. Irradia de todos los momentos vivos con la inefable magnificencia en la cual es grandioso aun el destino más triste. Pero lo Divino es mucho más que todas las cosas, fenómenos e instantes en que su presencia se anuncia. Es la Forma de todas las formas, el Ser viviente, dispuesto a hablar en un encuentro inmediato al hombre si verdaderamente es hombre.
Luego, la figura humana no es ninguna degradación de lo Divino, sino una elevación del hombre hacia ello. Goethe lo reconoció claramente cuando (en un estudio sobre la vaca de Mirón) escribe: “La idea e intención de los griegos es la de endiosar al ser humano, no la de hominizar a la deidad. ¡Se trata de un teomorfismo, no de un antropomorfismo!”. Y en su escrito sobre Winckelmann dice Goethe, con respecto a la célebre imagen del Zeus de Olimpia, que aún en siglos tardíos ha conmovido y elevado el alma de todo griego: “El Dios se había hecho hombre para elevar al hombre y convertirlo en Dios”.
¡He aquí la verdad del mito! Aquí escuchamos los latidos de su corazón, y toda palabrería letrada o iletrada acerca de él se hunde en el vacío. Comprendemos que es más originario y antiguo que toda introspección mística, la cual no habría existido nunca si el mito no le hubiera precedido.”
Para una religiosidad que hace descender lo divino para conversar con él mediante el mito; y que consagra y diviniza su acción mediante el rito y el culto, mediante el propio cultivo de las virtudes divinas, no existe tampoco una concepción salvífica en su religiosidad ni una barrera infranqueable entre creador y criatura que rebaje al individuo y lo escinda de la divinidad. ¿Para qué va a querer una salvación en otro mundo si lo que busca es una vivencia de la eternidad en el aquí y ahora? Mediante el rito y el culto manifestado en un constante accionar solemne de respeto al kosmos, y en el cultivo del propio espíritu en armonía con él, el hombre griego se eleva hacia lo divino; y mediante el mito vive y obra en armonía con los dioses, haciendo descender el mundo divino a su propio mundo humano, unificándolos.
Para el hombre amante de las afirmaciones soberanas, del imperio de lo sagrado en cada acción, de la autoafirmación heroica y de la calma imperturbable, ningún dios rebajado a sus pasiones como Yahvé puede seducirlo para ser su esclavo con promesas de premios poco estimados en esta vida ni con logros en otro mundo celestial que no sea este mismo kosmos donde le toca conquistar su inmortalidad.
Prácticamente lo contrario podemos encontrar en la religión del hombre moderno que ha desconsagrado su vida ubicando la divinidad en otro reino que no es de esta tierra pero sin embargo es dueño de las más bajas pasiones humanas como el dios del Antiguo Testamento, con una religiosidad a la que sólo tiene horas o días determinados para entregarle o la que hace presente cuando tiene que pedirle algo o agradecerle lo “recibido”. Con una divinidad a la que tiene en más alta estima cuanto más siente que puede auxiliarle, hacer por él lo que no es capaz, o salvarlo, reduciéndola en lo que pareciera una divinidad farmacéutica lista sólo para atender sus penas.
A mucho más no podía conducir tampoco una religión hoy ya casi complemente marcada por las formas semíticas de un dios como Yahvé que impone formas y símbolos esclavizadores: se nombra como Adonai (plural de Adon = amo), pide le imploren arrodillados y con las manos juntos como si le fueran a poner cadenas, demanda un pacto de sangre como signo de lealtad, tapa las cabezas como signo del cese del influjo celestial o cósmico y hasta tiene como símbolo arquetípico una estrella que no es otra cosa que el encadenamiento del triángulo sagrado de la trinidad mediante otro opuesto devenido en sus contrarios que encadena al primero.
Este Yahve(8) que ha logrado imponerse en el judeo-cristianismo, y por lo tanto casi que enseñorarse por sobre la religión occidental, es casi el opuesto a los dioses griegos. El mismo Walter Otto hace constantes referencias a sus características encontradas en la Biblia aunque sin nombrarlo explícitamente y oponiendo el comportamiento de los dioses(9) griegos para contrastarlo:
“El dios griego no es un amo, no es una voluntad imperiosa. Como deidad, exige reconocimiento y respeto, pero no que se tome partido, ninguna obediencia incondicional y, menos que menos, fe ciega. Los modos de conducta éticos no son órdenes de su voluntad a la cual el hombre tiene que someterse, sino realidades que llevan en sí mismas su verdad y valor y que por sí mismas imponen respeto y, más aún, despiertan el amor. Si para Platón son “Ideas”, vale decir, Formas que pertenecen al reino del Ser eterno, y es el amor el que eleva el alma humana hacia ellas, entonces la lengua griega ya se le había adelantado viendo a la justicia y todas las demás virtudes como formas vivientes, en el fondo divinas.”
“La voluntad y la obediencia juegan un papel completamente ajeno al espíritu griego. Las reglas de conducta y de acción son para él perfecciones que pertenecen a la economía de la existencia y del mundo y por lo tanto no apelan a la voluntad y la obediencia, sino a la experiencia y la comprensión.”
“¡Así pues, amor, amor todopoderoso en vez de voluntad y obediencia!”
“La devoción griega estaba en libertad de amar y honrar a las Formas eternas como divinas, como lo son, porque no tenía que vivir con miedo a un soberano celoso que se siente ofendido si no se agradece todo a su única persona.”
Los dioses griegos no piden agradecimiento por ser lo que hay que ser ni adoración, miedo o mandamientos para imponerse como dios, sólo se contentan con el respeto, que por lo demás es una actitud natural del hombre ante lo que lo merece por esencia propia y no por imposición. Los sacrificios que ofrece el griego y el romano a su dioses era dado por descontado en el mundo pagano que iban a servir luego de alimento a quienes los hacían o incluso podían darse a los hambrientos y necesitados, por lo que en definitiva terminan siendo un acto más de honra a los dioses y una sacralización de las provisiones.(10)
El mayor contraste con el dios bíblico lo encontramos con las caracterizaciones de Apolo. Este dios solar(11), vencedor de las tinieblas, de actitud imperturbable, impasible, es quizás el más espiritual de los dioses griegos. Su amor por las formas y la claridad pero imponiéndose desde la lejanía y la calma, sin necesidad de contactar ni de imponer algo que se impone naturalmente por su superior irradiación. Con su presencia, en lo individual, el hombre es guiado a su purificación; y en lo colectivo la comunidad es guiada por la ley y el orden, fundadas en la autoridad de Apolo.
“Lo apolíneo busca la claridad y la forma, es decir, la distancia, la actitud del que busca el conocimiento. El ojo solar de Apolo rechaza lo muy cercano, el confuso enredarse con las cosas, y también la embriaguez mística y su ensueño extático. No quiere lo que sentimentalmente llamamos el “alma”, sino el espíritu. Eso significa: libertad, distancia distinguida, amplitud de visión. Es el espíritu al cual habla el Ser del universo, en que todas las cosas y seres se reflejan como Formas.
Su severa claridad, su espíritu superior, su imperiosa voluntad que impone la comprensión, la medida y el orden, en fin, todo aquello que aún hoy llamamos “apolíneo””
En suma, cumple con la mayor función que se puede esperar de la divinidad en la religiosidad griega: Dar forma y orden a lo caótico, dar ritmo y calma a lo turbulento y dar armonía y unidad a lo discrepante.
En todos los contrastes que hemos visto, entonces, siempre se deja ver una de las claves más importante de la religión griega: Los dioses se imponen no por la fuerza ni por el mandato, ni siquiera por algún beneficio que puedan ofrecer, sino por la simple presencia de su magnificencia que se impone naturalmente. Esta presencia es querida en tanto que permite un contacto con el Ser del Universo, trasmite una certidumbre más que una verdad, una vivencia del espíritu más que una enseñanza. Si despiertan el amor lo hacen simplemente por esta vivencia elevadora del espíritu humano:
“En este Amor no hay ningún deseo personal. Es el amor de la esencia, tocada por la esencialidad primordial. Es la conmoción y el transporte del espíritu ante quien se ha abierto la profundidad del Ser total, y quien de aquella profundidad recibe renovada su propia existencia como de manos de los dioses. Porque en la forma del dios, y solo en ella, se halla íntegro el Ser del universo.
La esencia de la experiencia divina griega: revelación de la riqueza infinita del Ser
Esas deidades revelan al hombre la verdadera nobleza, la grandeza genuina, no por preceptos y enseñanzas, sino por su mero ser, así también le abren, por ese ser, las profundidades y lejanías del mundo.
Con esto caracterizamos la esencia de la experiencia divina griega.
Los dioses muestran a quien les mire la cara la riqueza infinita del Ser.”

 

NOTAS

1.- Por supuesto que la obra de Walter Otto no ha logrado tampoco escapar a las críticas académicas, despertando objeciones entre los estudiosos de la antigüedad. Algunas, como la selección de ciertas fuentes, desechando otras que pueden contradecir su tesis, no nos parecen tan importantes desde el momento en que, siguiendo la estela de Nietzsche, creyó necesario separar las fuentes principales de las secundarias para poder estudiar la antigüedad desde sus cimas supremas sin prestar mayor importancia de la debida a testimonios que la vulgarizan. Resulta lógico que él reivindique su derecho y deber de estudiar la religión griega «no según las regiones donde pierde nivel, se vulgariza y se asemeja a todas las otras por falta de carácter, sino por los claros y grandes contornos de su apogeo». También es de destacar que estamos tratando aquí sobre una época acaecida hace miles de años, sobre la que muchos registros se han perdido o se han ocultado y que para reconstruir algunos huecos es necesario el ojo entrenado y entendido en ciertas realidades superiores no abiertas a cualquiera y para tener en cuenta una orientación general que da fuerza y dirección al todo.
No tendremos en cuenta el problema sobre la cuestión de la figura de Homero, la principal fuente de Otto, y el estudio de su obra con las particularidades que genera una tradición oral ya desaparecida hace miles de años; ni nos detendremos en la diversidad de las fuentes mitológicas que desviarían el problema central, pues justamente, por lo arriba dicho, no nos parecen lo esencial a discutir cuando uno se quiere asomar a las alturas de los principios divinos que se encuentran por encima de su manifestación en el devenir.

2.- La tolerancia de las religiones “paganas”, como la griega y la romana, que llegó hasta aceptar en sus panteones a dioses extranjeros cuando eran afines a una misma orientación espiritual (o al menos no se entrometía en cultos ajenos ni los estigmatizaba con figuras demoníacas) quedaba en evidencia en su desconocimiento de los dogmas y escrituras sagradas, o en la falta de un sacerdocio que se arrogue el derecho de ser los exclusivos depositarios de un saber divino. Pero, aún más, podía ya vislumbrarse en su mitología cuando los dioses del Olimpo, luego de vencer por la fuerza a los Titanes, hacen las paces con ellos y les permiten formar parte de su reino, a diferencia del judeo-cristianismo en el que los dioses desplazados pasan a formar parte de la lista de demonios execrables. Según algunos registros muy antiguos, incluso la mismísima figura de un Lucifer de cuerpo rojo (producto de la potencia del Vraja rojo de un cuerpo a punto de realizarse) podría ser incluida como ejemplo. Lo que no sería nada extraño en una civilización que ha invertido los términos de prácticamente todo.

3.- Si bien nuestras posiciones están inspiradas en la escuela que tiene por objetivo reencontrar la Tradición Primordial o Perenne, lamentamos tener que contradecir uno de los más caros postulados de la misma, como ser el de la “unidad trascendente de las religiones”. Por el contrario, lo que la experiencia nos enseña constantemente es que el mundo se encuentra en guerra, desde tiempos inmemoriales, entre dos posiciones que podríamos definir como solar y oscura, o libertaria y esclavista. Sin embargo, dado la tendencia a polarizar las posiciones, a cualquiera que se le pregunte dirá encontrarse en el bando de los “buenos” y calificará con los peores epítetos a su oponente. Diríamos no obstante que puede encontrarse, de un lado, un tipo de espiritualidad viril, afirmadora del individuo pero con claridad y objetividad, sin menosprecio por una divinidad superior pero sin divinizar tampoco lo más bajo del ser humano pues la divinización la realiza tras una larga conquista de su esencia divina y una purificación de lo accesorio; la clara concepción de un orden divino jerárquico que se impone en el Universo todo; una tendencia a espiritualizar la materia, pero sin menospreciar esta última sino incluyéndola en un Orden y dándole una Forma; la idea de no separar en ningún ámbito ni momento la espiritualidad de la vida individual ni de la colectiva. Del otro lado, en general, un dualismo en todos los ámbitos: separación entre el Ser y el mundo, entre la divinidad y el hombre, entre la inmanencia y la trascendencia, entre el espíritu y el cuerpo, entre lo temporal y lo espiritual, entre el ser y el devenir, incluso entre lo bueno y lo malo dentro de un persona, aceptando ese dualismo y sentimientos discordantes como normal, lo que lleva a: exaltación de las pasiones en lugar de control; descentralización y desorden en lugar de búsqueda de un centro e impasibilidad en él y, por lo tanto, diversos grados de angustia, descontento e infelicidad que refuerzan el dualismo. Este bando es el que posee una divinidad que se impone por mandatos, amenazas y el miedo; un dios que impone una barrera infranqueable hacia la divino, mediando él mismo como único salvador o dispensador de bienes. En suma, bien decíamos, una lucha entre tendencias esclavizantes y libertadoras, pues no otra cosa puede ser una dependencia total de un otro para acceder a cualquier bien o realización, pretender monopolio de toda grandeza y espiritualidad para no permitir el acceso a ella, en vez de ayudar, como un buen padre, a que el individuo alcance su propia realización espiritual, “no sea cosa que alcancen el conocimiento y vengan a ser como nosotros” confesaba el mismo dios bíblico, como un amo que no quiere perder el dominio sobre sus súbditos. Aclaremos que aquella libertad que se encuentra en sus antípodas no tiene nada que ver con el libertinaje moderno que pretende “divinizar” las más bajas pasiones y los impulsos más desordenados y contradictorios, sino que es la libertad apolínea: clara, firme, impasible, dadora de forma y unificada; no mezclada con lo bajo y caótico.
Pretender unificar, entonces, las religiones opuestas en un mismo nivel sólo por compartir algún símbolo o actitud es, o no ver claramente, o no querer hacerlo. La lucha sigue llevándose a cabo, se puede tomar conciencia y bando, o ser una víctima inconsciente más.

4.- La peculiaridad de la religión griega queda en evidencia en el propio uso del lenguaje:
Así como muchas palabras modernas ligadas a las religiones carecen de sentido para el griego, también encontramos en su vocabulario una enorme cantidad de palabras referidas propiamente a la religión griega. El sebas de asébeia (impiedad) y eusebeia (de eu, bien, y sebomai, ser devoto) es comúnmente asociado a la pietas latina, al sentimiento de devoción hacia lo divino. Es importante para comprender estas nociones tener en cuenta el punto fundamental de la religión griega: sus dioses cumplen una función mucho más importante que la de ser personificaciones, son vía de contacto con la divinidad máxima, el Ser eterno manifestado en la vida; producen la cercanía y simpatía con la esencialidad primordial, reveladora de lo bueno y verdadero, de lo noble y justo. La eusebeia griega es el correlato de la religio latina, el contacto con la divinidad mediante la acción consagrada; el respeto y la atención hacia el kosmos.
Podemos encontrar también otras palabras como threskeia para el conjunto de actos rituales, de las prácticas de culto de la colectividad con la que la religión resulta indisociable. La theoria griega también hace referencia la contemplación y a la festividad en que la divinidad se manifiesta.
La constante ligazón con la colectividad y con su cultura propia podrá verse luego más claramente en la religiosidad romana, pero ambas comparten el mismo espíritu y se enriquecen mutuamente, reviviendo la espiritualidad primordial de los pueblos hiperbóreos (ver “La Tradición Romana”, Julius Evola). Los “numina” romanos toman forma antropomórfica en contacto con la cultura griega, pero no pierden su fuerza ni dejan de manifestarse en cada acto humano y en toda la naturaleza en general. En el romano podemos apreciar incluso un sentido más marcado de la vida en sociedad que nunca se desliga de lo religioso, hasta el punto que un Cicerón proclamaba:
Es conveniente también divinizar las virtudes humanas como la Inteligencia, la Pietas, la Virtus y la Fides. En Roma todas estas virtudes tienen templos consagrados oficialmente, de modo que aquellos que las poseen (y ciertamente las poseen los hombres de buena fe) creen que de esta manera los dioses se instalan en sus espíritus. (“Sobre las leyes”)
Pero un mismo espíritu dórico-aqueo los inunda y hace inseparable a la vida en comunidad de una religión viril, de una “inmanencia trascendente” de los valores espirituales que conforman la esencia de su cultura. Es característico que ya el filósofo del que registros más antiguos tenemos, Tales de Mileto, nos advierta: “Todo está lleno de dioses”
En su antítesis, encontramos la noción principal de la “religiosidad” semita, el “temor de dios”. Aquí la palabra Deisidaimonía (compuesta de deido = temer y daimónion = divinidad o ser “sobrenatural”, designa en realidad a la superstición en el lenguaje griego. Aunque el temor de los intelectuales ante el demonio moderno del “antisemitismo” haga que se lo pase por alto, a nosotros, exorcizados de tan poco demonio, nos habla de lo infranqueable que es este tipo de religiosidad para aquél Yahvé que sólo sabe imponerse como divinidad mediante el temor, los castigos, los ataques de cólera y celos por otros dioses, lo que le hace exigir la exclusividad de adoración y el título exclusivo de divinidad. Al decir de Otto, los dioses griegos se nos presentan en cambio como “figuras gloriosas, que no se enfrentan al hombre en actitud majestuosa y con la mirada llameante, sino que, envueltas en el resplandor de su divinidad, aparecen infinitamente alejadas.” “Nada respecto de esos dioses es más seguro que esto: despreocupados de toda dicha y de todo sufrimiento terrenos, viven en la quietud más bienaventurada.” … “Apolo, vencedor como el sol naciente, demasiado grande en su reluciente exquisitez para ser tocado por el celo y la ira.”
Y frente a la acusación de rebajar lo humano a lo divino, contesta precisamente que “la idea griega de Dios es la menos “antropomorfa”. ¿Qué sería más “humano” que lo autoritario, la sed de poder, la exigencia de sumisión incondicional, los celos y la intolerancia?”

5.- El mundo moderno está absolutamente convencido de que vive en constante evolución. Gracias a una perversión constante de la historia, a la creencia en cuentos de dudosa firmeza, al bombardeo propagandístico de la civilización de mercado y a los nuevos dioses que lo dejan sin habla ante el esplendor de su nombre, como ser la “diosa ciencia”, que le impone teorías sin sustento científico real sobre la evolución, y el “dios dinero”, que le quita la vista de cualquier otra cosa que no sea el progreso material y la comodidad hedonista, ha logrado creerse la cumbre del progreso humano. No llega a ver que hasta sus antepasados más próximos tenían una mejor vida, que la técnica moderna sólo sirve para tapar sus debilidades y que la medicina ha multiplicado sus enfermedades y padecimientos hasta límites insospechados (todo esto suelen negarlo aún con las estadísticas frente a sus ojos gracias a una bien impuesta propaganda). Hablarle de una esplendorosa espiritualidad antigua casi no tendría sentido pues apenas llega a comprender las modernas creencias metafísicas que actúan de parche para espíritus débiles, pero justamente en el terreno de la espiritualidad es donde se observa la caída más acentuada. Aun así, esta “avanzada civilización” no es capaz siquiera de construir una majestuosa pirámide como las de la antigüedad ni comprender sus usos científicos ni sus simbolismos, no es capaz de crear una maravilla como las creadas por el hombre primitivo, ni da artistas o pensadores como los griegos. Por el contrario, nos regala constantemente filósofos que siempre tienen que recurrir a Platón o a los pre-socráticos sin lograr superarlos, dramaturgos que sueñan con el teatro clásico, escultores y arquitectos cuyo ideal se encuentra en la antigua Grecia, músicos que se inspiran en la música folclórica, médicos buscando soluciones, que no les da una técnica sometida a los dictados del mercado, en la medicina tradicional, literatos y psicólogos inspirados por la mitología, entre otros nostálgicos.
Por el contrario, las civilizaciones antiguas, casi sin excepción, reconocieron en vez la involución de la humanidad, la gradual decadencia del hombre desde un estado primordial de una alta espiritualidad hacia un oscurecimiento de lo divino.
Ya en la Grecia antigua Hesíodo formulaba la teoría de las cuatro edades del mundo -del oro, de la plata, del bronce y del hierro- las cuales corresponden a grados sucesivos de dicha decadencia. De igual manera, la enseñanza hindú se corresponde a esta con la formulación de los cuatro yugas en constante caída desde una "edad del ser" o satya-yuga hasta una "edad oscura" o kali-yuga. Ya desde aquellos antiguos registros se nos advertía que nos encontrábamos en el último período: la "edad oscura".
Como muestra citaremos algunos pasajes del Vishnu-pûrana que pueden resultarnos particularmente proféticos sobre nuestra actualidad:
"La casta predominante será la de los siervos. Aquellos que poseen abandonarán la agricultura y el comercio y se convertirán en siervos o ejerciendo profesiones mecánicas. Los jefes en vez de proteger a sus súbditos los despojarán y bajo pretextos fiscales robarán las propiedades a la casta de los mercaderes". "Muy breve será su vida, insaciables sus deseos, y ellos casi ignorarán qué cosa sea la piedad".
"La salud y la ley disminuirán de día en día hasta que el mundo será totalmente pervertido. Sólo los bienes materiales conferirán rango. Como única meta de devoción será la preocupación por la salud física, el único lazo existente entre los sexos será el placer, el único camino para el éxito en las competencias será el fraude y la mentira". "La tierra será sólo venerada por sus tesoros minerales”. "Las vestimentas sacerdotales sustituirán a la dignidad del sacerdote". "La debilidad será la única causa de la obediencia". "La raza será ya incapaz de producir nacimientos divinos".
"Habiendo sido socavados por seres sin fe, los hombres se preguntarán entonces de manera insolente: ‘¿Qué autoridad tienen los textos tradicionales? ¿Qué son estos dioses, qué es la casta que posee la autoridad espiritual". "El respeto por las castas, por el orden social y por las instituciones será menoscabado en la edad oscura". "Los matrimonios en esta edad dejarán de ser un rito y las reglas que vinculan a un discípulo con un Maestro espiritual no tendrán más fuerza. Se pensará que quienquiera y por cualquier vía pueda alcanzar el estado de los regenerados y los actos de devoción que podrán aun ser ejecutados no producirán más resultado alguno". "Todo orden de vida será igual promiscuamente para todos". "Aquel que distribuya más dinero será señor de los hombres y la descendencia familiar dejará de ser un título de preeminencia". "Los hombres concentrarán sus intereses en la adquisición, aun deshonesta, de las riquezas". "Toda especie de hombre se imaginará ser igual a un brâhmana. La gente tendrá como nunca un terror por la muerte y se espantará por la pobreza; tan sólo por tales razones conservará la forma de un culto".
