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El gran engaño del siglo XX

(2 tomos)

La farsa del holocausto

Arthur R. Butz

El gran engaño del siglo XX (2 tomos) - La farsa del holocausto - Arthur R. Butz
El gran engaño del siglo XX (2 tomos) - La farsa del holocausto - Arthur R. Butz

652 páginas
Tomo I: 348 pág
Tomo II: 304 pág
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2017
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 600 pesos
 Precio internacional: 38 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Publicado por primera vez en 1976, esta edición revisada, ilustrada y ampliada de "El gran engaño del siglo XX" continúa siendo el trabajo seminal del revisionismo del holocausto. La que ha sido señalada como la "Biblia del revisionismo" en habla inglesa se ha convertido en un best-seller en todo el mundo pero continúa siendo ignorado por los medios oficiales.
Con esta nueva edición de 650 páginas de estudios penetrantes y lúcidos comentarios, el Dr. Butz da una clase magistral sobre el tema de los judios durante la Segunda Guerra Mundial, concluyendo que no sólo no fueron exterminados sino que nunca existió siquiera la intención de hacerlo.
Sólidamente referenciado en forma académica, con más de 750 notas, y siguiendo un riguroso método científico, el autor llega hasta cada esquina de la leyenda desmontándola pieza por pieza, aunque, paradójicamente, su fuerza se encuentra en la visión de conjunto que logra, haciendo que todas las piezas encajen de forma tan evidente que resulte indubitable la forma general, el motivo y la solidez del resultado, dejando en segundo plano el que muchos de sus datos hayan quedado desactualizados.
Butz analiza en detalle: los jucios por crímenes de guerra de donde surge la falsa evidencia que da forma al gran engaño, (como si los grandes hechos históricos necesitaran de juicios para probarse); los documentos falsificados que se intenta aportar como pruebas; las "confesiones", todas logradas por coerción y tortura, lo que nunca fue aceptado como prueba en ningún juicio, excepto para probar el holocausto; la imposibilidad que plantea la demografía judía para seguir sosteniendo la cifra cabalística de 6 millones; la imposibilidad técnica tanto de las cámaras de gas, del Zyklon-B, como de los cremamientos, al menos en la forma que se alega; la verdadera explicación de lo que significaba la "solución final"; la verdadera causa de muerte de prisioneros y judíos en los campos de concentración, así como la resurrección de muchos de ellos para cobrar jugosas indemnizaciones de lo que se ha convertido en toda regla en un inmenso y siniestro negocio; la total falta de evidencia, siquiera de verdaderos testigos, sobre los gaseamientos; los registros reales de prisioneros y su trato, tanto como la supervisión internacional y la información que se manejaba sobre ellos a nivel mundial, sin sospechas de exterminio. Separa, en suma, los hechos crudos de las tonelada de desinformación y propagana que sirven de barrera hacia la verdad de lo que ha sucedido realmente durante la Segunda Guerra Mundial.
El libro de Butz hace temblar los cimentos del mundo académico y politico moderno, por lo que ha sido prohibido en un creciente número de países, como si la verdad alguna vez haya necesitado de la prohibición de ser discutida. De ningún hecho histórico se puede prohibir la duda, excepto del Holocausto, pero, lo que es peor, a quienes prueban su falsedad se los persigue, encarcela, difama y se los aisla totalmente del sistema, cuando no directamente se los ataca físicamente. Por ello sigue siendo denunciado y ridiculizado por quienes no pueden refutar sus tesis ni se animan a discutirlo abiertamente, teniendo que crear leyes para prohibirlo.
Merece la pena por lo tanto esta edición completa, con anexos y suplementos para actualizarla, por primera vez en castellano, que se convertirá en referencia ineludible para quienes quieran descubrir el gran engaño de la era moderna, quien está detrás de él y qué se debe hacer para desarmarlo.
Luego de ello, la posteridad se asombrará, en primer lugar, de que este engaño haya podido ser creído en absoluto y, en segundo lugar, de por qué hizo falta toda una literatura revisionista para refutarlo.

 

ÍNDICE

Prólogo a la edición de 20039
Prefacio19
Breve introducción al estudio del revisionismo del Holocausto23
Agradecimientos26
La Fábula del Holocausto27
Contexto y perspectiva27
El Vaticano no creyó las acusaciones de exterminio36
Conclusiones finales39
I. Juicios, judíos y nazis51
Juicios y dudas51
¿Cuántos judíos?57
Nuestro método, argumento y conclusión.65
Los juicios por crímenes de guerra66
¿Quién estaba a cargo?82
Los nazis86
II. Los campos93
Escenas horrorosas y campos de exterminio93
Los Campos y su final95
Belsen98
Buchenwald99
Dachau103
El rol industrial de Auschwitz110
III. Washington y Nueva York117
La crisis de la goma en 1942117
Auschwitz, de gran interés para los norteamericanos122
Washington y el primer reclamo de “exterminio”.128
New York y el primer reclamo de “exterminio”140
Reacciones alemanas174
Informe del War Refugee Board: Nacimiento de la leyenda de Auschwitz175
Rudolf Vrba185
IV. Auschwitz191
Estructura de la Leyenda191
La “confesión” de Höss192
Primeras Contradicciones197
¿Cuándo comenzó?199
Los supuestos gaseamientos y el Zyklon200
Líneas de autoridad204
Transportes a Auschwitz205
¿Un hospital para personas que están siendo exterminadas?208
Tratamiento especial211
Los crematorios215
De vuelta a las “Cámaras de Gas”224
¿Por qué en inglés?228
El papel de Birkenau.229
Sumario de Auschwitz239
V. Los judíos húngaros241
La Cruz Roja Internacional241
Propaganda de 1944261
¿Dónde están las fotografías?267
Raids aéreos sobre Auschwitz: Rudolf Vrba se supera a sí mismo268
¿Evidencia documental?271
Los productores284
¿Qué pasó en Hungría?299
¿Puede alguien creer tal historia?301
VI. Etcétera303
Mas campos de “exterminio”303
Lógica de los testimonios de la defensa307
Josef Kramer, la “Bestia de Belsen”307
Hermann Göring et al. en el IMT310
Oswald Pohl en Nuremberg316
Adolf Eichmann318
Juicios en Alemania occidental322
Antecedentes de los juicios326
¿Torturas?327
Adolf Hitler330
Heinrich Himmler332
Joseph Goebbels336
Los Einsatzgruppen337
VII. La solución final349
La policía alemana y la conferencia de Wannsee349
Número de deportados: Origen y destino366
Los guetos polacos373
¿Qué les pasó entonces?376
Otra vez el sionismo384
Migración hacia los U.S.A.391
Recapitulando395
J. G. Burg396
Conclusiones397
Himmler perfectamente clavado398
VIII. Comentarios399
Cargos variados399
La Alemania de la postguerra y Willy Brandt403
El Talmud406
Credenciales409
Otros problemas411
Algunas implicaciones413
Apéndice A: La Declaración Gerstein415
“Kurt Gerstein, declaración adicional.428
Apéndice B: Rangos SS y su aproximación con el ejército español432
Apéndice C: deportación de los judíos433
Apéndice D: El juicio de Belsen443
Declaración adicional de Josef Kramer466
Apéndice E: El papel del Vaticano469
Apéndice de Robert A. Graham492
Suplemento 1: La polémica internacional del holocausto495
Una simple asignatura496
¿Por qué un “engaño” [hoax]?498
Un problema social499
Desarrollo de la polémica502
Reacciones negativas en la Academia508
Conclusiones510
Suplemento 2: Contexto y perspectiva de la polémica del holocausto513
Gitta Sereny514
La Donación de Constantino518
Las analogías524
Contexto y perspectiva529
Reclamaciones de la época de guerra y postguerra533
Registros de la época de guerra535
Judería mundial537
Los aliados539
El Vaticano543
La Cruz Roja Internacional (IRC)543
Documentos alemanes544
Resistencia alemana hacia Hitler546
Conclusiones548
Suplemento 3: Una respuesta a la mayor crítica del revisionismo del holocausto554
¿Por qué otra crítica a Jean-Claude Pressac?554
Qué ha hecho Pressac555
Los Crematorios556
El “Vergasungskeller” (sótano de gasificación)566
Conclusión582
Suplemento 4: Zyklon B y detectores de gas en el Crematorio II de Birkenau585
Zyklon B585
Detectores de gas588
Un problema589
Una explicación alternativa592
Resumen596
Observaciones597
Suplemento 5: Vergasungskeller600
Ilustraciones609
Fuentes de las ilustraciones642

Prólogo a la edición de 2003

 

