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Los profetas del odio y la yapa

La colonización pedagógica

Arturo Jauretche

Los profetas del odio y la yapa – La colonización pedagógica – Arturo Jauretche

192 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2021
, Argentina
tapa: blanda
 Precio para Argentina: 800 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A la estructura material de un país dependiente corresponde una superestructura cultural destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia para que el pensamiento de los nativos ignore la naturaleza de su drama y no pueda arbitrar propias soluciones, imposibles mientras no conozca los elementos sobre los que debe operar, y los procedimientos que corresponden, conforme a sus propias circunstancias de tiempo y lugar.
La superestructura cultural es la que da el espectáculo. “Los profetas del odio” es la crítica de algunos actores, vistos desde la platea: “La Colonización Pedagógica” el análisis de la instrumentación vista de telones adentro.
Este es el centro de la cuestión que el gran pensador Arturo Jauretche ha desmenuzado aquí. El que existe una “intelligentzia” que se arroga el papel de representante de la cultura nacional cuando no sólo vive de espaldas a la Nación, sino que trabaja consciente o inconscientemente para sus enemigos.
Jauretche constata que existen dos Argentinas paralelas; una, la de la realidad, que se elabora al margen de los estratos formales, y otra, la de las formas, que intenta condicionarla y contenerla en su natural expansión: la “intelligentzia” pertenece a ésta y siempre reacciona de la misma manera y en conjunto, que es lo que iremos viendo. Para exponer a esta superestructura sólo necesita criticar obras de intelectuales tan renombrados como Martínez Estrada, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, entre otros. Pero el hecho de haber ajustado lo circunstancial a una visión general es lo que ha hecho que “Los profetas del odio” siga vigente cuando ya se ha perdido la memoria de los libros comentados.
Se trataba de aplicar el análisis a los maestros del liberalismo y descubrir la falacia maliciosa, que señalara Litz, por medio de la cual Adam Smith llegó a ser un conquistador más terrible que Napoleón, conduciendo las doctrinas delante de los mercaderes, para desarmar a los naturales de los países conquistados, como iba el lenguaraz delante de nuestro ejército de línea, entre los salvajes.
Jauretche pone en evidencia los factores culturales que se oponen a nuestro pleno desarrollo como Nación, a la prosperidad general y al bienestar de nuestro pueblo, y los instrumentos que preparan las condiciones intelectuales de indefensión del país. Utilizando a los escritores que sirven a ese propósito se podrá considerar paralelamente, y desde un punto de vista general, cómo y en beneficio de quién actúan nuestros “medios intelectuales “.
Desvelar adónde conducen sus artilugios intelectuales es de una importancia fundamental para formar una verdadera cultura nacional y popular. Pues así como las ciencias de la economía y las finanzas son totalmente accesibles al hombre común, y la apariencia de misterio de que se las rodea es un arte de prestidigitación, cuyo prestigio desaparece cuando se revela al público el secreto, toda la erudición exhibida es un malicioso esoterismo, destinado a rodear de misterio verdades que están al alcance de cualquiera, con sólo el auxilio de un buen razonamiento.

 