"Las mujeres no cumplirán más con las órdenes de sus esposos ni de sus padres. Serán egoístas, abyectas, descentradas, mentirosas y se apegarán a las personas disolutas. Ellas se convertirán simplemente en objeto de satisfacción sexual".
"La impiedad prevalecerá entre los hombres desviados por la herejía y, en consecuencia, la duración de su vida será mucho más breve".
Como se verá, el antiquísimo Vishnu-pûrana nos ha ahorrado las palabras para describir la caída de nuestro tiempo.

6.- ver Eliade, Mircea. “El mito del eterno retorno. Arquetipos y repetición.”; Ed. Emecé: Buenos aires, 2001.

7.- A pesar de que no es el tema de este ensayo, dado que lo que se intenta rescatar es la tradición occidental manifestada en Grecia, creemos importante remarcar que la filosofía griega jamás fue una pura especulación mental, como hoy lamentablemente conocemos a la filosofía moderna. Antes bien, la filosofía era inseparable de una práctica, de una áskesis (de donde deriva la palabra ascesis), de una técnica para purificación del individuo, para el autoconocimiento y el autodominio, y para el cultivo de las virtudes. Lamentablemente el primer texto completo que tenemos de filosofía es de Platón (los textos presocráticos son modernamente reconstruidos por el trabajo de los filólogos alemanes), por lo que no podemos conocer en detalle las escuelas anteriores, aun cuando nosotros creemos que éste conserva la esencia del pitagorismo en especial, que es la primer escuela filosófica de la que tenemos registros, y mucho de la filosofía antigua en general, aunque con un desarrollo racional dialéctico más marcado. A pesar de  las discusiones al respecto, nosotros no creemos ni que el platonismo sea un corte demasiado marcado con sus antecesores ni con la tradición griega (de debe tener en cuenta que cada época tiene su particularidad y sus adecuaciones a una mentalidad general) ni lo consideramos un idealista en el sentido filosófico del término, de construcciones subjetivas escindidas del mundo real. La obra de Platón es muy amplia y compleja como para categorizarla a la ligera, incluso ella misma es poco dogmática desde el momento que suele deja la discusión dialéctica abierta a distintas posibilidades. No es lugar este para hacer una historia de cada teoría y sus influencias, por lo que yendo a la caracterización de la filosofía que nos ocupa, y centrándonos entonces en los textos de Platón para una mayor claridad, encontramos en ellos que se define a la filosofía como una therapeia de la psyché. Therapeia significa cuidado y es la palabra que luego los latinos traducirán como cura, de curar; psyché por su parte es entendida como alma, pero no en un sentido metafísico intangible sino como un cuerpo humano que se manifiesta en los sentimientos, pensamientos y deseos. Esta therapeia de la psyché es lo que en griego se conocía como epimeleia heautou, que luego las escuelas filosóficas latinas llamarían “cura sui”, que es el cuidado de sí mismo, la observación de uno mismo basada en una contemplación objetiva de nuestro interior. Tenemos el acento puesto entonces en la autognosis, en una práctica que se basa en observar los propios pensamientos, sentimientos y deseos para purificarlos y lograr el estado de ataraxia, de imperturbabilidad, y esto precisa de una áskesis, de una práctica constante. Por lo tanto, la filosofía es básicamente una práctica sobre uno mismo más que una especulación.
Los textos platónicos nos cuentan además que ellos corresponden a la parte exotérica, que se enseña afuera de la Academia y que existe también un esoterismo, lo que se conoce con el nombre de agrapha dogmata, que son las enseñanzas no escritas, que se trasmiten oralmente en el seno de la Academia, indicándose que deben ser trasmitidas únicamente a partir de una synousia [convivencia] ya que “la escritura no es un medio adecuado para la trasmisión del conocimiento filosófico”. También se indica que el conocimiento teórico no se llega a asimilar si la persona no produce una therapeia de la psyché, un cuidado del alma que produzca una catarsis, una purificación del alma. Pitágoras y Platón enseñaban que sólo a partir de una práctica sobre uno mismo “el ojo del alma” se purifica y es luego capaz dereflejar las realidades superiores o divinas.