Mis investigaciones sobre el “Holocausto” judío comenzaron en 1972, y veintisiete años han pasado desde la primera publicación de este libro en 1976 en Inglaterra, como “La gran estafa del siglo XX”. Veintiséis años han pasado desde la publicación de la segunda edición británica ligeramente revisada y la primera edición americana de 1977. Aquel texto se encuentra ahora precedido por un breve artículo que escribí para el periódico estudiantil de la Universidad de Northwestern en 1991 y seguido por cinco suplementos que representan los escritos de 1979 a 1997. Hay también una adenda al apéndice “El papel del Vaticano”, que consiste en el obituario / homenaje que escribí sobre el Rev. Robert A. Graham. Todos fueron publicados en el Journal of Historical Review. También el Apéndice de Kurt Gerstein, se ha revisado levemente.
Estoy orgulloso de que este libro sigue siendo de interés general un cuarto de siglo después de la publicación. Sin embargo, la antigüedad del texto, y los grandes avances que desde entonces han tenido lugar en el revisionismo del Holocausto, requiere algunos comentarios sobre el valor del libro para el lector de hoy. ¿Cómo puede un libro antiguo no ser obsoleto hoy en día? ¿Qué obtiene el lector del mismo? ¿No sería mejor revisar el texto para tener en cuenta los avances más recientes?
Desde la perspectiva de hoy, el libro tiene defectos, y son muchos los que ahora podrían hacerlo mejor, entre los cuales me incluyo. Al admitir estos defectos, puedo alegar que yo era un hombre trabajador con poca ayuda. A excepción de Wilhelm Stäglich, los corresponsables consultados antes de la publicación en 1976 no eran entonces, y no han llegado posteriormente a serlo, significativos en el trabajo revisionista. La literatura de orientación revisionista era escasa. Parte de ella era una basura que constituía una molestia menor. Aportes positivos fueron los de Paul Rassinier, Thies Christophersen, y Stäglich Wilhelm. En ese momento los escritos de Rassinier, un ex preso político en Buchenwald, eran de interés, tanto como fuente primaria sobre experiencias personales y como exposición histórica (Rassinier hoy en día es de interés sólo como una fuente primaria). Christophersen y Stäglich, los alemanes que habían estado cerca de Auschwitz, fueron de valor sólo como fuentes primarias, aunque Stäglich más tarde escribió un libro de exposición histórica. Incluso teniendo en cuenta estos tres, el conjunto histórico no estaba allí, como explicaré a continuación.
Una queja común acerca de este trabajo ha sido que no soy historiador entrenado o profesor de historia. Es, sin embargo, no inusual que personas que no son historiadores académicos hagan contribuciones a la historia. El gran historiador norteamericano Francis Parkman no era profesor de historia, tenía sólo un breve nombramiento académico como profesor de horticultura en la Universidad de Harvard. El fallecido Arnaldo Momigliano instó a la cautela de los historiadores académicos y señaló que ninguno de los tres principales historiadores del siglo XIX del mundo antiguo eran profesores de historia, como, por ejemplo, Mommsen, que era profesor de Derecho.
Sin embargo, estos ejemplos no ilustran satisfactoriamente el hecho de que la historia tiene una relación más estrecha con la cultura popular que la mayoría de las otras disciplinas académicas. Esto es fácilmente aclarado y demostrado. En las reseñas de libros más importantes (New York Times, New York Review, etc) se puede encontrar comentarios de anuncios y de muchas obras en la vanguardia de la investigación histórica, es decir, trabajos no escritos específicamente para lectores populares. No se le da tal atención a las obras de vanguardia en ingeniería eléctrica y de la mayorías de las otras disciplinas académicas. Muchos laicos inteligentes pueden leer tales obras históricas y comprenderlas. Si muchos pueden leer, luego, algunos pueden escribir. Podría dar razones de esta situación relativamente popular del estudio de la historia seria, pero nos llevaría demasiado lejos. En cualquier caso, no hay venalidad por parte de los historiadores académicos en la aprobación de dicha promoción popular de sus libros.
Estas observaciones muestran, sin embargo, que hay hipocresía en su implicación común al denunciar, en el revisionismo del Holocausto, que sólo las personas con sus clases de doctorados son competentes para ocuparse de las cuestiones históricas.
El estilo de mi libro no es ciertamente elegante. Creo que mi estilo ha mejorado mucho desde entonces, pero, al igual que la mayoría de los hombres con una educación técnica, mi estilo sigue siendo mayormente seco y nada elegante. Fue, sin embargo, lo suficientemente bueno para hacer el trabajo. Incluso he preguntado a veces si la elegancia del estilo puede ser incompatible con un tema tan triste como el que nos ocupa.
No es falsa modestia decir que el mío es el mejor libro de este tipo, porque es el único libro de su tipo. Para comparar mi libro en comparación a los demás, diríamos que el enfoque del mío es horizontal, y el de los demás es vertical. Investigadores posteriores han tomado materias específicas y han ido más profundamente en ellas que yo. Tales enfoques verticales deben ser contrastados con el mío horizontal. He tratado de cubrir todos los aspectos razonablemente relevantes del problema. La cuestión de la existencia de cámaras de gas era sólo una de muchas. Traté de mostrar lo que sucedió, así como lo que no. Mostré la importancia de los sionistas y los movimientos relacionados. He discutido las políticas aliadas y las influencias judías en ellas. Mi uso de fuentes (por ejemplo, los juicios de Nüremberg, los informes de la Cruz Roja, los documentos del Vaticano, relatos de la época de periódicos) hoy parecen obvios, pero no lo eran entonces. Para ayudar a la comprensión de los primeros juicios de crímenes de guerra, di en los juicios por brujería un precedente útil.
Puedo reclamar una contribución adicional de este libro que puede parecer ridícula. Traté a los campos de concentración alemanes como instituciones específicas que existían en lugares específicos, con hechos denunciados que tuvieron que tomar lugar, si lo tuvieron, en un espacio real y en un tiempo real, junto con otros eventos que ocurrieron simultáneamente en los mismos campos o espacio real. Por espacio “real” me refiero a un espacio en que todos existimos y en el que, pasara lo que pasara en Auschwitz, sucedió al mismo tiempo que otros. El presidente Roosevelt se reunía en Washington y yo, como niño, iba a la escuela, etc, en el mismo espacio.
Eso es tan obvio que puede parecer absurdo para mí el presentarlo como un punto de vista original, pero por favor, préstenme atención. Mi impresión de la literatura existente es que los hechos que se afirman bien se pueden imaginar como que han tenido lugar en Marte, en tanto que está ausente la preocupación por un contexto más amplio. Como he recordado a los lectores en la página 210:
“Hubo una guerra durante la Segunda Guerra Mundial.”
Considérese mi presentación de Auschwitz, el principal presunto “campo de exterminio”. Comencé con la descripción de Auschwitz como un campamento que realiza funciones similares a las realizadas por los típicos campos de concentración alemanes que no se consideran campos de exterminio, se describen las funciones y presentamos un mapa de localización de los campos de concentración alemanes. Luego califico a Auschwitz en sus aspectos singulares y muestro por qué los aliados se han interesado en sucesos que ocurren en Auschwitz. Presento imágenes de hornos crematorios en Auschwitz y otros campos. Yo presenté un mapa de la región de Auschwitz y un plano de la sección “Birkenau” del campo de Auschwitz. Ese plano, y los diferentes mapas mostraron al lector exactamente donde, en Europa, Polonia, y en Auschwitz, las cámaras de gas grandes se suponen que han sido localizadas. Luego, se considera uno de los grupos específicos de los judíos, los Judíos de Hungría, no sólo desde el punto de vista de las alegaciones de acontecimientos sucedidos en campos de concentración alemanes, sino desde el punto de vista de los acontecimientos en Hungría. Esto es, para mí el problema de los Judíos de Hungría era tanto un problema relativo a lo acontecido en Hungría como de lo que sucedió en Auschwitz. Incluso en el examen de los acontecimientos de Auschwitz, decidí poner la mira en otros lugares, como entre los aliados que, en el momento en cuestión, se encontraban muy interesados en Auschwitz como objetivo de los bombardeos industriales, por lo que se ha fotografiado el campo para tal fin.
Las fotografías fueron publicadas casi tres años después de la publicación de mi libro y confirmó mis conclusiones, pero eso no es el punto que ahora estoy tratando de enfatizar. Mi punto es que, por improbable que parezca, mi método de colocación de Auschwitz en su contexto histórico general fue esencialmente único en esta cuestión histórica. Es cierto que algo de lo dicho en ese sentido se encuentra en los primeros libros que supuestamente relatan cómo el “exterminio” ocurrió, pero en partes y piezas dispersas que por lo general eran accidentales a esas cuestiones. Aun así, mucho tuvo que ser sacado de diversas fuentes. Por ejemplo, aunque parece obvio que cualquier discusión útil del problema de Auschwitz requiere un mapa de la región de Auschwitz y del campo de Birkenau, el primero tuvo que ser construido por mí a partir de varias fuentes y el segundo tuvo que ser construido, no por una autoridad sobre el “Holocausto” como los libros de Hilberg o Reitlinger, sino a partir de un ensayo alemán realizado entre 1963-5 por el personal de Auschwitz. Hilberg, Reitlinger y autores similares fueron muy mezquinos con los mapas e imágenes, excepto por los libros dedicados específicamente a la presentación de imágenes. Podemos decir, utilizando una simplificación de menor importancia, que iban o a venderle un libro de fotos o un libro de texto, pero no un libro de la integración de los dos en forma útil.
Creo que mi análisis provocó la investigación de problemas específicos, incluso cuando esa influencia no fue reconocida. Mi escepticismo aplicado sobre la realidad del misterioso “industrial alemán”, que en 1942, según el Congreso Judío Mundial, distribuyó la información de un plan para exterminar a los judíos que había sido discutido en cuartel general de Hitler, pudo haber provocado las investigaciones posteriores que intentan determinar su identidad. Walter Laqueur y Richard Breitman, en Breaking the Silence, 1986, de forma poco convincente propuso a Eduard Schulte. También hizo hincapié en la falta de acción de los aliados con respecto a Auschwitz, que Laqueur (El Secreto Terrible, 1980) y Martin Gilbert (Auschwitz y los Aliados, 1981) intentaron sin éxito explicar.
La existencia y la pertinencia de las fotos de reconocimiento aéreo de Auschwitz de 1944 fueron, hasta donde llega mi conocimiento, por primera vez expuestas en mi libro. También creo que mi libro provocó, quizás a través de algún intermediario, el lanzamiento en 1979 de estas fotos por la CIA, pero nuevamente tal influencia no es admitida.
Analicé los detalles del supuesto proceso de exterminio de Auschwitz. Mostré que todos los hechos materiales específicos requerían una doble interpretación de hechos relativamente mundanos, por ejemplo, a transportes, selecciones, duchas, rapadas de pelo, Zyklon B, crematorios, etc, todos ellos reales y relativamente mundanos, se les habían dado una segunda interpretación. Esa visión apenas merece la pena remarcado hoy, pero se lo hizo entonces. Ha sido el principal paradigma para toda la escritura revisionista posterior a Auschwitz y otros supuestos “campos de exterminio”. Puede parecer muy simple y obvio después de que se lee este libro pero, desde luego, no lo era cuando lo escribí. Al lector se le muestra qué tipo de preguntas se debe hacer si quiere ir más allá. Los que han estudiado el desarrollo de ideas entendemos que la respuesta correcta no es posible hasta que las preguntas correctas se formulan (sí, las preguntas pueden ser correctas o incorrectas). Este libro, aún hoy en día, muestra cómo hacerlo.
Considero que mi libro es en general “correcto” incluso hoy en día, en el sentido de cómo las piezas históricas encajan, y encajan perfectamente sin misterios mayores o fundamentales. Contrasta los giros de los típicos historiadores que no tienen nada, más que misterios. ¿Cómo y cuándo fue dada la orden de exterminio? ¿Fue una orden dada en absoluto? ¿Por qué los Aliados no reconocieron lo que (supuestamente) estaba pasando en Auschwitz? ¿Por qué el Papa no condenó abiertamente el exterminio físico, incluso después de que los alemanes habían sido expulsados de Roma? ¿Por qué la prensa aliada no le dio más importancia a las denuncias de exterminio de los judíos, en lugar de enterrarlos en las últimas páginas de los periódicos más grandes?
Este análisis horizontal sigue siendo único en la literatura revisionista. El libro presentó un conjunto histórico que sigue siendo válido hoy en día. El libro hizo más fáciles los estudios especializados porque los investigadores no tienen que preocuparse por la coherencia de la “visión de conjunto”, ya que podrían dirigir a cualquier curioso a mi libro. Hice un buen trabajo a tal respecto, incluso si no es un trabajo perfecto. La prueba es que, entre los revisionistas, los defectos del libro son sin duda vistos, pero, por desgracia, no parece haber una gran demanda de trabajo mejorado integrado de alcance comparable y ningún autor aspirando a ello se divisa por ahora.
Un ejemplo. Si usted quiere discutir la cuestión de las cámaras de gas en Auschwitz, mi viejo libro no le va a ayudar a estar al día, y no habría necesariamente razón alguna para citarlo. Hay escritos más recientes y concluyentes. Pero no podría imaginar a nadie aventurarse a paso firme en tal controversia sin tener una idea del complejo histórico general, tal como se encuentra dispuesto en mi libro. Por lo tanto, no puedo imaginar el revisionismo del Holocausto contemporáneo existente sin un libro como el mío, aun cuando nunca sea necesario citarlo hoy día.
Sigue siendo el único libro de este tipo. Uno mejor sería bueno, pero hay dos problemas que se me ocurren. En primer lugar un libro así, si está escrito desde el punto de vista de nuestro conocimiento actual, no cabría en un solo volumen. Esto explica por qué rechazo la idea de tratar de actualizar este libro con los conocimientos modernos. Este proyecto rápidamente dejaría de ser una “puesta al día”, lo que resultaría en una obra completamente nueva. Cualquier intento de respetar el contenido original y la organización del libro sería una desventaja en la actualización del proyecto. El mejor volumen único para llevar al lector hacia la erudición revisionista hasta la fecha es una recopilación de artículos escritos por mucha gente, no un trabajo integrado.
En segundo lugar, una paradoja: una debilidad del libro explica algo de su fuerza. Desde el punto de vista actual, hay mucho en el libro que se presentó con torpeza. Esto se debe a que yo no escribí este libro como un experto. El libro fue escrito como una obra de investigación normal: yo mismo estaba luchando por entender, al igual que un lector inteligente y serio. Así, el libro expresa una relación de perspectiva común y empatía mutua tanto implícita, entre el autor y el lector, que no podría existir en un nuevo libro, escrito hoy desde una posición experta y dirigida a un lector neófito, que es la única relación posible hoy. Creo que esto explica el ocasional efecto abrumador que el libro tiene. Desde este punto de vista, el libro sigue siendo contemporáneo, tanto como “acertado”, y no debe someterse a revisión importante.
Por estas razones, he rechazado cualquier idea de “actualización” de este libro. Por el contrario, varios escritos posteriores a partir de 1979 figuran aquí, como se especificó anteriormente.
Que este libro sea valioso hoy en día se debe a las distorsiones y tergiversaciones que se han seguido emitiendo desde los medios de comunicación y la academia, lo que resulta en millones de personas tan desinformadas que un punto de vista de 1976 es una gran revelación para ellos en 2003.
Considero que este libro es tan exitoso como se podría haber esperado prudentenemente, dadas las circunstancias, pero es importante que lo vean como uno de los éxitos del fenómeno del revisionismo del Holocausto, del que ninguna persona individual o grupo de personas determinado, puede tomar el crédito. Me parecía algo que era oportuno y que tenía que desarrollar y que yo era sólo una parte de este desarrollo. He hablado de ello en mi artículo reproducido como suplemento 1, pero para tratar de clarificar aun más mi punto quiero destacar que los judíos han jugado un papel muy importante en este desarrollo, por lo que deben tener una parte del crédito. Fueron ellos los que decidieron, en 1977, difundir la noticia de este oscuro libro por los rincones más remotos del universo. ¿Quién podría haber imaginado tal publicidad masiva para un libro de un editor desconocido, escrito por un autor desconocido, y apenas disponible en los EE.UU.? Han utilizado sus posiciones de poder en los medios de comunicación para mantener el tema de “Holocausto” en las mentes de la población, que lo recibe para el desayuno, el almuerzo y la cena. La actual “Holocaustomanía”, que los lectores más jóvenes pueden creer que ha sido una característica permanente de nuestros asuntos públicos desde la Segunda Guerra Mundial, se puede con razón afirmar que comenzó en 1978 con el “docudrama” de NBC-TV, Holocausto. Sólo los grupos judíos (ya sea formalmente judío o con una filiación en gran parte judía), en el campus de la Universidad de Northwestern, han mantenido el interés de los estudiantes en mi trabajo sobre el “Holocausto”. Esa dependencia mutua sólo es válida para las cosas que tenían que suceder.
Cuando escribí este libro, había tal vez una media docena de investigadores serios revisionistas del Holocausto (la mayoría no conocidos por mí). Hoy en día ya existen tantos que no puedo siquiera tratar de enumerarlos, y los lectores de la literatura revisionista del Holocausto contemporánea en todos los idiomas sin duda se cuentan por cientos de miles, tal vez millones.
Hay muchos insultos disfrazados de felicitaciones a nuestro éxito. Quizás el más llamativo es del EE.UU. Holocaust Memorial Museum. En febrero de 1992 recaudaron fondos para contrarrestarlo, mediante una apelación firmada por el “Presidente Nacional de Campaña” Miles Lerman, que llamaba “revisionistas” a todos aquellos a los que el museo se proponía “contrarrestar”. El museo se abrió formalmente en abril de 1993 con la “intención de refutar los intentos revisionistas para disminuir el alcance del Holocausto”.
Como si eso no fuera suficiente, el 104 º Congreso aprobó, unánimemente, una resolución marcando sólo dos puntos: que “deplora” el revisionismo y “elogia la labor fundamental y permanente del [...] Museo”. Este ridículo Museo no es sino un irónico monumento al revisionismo del Holocausto.
Pero el museo no será el último monumento. En 1996, los senadores judíos Barbara Boxer y Arlen Specter entregaron al director de cine judío Steven Spielberg un cheque que representa una subvención de 1 millón de dólares en dinero federal para su “Survivors of the Shoah Visual History Foundation” (un proyecto de grabar en vídeo los relatos de los “supervivientes” - “Shoah” es la palabra hebrea que se usa en lugar de “Holocausto”). Specter motivó la concesión en términos de oposición al gran éxito de los revisionistas.
Un ejemplo más reciente es el proyectado Monumento del Holocausto en Berlín. Una publicidad de julio 2001, solicitando fondos, aumentó el peligro del revisionismo.
La apostasía revisionista ha sido rara. Se ha podido apreciar en los casos en que algún personaje público, que en realidad no era un revisionista, hizo declaraciones públicas de apoyo al revisionismo. Un ejemplo fue el de Abbé Pierre, una especie Madre Teresa francés (aunque más activo en los asuntos públicos), que en 1996, a pesar de la rápida retractación de sus declaraciones revisionistas, nunca será perdonado por sus antiguos amigos.
Este episodio es uno de los muchos que ilustran las dificultades bajo las que el revisionismo del Holocausto ha trabajado.
Una prueba final, si es necesario, de nuestro éxito, es el hecho de las leyes aprobadas en los últimos años, en varios países europeos, sobre la criminalización de la publicación de las opiniones revisionistas sobre el Holocausto. Dicha literatura circulaba libremente en Europa hasta que el movimiento revisionista comenzó a hacer presente su impacto en los años 70. En los Estados Unidos somos aún libres de la represión estatal, aunque existe un considerable lloriqueo en algunos sectores sobre “absolutismo de la Primera Enmienda”. Aquí la represión funciona en gran parte por medios extralegales de intimidación y represalias. Por ejemplo, Fred Leuchter era el máximo técnico de ejecución en los EE.UU. cuando publicó su famoso informe de 1988 sobre las supuestas cámaras de gas de Auschwitz.
Desde entonces, su negocio se ha arruinado y también su matrimonio. Todos estos avances son, por supuesto, malos tributos para el éxito del revisionismo del Holocausto. Incluso el lector más ingenuo verá el punto: ¡ellos no quieren que usted sepa estas cosas! Ellos están tratando de detener el viento.
Tenemos éxito, pero tenemos un largo camino por recorrer, ya que la fuerza bruta del monstruo moribundo es considerable.

Evanston, Illinois,
Junio 2003
A.R. Butz


Prefacio

 

Al igual que casi todos los estadounidenses, que han tenido opinión formada desde el final de la Segunda Guerra Mundial, había, hasta no hace mucho tiempo, asumido que durante la Segunda Guerra Mundial Alemania había dado al mundo un golpe particularmente sanguinario. Este punto de vista ha dominado la opinión occidental desde 1945, e incluso antes, y yo no era la excepción en lo que respecta a la aceptación de los elementos esenciales del mismo.
Un requisito importante en el precedente es el término “esencial”, pues la colección de los crímenes alemanes de los que supuestamente fueron culpables en la Segunda Guerra Mundial disminuye rápidamente cuando uno examina la evidencia y los argumentos reunidos en los libros “revisionistas” fácilmente disponibles. Un examen crítico elemental revela que la mayoría de los crímenes tomados como reales, incluso en la mente de los “intelectuales” (por ejemplo, pantallas de lámparas fabricadas por algunos alemanes a partir de la piel de los seres humanos que murieron por efecto de los campos de concentración) obviamente no tenían ninguna base real. Lo mismo ocurre con las leyendas sobre el maltrato de prisioneros americanos y británicos de guerra. Además, el problema general se desarrolla considerablemente cuando uno pondera, como lo hacen los revisionistas, las brutalidades atroces durante la guerra y la posguerra perpetrados por los aliados occidentales.
Dicha investigación no anula la leyenda del “Holocausto”, y la de los “seis millones” de judíos asesinados, principalmente en “cámaras de gas”, que pueden parecer hechos inamovibles. Los libros revisionistas que refutan algunos de los conceptos erróneos más populares parecen aceptar las cámaras de gas como un hecho. Todos aquellos de opinión erudita que el investigador consulta dan por real la historia del “exterminio”. Los profesores de historia que se han especializado en Alemania, si se los consulta, parecen considerar que la acusación está tan establecida como la Gran Pirámide. Publicistas liberales y conservadores, a pesar de que tienen actitudes muy diferentes hacia la Segunda Guerra Mundial y la entrada de América en ella, y aunque se pelean entre sí en casi todo lo demás, cierran filas ante la realidad del “Holocausto”. Tomando nota de las maneras obvias en las que esta leyenda es explotada en la política contemporánea, sobre todo en relación con el apoyo completamente ilógico de los EE.UU. hacia Israel, yo había tenido durante mucho tiempo dudas persistentes acerca de ello, y también estaba el hecho de que no existía un pequeño número de observadores respetados cuyas opiniones no se hayan formado por completo después de la Segunda Guerra Mundial y que, en los canales muy limitados que disponen y con diversos grados de explicitez, negara incluso la verdad aproximada de la leyenda. Un buen ejemplo es el distinguido académico norteamericano John Beaty, quien fue llamado al servicio activo en el servicio de inteligencia militar del Estado Mayor del Departamento de Guerra general justo antes de la entrada de los EE.UU. en la guerra y alcanzó el grado de coronel hacia el fin de la guerra. Entre otras cosas, Beaty fue uno de los dos editores del diario secreto “Informe G-2”, que se emitía cada mediodía para darle a las personas en las altas esferas, incluyendo la Casa Blanca, la imagen del mundo tal y como era cuatro horas antes. En su libro Iron Curtain Over America, publicado en 1951, se burló de la leyenda de los seis millones con algunos comentarios que fueron desgraciadamente breves e inconcluyentes, pero, viniendo de un hombre que fue uno de los más informados en el mundo durante la guerra, representaba una importante autoridad.
La investigación primaria en la cuestión, de la clase que el no historiador hace habitualmente, no me llevaba a ninguna parte. La escasa cantidad de literatura en el idioma Inglés, que negaba la verdad de la leyenda no sólo era poco convincente, era tan poco fiable y sin escrúpulos en el empleo de las fuentes, que cuando las fuentes eran utilizadas, tenían un efecto negativo, por lo que en el caso de la verdad de las cosas esenciales de la leyenda (sin tener en cuenta los problemas cuantitativos, por ejemplo, si fue de seis millones o cuatro millones o sólo tres millones) parecía fortalecerse. En el momento me di cuenta de que existía literatura adicional en francés y alemán, pero, estando bastante desacostumbrado a la lectura de textos en tales idiomas, excepto en raras ocasiones, cuando consulté un documento en francés o alemán de una revista de matemáticas, no tomé la medida de adquirir copias de la literatura de idioma extranjero.
Por otra parte, supuse que si este tipo de literatura valía más que lo que se publica en inglés, alguien habría publicado traducciones al inglés.
Aun poseyendo mis persistentes dudas me senté, a principios de 1972, y comencé a leer algunos de los libros del “Holocausto” de forma más sistemática de lo que había hecho antes, con el fin de ver los reclamos que se hicieron en este sentido y sus pruebas. Afortunadamente, una de mis primeras opciones fue Raúl Hilberg La destrucción de los judíos de Europa. La experiencia fue un shock y una sorpresa muy desagradable, el libro de Hilberg hizo lo que la literatura de oposición nunca podría haber hecho. No sólo me convenció de que la leyenda de los varios millones de judíos gaseados debe ser una fábula, sino que obtuve lo que resultó ser una muy confiable “sensación” de la mentalidad notablemente cabalística que había dado a la mentira su forma específica (los que quieren experimentar el “brusco despertar”, como lo hice yo, pueden parar aquí y consultar las páginas 567-571 de Hilberg).
A pesar de mi largamente persistente escepticismo en lo que se refiere a la leyenda, ya no estaba a la defensiva, mi información no podría, a principios de 1972, considerarse concluyente, y mi conocimiento del tema no fue exhaustivo, por lo que me propuse, en principio en mi “tiempo libre”, investigar el tema con el rigor que se requiere.
El lector habrá conjeturado que mi “tiempo libre” con el tiempo se expandió considerablemente.
Varios - para mí sorprendentes - descubrimientos han transformado al objeto en algo irresistible, en un sentido puramente intelectual. Adquirí la literatura en lengua extranjera. En última instancia, me pasé todo el verano de 1972 trabajando en una exposición de la fábula, ya que para entonces ya había penetrado y demolido todo el engranaje. Mientras que este libro que tiene en sus manos difiere considerablemente de la cantidad de contenido fáctico y la calidad general de la imagen que se había formado en el verano de 1972, esta imagen, cuya esencia se transmite aquí, estaba en contradicción abrumadora con las mentiras con las que la sociedad occidental me ha equipado, hasta tal punto que mi atención no se puede alejar de la materia por cualquier apelación a la prudencia o cualquier otro cálculo práctico. Porque incluso a principios del verano de 1972, era evidente que mi investigación había llevado al asunto más allá de la literatura existente, sentí una obligación ineludible y un imperativo intelectual a presentar a evaluación de la sociedad lo que sabía acerca de este engaño tan pernicioso. Pronto se hizo evidente que sólo un libro lo haría, el asunto no puede, teniendo en cuenta los años de propaganda, ser tratado en un trabajo de investigación o folleto y, a fortiori, no puede ser tratado en la forma de una conferencia.
El cuerpo del texto fue escrito en el verano de 1972, y luego el manuscrito fue mejorado gradualmente en el transcurso de los siguientes dos años. Un viaje a Europa en el verano de 1973 fue muy gratificante, como también lo fue un viaje a Washington a finales de año. El libro fue esencialmente terminado a finales de 1974.
Habrá quienes dirán que no estoy capacitado para realizar este trabajo e incluso habrá quienes dirán que no tengo el derecho de publicar tales cosas. Que así sea.
Si un estudiante, sin importar su especialidad, percibe que el estudio académico consiente, sea cual fuere la motivación, una mentira monstruosa, entonces es su deber el exponer la mentira, cualesquiera que sean sus calificaciones. No importa que choque con todo lo “establecido“ en el campo, lo que no ocurre en este caso, porque un examen crítico del “holocausto” ha sido evitado por los historiadores académicos en todos los aspectos y no sólo en lo que se trata en este libro. Es decir, mientras que prácticamente todos los historiadores prestan algún tipo de servicio de palabra a la mentira, cuando se trata en los libros y documentos sobre otros temas, ninguno ha producido un estudio académico discutiendo, y presentando las pruebas, ya sea la tesis de que los exterminios sucedieron o no. Si ellos realmente tuvieron lugar entonces debería ser posible producir un libro que muestre cómo comenzó y por qué, por quién fue organizado y la línea de autoridad en las operaciones de matanza, ¿cuáles fueron los medios técnicos y si estos medios técnicos no tuvieron algún tipo de interpretación más mundana (crematorios, por ejemplo)? ¿quiénes fueron los técnicos involucrados, el número de víctimas de los diversos países y los calendarios de su ejecución, la presentación de las pruebas en que se basan estas afirmaciones junto con las razones porque uno debe estar dispuesto a aceptar la autenticidad de todos los documentos producidos en los juicios ilegales? No hay historiadores que hayan emprendido algo parecido aunque sea a un proyecto, y sólo los no historiadores han emprendido porciones. Con estas observaciones preliminares, por lo tanto, invito al estudio de la fábula de su siglo.