ÍNDICE

Diez años después (a manera de prólogo)9
Introducción a la primera parte25
Prologo a la segunda edición de julio de 195729
Prologo a la primera edición de junio de 195735
Primera Parte. Algunos frutos del árbol de la intelligentzia
I.- De radiógrafo de La Pampa a fotógrafo de barrio49
Consideraciones sobre la demografía argentina49
Cómo se despobló el campo51
La marcha del campo al suburbio pueblerino55
Crotos y linyeras 56
Mano de obra barata significa atraso técnico58
Algunos números para los improvisadores59
No ven los que no quieren ver62
El “estatuto del peón”63
II.- Continuamos con el radiógrafo de La Pampa67
De la “ley de vagos” al obrero industrial67
Pruebas al canto69
La libertad de comercio y la “ley de vagos”69
Otra vez libros y alpargatas73
Cultura y nivel de vida76
La lanza, la libreta de enrolamiento y el carnet sindical78
El plan institucional82
III.- Radiografía de un fotógrafo de barrio85
Posición política de las clases sociales85
La sociedad pastoril87
Ascenso y clases en retardo92
IV.- El intelectual químicamente puro97
V.- Silvano Irazusta y Julio Santander109
Del Abate Galiani al Abate Faria109
Las “fuentes” de los hermanos Irazusta111
La técnica de la traición114
La investigación que no hizo el historiador116
La técnica de una traición... A un historiador117
Más documentación sobre la traición a una técnica histórica119
Un valsecito con el señor Santander120
Segunda Parte: El colonialismo mental su elaboración. La yapa. La colonización pedagógica
I.- La colonización pedagógica129
Necesidad de un pensamiento agresivo131
Génesis de la “intelligentzia”132
La formula civilización y barbarie134
La “intelligentzia”136
La derrota de la “intelligentzia”136
Lo popular como fuente137
II.- Desubicación de la “intelligentzia”141
El rastacuero en viaje143
III.- La instrucción primaria149
Desconexión entre la escuela y la vida153
Un paradójico nacionalismo157
La nación según “Mayo-Caseros”158
IV.- La educación de las clases altas163
Primos “analfas” y primos “snobs”163
Snobs auténticos164
Snobs de Magoya167
V.- La enseñanza superior169
La reforma universitaria175
El fubismo y la intelligentzia179
“Los maestros de la juventud”186
Un ejemplar relicto188
El arielismo190
Tercera Parte. La superestructura cultural. Su instrumental
I.- Los medios de información y opinión199
Prensa independiente y prensa de opinión202
La “cocina” de la supuesta prensa independiente203
Ejemplos ilustrativos204
Prensa libre y prensa oficializada205
La censura y directivas del avisador208
La censura tácita y los tabúes211
La libertad de prensa en los países dependientes212
Exención impositiva y subvención212
Dictadura oficial y dictadura privada213
II.- Los figurones223
Los “sabios” oficiales228
Un premio nobel político... y ajeno229
Sabios que no son oficialmente sabios232
Un matemático no figurón233
Un médico, como el Dr. Houssay. pero no figuron234
¿Hay sabios para el público y sabios secretos?236
En las letras como en la ciencia237
Particularidad de nuestro mandarinato238
III.- Las academias241
La calidad de Académico da la más alta jerarquía al figurón.241
Academismo y buenas maneras243
El juego de las visitas244
Academia y humor245
La seleccion245
Las otras academias247
Cuarta Parte- Consideraciones finales
I.- El “status” de la intelligentzia”251
La “intelligentzia” en la sociedad tradicional. la “ilustración” y los “románticos”253
Consolidación social de la “intelligentzia”. La clase alta255
Unificación de la “gente principal” en la ideología liberal256
La “intelligentzia” y la ruptura de la sociedad tradicional260
Primera etapa: la asimilación de los nuevos262
Segunda etapa: la constitución del status de la “intelligentzia”263
La ideología de la izquierda y la liberal265
Naturaleza foránea del conflicto de las ideologías265
II.- Estrategia de la lucha por la liberación nacional y la justicia social271
Epilogo montevideano283
Epilogo porteño287




Diez años después (a manera de prólogo)

 

