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U-BOOT EN ACCIÓN 1915-1918

Memorias del Teniente de Navio de la Armada Imperial alemana. (luego Contraalmirante de la Kriegsmarine hasta 1943)

WERNER FÜRBRINGER

U-BOOT EN ACCIÓN 1915-1918 - WERNER FÜRBRINGER - Memorias del Teniente de Navio de la Armada Imperial alemana

176 páginas
23 x 15 cm.
Instituto de Publicaciones Navales, 2011
Encuadernación: rústica

 Precio para Argentina: 350 pesos
 Precio internacional: 18 euros

 

 

Este libro, que fuera originalmente publicado en Alemania en 1930, nunca antes fue traducido al español. Parece increíble que esto sea así, pues debe encontrarse entre las mejores y ya clásicas memorias de la Primera Guerra Mundial y de las pocas que tratan la guerra submarina.

El autor, Werner (Fips) Fürbriger, nació en 1888 y vivió hasta alcanzar la avanzada edad de 94 años, sirvió durante la Gran Guerra en la flamante fuerza de submarinos de la Armada Imperial. Al principio fue oficial de guardia a bordo del U-20; y en abril de 1915 se le asigno su primer comando. Continuó operando desde la base de submarinos de Brujas hasta el hundimiento de su sumergible, siendo tomado prisionero en julio 1918. Que haya sobrevivido es, en si mismo un milagro, cuando el índice de hundimientos, por entonces alanzaba el 80% y era considerado aceptable.

Los eventos descriptos por Fips en sus atrapantes memorias se leen con la misma emoción que una novela de aventuras. Sin embargo cada palabra es cierta; una prueba mas de que la realidad siempre supera a la ficción. Aunque defensor de la justicia de la causa de su nación y poseedor de un orgullo ilimitado por la fuerza de submarinos alemana; el autor y protagonista emerge como un hombre valiente y humanitario; un verdadero líder en las mejores tradiciones.

Es por demás sencillo simpatizar con el y sus camaradas. Sus aventuras-y escapes- construyen un relato verdaderamente conmovedor.

"U-Boot en Acción" es un relato épico que interesara por igual a historiadores navales y al publico en general. Es la tercera obra que incluimos en nuestra nueva Colección de Clásicos de la Historia Naval.

 

ÍNDICE

Introducción  9
Mi primer comando  19
Una sorpresa desagradable en la costa inglesa       45
Amigos en el aire       55
La guerra al tráfico marítimo           59
¿Dónde está el teniente Busse?
Huracán a cuarenta metros 75
Algo me dice que debo tener cuidado         83
Sembrando minas con el UC-70      97
Patrulla afortunada 107
Dover-Calais  127
¡Embestidos!   139
Colsterdale     157
Epílogo del traductor            169

INTRODUCCIÓN

 

Ingresé en la Armada Imperial Alemana como cadete en la Escuela de Oficiales el 1 de abril de 1907 a la edad de diecio­cho años. Luego de recibir mi despacho de guardiamarina fui destinado a bordo del recién terminado crucero pesado Scharnhorst, buque insignia del escuadrón de cruceros de ex­tremo oriente, y zarpé en él con destino a la colonia alemana de Tsingtau en 1909.
Tuve mi bautismo de fuego en 1912. Siendo el teniente más antiguo del buque insignia se me ordenó embarcar en el vapor alemán Titania con un destacamento de cincuenta hombres con la misión de defender a los residentes alemanes del pueblo de Hankau que estaba a unos 1000 km río arriba. Mi segundo era el teniente de navio Metzenthin del crucero Gneisenau, gemelo de nuestro buque.
La revolución china de 1912 había estallado. Detrás del asentamiento alemán de Hankau había habido una sangrien­ta lucha entre las fuerzas imperiales y los rebeldes, y por esta razón nuestra presencia era urgentemente requerida para la protección de los ciudadanos alemanes, sus propiedades y la bandera.
Estábamos muy entusiasmados, aunque comprensiblemen­te aprehensivos a la perspectiva de conocer una visión de pri­mera mano del conflicto.
En la tarde del cuarto día de viaje, mientras el Titania pasaba frente a Kiu-Kiang, entonces conocida en todo el mun­do por sus vasijas de porcelana, uno de los fuertes del pueblo izó una hilera de banderolas. Los libros de señales internacio­nales fueron consultados, pero al no poder asignársele ningún sentido al mensaje, se decidió ignorarlo. Cuando teníamos al pueblo una milla a popa, cinco de las piezas del fuerte abrieron fuego. Hubo algunos estruendos y un estrepitoso crack. Me agaché instintivamente debajo del manillar del puente. Era mi bautismo de fuego.
Los chinos obviamente hablaban en serio.
Nuestro buque echó el ancla y el telegrafista intentó ha­cer contacto con la cañonera Luchs y otros buques alemanes que se encontraban río arriba, pero ni ellos, ni el escuadrón de cruceros, parecían dispuestos a responder.
El teniente de navio Metzenthin, desembarcó para pre­sentar una queja ante el cónsul británico, que representaba los intereses alemanes en aquel distrito, pero el obstinado co­mandante del fuerte revolucionario, se rehusó a dejar pasar al Titania sobre la base de que llevaba municiones para las fuerzas imperiales chinas.
A la mañana siguiente el Luchs telegrafió instrucciones de amenazar con bombardear al fuerte con la artillería de los buques alemanes, y al anochecer el comandante chino cedió.
Nuestra llegada a Hankau, fue aplaudida ruidosamente por la colonia alemana. Para nuestra desilusión tomamos co­nocimiento que las tropas imperiales se habían retirado pri­vándonos así del sabor de nuestro primer combate.
Los campos detrás del pueblo estaban cubiertos de altas pilas de cadáveres. Los centinelas alemanes reportaban fre­cuentes ataques en la oscuridad, por enormes perros salvajes que evidentemente habían desarrollado un apetito voraz por la carne humana. Las operaciones se limitaron a destruir la mayor cantidad de estos animales que fuera posible.
Nos sentíamos estrechamente identificados con la colonia alemana. Un espíritu espléndido caracterizaba a la comuni­dad comercial de Hankou. Trabajaban sin pausa de sol a sol y abrigaban grandes esperanzas para el futuro. De algún mo­do estaban dedicados a la libre empresa y descuidaban disfrutar de la vida. Casi hasta el último hombre tenían el único objetivo de hacer la mayor cantidad de dinero que fuera po­sible antes de regresar a Alemania.
Los británicos tenían una actitud más sana. Cerraban los negocios temprano y se mantenían en buena forma haciendo deportes. Muchos de ellos habían permanecido en China por generaciones y estaban muy contentos de fijar su residencia allí. Naturalmente veían con pesimismo la manera en que los alemanes conducían sus negocios a un ritmo más acelerado que ellos.
Después de seis meses en Hankau llegó un destacamento de relevo y regresamos a nuestra orgullosa, y hermosa colonia modelo de Tsingtau.
El escuadrón de cruceros zarpó en su viaje de verano de 1912, recalando en puertos japoneses, la isla de Sakahalin y fondeando en un número de bahías en la costa este de Siberia.