Breve introducción al estudio del revisionismo del Holocausto

 

Yo veo tres principales razones para creer difusa y erróneamente en la leyenda de millones de judíos asesinados por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial:
- las tropas norteamericanas e inglesas encontraron terribles montañas de cuerpos en los campos alemanes occidentales que capturaron en 1945 (por ejemplo, Dachau y Belsen);
- ya no existen grandes comunidades de judíos en Polonia;
- y los historiadores generalmente aprueban la leyenda.
Durante las dos guerras mundiales Alemania tuvo que luchar contra el tifus, transmitido por los parásitos en tráfico constante con el Este. Por eso, todos los informes de entrada en campos de concentración alemanes hablan de corte de pelo y de duchas y otros procedimientos anti-parásitos, como el tratamiento de los cuartos con pesticida Zyklon. Esa fue también la principal razón de una alta tasa de muertes en los campos, y de los crematorios existentes en todos ellos.
Cuando Alemania entró en caos, entonces, todas las defensas cesaron, y el tifo y otras enfermedades avanzaron rampantes por los campos, que abrigaban a muchos prisioneros políticos, criminales comunes, homosexuales, objetores de consciencia, y judíos internados para trabajo. Por eso esas escenas horribles, que no obstante no tuvieran nada que ver con “exterminio” u otra política intencional. Además, los campos alemanes occidentales en cuestión no eran los llamados “campos de exterminio”, los cuales estaban todos en Polonia (como por ejemplo, Auschwitz y Treblinka) y que fueran todos evacuados o cerrados antes de la captura por los soviéticos, sin que éstos hallaran ninguna escena parecida. La “solución final” de que se hablaba en los documentos alemanes era un programa de evacuación, colonización y deportación de los judíos con el último objetivo de expulsión de Europa. Durante la guerra, judíos de variadas nacionalidades fueron movidos al este, como una etapa de esta Solución Final. La leyenda afirma que el transporte fue solo para objetivos de exterminio.
La gran mayoría de los judíos que se alega fueron exterminados fueron europeos orientales, no judíos alemanes o europeos occidentales. Por ese motivo un estudio del problema por estadísticas de población ha sido difícil o imposible, por ser un hecho el que no hay más grandes comunidades de judíos en Polonia. Pero los alemanes eran unos entre tantos que transportaban a los judíos. Los soviéticos deportaron a virtualmente todos los judíos de la Polonia oriental hacia el interior en 1940. Después de la guerra, con los judíos polacos y otros viniendo del este hasta la Alemania occidental ocupada, los sionistas movieran grandes cantidades a Palestina, y los EEUU y otros países absorbieron a muchos judíos, en muchos casos en condiciones que tornaron imposible hacer un cálculo numérico. Además, las fronteras polacas fueron drásticamente modificadas después de la guerra; el país fue literalmente trasladado al oeste.
Los historiadores generalmente apoyan la leyenda, mas hay otros precedentes de una casi incomprensible ceguera por parte de los estudiosos. Por ejemplo, en todo el medievo también los enemigos políticos del Papa aceptaban la falsa alegación de que el Emperador Constantino (siglo IV) le había cedido el dominio del oeste, mismo sabiendo que después de Constantino hubo muchos otros emperadores. Una casi unanimidad de los académicos es especialmente sospechosa cuando hay grandes presiones políticas; en algunos países los revisionistas del Holocausto fueron perseguidos. Es fácil demostrar que la leyenda del exterminio merece desconfianza. Mismo el lector casual de la literatura del Holocausto sabe que durante la guerra virtualmente nadie se comportaba con conciencia de que éste estuviera ocurriendo. Así es común criticar al Vaticano, a la Cruz Roja y a los Aliados (especialmente las agencias de inteligencia) por su ignorancia e inacción, y explicar que los judíos generalmente no se resistían a la deportación porque no sabían qué les iba a ocurrir. Si uno reúne todo esto, se tiene la muy rara afirmación que por lo menos durante tres años los trenes alemanes, operando en escala continental en regiones densamente civilizadas de Europa, estuvieron regular y sistemáticamente llevando a millones de judíos a su muerte, y nadie se apercibía de esto, salvo algunos de nuestros líderes judíos que hacían públicas afirmaciones de “exterminio”.
Bajo una inspección más detallada se encuentra que incluso estos líderes judíos no se comportaban como si algo raro estuviera ocurriendo. Las comunicaciones normales entre los países ocupados y los neutrales estaban abiertas, y ellos estaban en contacto con los judíos que los alemanes estaban por deportar, por lo tanto no podría existir ignorancia sobre tal “exterminio” si esas afirmaciones tuvieran alguna validez. Esta increíble ignorancia puede también ser atribuida a la sección de Hans Oster en la inteligencia militar alemana, correctamente llamada “el verdadero Estado Mayor de la oposición a Hitler” en un estudio reciente.
Lo que nos ofrecen como prueba fue recolectado después de la guerra, en juicios. Las pruebas son casi todas relatos orales y “confesiones”. Sin las pruebas de estos tribunales, no habría ninguna prueba significativa de “exterminio”. Uno debe hacer una pausa y ponderar esto con cuidado. ¿Fueron necesarios juicios para determinar que ocurrió en la batalla de Waterloo? ¿Y en los bombardeos de Hamburgo, Dresde, Hiroshima y Nagasaki? ¿En la Masacre en Camboya? ¿Pero este programa de tres años, de ámbito continental, que arrojó millones de víctimas, necesita de procesos para probar su realidad? No afirmo que los procesos fueran ilegales o injustos; afirmo que la lógica histórica sobre la cual se basa la leyenda debe ser cuestionada. Eventos como estos no pueden ocurrir sin generar grandes evidencias contemporáneas de su realidad, como un gran incendio de floresta no puede ocurrir sin producir humo. Uno puede de igual forma creer que se destruyó a New York, si confesiones del hecho puedan ser realizadas.
La consideración detallada de las pruebas específicas que apoyan a la leyenda ha sido ya enfocada por la literatura revisionista, pero mencionaré apenas un punto aquí. La afirmación de la leyenda es que no existían los medios técnicos para la finalidad específica de exterminio, por lo que los medios originalmente producidos para otros fines debieron utilizarse con un doble destino. Es así que los judíos fueron supuestamente gaseados con el pesticida Zyklon, y sus cuerpos desaparecieron en los crematorios juntamente con los que encontraron la muerte por causas “naturales” (los restos de estos y de otros millones de víctimas nunca fueran encontrados).
Seguramente cualquier persona sensata debería ser escéptica.

La Fábula del Holocausto

 

CONTEXTO Y PERSPECTIVA
Mientras el actual interés en los detalles es deseable desde el punto de vista del revisionismo, por el otro lado, también se hace necesario porque los defensores de la leyenda han decidido —a los efectos de una intención contraria — que un enfoque sobre los detalles también puede ser deseable toda vez que se produce algo parecido a un debate. Esta extraña armonía en los dos campos es, por supuesto, superficial.
Que el enfoque sobre los detalles conlleva peligros para los revisionistas puede verse cuando se nota que los defensores de la leyenda adoptan esta táctica porque les permite sustituir la cuestión esencial por algunas más maleables. Específicamente, engañan a sus audiencias haciéndoles perder la perspectiva y el contexto.
Podemos comenzar preguntándonos precisamente qué es lo que llamará la atención de la posteridad como algo extraordinario. No será el “exterminio” de los judíos ya que éste no se produjo. Tampoco será el programa alemán de expulsión de los judíos. Habrá, por supuesto, algún interés en este programa, del mismo modo en que existe actualmente algún interés de parte de los historiadores en todo tipo de episodios del pasado. Sin embargo, aquél programa alemán estaba muy lejos de ser algo único si tenemos en cuenta que los judíos habían sido expulsados del área de Jerusalén en el siglo segundo y de España en el quince, para mencionar solamente a las dos expulsiones más famosas. El programa alemán podrá parecer deplorable, pero ciertamente no aparecerá como algo extraordinario.
Lo que sí parecerá único es la difusión de la leyenda del “Holocausto” dentro de la sociedad occidental; su utilización intensiva más allá de toda cordura; su impugnación por parte de sectores no convencionales y su subsecuente desaparición. Una de las implicancias de esto, que para los revisionistas quizás sea simultáneamente instructivo y preocupante, es que los revisionistas mismos serán objeto del análisis histórico. Esto es: somos parte del proceso histórico que verá la posteridad y no meramente sus investigadores pioneros.
Creo que nos verán de esa manera principalmente por nuestra tendencia a enredarnos en detalles mientras dejamos de lado, o quitamos importancia, a las observaciones que, en el futuro, parecerán tanto obvias como concluyentes.
Tomemos un ejemplo. Al final de su largo y copiosamente documento estudio, Martin Gilbert, el biógrafo de Winston Churchill, escribe:
Entre Mayo de 1942 y Junio de 1944 casi ninguno de los mensajes que llegaban al Oeste se habían referido a Auschwitz como el destino de los judíos deportados o como centro de exterminio. Tampoco el nombre de Auschwitz había impresionado de modo alguno a aquellos que estaban construyendo lo que, creían, era un cuadro cada vez más comprensible del destino de los judíos.
Por el otro lado, en su estudio —más breve pero también copiosamente documentado— Walter Laqueur, Director del Instituto de Historia Contemporánea en Londres y editor del Journal of Contemporary History, nos explica que exterminaciones masivas en Auschwitz no podían haber sido ocultadas puesto que Auschwitz era un “verdadero archipiélago”, que “los reclusos de Auschwitz estaban... de hecho, dispersos por toda Silesia y... se encontraban con miles de personas”, que cientos de empleados civiles... trabajaban en Auschwitz”, y que los periodistas viajaban por la Gobernación General y forzosamente tendrían que haber oído” etc. etc.
No tengo nada que objetar a estas observaciones. El lector puede hacer una verificación muy simple. Se le está diciendo que (a) en el período de Mayo 1942 a Junio 1944 los interesados en la materia no tenían información sobre exterminios masivos en Auschwitz y (b) que exterminios masivos en Auschwitz no habrían podido ser ocultados por mucho tiempo. La conclusión es de una simplicidad infantil: No hubo información sobre exterminios masivos en Auschwitz durante el período crítico y no hubieran podido mantenerse en secreto exterminios masivos en Auschwitz. Por lo tanto no hubo exterminios masivos en Auschwitz.
La conclusión es ineludible y solamente requiere una lógica elemental. Es comparable con el silogismo: “No veo ningún elefante en mi sótano; un elefante no podría ser ocultado a mi vista en mí sótano; por lo tanto hay un elefante en mí sótano”. La lógica nos dice que esta observación debería ser concluyente y, sin embargo, sé que en futuras controversias frecuentemente se perderá de vista. La literatura de los defensores de la leyenda abunda en concesiones que asombrarán a la posteridad. Esta posteridad se asombrará, en primer lugar, de que la leyenda haya podido ser creída en absoluto y, en segundo lugar, de por qué hizo falta toda una literatura revisionista para refutarla. Vayamos, pues, a lo específico. Los actores principales del episodio histórico son, los Gobiernos de las distintas Potencias en guerra, las organizaciones judías que operaban en territorios aliados y neutrales, las organizaciones judías que operaban abiertamente bajo la ocupación alemana, las organizaciones clandestinas de resistencia en la Europa ocupada por los alemanes, la Iglesia Católica y la Cruz Roja Internacional. Entre las organizaciones judías se destacan: el JDC (American Jewish Joint Distribution Comitee = Comité Conjunto Americano-Judío de Distribución) estrechamente asociado al AJC (American Jewish Comitee = Comité Judío Americano) y que era la “organización política de la elite no-sionista de la judería norteamericana”. El JDC se destacaba en brindar asistencia material a los judíos. En Europa, uno de sus representantes más importantes fue Joseph J. Schwartz en Lisboa. Sin embargo, más importante desde nuestro punto de vista fue Saly Mayer, la representante, a veces no oficial pero siempre principal, del JDC en Suiza. La Mayer estaba en constante contacto con el JDC de Lisboa y de Nueva York y también con los judíos de la Europa ocupada, tanto oriental como occidental. También prominente entre las organizaciones judías era la JA (Jewish Agency = Agencia Judía) el gobierno, semioficial, israelí de aquél tiempo cuya luminaria directriz era Chaim Weizman y cuyos representantes en Ginebra eran Richard Lichtheim y Abraham Silberschein. El Sionismo también estaba representado por el WJC (World Jewish Congress = Congreso Mundial Judío) cuyas luminarias directrices eran Nahum Goldman y el Rabino Stephen S. Wise y cuyo principal representante en Suiza era Gerhart Riegner. Los representantes suizos de éstas y otras organizaciones judías estaban en constante contacto con judíos en la Europa ocupada y con representantes judíos y no judíos de los países aliados. Por ejemplo, comunicaciones postales y telefónicas entre judíos de países ocupados y judíos residentes en países neutrales como Suiza y Turquía, podían ser establecidas fácilmente.
Como ha quedado perfectamente aclarado por muchos libros, aparte del mío, (por ejemplo, el libro de Gilbert), fue del WJC, suplementado por la JA, el gobierno polaco exiliado en Londres y —ocasionalmente— algunos grupos más oscuros, que surgió la primer propaganda relativa al exterminio.
Aquí hay, pues, ocho observaciones simples, todas extraídas de la literatura de los defensores de la leyenda (a veces vía la intermediación de mi libro) que establecen la ahistoricidad del “Holocausto” o bien, más precisamente, la del programa de exterminio físico y masivo de los judíos europeos.
Las acusaciones de postguerra tuvieron su origen en acusaciones de exterminio nacidas durante la guerra. Sin embargo, las diferencias entre ambas acusaciones son tales que resulta evidente que las acusaciones nacidas durante la guerra no estaban basadas en hechos reales.
Hay dos clases principales de diferencias entre las acusaciones surgidas durante la guerra y aquellas que aparecieron después. Primero, mucho de lo que se alegó durante la guerra fue dejado de lado después y solamente una fracción de ello ha sido mantenida. Segundo, la pieza central de las acusaciones de postguerra, Auschwitz, no fue esgrimida para nada sino hasta el mismo final del período relevante.
Ambas observaciones han sido hechas en el Capítulo 3 de mi libro. La segunda ya ha sido hecha más arriba y ambas han sido confirmadas por publicaciones más recientes.
Para precisar el punto de que “las acusaciones surgidas durante la guerra no se basan en hechos reales” la lógica es como sigue. Los defensores de la leyenda podrían explicar el mantenimiento de solamente una fracción de los informes nacidos durante la guerra, únicamente alegando que las circunstancias bélicas hacían impracticable la corroboración de la información y que, en consecuencia, muchas historias imprecisas se hicieron correr para consumo masivo. El resultado habría sido, así, un conjunto de relatos que, si bien originalmente habría estado inspirado en hechos reales, resultó ser una distorsión de la realidad.
Sin embargo, una explicación como la señalada no puede explicar la ausencia de Auschwitz en las acusaciones de exterminio surgidas durante la guerra. Lo que podríamos llamar “el aspecto Auschwitz” sólo sería consistente con la explicación citada, si se hubiera presentado, durante la guerra, alguna historia exagerada directamente relacionada con las acusaciones de postguerra. Verbigracia: exterminio de judíos por medios adicionales a las cámaras de gas. Como esto no se produjo, la lógica nos dirige a la conclusión de que las acusaciones de la época de la guerra no se basaban en hechos concretos.
Tanto los documentos surgidos durante la guerra como el comportamiento de los judíos en la Europa ocupada, demuestran que los judíos no tenían ninguna información referente a un programa de exterminio.
La resistencia a la deportación era algo raro, y que los judíos se dejaban transportar a los distintos campos sin ninguna sospecha de que iban a ser exterminados es algo que ha venido sabiéndose muy bien durante muchos años. Además, el material recientemente publicado sólo refuerza esta observación. Sin embargo y por lo general, las implicaciones de este hecho no resultan apreciadas. Nótese que la observación es válida, tanto para los dirigentes judíos en los distintos países ocupados como para la población judía en general.
Para enfocar el caso de un sólo hombre que ciertamente tendría que haber estado muy bien informado, tomemos al Rabino Leo Baeck, “venerada cabeza de la judería alemana”. El rabino demostró, a través de una carta que escribió en Noviembre de 1942, que no tenía conocimiento alguno de que los deportados judíos estaban siendo matados. Además, por sus propias declaraciones de postguerra, se sabe que no previno a otros judíos de las “exterminaciones” que supuestamente estaban teniendo lugar durante su estadía en Theresienstadt, un lugar de dónde muchos judíos fueron deportados.
Por lo tanto, los judíos no tenían conocimiento de un programa de exterminio del único modo en que hubiera resultado convincente: resistiendo a las deportaciones o, por lo menos, asentando el “Holocausto” en sus informes confidenciales.
Las organizaciones judías fuera de la Europa ocupada, tales como el JDC, el WJC, el JA y otras, no actuaron como si creyesen en sus propias acusaciones de “exterminio”.
La leyenda pretende que, para Marzo de 1943 casi todos los judíos polacos habían sido muertos. Sin embargo, durante todo el supuesto tiempo de la matanza, y hasta 1944 inclusive, las organizaciones de beneficencia judía asentadas en el Oeste enviaban paquetes de alimentos a los judíos en Polonia; particularmente a través de la JUS (Jüdische Unterstützungsstelle = Oficina Judía de Asistencia), con el permiso y la cooperación de las autoridades alemanas. Para 1944 Polonia se había vuelto un campo de batalla. En consecuencia, el 14 de Marzo de 1944 el WJC le recomendaba a los británicos, a medida en que las tropas soviéticas se aproximaban a Lvov, que aún quedaba “un considerable número de judíos” en el área de Lvov y que se debía dirigir “una nueva y enfática advertencia a los alemanes” como así también intensificar la tarea de rescatar judíos de territorios ocupado por los nazis. (Obviamente para llevarlos a Palestina, como se desprende claramente de las declaraciones hechas durante la guerra por el WJC. De modo que, en opinión del WJC, los judíos asesinados todavía estaban allí. Los diarios judíos del Oeste, mientras publicaban ocasionalmente algunas acusaciones sobre masacres, manifestaron claramente que, en su opinión, las acusaciones estaban muy exageradas y tendían a contradecirse en sus afirmaciones. Por ejemplo, el supuestamente muy bien informado “Bund” judío izquierdista, en su publicación “The Ghetto Speaks” (El Ghetto Habla) de Octubre de 1943 hablaba de la “lucha que hermana a las masas judías y polacas”. En la opinión de ellos, también, los judíos asesinados todavía estaban allí, Sin embargo, incluso aparte de incidentes específicos como los señalados, se admite que ―incluso después de la declaración aliada del 17 de Diciembre de 1942― (la primera acusación oficial de “exterminio”) “no hubo ninguna respuesta fuerte e inequívoca por parte de la judería norteamericana, incluyendo al JDC. Por regla general “los mismos judíos no presionaron de un modo realmente fuerte en pro de un rescate y su propaganda por Palestina frecuentemente parecía más fuerte que su preocupación por los pasos inmediatos a dar para salvar a sus hermanos”. De este modo, la documentación histórica demuestra que, aparte de sus acusaciones circunstanciales y ocasionales, públicas, de un “exterminio”; las organizaciones judías fuera de la Europa ocupada se comportaron como si no hubiesen habido exterminios. Esto queda claramente demostrado por su omisión de prevenir a los judíos europeos y por la naturaleza de sus reales esfuerzos (como p.ej. los relacionados con Palestina).
Los gobiernos aliados y sus funcionarios no actuaron como si creyesen en las acusaciones de exterminio, y sus servicios de inteligencia nunca produjeron información alguna que corroborara las acusaciones.
En conexión con los actos de los Gobiernos aliados y sus funcionarios podemos decir que: (a) las declaraciones de los Gobiernos en relación al “exterminio” fueron inconsistentes, equívocas y el momento en que fueron hechas las hacen muy poco convincentes; (b) no se adoptaron medidas concretas para interferir las deportaciones de judíos o lo que fuera que estuviese sucediendo en los campos de concentración y (c) incidentes que involucran a funcionarios de primera línea demuestran que estos funcionarios no creían en las acusaciones,
Entre las declaraciones destacadas de los Gobiernos aliados quizás la más conocida sea la declaración aliada del 17 de Diciembre de 1942. Esta declaración estaba redactada de un modo inequívoco aunque mostraba una gran carencia en detalles específicos. No obstante, es el momento de su aparición lo que la hace poco convincente.
De acuerdo a la leyenda, las masacres fuera de Rusia estaban supuestamente en marcha desde hacía un año entero. Más aún, la fecha mencionada también marca la primera acusación soviética inequívoca de “exterminio”, si bien ― supuestamente ― un programa semejante ya estaba en operación desde Junio de 1941. Esto hace que la tardía afirmación soviética resulte particularmente increíble, puesto que “existen todos los motivos para presumir que las autoridades soviéticas estaban bien informadas desde el principio acerca de todos los hechos importantes que acaecían en los territorios (soviéticos) ocupados”.
Por el otro lado, la “Declaración de Crímenes de Guerra” de los aliados, de fecha 1 de Noviembre de 1943, que condena atrocidades alemanas, se olvida de mencionar a los judíos, Durante la redacción de dicha Declaración, el Foreign Office británico eliminó las referencias a las cámaras de gas, porque la evidencia no era digna de confianza”. En cuanto a Auschwitz, el 10 de Octubre de 1944 hubo una emisión radial desde Londres y Washington en la que se acusaba a los alemanes con “planes (para la) ejecución masiva de personas en los campos de concentración” de Auschwitz y Birkenau. El Servicio Telegráfico Alemán contestó inmediatamente diciendo que “estos informes son falsos desde el principio hasta el final”. La primera acusación oficial de alto nivel relativa a Auschwitz, de parte de los aliados, que se asemeja a la leyenda actual, vino recién a fines de Noviembre de 1944, después de que el supuesto “exterminio” ya había finalizado, de acuerdo a lo que se alega. Esta acusación está contenida en lo que he dado en llamar “El Informe WRB” (dado que proviene del War Refugee Board = Consejo de Refugiados de Guerra). Los rusos capturaron a Auschwitz el 27 de Enero de 1945 y no lo abrieron para su inspección, incluso después de que se hizo pública la curiosidad referente al tema e, incluso, después de que la publicidad sensacionalista dada a las capturas de Belsen y Buchenwald les daba a los soviéticos un buen motivo para unirse a la campaña. En lugar de ello, los rusos simplemente declararon a fines de Abril de 1945 que 4.000.000 de personas habían sido muertas en Auschwitz y, el 7 de Mayo de 1945, presentaron un “informe” más detallado. Incidentes que involucran a destacados funcionarios, demostrando que éstos no creían en las acusaciones, son numerosos. La “estrecha asociación entre la comunidad judía y la Administración Roosevelt” es un hecho bien conocido. En Septiembre de 1942 esta Administración se mostraba reticente a aceptar los informes acerca de centros de asesinato y desechaba la idea de un intento organizado para liquidar a los judíos. Roosevelt explicó las deportaciones a Frankfurter; los judíos deportados simplemente estaban siendo empleados en la frontera soviética para construir fortificaciones.
Debe presumirse que Roosevelt basaba sus explicaciones al Juez Frankfurter sobre información provista por sus Servicios de Inteligencia. Y Frankfurter debe haber quedado convencido porque, cuando Jan Karski llegó más tarde a Washington para contar sus leyendas, Frankfurter le dijo a Karski que “no podía creerle”. Cuando las acusaciones sobre Auschwitz llegaron a Washington, los funcionarios pertinentes del Departamento de Estado comentaron en privado que “Cosas como ésta han estado viniendo desde Berna desde 1942... No olvidemos que esto es un judío contándonos acerca de otros judíos... Esto es simplemente una campaña de ese judío Morgenthau y sus asistentes judíos”. En Gran Bretaña hallamos una situación semejante. En Septiembre de 1942 Churchill habló en la Cámara de los Comunes condenando “la deportación en masa de los judíos de Francia, con los horrores lamentables emergentes de la calculada y final dispersión de familias”. No dijo nada acerca de “exterminio”. En el Foreign Office, las acusaciones de exterminio generalmente no eran creídas y, en el Colonial Office, un funcionario las denominó como “material lacrimógeno de la Agencia Judía”. En Noviembre de 1942, Edward Benes, el Presidente exiliado de Checoslovaquia, en Londres, alguien que estaba muy bien informado de los acontecimientos de su patria, escribió al WJC afirmando que las acusaciones provenientes de Riegner, en Suiza, eran falsas y que los alemanes no tenían planes para exterminar a los judíos. El Gobierno suizo, por su parte, consideró a la Declaración Aliada del 17 de Diciembre de 1942, como “propaganda extranjera de rumores de la peor calaña”. De gran importancia para nuestro asunto es lo que la Inteligencia aliada tuvo para decir en estos casos. Después de unos cuantos años de vivir con la literatura publicada sobre este asunto, no he hallado ningún indicio, tendente a corroborar el “exterminio”, que provenga de cualquier fuente de Inteligencia activa durante la guerra. Lo que tenemos, proveniente de estas fuentes de Inteligencia, habla muy decididamente en contra de la leyenda. Por ejemplo, el 27 de Agosto de 1943 “William Cavendish Bentinck, Presidente del Joint Intelligence Comittee (británico), cuya misión consistía en evaluar la verdad o falsedad de todos estos informes acerca de “La Europa Nazi” declaró confidencialmente que las historias en circulación “tienden a exagerar las atrocidades alemanas a los efectos de estimularnos”. El único dato realmente importante que tenemos, proveniente de una fuente de Inteligencia, son las fotografías de reconocimiento aéreo que fueron publicadas por dos fotointérpretes de la CIA en 1979. Muchas de las fotografías examinadas fueron tomadas durante la primavera de 1944, cuando ― de acuerdo a la leyenda ― unos 10.000 judíos húngaros entraban al campo todos los días para ser asesinados. Desde el momento en que tiene que ser admitido que las facilidades crematorias en Auschwitz no tenían semejante capacidad masiva, la leyenda afirma que “los cadáveres eran quemados, día y noche” al aire libre. Ninguna evidencia de esto puede ser hallada en las fotografías y los fotointérpretes subrayan que hasta las chimeneas de los hornos crematorios aparecen inactivas,.
El Vaticano no creyó las acusaciones de exterminio
Se admite que la naturaleza amplia y extensa de las operaciones de la Iglesia Católica garantizan que el Vaticano hubiera sabido lo que le estaba sucediendo a los judíos. No obstante, no hubo ninguna condena inequívoca referente a exterminios de judíos que saliese del Vaticano, incluso después de que los alemanes fueron expulsados de Roma ni tampoco después de la derrota alemana. Y esto, a pesar de las fuertes presiones impuestas al Vaticano por los aliados a los efectos de obtener una declaración semejante.
Hubo una afirmación equívoca en el Mensaje Navideño del Papa, en 1942, pero fue hecha sólo después de que los británicos sugiriesen insistentemente que la emisión de una declaración así podría ayudar a disuadir a los aliados de bombardear a Roma. No obstante, el Papa le hizo ver claramente a los aliados, incluso en el momento en que su declaración estaba siendo difundida, que no creía en las historias: “Sentía que había habido alguna exageración a los efectos de la propaganda”. Que los voceros del Vaticano apoyen hoy la leyenda en sus declaraciones públicas actuales, es irrelevante desde el punto de vista histórico.
Las acciones y los informes de la Cruz Roja Internacional no concuerdan con las acusaciones de exterminio.
Igual que en el caso del Vaticano, las declaraciones de los voceros de la Cruz Roja Internacional (CRI) de hoy apoyan la leyenda, pero esto resulta irrelevante desde el punto de vista histórico. Todo lo que debería interesar a los historiadores es lo que contienen realmente los informes concernientes a las actividades de la CRI durante la guerra.
La discrepancia señalada la he señalado “In extenso” en mi libro, de modo que no creo necesario repetirla aquí. Sin embargo, apuntemos algunos hechos que he descubierto recientemente.
El 14 de Abril de 1943 la CRI hizo ver claramente que consideraba a Auschwitz como un campo de trabajo para deportados a quienes se les podía enviar encomiendas.
Hubo dos visitas muy publicitadas de la CRI a Theresienstadt, el asentamiento judío en Checoslovaquia. Los informes de la CRI fueron relativamente favorables en ambos casos. Lo que raramente se destaca es que el delegado de la CRI para la segunda visita, durante la primavera de 1945, fue George Dunant, quien describió a Theresienstadt como un “experimento de ciertos dirigentes del Reich quienes, aparentemente, eran menos hostiles hacia los judíos que los responsables por la política racial del Gobierno alemán.” Puesto que Dunant fue guiado en Theresienstadt por Adolf Eichmann, tuvo que saber que Theresienstadt era una operación de las SS de Himmler. Más allá de esto, Dunant estaba evidentemente en estrecho contacto con los representantes judíos. Por ejemplo, a principios de 1945 viajó a Bratislava, parcialmente ante la insistencia de Saly Mayer, a los efectos de abastecer a los judíos fugitivos con fondos.
Los documentos alemanes no hablan de exterminio sino, básicamente, de un programa de expulsión y reubicación en el este. No hay nada acerca de “cámaras de gas” en los campos de concentración o en otros documentos alemanes.
Es bien sabido que los documentos alemanes no hablan de exterminio. Por ejemplo, no existe orden escrita alguna de Hitler para matar judíos. Los documentos mencionan a una “Solución Final” como la expulsión definitiva de todos los judíos de Europa y de un proceso, coetáneo con la guerra, de reubicarlos en el Este ocupado.
Los defensores de la leyenda, por supuesto, alegan que los alemanes meramente practicaban una vulgar circunspección y evasión en todo lo referente a lo que escribían. Esta excusa falla por la base. Semejantes intentos de ocultamiento tendrían sentido solamente en relación a algo que hubiera podido ser ocultado en absoluto. Es obvio que el exterminio físico de todos los judíos de Europa no hubiera podido permanecer en secreto, cualquiera fuese el resultado de la guerra. Al contrario, por las razones apuntadas más arriba, se hubiese hecho ampliamente conocido incluso mientras estaba sucediendo. Aún si suponemos una estupidez increíble de parte de los alemanes en esta materia, seguramente tenemos que dar por sentado el que tenían conocimiento de las acusaciones de atrocidades que estaban siendo levantadas en los países aliados. Por lo tanto, tenían que darse cuenta de que un disfraz semántico en los documentos no serviría para nada. Tampoco hay ningún documento referente al diseño y a la construcción de cámaras de gas. Sobre la base de mi experiencia como ingeniero, está casi completamente fuera de cuestión la posibilidad de suprimir todos los documentos históricos normales que necesariamente acompañan a proyectos de envergadura, tales como los que forzosamente deberían haber culminado en la construcción de grandes “cámaras de gas”. Los planos no solamente deben ser dibujados sino también distribuidos a un número considerable de individuos encargados de ciertos detalles. No hay otro modo de lograr la coordinación indispensable. Incluso si los documentos más importantes son controlados muy de cerca, los distintos individuos intervinientes en el proyecto, reunidos en conjunto, tendrían que poder suministrar detalles ― de un modo u otro ― y estos detalles, compilados, deberían ser coherentemente creíbles. Carecemos de esta coherencia en todo lo relativo al “Holocausto “.
La resistencia alemana a Hitler, incluyendo a la que estaba enquistada en el aparato de la inteligencia militar alemana, no tenÍa conocimiento, en modo alguno, de un programa para exterminar a los judíos.
Parte de la resistencia alemana se oponía, por supuesto, al régimen de Hitler por motivo de su posición antijudía. Más aún, el “Abwehr” ― o sea, la Inteligencia Militar Alemana ― estaba encabezada, hasta 1944, por el Almirante Wilhelm Canaris, un traidor consciente. Le seguía en el comando del “Abwehr”, Hans Oster quien manejaba los asuntos financieros y administrativos y guardaba la lista central de los agentes. Tanto Oster como uno de sus subordinados, Hans von Dohnanyi ―un judío parcial “arianizado”― se dedicaron a “ocuparse de todo tipo de operaciones, sin conexión alguna con sus tareas inmediatas”. Entre estas operaciones figuraban, envolverse en la oposición anti-hitieriana y brindar asistencia ilegal a varios judíos, Ambos fueron ejecutados por participar en el abortado golpe del 20 de Julio de 1944. En los numerosos relatos acerca de las actividades de la resistencia anti-Hitler en Alemania, por ejemplo: “La Oposición Alemana a Hitler” de Hans Rothfels, no hay ninguna evidencia de que esta resistencia tenía conocimiento alguno de un programa para exterminar a los judíos, ni de que hubiera pasado cualquier información semejante a los aliados. Si hubiera habido conocimiento de un programa así, es absolutamente evidente que hubiera sido pasado a los aliados puesto que la oposición a Hitler estaba en contacto con ellos hasta el punto de intentar ―sin éxito― obtener la promesa de algún tipo de apoyo aliado en el supuesto caso de que tuviera éxito en derrocar a Hitler.
Incluso si admitiésemos la posibilidad que algunos alemanes involucrados en la resistencia antinazi podían no saber de un programa de exterminio físico de los judíos; ¿podemos creer lo mismo de altos oficiales del “Abwehr” en el caso de que este programa hubiese existido?
Conclusiones finales
Concluimos así los ocho puntos que establecen la a-historicidad de un supuesto programa para exterminar físicamente a todos los judíos de Europa. La pretensión no resiste ninguna prueba histórica relevante. Todo lo que sucede es que se nos exige creer que estos acontecimientos ― continentales a escala geográfica, de tres años a escala temporal y de varios millones a escala de víctimas ― sucedieron todos sin que ninguna parte importante de los involucrados se diese cuenta de ello. Es como si se me dijese que, mientras no veía ningún elefante cuando miraba dentro de mi sótano, el elefante estaba allí de todos modos. Además, mientras estaba sentado tranquilamente en mi sala de estar, tampoco me di cuenta de que el elefante se las arregló para subir las escaleras y pasearse un rato por ahí. Y todo esto en medio de un proceso que hacía a las escaleras, a las puertas y al piso, compatibles con este tipo de actividades. Después, el elefante se fue de lo más campante, se metió en un distrito comercial muy concurrido a pleno mediodía y, finalmente, recorrió varios kilómetros de regreso al zoológico. Pero nadie se dio cuenta.
En alguna parte y en conexión con la acusación de homicidio, Rassinier dijo: “esto no es serio”. No estoy de acuerdo con esa evaluación. Esto es una locura. Sin embargo no es éste el punto de esta discusión. El punto es que todas las observaciones antecitadas han estado allí, delante de nuestras propias narices, porque la mayoría ha sido publicada en libros editados recientemente, y no por los revisionistas sino por los defensores de la leyenda. Y la minoría de aquellas afirmaciones que no procede de estas fuentes, puede ser inferida de ellas de todos modos. Gracias a la “Holocaustomanía” de los últimos años, la existencia de estas observaciones y sus partes integrantes en general, han sido ampliamente publicitadas. Quizás los libros citados no han sustentado las observaciones del modo sucinto y directo en que yo lo he hecho, pero las han sustentado sin lugar a duda. Sería, pues, un caso de miopía, de una especie que la posteridad hallará difícil de comprender, si al mantener la controversia sobre el “Holocausto” nos enredásemos tanto en los detalles que los defensores de la leyenda pudiesen acusarnos de eludir los hechos mayores. Porque son precisamente los hechos mayores los que mejor demuestran, fuera de toda duda razonable, la inexistencia de un programa para el exterminio físico de los judíos de Europa. En las controversias que sobrevendrán, los partisanos de la leyenda recibida tratarán, fuertemente y por todos los medios, de confundir y complicar el tema con todos los trucos que podamos prever y quizás otros más. Por eso, mi más importante consejo para todos los que entrenen la controversia, es que no pierdan de vista que la verdadera columna vertebral de todo el asunto, acusación de exterminio, ha sido eliminada del caso por el análisis histórico ordinario. De esto se sigue que la táctica básica de los defensores de la leyenda, en las controversias futuras, consistirá en tratar de levantar acusaciones que no pueden ser comprobadas por el método normal de ubicarlas como hipótesis dentro del contexto histórico apropiado para ver si resultan coherentes. Que este procedimiento ya está siendo utilizado puede verse del artículo que Gitta Sereny publicó en el New Statesman del 2 de Noviembre de 1979. La autora pone en claro que le gustaría mucho más discutir lugares tales como Belzec, Sobibor y Treblinka antes que tener que tratar a Auschwitz. Hay buenos motivos para hacer esto. Sereny lo pone de este modo:
“Auschwitz combinaba enormes instalaciones fabriles con dispositivos cercanos para el exterminio. Auschwitz, porque tanta gente lo ha sobrevivido, ha agregado el máximo a nuestro conocimiento; pero también ha producido la mayor parte de la confusión relativa a los dos tipos de campos”.
Hay una distinción válida aquí. Auschwitz fue una operación grande, multifacética, mientras otros campos, supuestamente de exterminio, fueron instalaciones oscuras que funcionaron sólo por cortos períodos de tiempo en la función, casi exclusiva, de servir como lugar de tránsito para los judíos. Por eso, tenemos una buena cantidad de información acerca de Auschwitz mientras que tenemos mucha menos de otros campos. Por ejemplo, no existen, probablemente, fotografías de reconocimiento aéreo importantes de los otros campos; ni había prisioneros de guerra occidentales en los otros; ni había cientos de empleados civiles comunes en los otros; ni los reclusos de los otros campos llegaban a tener contacto con diversas personas a lo largo de un amplio territorio; ni tampoco había, aparentemente, un conocimiento por parte de la CRI de los otros; ni había tampoco tantos transportes de judíos provenientes del Oeste de Europa hacia los otros (aunque hubo transporte de judíos holandeses a Sobibor). Las consecuencias de esto son que resulta mucho más fácil refutar la leyenda en la medida en que ésta se aplica a Auschwitz que en la medida en que se aplica a otros lugares, cuando ― haciendo concesiones a la disputa ― nos apartamos de los argumentos históricos generales que refutan el “exterminio”. Esta es, en realidad, la explicación acerca de por qué los defensores de la leyenda preferirían discutir Belzec, Sobibor y Treblinka. Sin embargo, los defensores de la leyenda están en una posición imposible en esta materia. No pueden conceder Auschwitz sin conceder todo el asunto. Porque no hay ningún tipo de evidencia presentada para los otros campos que no sea idéntica con la presentada para el caso de Auschwitz. Si la “confesión” del Comandante de Auschwitz, Rudolf Hoess, es inconsistente ¿quién creerá la “confesión” de Franz Stangi, Comandante de Treblinka? Si los relatos de Rudolf Vrba y Milklos Nyiszli, referentes a Auschwitz, resultan increíbles ¿quién creerá los igualmente enfermizos relatos de Jankiel Wiernik y otra gente oscura, referentes a Treblinka? Si los tribunales de Nurenberg y los demás tribunales alemanes no han establecido la verdad acerca de Auschwitz ¿quién creerá que han establecido la verdad acerca de Treblinka? Si el gran número de judíos que admitidamente fueron enviados a Auschwitz, no fue asesinado allí ¿quién creerá que el gran número de judíos enviado a Treblinka fue realmente asesinado allí? Mi consejo, pues, para todos los que se vean envueltos en discusiones, es no permitir que los defensores de la leyenda se escapen ignorando a Auschwitz. El hecho es que resulta muy fácil destruir la leyenda tal como ha sido levantada para Auschwitz y, a su vez, Auschwitz ― por la naturaleza de la evidencia esgrimida ― arrastra el resto de la leyenda consigo. Finalmente, el último punto a considerar es el referente al destino de los judíos que fueron deportados. En este sentido, si uno deja de lado todo el contexto histórico, el argumento parece simple. Los judíos deportados no se hallan en el territorio que hoy llamamos Polonia; por lo tanto están muertos, Con ese mismo argumento, todos los millones de alemanes y descendientes de alemanes que vivían al Este de la línea Oder-Neisse antes de la guerra, también han desaparecido y, por lo tanto, tendrían que estar muertos. De hecho, sin embargo, se sabe que el período analizado fue una época de grandes desplazamientos masivos de población y los judíos no constituyen ninguna excepción. Los soviéticos deportaron a muchos hacia el interior de la Unión Soviética y durante el período inmediatamente posterior a la guerra, los judíos polacos que venían infiltrándose en Alemania Occidental para seguir luego a los EE.UU., Palestina y otros destinos, hasta llegaron a convertirse en un problema ampliamente publicitado.
Tengo muy pocos otros consejos que dar a los que se embarquen en discusiones relativas al “Holocausto” ya que no puedo prever todos los trucos por anticipado. Ni siquiera puedo asegurar que los argumentos refutados aquí son representativos de los que escucharemos en el futuro. Incluso hasta hoy día uno se topa con el argumento de que las tropas americanas y británicas que capturaron Belsen, Buchenwald y Dachau “lo vieron con sus propios ojos”. Lo que vieron fue cadáveres. Y ha sido relativamente muy fácil de demostrar, desde 1945 en adelante, que esos cadáveres eran el resultado de las privaciones emergentes del colapso de Alemania. Pero la confusión imperante es tan grande, que uno sigue escuchando el mismo argumento de todos modos.
Todo lo que puedo agregar es que se debería estar al tanto de la literatura revisionista y de las obras literarias más importantes que apoyan a la leyenda. En cuanto a las discusiones, sobre todo hay que tener cuidado en preservar el contexto histórico y la perspectiva, para no quedar atrapado con una visión histórica miope.
La persistencia con que periódicamente ciertos canales de desinformación pública insisten en citar el llamado “holocausto” obliga a precisar los conceptos. Hace un par de años atrás, la National Federation of German-Americans dirigió una carta abierta a la cadena de televisión norteamericana ABC con motivo de la conocida serie Holocausto. Demás está decir que la carta nunca fue contestada. Precisamente por eso, vale la pena conocer una síntesis de sus términos. Tanto como para acabar, de una vez por todas, con uno de los tantos falsos mitos de nuestro tiempo.
Una de las características más evidentes de la falacia del “holocausto” es que se halla construida sobre testimonios que no resisten el menor análisis. Todos los testimonios volcados en este asunto provienen de judíos y de traidores alemanes cuyas declaraciones fueron posteriormente desaprobadas, cambiadas o revocadas. Karl Wolff, por ejemplo, fue un traidor, por lo menos desde 1942. Su “negocio” consistía en dejar escapar a prisioneros aliados importantes. Estuvo a punto de producir el colapso de todo el frente Sur del Eje, luego de negociar con Allen Dulles la rendición de más de un millón de soldados alemanes. Su testimonio, en el sentido de que habría presenciado, junto a Himmler, ejecuciones en un campo de concentración cerca de Minsk, en Agosto de 1941, ha sido completamente refutado por un hecho muy simple: En Agosto de ese año, Himmler jamás estuvo ni cerca de Minsk ya que permaneció en su Cuartel General de Zhitomir. William Höttl también estuvo en contacto con la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) de Allen Dulles. Durante la guerra le fue encomendado el “trabajo” de interrogar a sus ex-camaradas de las SS, a beneficio del servicio de contraespionaje norteamericano (CIC). En Marzo de 1953, las propias autoridades norteamericanas tuvieron que arrestarlo por trabajar con dos agentes soviéticos igualmente detenidos por cargos de espionaje. Curiosamente, la revista inglesa Weekend, en su edición de Enero de 1962, afirmaba que Höttl había sido un agente británico durante la guerra. Sea como fuera, lo cierto es que Höttl fue investigado por un Tribunal de Disciplina de las SS en 1942 hallándosele culpable de conducta deshonesta e infamante por lo cual se lo declaró “no apto para seguir siendo miembro de las SS”. León Poliakov es un propagandista profesional judío. Es el director de investigaciones del Centre Mondiale de Documentation Juive Contemporaine en París, y sus testimonios han resultado ser falsos en un sinnúmero de ocasiones. Por ejemplo, Poliakov tiene el raro mérito de ser uno de los pocos sujetos que han sido capaces de publicar cuatro versiones distintas del mismo documento. Ello no es obstáculo para que el documento en cuestión (el famoso “Documento Gerstein”) sea siempre presentado como una “exacta reproducción del original”. Párrafos enteros de la tercera y cuarta edición no aparecen en ninguna de las primeras dos y el resto está plagado de contradicciones. Además, versiones posteriores del “Documento Gerstein” dejan de mencionar (por obvios motivos) la cifra de 25 millones de víctimas judías que figura en el original o primera versión. El documento en cuestión es tan evidentemente absurdo que hasta el Tribunal de Nuremberg lo desechó como prueba, el 30 de Enero de 1946. Pero Poliakov insiste en utilizarlo.
En general, la leyenda acerca de que se había decidido “gasear” a todos los judíos de Europa es tan falsa que ni los propios judíos pueden creer en ella. El Centro Mundial de Documentación Judía Contemporánea en Tel Aviv no ha tenido más remedio que reconocer públicamente que nunca existió una “orden de exterminio”. Pero, por si esto fuera poco, también hay otros datos sumamente reveladores.
El internacionalmente conocido autor David Irving ofreció 10,000 dólares a cualquiera en condiciones de probar que Hitler supo de una orden o haya emitido personalmente una orden, cualesquiera fuese su texto, para “gasear” a una sola persona. Los 10.000 dólares nunca fueron cobrados. El Institute of Historical Review de Estados Unidos ha ofrecido 50.000 dólares a cualquiera que pueda probar que “los nazis gasearon a una sola persona”. La oferta sigue en pié hasta el día de hoy. El profesor francés, Paul Rassinier, que no solamente no fue pro-nacionalsocialista sino que estuvo detenido en los campos de concentración de Buchenwald y de Dora, se pasó años enteros viajando por toda Europa para localizar a cualquiera que, durante la guerra, hubiese visto realmente una sola cámara de gas. No encontró a nadie. Benedikt Kautzky, un marxista judío que pasó siete años en diferentes campos de concentración alemanes (incluyendo tres años en Auschwitz) y que escribió un libro relatando sus experiencias, reconoció que “en ningún campo, en ningún momento, me topé con una instalación parecida a una cámara de gas”.