I
Para entender este ensayo, descifrar las razones del éxito en el instante de su aparición y el interés que continúa despertando, es necesario, en primer lugar establecer la situación del país en la época en que se publica; luego advertir sus cualidades ajenas al episodio político suficientes para otorgarle el valor que aún posee.
En Mayo de 1957 aparece la primera edición de “Los Profetas del Odio” a los dos meses la segunda. En el breve lapso se editan veinticinco mil ejemplares, número poco común para una obra que carece de la publicidad que brinda la estructura cultural del país. La vertiginosa difusión obedece, en consecuencia, a otras causas más profundas que las que surgen del aparato publicitario. Acaso la más evidente consista en atribuirle una perfecta condición de obra de circunstancias. Lo que no consiste en un error, aunque restrinja al plano de lo ocasional del momento político, situaciones en que éste se anuda con sus antecedentes inmediatos, con la historia y, de manera fundamental, con la estructura cultural del país. Operan, además, en el conjunto de factores, el lector acuciado por la crisis y, por qué no, la personalidad del autor.
En los veinte meses transcurridos desde el 16 de setiembre del 55, la restauración liberal victoriosa en la instauración de sus formas económicas, transitaba de fracaso en fracaso al pretender idénticos resultados en lo político. La resistencia contra el sistema no sólo movilizaba a los vencidos por la revolución. Al mismo tiempo sus iniciales partidarios, fervorosos creyentes en los estribillos ideológicos liberales, advertían la paulatina erosión de sus ilusiones democráticas. El inmediato pasado, diez o quince años a lo sumo para una generación todavía joven, resolvíase en las torpes contradicciones impuestas por la realidad política.
El argentino que abre los ojos a la vida del país en los últimos años de la década del treinta, se encuentra sumido en un entrevero ideológico en el que el país no existe. El imperialismo instalado, a través de sus personeros, en el manejo de nuestros intereses reproduce los términos de la contienda internacional. Por un lado la “barbarie nazifascista”, por el otro la “democracia y la libertad”, la “civilidad” contra el “militarismo”. Al desencadenarse la matanza, la propaganda moviliza su arrolladora maquinaria. La tradicional dependencia de la Argentina, gobernada por los abogados de la libra o del dólar la ubica en el bando de la “democracia”. El otro sector, integrado también por miembros de las clases altas, reacciona a favor del nazismo obedeciendo a consignas tan extrañas al país como las de su oponente por más que agite una bandera nacionalista. Mientras “nazis” y “democráticos” disputan en el idioma de los patrones internacionales, la mayoría del pueblo permanece al margen, indiferente al desnaturalizado conflicto. Me refiero a una mayoría popular inmunizada contra las agresiones ideológicas, por la simple razón de no haber padecido las deformaciones espirituales de los beneficiarios de la “cultura”. Estos últimos, productos de la escuela media o de la Universidad, soportan el fuego cruzado de ambos bandos. Permanecer neutral resulta casi imposible, significa ingresar a una tierra de nadie agredida por ambos contrincantes. Los diarios, los compañeros, los profesores, el agradable rostro de la vida “libre” conducen a adoptar una actitud, en la mayoría de los casos, favorable a los defensores de la libertad. Moreno, Rivadavia, Sarmiento, Mitre, aparecen junto a los políticos que a la sazón dirigen la batalla contra Alemania. En la misma selección de los “próceres” nativos se pone especial cuidado en preferir a los “civiles”; cualquier manifestación militar cae bajo la sospecha de nazi. La formación histórica, la presión del medio social y cultural, la identificación del actor o la actriz de moda con los personajes de las bélicas epopeyas cinematográficas, configuran una carga, racional y subjetiva, demasiado pesada para que el joven de la clase media universitaria no sucumba bajo su peso.
Al producirse la caída del “nazi” Castillo, durante un breve período el gobierno revolucionario despierta las esperanzas democráticas. Serán, empero, los profesores universitarios, junto a ocasionales aliados, quienes inicien la oposición contra los nuevos gobernantes, esta vez con alguna razón, por las simpatías que éstos experimentaban a favor de los dictadores de derecha europeos. Los ridículos sueños virreinales de algunos funcionarios, el hispanismo colonial de otros y las prusianas veleidades de ciertos militares, integran un panorama lleno de confusión que servirá a los democráticos para calificar en todo su transcurso a la revolución del 43. Alineados en sus propias trincheras, escasos serán los que lleguen a evolucionar; por el contrario cada episodio endurece los antagonismos, fomentados por los combatientes de ultramar y sus servidores locales.
Los “democráticos” incapacitados por su distorsión ideológica, no alcanzan a reconocer el valor de las masivas manifestaciones de octubre de 1945. La democracia es patrimonio de los democráticos. El pueblo, por numeroso que sea sigue los pasos de un militar, en consecuencia, el pueblo es nazi. La puerilidad del razonamiento mantendrá idéntico vigor diez años después. