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Con voz de Dragón

Francisco ¿Vicario de Cristo o Profeta del Anticristo?

Alejandro Sosa Laprida

Con voz de Dragon - Francisco ¿Vicario de Cristo o Profeta del Anticristo? - Alejandro Sosa Laprida

300 páginas
medidas: 15 x 21 cm.
Ediciones Cruzamante
2017
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 420 pesos
 Precio internacional: 21 euros

 

 

La obra devastadora perpetrada por Francisco en cuatro años supera lo imaginable: necesidad de una conversión ecológica; pedido de perdón a los «gays» por haber sido «discriminados» por la Iglesia; construir una «nueva humanidad» a través de la «cultura del encuentro»; la Iglesia y la Sinagoga poseen la «misma dignidad»; María y la Iglesia tienen «defectos»; Lutero «no se equivocó» con la doctrina de la justificación; los Estados católicos son incompatibles con el sentido de la «Historia»; los musulmanes son «hijos de Dios»; la pena de muerte para los criminales es «inadmisible»; la especie humana «se extinguirá» algún día; no existe un Dios católico; Dios se sirve de la evolución y no hace «magia»; el matrimonio cristiano no es más que un «ideal»; la Iglesia en el pasado tuvo «comportamientos inhumanos» pero gracias al CVII aprendió el «respeto» hacia las otras religiones. La lista es interminable. Este estudio no se propone ser exhaustivo -¿cómo podría serlo, sin tomar proporciones enciclopédicas?-, tiene solamente el modesto objetivo de pasar revista a las principales aberraciones perpetradas por este hombre idolatrado por los medios de comunicación del sistema y adulado por todos los enemigos de la Iglesia. Las iniquidades de este pontificado son de una tal amplitud e indecencia que no puede uno dejar de exclamar con el salmista:
«¡Levántate, Juez de la tierra! ¡Da a los soberbios el pago de sus obras! ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo triunfarán los malvados? ¿Hasta cuándo hablarán con arrogancia y se jactarán los malhechores?»
(Sal. 94, 2-4)

 

ÍNDICE

Prefacio de Flavio Infante 
Nota preliminar 
La medida está colmada 
Francisco, sepulturero de Europa 
El extraño pontificado del Papa Francisco 
Francisco, el Sínodo de Obispos y los marcianos 
Francisco y la buena onda 
El proselitismo es pecado 
Crónicas de un impío 
Bergogliadas cardenalicias 
Francisco, comunista y excomulgado 
Dejate misericordiar, por Federico Mihura Seeber 
Epílogo: ¿Quo usque tandem? 
Postfacio de Augusto Torchson

PREFACIO

 

Las florecillas de Francisco y la Babel escatológica
Si no hubiese habido una cuidadosa preparación, una propedéutica adecuada al término finalmente alcanzado, la artillería de groserías, blasfemias y herejías de Bergoglio habría sido rechazada desde el comienzo de su incomparable pontificado. Por desgracia se ha cumplido, a lo largo de varias décadas, una eficaz adaequatio de los oídos y de las mentes de la inmensa mayoría de los fieles y los clérigos a los embrollos teológicos, a los errores más o menos enmascarados, al no-decir-nada de tantos documentos papales y conciliares, de manera de alcanzar esta instancia, que ha sido llamada de «plena actualización del Concilio», la hora de exprimir y consagrar las consecuencias de las premisas asentadas oportunamente en el Vaticano II: libertad religiosa (= laicismo de Estado), colegialidad y ecumenismo (vale decir, la transcripción eclesiástica de la funesta tríada liberté, égalité, fraternité ya sin ningún embozo). La prueba del éxito de la estratagema revolucionaria se asienta en el simple hecho de que hoy día, ante la irreverencia sistemática del «obispo vestido de blanco» para con la fe católica, no se ve alzarse un cardenal Ottaviani, ningún monseñor Lefebvre o De Castro Mayer para oponerse a la demolición programada. La tiranía de los faits accomplis, inconmovible a esta altura, alcanzó a infestar la conciencia de los bautizados.
Ocurre así como en muchos lugares de Europa, donde la llegada de muchedumbres de inmigrantes mahometanos es saludada con el aplauso de los simples ciudadanos presentes, inducidos a ello por obra de una idónea manipulación ideológica que, a instancias de un humanitarismo bobo, no les permite a sus presas reconocer la real amenaza de conquista ínsita en tales oleadas humanas. El suicidio civil de Occidente se refleja en aquel de la Iglesia actual: piénsese que, al paso que van muriendo los llamados “profetas de desventuras” y las mentes de las nuevas generaciones de católicos son eficazmente desustanciadas («el mundo gimió y descubrió con estupor que se había vuelto arriano», dijo en análogas circunstancias san Jerónimo), se ve consumada la magistral sustitución de la misma Iglesia por una Contra-iglesia (terrorífico evento ya previsto por una áurea pléyade de videntes y clarividentes, al menos desde la beata Ana Catalina Emmerich hasta monseñor Fulton Sheen). Si ahora tenemos prelados empeñados en la erección de mezquitas o listos a declararse adversarios de la evangelización de los judíos -tenidos por pasibles de salvación a través de la sola observancia del Talmud-, ¿por qué no podría residir en Roma un obispo amigable con los sodomitas y los pecadores públicos, y aun con los más vetustos activistas pro-aborto? ¿Por qué no tendría que pacer la grey del Señor un infatigable fustigador de los cristianos del «se ha hecho siempre así», con continua y rencorosa alusión a los fieles que no quieren dejarse arrancar el patrimonio de la fe?
Esta infestación del modernismo ha ido tanto más allá que los más temibles de los pronósticos, que ahora se comprende mejor cuán vanos fueran los ingentes esfuerzos de san Pío X tratando de extirpar de la Iglesia este cáncer tan invasor, a pesar de que el santo Papa Sarto había previsto que un día la apostasía habría alcanzado un ápice entonces inimaginable. Por otro lado, había sido justamente su predecesor quien compusiera el texto del exorcismo contra Satanás y los ángeles apóstatas -escrito después de una célebre visión acerca del futuro de la Iglesia- y quien lo incluyera desde entonces en el Rituale Romanum, uno de cuyos fragmentos reza que «allí donde fue establecida la Sede de Pedro y la cátedra de la Verdad que debe iluminar al mundo, [los enemigos de la Iglesia] han elevado el abominable trono de su impiedad con el designio inicuo de herir al Pastor y dispersar al rebaño», palabras que dan escalofríos y que al día de hoy se leen como una profecía cumplida.
Y no se requiere demasiado para verificar que éste, que era el objetivo masónico más eminente (actuar no contra el Papa, sino con el Papa, para trastornar a la Iglesia desde sus cimientos), y cuyo éxito era deducible desde las admoniciones de la Virgen en La Salette acerca del Anticristo que se habría sentado en Roma, hoy parece haber alcanzado pleno cumplimiento, después de tantos desaciertos doctrinales y de las -por decir lo menos- incautas disposiciones de los últimos pontífices, que prepararon la llegada de Bergoglio. Alcanza con constatar que, así como  el modernismo se define como la «síntesis de todas las herejías», así el magisterio periodístico de Bergoglio resulta una síntesis grosera y vulgar de las más abigarradas tesis modernistas desparramadas aquí y acullá por sus más notos fautores. En efecto, así como Tyrrell supuso que «siempre y necesariamente somos nosotros mismos quienes elaboramos la verdad para nosotros mismos», así Francisco, glosándolo a corta distancia, afirma sin ruborizarse que «cada uno de nosotros tiene una visión propia del bien y del mal. Debemos inducirlo a avanzar hacia aquello que piensa ser el bien». Y tal como Loisy escribió que «el Evangelio no es una doctrina absoluta y abstracta, aplicable directamente en todo tiempo y a  todos los hombres», así Francisco arguye con presteza que «el mundo ha cambiado y la Iglesia no puede encerrarse en las presuntas interpretaciones del dogma», insistiendo en la conveniencia de la inversión hermenéutica que no valora ya más el presente según el paradigma cristiano, sino más bien relee el Evangelio «a la luz de la cultura contemporánea».
Incluso la explicación que los racionalistas del siglo diecinueve daban a los milagros según su habitual aversión a lo sobrenatural, ha encontrado en Francisco un inimaginable continuador. Como por ejemplo en el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces: luego de que algunos como Holtzmann pretendieran que «se trataría de un hecho natural, embellecido y magnificado por la tradición cristiana», y luego de que otros supusieron que «es verosímil que la muchedumbre que acudió para oír la palabra de Jesús habría llevado consigo los víveres y los habría consumido con parsimonia para hacerlos durar más tiempo (Renan, A. Réville); o bien que los más ricos, que habían llevado consigo provisiones más abundantes, habrían convidado a tomar parte a aquellos que estaban desprovistos, de manera que ninguno debió sufrir hambre (Paulus)»[1] ; he aquí que Bergoglio, con una concisión sin dudas mayor, no dudó en decir en el curso de una de sus homilías que los panes «no se multiplicaron, sino simplemente no se acabaron, como no se acabó la harina y el aceite de la viuda. Cuando uno dice “multiplicar” puede confundirse y creer que haya hecho magia»[2] .
Se ha dicho siempre que la fecundidad no es propia del error, que el error es estéril y que no puede sino repetirse o enmascararse, que se agota pronto y que, confrontado con la verdad, sus recursos se revelan como otras tantas nulidades. El Inicuo, asevera san Pablo, será deshecho con el soplo de la boca del Señor y será anonadado por el esplendor de su Venida (cfr. II Tes 2, 8). Y sin embargo, hasta que esta instancia no sea alcanzada, resulta imposible una contabilidad de las fechorías cumplidas hasta el día de hoy por este incontrolable oráculo de los ínferos: este libro trata de ofrecer un elenco que pronto exigirá necesarios añadidos, visto el volcánico afán de ofender a la verdad que anima a nuestro sujeto. La hybris bergogliana es, en efecto, siempre diligente en nuevas exteriorizaciones de impiedad y de perjurio, a cuál más grave, como ocurrió recientemente en una entrevista con La Croix:
[…]
«Se atizarán fuegos para testimoniar que dos más dos son cuatro. Se desenvainarán espadas para demostrar que las hojas son verdes en verano», escribió Chesterton en previsión de la fatal pérdida del juicio que hoy, finalmente, se verifica en todo el mundo. No habremos descubierto América con estas precedentes observaciones, pero sí habremos humildemente contribuido, junto al  autor de este volumen, a dar cuenta de una evidencia desestimada incluso por muchos hombres de Iglesia en este « silencio como de media hora » (Ap. 8, 1) que precede al juicio de Dios sobre nuestro tiempo y sus actores.
Flavio Infante

Nota preliminar 

 

La mayor desgracia para un siglo o para un país, es el abandono o la disminución de la verdad. Podemos recuperarnos de todo lo demás, pero jamás se recupera uno del sacrificio de los principios. (Monseñor Freppel)
Quienquiera que ama la verdad aborrece el error y este aborrecimiento del error es la piedra de toque mediante la cual se reconoce el amor a la verdad. Si no amáis la verdad, podréis decir que la amáis e incluso hacerlo creer a los demás; pero estad seguros que, en ese caso, careceréis de horror a lo que es falso, y por esta señal se reconocerá que no amáis la verdad. (Ernest Hello)
¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! Porque por haber callado, el mundo está podrido. (Santa Catalina de Siena)
Mis centinelas son ciegos, no tienen inteligencia. Son perros mudos que no pueden ladrar. Se acuestan somnolientos, pues son amigos de dormir. (Isaías 56, 10)
Los enemigos declarados de Dios y de la Iglesia deben ser atacados y censurados con toda la fuerza posible. La caridad obliga a gritar ‘‘¡al lobo!’’ cuando un lobo se ha introducido en medio del rebaño y aun en cualquier lugar en que se lo encuentre. (San Francisco de Sales)
Que un simple feligrés, completamente ignoto y carente de pergaminos, se decida a tomar la iniciativa de publicar una recopilación de artículos atacando a quien ocupa la sede petrina podrá sin dudas ser considerado como un gesto escandaloso por algunos, lisa y llanamente demencial por otros. Y con mucha razón.
Con la salvedad siguiente: ése sería el caso en circunstancias normales en la vida de la Iglesia, las que por cierto distan muchísimo de ser las actuales. Se trataría de un acto escandaloso, insensato y merecedor de una reprobación sin atenuantes si adoptara semejante actitud ante un auténtico pastor que condujese el rebaño de Cristo hacia el Cielo, guiado por la revelación divina y por el magisterio de la Iglesia. Este opúsculo sería evidentemente imperdonable si tuviese por blanco a un pastor que protegiera a las ovejas de los falsos doctores, si cargase contra un hombre de Dios que las resguardara de las jaurías de lobos rapaces que buscan seducirlas con sus falsas doctrinas y pervertirlas con sus malos ejemplos.
Pero resulta que ésa no es la situación en la que nos hallamos. Ni remotamente. No percatarse de ello es como no ver el sol en pleno mediodía. Es por ese motivo que, en las circunstancias presentes, este acto de denuncia es no solamente justificado sino particularmente necesario. La razón es muy simple: nos encontramos ante alguien que, en vez de confirmar a sus hermanos en la fe, se dedica a escandalizarlos sin solución de continuidad, con un frenesí diabólico y dando muestras de un atrevimiento sin límites. Los hechos a los que aludo, de público conocimiento, son tan numerosos y tan elocuentes que se podrían llenar bibliotecas enteras si se consignaran en los anales del actual pontificado y se llevara una  crónica meticulosa de su verborrágico e incontinente pseudo magisterio mediático.
 
Que « no existe un Dios católico », que « no me interesa » la religión en la que se eduque a los niños, que se puede « encontrar a Dios » en cualquier religión del « amplio abanico » existente, que Dios no hace « magia » sino que utiliza la « evolución », que Jesús no multiplicó los panes y los peces sino que enseñó a sus discípulos a « compartir », que María se rebeló contra Dios al pie de la Cruz y lo llamó « mentiroso », que lo que el mundo necesita hoy en día es una « conversión ecológica », que el proselitismo es una « solemne tontería », que la fe es incompatible con la « certeza », que la raíz de la felicidad reside en « vivir y dejar vivir » y un sinfín de otras declaraciones del mismo tenor, absolutamente inconcebibles no ya en boca de un papa, sino de cualquier cristiano…
Blasfemias escalofriantes que trasuntan una impiedad luciferina, todas ellas vomitadas por quien pasa por ser, a los ojos del mundo, nada menos que el Vicario de Jesucristo y el Soberano Pontífice de la Iglesia Católica. Ni más ni menos. Ver para creer…
En estos tiempos de confusión generalizada hay que evitar caer en la trampa sutil, falso dilema y diabólica celada, de sentirse desgarrado entre una obediencia engañosa, descarriada de su fin último, y la defensa incondicional de la fe ultrajada. Desafiar y desacreditar a la autoridad legítima es sin lugar a duda una falta grave y eminentemente reprobable. Guardar silencio ante la manifestación desembozada del misterio de iniquidad en la persona de un falso profeta y de un pastor inicuo no lo es menos.

Introducción

 

Hablar de Francisco podría resultar no sólo un ejercicio desagradable sino, sobre todo, peligroso, y esto por una doble razón, concerniente al pasado y al futuro. En lo relativo al pasado, existe el riesgo de concentrarse excesivamente en su persona y de olvidar, por ello, de dónde proviene la crisis actual, que, en lo esencial, no es asunto de Bergoglio, ya que él no hizo sino exacerbarla y llevarla hasta sus últimas consecuencias. En lo referente al futuro, el riesgo es el de perder de vista el sentido de esta crisis espantosa, quedando de alguna manera prisioneros de la presente pesadilla y olvidando que, si Dios la permite, es para hacer mejor resplandecer la gloria de Nuestro Señor cuando Él se digne intervenir para castigar a los malvados, recompensar a los justos y restaurar todas las cosas.
El primer riesgo consiste entonces en perder de vista la perspectiva global y en sobreestimar a una persona en detrimento de un sistema del cual ella no es sino una pieza intercambiable. El segundo, más grave aún, reside en el debilitamiento de la virtud teologal de la esperanza, olvidando que Nuestro Señor ya ha vencido el mal y que nosostros tendremos parte en su victoria, por la gracia de Dios, si permanecemos fieles a Él.
He aquí porqué me esforzaré primeramente en demostrar, en referencia al pasado, que los errores bergoglianos se originan en el Concilio Vaticano II. En segundo lugar, en referencia al futuro, y para no ser presa del desaliento, trataré de destacar el aspecto escatológico de la crisis actual, recordando, al decir de San Pablo, que « Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman » (Rm. 8, 28). Y que el pleno desenvolvimiento del misterio de iniquidad, incluso « en el lugar santo » (Mt. 24, 15), es permitido por Dios para hacer brillar aún más su triunfo al tiempo del Juicio de las Naciones, el glorioso Dies Irae en el que será destruído el imperio del mal.
Corruptio optimi pessima, la corrupción de lo mejor es lo peor que pueda darse. La mayor autoridad moral de la tierra puesta al servicio del mal y de la mentira resulta necesariamente el principal factor de acción revolucionaria en el mundo. Como lo dije antes, esta obra de iniquidad no es exclusivamente fruto de Francisco, ya que él abreva en la fuente envenenada de Vaticano II, de la cual es el más reciente de los propagadores. Pero es cierto que, con él, la revolución en la Iglesia ha alcanzado un nivel inédito, ha efectuado un auténtico salto cualitativo, haciéndose  omnipresentes el error y la mentira, la blasfemia y el sacrilegio, los que se manifiestan ya con tal desvergonzado impudor y con un tan frenético recrudecimiento, que vuelven irrespirable la atmósfera espiritual.
A casi tres años y medio de pontificado, la obra de devastación perpetrada por Francisco supera lo imaginable: necesidad de una conversión ecológica; pedido de perdón a los « gays » por haber sido « discriminados » por la Iglesia; construir una « nueva humanidad » a través de la « cultura del encuentro »; la Iglesia y la Sinagoga poseen la « misma dignidad »; María y la Iglesia tienen « defectos »; Lutero no se equivocó con la doctrina de la justificación; los Estados católicos son incompatibles con el sentido de la « Historia »; los musulmanes son  « hijos de Dios »; la pena de muerte para los criminales es « inadmisible »; la especie humana « se extinguirá » algún día; no existe un Dios católico; la multiplicación de los panes no tuvo lugar; Dios se sirve de la evolución y no hace « magia »; el matrimonio cristiano no es más que un « ideal »; transmitir la fe en el lenguaje de los luteranos o de los católicos es « lo mismo »; la Iglesia en el pasado tuvo « comportamientos inhumanos » pero gracias al CVII aprendió el « respeto » hacia las otras religiones... La lista es interminable[4] .
Este estudio no se propone ser exhaustivo (pero, ¿cómo podría serlo, sin adquirir proporciones enciclopédicas?): sólo tiene el modesto objetivo de pasar someramente revista a las principales aberraciones y estragos consumados por este hombre idolatrado por los medios de comunicación del sistema y adulado por todos los enemigos de la Iglesia. Las iniquidades de este pontificado son de una tal amplitud e indecencia que no puede uno impedirse el decir con el salmista: « ¡Levántate, Juez de la tierra! ¡Da a los soberbios el pago de sus obras! ¿Hasta cuándo, Señor? ¿Hasta cuándo triunfarán los malvados? ¿Hasta cuándo hablarán con arrogancia y se jactarán los malhechores? »(Sal. 94, 2-4) Atención, Francisco: la medida está colmada...