Thies Christophersen, un agrónomo alemán que fuera enviado a los laboratorios de la planta Bunawerk en Auschwitz, para realizar tareas de investigación en el área de la fabricación de caucho sintético por encargo del Kaiser Wilhelm Institut, en 1944, visitó todos los distintos campos separados que constituían el complejo Auschwitz y, en un testimonio publicado hace unos años, afirma que: “Durante toda mi estadía en Auschwitz nunca observé la más leve evidencia de ejecuciones masivas en cámaras de gas.” La prueba decisiva acerca de la mentira de Auschwitz proviene, sin embargo, de la propia Fuerza Aérea aliada. Durante la guerra, el Servicio de Inteligencia norteamericano hizo tomar fotografías aéreas de Auschwitz. Al publicarse estas fotografías en años recientes se produjo un escándalo mayúsculo rápidamente silenciado: las mismas demuestran que, tanto Auschwitz como Birkenau, eran complejos industriales y no campos de exterminio. Además, la disposición de los edificios y la falta total de humo en las fotografías están en contradicción flagrante con las declaraciones de los supuestos “testigos”.
Originalmente, la misma leyenda envolvió el campo de concentración de Dachau con un tenebroso cuento de ejecuciones masivas. Después de la guerra, en 1946, el flamante Secretario de Estado de Bavaria impuesto por los aliados, Philip Auerbach, descubría una placa recordatoria con todo el ceremonial del caso. En dicha placa se afirmaba que 238.000 judíos habían sido exterminados en ese sitio. La cosa marchó bien hasta que un buen día Auerbach fue acusado, procesado y condenado por embolsarse dineros reclamados para indemnizar a judíos inexistentes. El número total de muertos en Dachau ha sido reducido ahora “oficialmente a 20.600 y se admite que la casi totalidad de los mismos falleció durante los últimos días de la guerra a causa de tuberculosis, tifus, cólera, neumonía y malnutrición; causas que surgieron todas debido a que, a esa altura de la guerra, los alemanes ya no podían transportar ni alimentos ni medicamentos porque, por un lado, ellos mismos carecían ya de ellos y, por el otro, el control aéreo de los aliados se había hecho tan estricto que todo transporte resultaba poco menos que imposible. A los que durante la década del ‘50 y del ‘60 visitaron Dachau, se les mostró una serie de fotografías de una “cámara de gas” que, incluso, podía ser visitada. Actualmente todo el mundo admite que se trataba de una Central de Desinfección (contra piojos y otros parásitos) y hasta el Institut für Zeitgeschichte de Munich reconoce lo que el Cardenal Faulhaber afirmaba en 1945: ¡que nunca hubo cámaras de gaseo en Dachau!¡Y Faulhaber no puede ser acusado de “nazi” jamás!
En cuanto a los demás campos de concentración, es realmente sintomático que todos se hallan hoy en territorio soviético en dónde, o bien han sido convenientemente “arreglados”, o bien jamás han sido inspeccionados por observadores imparciales, En síntesis: todo el asunto puede resumirse en unos pocos puntos claros e intergiversables. Es preciso retener estos datos para juzgar la cuestión:
1. Nunca hubo 6 millones de judíos en el área efectivamente ocupada por las tropas alemanas.
2. De los judíos que vivían en las áreas ocupadas, no todos fueron arrestados y de aquellos que sí lo fueron, la enorme mayoría ha sobrevivido. De los que murieron, la casi totalidad falleció por enfermedad, vejez u otras causas naturales.
3. El gas “Zyklon-B” con el que supuestamente fueron “gaseadas” las víctimas del “holocausto”, fue usado desde la I Guerra Mundial no sólo por las autoridades militares sino hasta por las civiles ya que el gas en cuestión era un poderoso insecticida y desinfectante. Fue usado en los campos de concentración solamente para los fines específicos para los cuales fue fabricado.
4. Si los alemanes hubieran querido efectuar “gaseos” masivos, lo lógico hubiera sido que emplearan gases letales como el “Tabun”, el “Sarin” o el “Soman” que se habían desarrollado en una fecha tan temprana como 1936.
5. Es sabido que, poco después del cese de hostilidades de la II Guerra Mundial, todo judío que no pudo ser inmediatamente localizado, o que no se registró ante las autoridades aliadas, fue automáticamente considerado muerto por exterminio. Debido a este procedimiento absolutamente arbitrario se llegaron a producir casos bastante ridículos. Uno de ellos es el de Simone Veil, quien fuera Ministra de Salud Pública del gobierno francés de postguerra y hasta llegó a ser presidenta del Parlamento Europeo. Se puede ver su nombre en la página 519 de la “Memoria de la Deportación de los Judíos de Francia”, en dónde esta buena señora figura como persona ejecutada en la cámara de gas. Su resurrección sigue siendo un misterio.
6. Nadie, en ninguna parte, ha podido, hasta el día de hoy, localizar a persona alguna que realmente haya visto “gasear” un sólo ser humano por los alemanes. Además ―y esto es lo realmente decisivo― nadie, nunca, en ninguna parte, ha sido arrestado y oficialmente acusado de “gasear “ prisioneros en los campos de concentración!!!
7. El total de individuos que en absoluto fue registrado en Auschwitz asciende a tan sólo 300.000 individuos. Los registros del campo fueron tomados intactos por los aliados.
8. Hasta el último mes de la guerra, la Cruz Roja Internacional inspeccionó regularmente los campos de concentración y los halló en estado satisfactorio hasta que el control aliado del espacio aéreo impidió los suministros básicos.
9. A los prisioneros de Auschwitz siempre se les permitió recibir paquetes de ayuda provenientes de sus familiares, tanto de Alemania como del extranjero. Además, los parientes y amigos de las personas internadas podían visitar a los reclusos y esto difícilmente se condice con los procedimientos usuales para un campo de exterminio.
10. El limitado testimonio de “gaseos” que existe, ha sido obtenido, o bien por falsificación de documentos (como el caso Poliakov), o bien por tortura de personas involucradas directa o indirectamente en los campos de concentración. Destacados miembros de Comisiones Investigadoras del Congreso de los EE.UU. han atestiguado que los prisioneros alemanes en institutos aliados fueron frecuentemente maltratados con salvajismo por interrogadores judíos. Se les rompieron las mandíbulas, se martillaron sus testículos, se les quebraron los dientes y se les arrancaron las uñas para obtener “confesiones”. También es de público conocimiento que en múltiples oportunidades los ciudadanos alemanes fueron amenazados por miembros de las tropas aliadas de ocupación con la pérdida de sus cartillas de racionamiento, con la violación de sus esposas por los negros del ejército norteamericano, con la ejecución lisa y llana o con su entrega a los rusos, si no “confesaban” determinados crímenes listados y tabulados de antemano. En el “Archipiélago Gulag”, Alexander Solzhenitsyn apunta el caso de Jupp Aschenbrenner, un bávaro que fue obligado por los soviéticos a firmar un documento en el que admitía haber trabajado sobre supuestos “vagones de gas”. No fue hasta muchos años más tarde que pudo probar que, en la época en cuestión, se hallaba en Munich estudiando el oficio de soldador. La obtención de confesiones por torturas está a la orden del día en prácticamente todos los conflictos armados. Durante la guerra de Corea, nada menos que 38 pilotos norteamericanos hechos prisioneros por los coreanos, “confesaron” haber usado armas bacteriológicas. Por supuesto, nadie ha tomado en serio jamás las “confesiones” de estos pilotos. Solamente las “confesiones” arrancadas a ex-miembros de las SS son presentadas como documentos de valor histórico.
11. Los procedimientos de “gaseo” y de cremación, descritos por los supuestos testigos, son inconsistentes y físicamente imposibles. Por ejemplo, se afirma que el personal de los campos entraba inmediatamente en las cámaras de gas, sin ningún tipo de protección especial, para extraer a los cadáveres. El procedimiento, de ser cierto, hubiera significado la muerte segura de ese personal ya que el Zyklon-B ― precisamente por ser un pesticida de alto rendimiento ― tiene un gran poder letal residual. Por otra parte, en cualquier libro de medicina forense se puede constatar que se necesitan aproximadamente 40 horas para cremar un cuerpo humano usando madera o petróleo como combustible. Haciendo abstracción de la crónica falta de combustible de las fuerzas de combate alemanas, esto significa que para cremar 6 millones de cuerpos se necesitan nada menos que 240 millones de horas de cremación. Suponiendo que se cremasen simultáneamente tanto como 1000 personas, aún tenemos que hubieran hecho falta 240.000. horas para cremar 6.000.000 de cuerpos. Doscientas cuarenta mil horas son, exactamente, 10.000 días, o sea: poco más de ¡veintisiete años!!!. Si los alemanes hubieran cremado 1000 judíos, simultánea, incesante, eficiente e ininterrumpidamente a partir de 1940, hubieran terminado de cremar al último de los 6 millones de judíos recién en ¡1967!!! .
Además, las cenizas que quedan luego de cremar un cuerpo humano, pesan entre 2,5 y 4,5 Kg. Para 6.000.000 de cuerpos esto significa que, en alguna parte, debería haber entre 15 a 27 millones de kilos de cenizas ― sin calcular los residuos del combustible empleado. ¿Dónde están estas 27.000 toneladas de restos???
12. Según el “World Almanac” del American Jewish Committee (Almanaque Mundial del Comité Judío Norteamericano) había, en 1938, tanto como 15.688.259 judíos en todo el mundo. Según el New York Times, en un artículo publicado por W. Balswin, en 1948 la población mundial judía ascendía a 18.700.000 personas. Si de los 15 millones de 1938 restamos los supuestos 6 millones del “holocausto” nos quedan apenas 9 millones. Es absolutamente imposible que estos 9 millones hayan podido reproducirse para constituir los 18 millones de 1948. Ninguna población del mundo es capaz de duplicar su número en tres o cuatro años. Ni siquiera en 10 años sería posible tal crecimiento demográfico.
13. La cifra de judíos muertos y desaparecidos durante II Guerra Mundial nunca pasó de las 250.000 personas. Esta cifra es la que manejó oficialmente tanto la ONU como la Cruz Roja Internacional. En esta cifra están incluidos tanto los judíos que murieron de muerte natural como los que simplemente desaparecieron y, reaparecieron sanos y salvos, como en el ya visto caso de Simone Veil. Nadie discute la posibilidad, ni aún la probabilidad, de la existencia de irregularidades y brutalidades cometidas por algunos miembros de las SS. Elementos sádicos y anormales hubo, hay y habrá en todas las tropas del mundo. Las matanzas de los Boers por los ingleses, las matanzas de Katyn por los rusos, la matanza de My Lai por los norteamericanos en Vietnam, son sólo muestras para ilustrar el punto. Nadie pretende afirmar que nunca un judío fue muerto o maltratado por un alemán. Pero 6 millones de judíos no murieron jamás en los campos de concentración. Jamás hubo orden de exterminarlos. Jamás los alemanes practicaron oficial, oficiosa o sistemáticamente el genocidio. El Tan manoseado “holocausto” nunca tuvo lugar, El famoso “Holocausto”, bien mirado, no es sino un colosal “Holocuento” utilizado por los israelíes para cobrar sumas siderales en concepto de indemnizaciones. Esa es la verdad: el “holocausto” no es más que un siniestro negocio.
Según el respetadísimo New York Times del 9 de junio de 1974, esta fotografía es de los “hornos de Auschwitz”. Ante una información tan obviamente equivocada, es discutible la conveniencia de su publicación. Cuando mucho, nos permitimos suponer que algún inexperto periodista entendió mal una fotografía de propaganda entregada por el régimen comunista de Polonia, donde es muy conocido que el actual “museo” de Auschwitz fue totalmente reconstruido por los rusos después de la guerra y abierto al público en 1956. La mencionada exhibición ha sido ridiculizada por personalidades imparciales, desde que “los hornos de Auschwitz” más parecen una “típica chatarra soviética” que una genuina maquinaria Alemania ― siendo posiblemente obra del ingenio de algún utilero cinematográfico,
De todos los temas relativos a la II Guerra Mundial, probablemente el que más tinta, papel y metros de película ha consumido es el tema referente a la supuesta masacre de seis millones de judíos. Todos hemos visto fotografías con profusión de cadáveres, grandes complejos erizados de alambre de púa; montañas de anteojos y pilas de dientes postizos; declaraciones de los personajes más diversos y testimonios que ―bien analizados― resultan bastante contradictorios. ¿Hubo realmente seis millones de víctimas? Las estadísticas demográficas revelan ya que la cifra es por demás dudosa. El hecho que las indemnizaciones a las víctimas sobrevivientes sean tan numerosas y resulten pagadas exclusivamente por Alemania Federal, mientras que la Alemania Oriental queda excluida de todo cargo y pago, es algo que llama la atención. Pero cuando se analizan los datos concretos aportados al tema y, sobre todo, cuando se analiza el Holocausto desde su correcta perspectiva histórica, se llega rápidamente a la única conclusión posible: el Holocausto. Jamás tuvo lugar tal como se explica oficialmente.

 

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