Un mismo espíritu conserva la filosofía oriental, de la que sí tenemos cientos de textos con claras indicaciones de las prácticas necesarias, por lo que puede resultar interesante reconstruir la occidental con su ayuda si partimos de la base que ambas tienen un mismo origen hiperbóreo, como ciertos autores intentaron bosquejar (Ver “Doctrina y ética aria”, de Julius Evola, editado por esta editorial)
También en Sócrates, quien prefería la enseñanza oral y tenemos conocimiento de sus desarrollos gracias a la admiración que sentía Platón por su maestro, encontramos que él tomó para sí la famosa máxima del Apolo délfico: “gnothi seautón”, “conócete a ti mismo”. En la Apología de Sócrates podemos apreciar que este adagio fue tomado como el principio de su vida, por lo que entendió que el ser humano es verdaderamente ser humano si toma el “conocimiento de sí mismo” como una práctica cotidiana. La misma etimología del nombre Sócrates nos habla de la esencia de su pensamiento pues la raíz so, tiene que ver con la raíz que en latín tiene sanos y que se encuentra en la palabra sophrosune, que aparece tanto en Aristóteles como en Platón, como la virtud que se manifiesta en el control de los placeres y deseos, habitualmente traducida como templanza. Por su parte, crates, que significa fuerza, es la palabra que utiliza Sócrates en enkráteia, el que tiene dominio de sí. Toda la filosofía socrática está articulada sobre la enkrateia, el ser dueño de sí mismo, y en sophrosune, la templanza de una persona que se mantiene en su centro.
Estos principios del autoconocimiento y autodominio fueron luego retomados por el estoicismo romano sobre todo, haciendo de él la base de su filosofía. Sobre ella nos explayaremos en próximos títulos. Lamentablemente, la última vez que se utilizaron como base filosófica en un movimiento fue durante el Tercer Reich, que causalmente retomó los símbolos del Imperio Romano, cuando algunos pensadores en el seno de las SS, la élite del régimen, quisieron medir el valor de un hombre teniendo como varas estos valores. Los signos de los tiempos en decadencia y la pérdida de la guerra impidieron que se impongan, pero resulta interesante estudiar los resurgimientos de la tradición hiperbórea, con una lógica reducción de amplitud y altura por la caída de las edades de la humanidad, en la historia occidental. Un pequeño intento lo hemos hecho ya en nuestra introducción al libro “Fe y acción”, de Helmut Stellrecht.

8.- Aunque las referencias a los nombres de este dios ya se encuentran prácticamente borradas de la historia mediante un antiquísimo trabajo de tergiversación, no podemos dejar de dejarlas consignadas según lo que se cuenta en las contadas Eddas nórdicas originales que quedan en el mundo (que casi nada que ver tiene ya con la Edda que se consigue comercialmente). No podemos dar las referencias bibliográficas por ser muy escasos y perseguidos los ejemplares, por lo que tampoco pretendemos credibilidad de parte del lector, pero sí tenemos el deber de dejarles las hipótesis planteadas para quien las quiera seguir con los ojos abiertos o al menos cierta curiosidad por los orígenes de sus nombres. El primer nombre que recibe cuando su ambición ya lo había conducido a un desequilibrio emocional es justamente Loki (el desequilibrado). Cuando sus experimentos y ambiciones lo llevan a inquietar a los demás dioses, estos lo llaman Yahvé ("el Inquieto" o "Vete, Inquieto"). Cuando sus acciones ya causaron el desastre y mediante un juicio se lo expulsa del paraíso terrenal es llamado Geohvá (expulsado de la tierra). Éste no se va sólo sino que logra convencer a unos pocos dioses ingenuos obnubilados por su grandilocuente discurso y sus poderes de prestidigitador. Por ello es que en el Antiguo testamento, sobre todo en el Génesis, se habla siempre de dios en plural y que los nombres con los que aparecen son también en plural: Adonai es el plural del hebreo Adon, que significa amo (los 70 para la traducción griega de la biblia utilizaron la palabra Kyrios, que significa también amo o señor) y Elohím es el plural hebreo de El, que significa dios. Resulta una paradoja muy poco placenteramente explicada que a este dios creador de la gran religión monoteísta se lo nombre en plural, o que no cause ningún reparo constatar que cuando Yahvé expulsa a Adam y Eva del paraíso claramente dice que lo hace para que no adquieran el conocimiento y “lleguen a ser como nosotros”. Nos resta creer que son muy pocos los que han leído siquiera el antiguo testamento detenidamente.
Aclaremos que en estas Eddas se cuentan historias de edades muy anteriores a las que se analizan en este libro, por lo que la relación de los dioses entre sí y con los humanos se da bajo otros contextos totalmente diferentes. La relación sería aquí la del antiguo adagio "Los dioses son hombres inmortales y los hombres dioses mortales".