En agosto de 1912 el Scharnhorst echó el ancla en el puer­to de Nagasaki, Japón. Mientras supervisaba un trabajo en el castillo de proa note la presencia de una lancha que se amadri­nó a nuestro costado para entregar los últimos telegramas re­cibidos de Berlín.
Poco después el comandante me mandó llamar desde el puente,
"¡Felicitaciones, Fürbringer, ha sido seleccionado para servir en submarinos!"
Me había convertido en el primer oficial del escuadrón de cruceros en ser seleccionado para ser transferido a los sub­marinos.
En la cámara de oficiales todo el mundo parecía estar ex­citado con la noticia y fui calurosamente felicitado. Reservada­mente no estaba tan seguro si ello debía considerarse una dis­tinción, pero evidentemente mis colegas me envidiaban.
En Vladivostok tomé el tren para Alemania vía Moscú y viajé por el desierto nevado del invierno siberiano. Las estacio­nes del ferrocarril estaban atestadas de hombres de múltiples razas.
Era diciembre de 1912; la guerra había estallado en los Balcanes. En casi todas las grandes estaciones entre Harbin y Moscú nos cruzamos con trenes de transportes de tropas con destino al oeste.
A bordo del viejo U-l y en el moderno U-20 aprendí el arte de gobernar un submarino. El comandante de la flotilla, Gayer, mantenía el servicio bajo un régimen estricto, y el adies­tramiento a un ritmo severo. Su intención era mantener a las tripulaciones de los submarinos más nuevos a un nivel de adiestramiento equivalente al de los más veteranos. Esto sig­nificaba una dura existencia para nosotros, pero pronto adver­timos nuestra mejoría y no pasó mucho tiempo antes de que estuviéramos equiparados con aquellos.
En mayo de 1914 participamos de las grandes maniobras en el mar del norte con la flota de alta mar. A pesar de los fuertes vientos, tuvimos un digno desempeño y le dimos al Estado Mayor una idea de lo que podía esperarse de nosotros en caso de necesidad.
Mi licencia anual coincidió con la fiesta de la semana de Kiel. Me quedé en una casa del bosque en Oker, en las monta­ñas Harz, cerca de Harzburg.
En la tarde del domingo 28 de junio, cuando bajé al pueblo a comprar el diario y recoger la correspondencia, me enteré del asesinato del último heredero al trono de Austria. Cuando se lo conté a mi madre, ella rompió en llanto como si supiera lo que ello significaba.
Retorné de inmediato a Kiel.
En la cámara de oficiales a bordo del buque tender Acheron la posibilidad de una guerra fue muy debatida, pero nadie pensó que estallaría inmediatamente.
Cuando dimos al asunto la seriedad que merecía en aque­llos días de julio de 1914 imaginábamos una rápida victoria en una corta campaña de dos frentes, donde la misión de la arma­da imperial alemana sería neutralizar a las flotas de Rusia y Francia.
Cuando el comandante de la fuerza de submarinos ordenó a todos los oficiales indicar una dirección o un teléfono donde poder ser contactados, entonces supimos que la guerra era inminente.
El comandante de la flotilla, deseaba que sus submarinos estuvieran listos para cualquier eventualidad por lo que orde­nó nos enviarán las cabezas de combate. A cierto número de oficiales se les exigió, de ahora en más, dormir a bordo de los submarinos. Esto fue hacia fines de julio de 1914. Para enton­ces era el oficial subalterno más antiguo del U-20.
Recuerdo bien el aire de excitación que se respiraba en Kiel el día en que el Kaiser ordenó "aumentar la seguridad". Todos los buques de la Armada lucían la señal "todos los hom­bres reportarse a bordo"; las sirenas tocaban constantemente y el ruido era ensordecedor. Los lugares de embarco y las esca­las, se estremecían y vibraban debajo de multitudes de tripu­laciones entusiastas.
Era un glorioso día de verano cuando la tercera flotilla soltó amarras junto al Acheron. Donde quiera que pasáramos había escenas de júbilo. Queridos amigos nos saludaban agi­tando las manos. ¿Cuándo volveríamos a verlos? Navegando por el canal de Kiel observamos infinito entusiasmo.
Al amanecer atravesamos el estuario del Elba hacia Wilhelmshaven. La tarde siguiente el Jade desaparecía hacia popa mientras nos dirigíamos a la isla de Heligoland en el Mar del Norte.
A las 22:30 hs de esa misma tarde, a mitad de camino, recibimos un mensaje del submarino líder: "apaguen las luces de inmediato. Se ha declarado la guerra a Rusia y Francia. No ataquen buques ingleses". Completamente oscurecida la floti­lla continuó hacia Heligoland. Estábamos en guerra. Y pronto lo estaríamos también contra Inglaterra.
El 5 de agosto de 1914, el día posterior al estallido de la guerra contra Inglaterra, los submarinos estaban estaciona­dos formando un cinturón de protección a ambos lados de He­ligoland, próximos a la costa. Se esperaba que los británicos efectuaran un ataque de un momento a otro. Era tiempo de falsas alarmas. La eterna espera nos ponía nerviosos. La incertidumbre acerca de lo que nos deparaba el futuro aumenta­ba la tensión. Para renovar el aire todo el mundo esperaba el primer choque con el enemigo.
El 28 de agosto de 1914 los británicos atacaron inespera­damente. Los cruceros ligeros Mainz, Koln, Ariadne y un torpedero fueron hundidos y perdimos mil hombres (1). A la maña­na siguiente un crucero ligero entro en el dique seco para torpederos, su chimenea de popa había sido dañada por gra­nadas. Para mi era la primera señal visible de la existencia del enemigo. El efecto adverso que aquella acción, luego de­nominada batalla de Heligoland, tuvo en nuestra moral, fue inmenso.
Habíamos perdido cuatro buques sin contraatacar en un audaz golpe, y uno no podía menos que reconocer el mérito del enemigo por la esmerada planificación que debió haber em­pleado para lograrlo.
Los submarinistas aprendimos la lección. Pocos días más tarde el U-20 y el U-21 fueron designados para penetrar el Firth of Forth y causar estragos.
En la tarde del 5 de septiembre el U-21 hundió el crucero ligero Pathfinder, pero mi submarino regresó con las manos vacías.
A principios de octubre el U-20 fue enviado a Boulogne con el objeto de atacar a los transportes de tropas canadienses que regularmente ingresaban en ese puerto. El enemigo había recientemente minado el estrecho mar entre el estuario del Támesis y la costa de Flandes, pero nos deslizamos ilesos a través de la barrera.
Naturalmente estábamos muy contentos con este éxito y nos concentramos en nuestra misión con el mayor entusiasmo. Sin embargo, ningún transporte se presentó. Luego de algunos días de permanecer al acecho en una abortada emboscada el comandante maldijo su suerte y nos condujo a Cherburgo. Aquí permaneció sin ser recompensado. Cuanto más nos aproximá­bamos más empeoraba la visibilidad del lado inglés del canal. Estaba realmente muy brumoso.
El único vestigio de buena suerte del viaje fue sobrevivir a un intento de ser embestidos por un destructor británico en medio de la neblina cerca de la isla de Wight.
Luego de consultar a los oficiales y al contramaestre el comandante decidió regresar a casa por la ruta del norte en lugar de hacerlo por el Canal de la Mancha. Teníamos sufi­ciente combustible, y la espesa niebla que se había desarrolla­do habría ciertamente convertido el cruce del estrecho de Do­ver y la barrera de minas en una tarea difícil.
El comandante tenía el punto de vista de que otros luga­res de la costa inglesa ofrecían mejores perspectivas de éxito que el Canal de la Mancha. Arrumbamos hacia Land's End y luego al norte, a través del mar de Irlanda.
Una tormenta del noroeste, nos abofeteó durante algún tiempo, próximos al extremo norte de Irlanda. Esta pronto aflo­jó, pero por varios días persistió una enorme marejada.
Al aproximarnos a las Hébridas en superficie desde el sur, la visibilidad era pésima y fuertes chubascos envolvían gran parte del horizonte. Repentinamente los vigías divisaron los palos de varios buques de guerra. El comandante dijo que eran modernos acorazados o cruceros acorazados.
La Royal Navy consideraba que sus buques estaban tan a salvo en estas aguas que no se molestaron en proveerse de una cortina de destructores para la protección de su escuadra. Nin­gún comandante de submarinos alemán volvería a tener una oportunidad como ésta.
Desafortunadamente el U-20 no pudo ser nivelado a pro­fundidad de periscopio en esas condiciones de mar. En este caso, como en todos los demás, la suerte había sido adversa al co­mandante. Nos sentíamos enfermos.
El jefe de navegación trazó un curso norte alrededor de Escocia y luego a través del Skagerrak. El motor de estribor se averió por lo que rengueamos a casa a muy baja velocidad. Once días después de zarpar el U-20 regresó a Heligoland. La duración de nuestro viaje fue motivo de admiración, pero ello cons­tituía poco consuelo para nuestro marcador que aun seguía en blanco.