9.- También en las designaciones para “dios” del lenguaje indoeuropeo se deja ver lo extraño que le es a estos pueblos la existencia de un dios individualizado que sea el creador de todo y pretenda ser llamado el único dios (sí se pueden encontrar referencias a una divinidad que podría definirse como el Absoluto o el Uno y que engloba absolutamente todo, pero no como un dios individualizado o hecho persona más allá de aquél, lo que sería un contrasentido). En el vocablo castellano dios encontramos también un femenino («diosa») y un plural («dioses»), lo que sería incompatible con un dios único. En las lenguas indoeuropeas, el término dios designa en general a los seres superiores a los que el hombre rinde culto. La designación más antigua es «deyw-o-», que significa «el del cielo diurno» y, por extensión, «ser brillante, luminoso». La misma designación la encontramos en el sánscrito dyaus, en el hitita sius, en el adjetivo griego díos, en el lituano dievas, por ejemplo. Otras designaciones más recientes, como la del eslavo «bogu», que resulta de un préstamo del iraní, o el germánico «guda-» (alemán Gott, inglés god, danés gud). Este último término, cuyo género neutro pareciera ser incompatible con la designación directa de las divinidades personales; probablemente es un adjetivo derivado de «ghew, verter», con el posible sentido de «libación». El griego «theos» es igualmente una designación indirecta.

10.- Distinto era el caso de los sacrificios dados a Yahvé por los hebreos y contra los que ya desde el mundo griego nos llega un fuerte alegato de parte del neoplatónico Porfirio en su “Sobre la abstinencia de carne animal”. En el mismo llega a decir que si los romanos y los griegos “fueran convencidos de realizar los sacrificios en la misma forma que los judíos los realizan, directamente desistirían de realizar sacrificios en adelante”. Según nos cuenta Porfirio, mientras el pagano tenía cuidado por hacer lo menos doloroso para el animal su muerte, detestando la crueldad y el sufrimiento innecesario, y dando buen destino a la comida,  el judío, por el contrario, arrojaba su víctima directamente al fuego y luego se aprovechaba de la oscuridad de la noche para comérsela sin ser vistos por su divinidad y no desatar así su ira.
El desprecio hacia el animal, la crueldad y el comérselo a escondidas engañando a su propio dios, era lo que a Porfirio le parecía detestable.
Parece ser que tampoco aquí los pasajes del antiguo testamento, como el Deuteronomio o el libro de Josué, con el dios ordenando se pase a cuchillo a ciudades enteras, incluidos animales, mujeres y niños, para entregarlos en holocausto a Yahvé, fueran demasiado conocidos como para causar el mismo repudio; o bien no nos han llegado los testimonios correctamente.

11.- Un buen ejemplo del método histórico de Walter Otto al tener en cuenta una orientación general antes que testimonios aislados, lo tenemos en la imputación que le hace los investigadores que aseguran que la calificación de dios solar de Apolo es sólo posterior a la época clásica: “Este significado, reconocido en épocas posclásicas y posteriores, fue declarado con asombrosa ligereza como una innovación de siglos posteriores, porque se había desvanecido un tanto bajo la influencia de la epopeya homérica, como si el carácter de un dios de la jerarquía de Apolo hubiese sido tan indefinido y amorfo que pudiera convertirse precisamente en su contrario”
Parecida objeción opone al interpretar el “carácter de protector de la pureza y maestro de las catarsis rituales a la creencia de siglos posteriores, solo porque esas cualidades no aparecen en la obra de Homero, constituye un craso error. Homero suele pasar por alto soberbiamente tales cosas.”
Asimismo, también atribuye a la fabulación la caracterización pasional y vulgar de los dioses griegos, defendiendo la figura de Zeus cuando sus amores están justificados como una tarea auxiliadora de la humanidad y no, como modernamente se lo interpreta, como un dios demasiado humano que da rienda suelta a sus pasiones: “el gusto por la fabulación, propio de poetas posteriores que se regocijaban con cuentos de amoríos, presenta al mismo Padre de los dioses como un amante veleidoso. (…) leemos en Hesíodo que Zeus pensaba engendrar un auxiliador de los hombres y así ardió en amor a Alcmena, que dio a luz a Heracles”
Tampoco acepta la imagen de Atenea como una simple diosa belicosa, siendo que para ella la acción guerrera debía estar signada por la claridad, el control y la conciencia de los fines, menospreciando la violencia salvaje, pasional, arrebatadora, que corre de su centro a la persona:
“A Atenea—, ni las imágenes guerreras posteriores pueden demostrar que en un principio no haya sido otra cosa que una deidad guerrera armada de escudo. Al contrario, los testimonios más antiguos enseñan que era enemiga jurada de los espíritus salvajes, cuyo ser íntegro se agota en el placer que les causa el tumulto de la batalla. Solo la lucha significativa y metódica es cosa suya.
Atenea inspira la audacia, la voluntad de vencer y la intrepidez. Pero todo ello no sería nada sin la prudencia y la claridad luminosa. Solo de ellas nace la acción genuina.”
En general, los dioses griegos, para Otto, se acercan al modelo ario-hiperbóreo de claridad, autodominio y conciencia. De seres que se centran en lo Eterno, luminoso e incorruptible, que anteponen el orden divino y una espiritualidad elevadora antes que los egoísmos y las pasiones descontroladas.