El U-20 obtuvo un nuevo comandante, el kapitánleutnant Otto Schwieger. Este probaría ser un comandante de elevadas calificaciones en términos de tonelaje hundido y su nombre es probablemente más conocido para el lector que otros como De la Periére, Valentiner, Hersing y Hashagen, todos los cuales lo superaron.
Serví bajo las órdenes de Schwieger como oficial subalter­no hasta marzo de 1915. En ese tiempo, operando desde Emden, realizamos dos largas y exitosas patrullas a través del canal y hasta Liverpool como límite norte.
El alto mando naval alemán sospechó por algún tiempo del abuso por parte de Gran Bretaña de la Convención Inter­nacional de la Cruz Roja. Al regresar de la segunda de estas patrullas en febrero de 1915, Schwieger intentó sin éxito tor­pedear un buque hospital que se aproximaba al puerto francés de El Havre. Sus cubiertas estaban repletas de tropas británi­cas con destino al frente. Apenas podía dar crédito a lo que veían mis ojos al confirmar las observaciones del propio Schwie­ger a través del periscopio antes del ataque. El incidente fue ampliamente informado en el diario de guerra del U-20.
Al tomar el puerto de Emden, tras completar la segunda patrulla a principios de marzo de 1915, nuestro comandante de flotilla, Gayer, me felicitó al habérseme conferido el coman­do de un pequeño submarino de la clase UB.
Mientras Schwieger, al estrecharme la mano, me expresa­ba sus mejores deseos, no sentí ninguna clase de júbilo, a pesar de que mi mayor deseo estaba a punto de concretarse. En ese instante comprendí cuanto significaban para mí el gallardo U- 20 y más aún su comandante.
El destino nos separaba y lo único que quedaba por hacer era estar agradecido por el tiempo que había compartido con éste sobresaliente oficial y espléndida persona. Ningún ofi­cial submarinista podría haber deseado tener un vínculo de camaradería tan perfecto como el que yo experimenté con Schwieger.
¿Cómo describir las cualidades del kapitänleutnant Schwieger? Mente noble. Un temperamento equilibrado. Un espíritu sensible y una determinación a toda prueba. Una mente vivaz. Y por último, pero no por ello menos importante, un sen­tido del humor que jamás lo abandonó. Todo esto hacía de su compañía, especialmente durante una patrulla, toda una ex­periencia.
Mis ideas coincidían tan exactamente con las suyas, que casi siempre podía saber de antemano qué se proponía hacer, y consecuentemente actuábamos en completa armonía. Si ahora debía separarme de él, la separación sería solo física: su ejem­plo, sería siempre mi guía en todas mis futuras misiones.
Luego de un breve alistamiento el U-20 se trasladó a Wilhelmshaven para reparar sus motores, y fue allí donde nues­tra separación tuvo realmente lugar.
En una silenciosa esquina de un bar Schwieger había arre­glado una cena de despedida para los cuatro oficiales del U-20; en mi lugar encontré una cigarrera de plata gravada con las letras de la famosa señal con banderolas: DNAA, UUKP, OFTZ que significa "Sincero agradecimiento por su leal cooperación".
En un breve discurso, Schwieger se refirió a mi servicio a bordo del U-20 en términos que me hicieron ruborizar, y, ha­ciendo mención a nuestra separación, efectuó algunas sucin­tas observaciones y comentarios humorísticos que licuaron la emotividad del evento. Luego nos despedimos para siempre. Nunca más lo volví a ver.
Nos mantuvimos en contacto por correspondencia hasta que un día una de mis cartas fue devuelta con un lacónico sello que rezaba: "desaparecido". No había regresado de su última patrulla.

 

NOTAS:
1. Del lado británico este combate pasó a la historia como "The Battle of the Heligoland Bight". Se llevo a cabo por iniciativa del comodoro Roger Keyes, Jefe de la Fuerza de Submarinos en conjunción con el comodoro Tyrwhitt que comandaba los cruceros ligeros y destructores de la "Fuerza de Ataque de Harwich". Los británicos rescataron del Atlántico 224 prisioneros alemanes, incluyendo a uno de los hijos del almirante von Tirpitz. Como consecuencia directa de este ataque el Emperador dio directivas para restringir la iniciativa del comandante en jefe de la Flota del Mar del Norte: la pérdida de buques de superficie debía evitarse y todas las operaciones de la flota ser previamente aprobadas por S.M. el Emperador. Von Tirpitz protestó enérgicamente contra esta "política de amordazamiento", lo que generó el alejamiento entre ambos hombres.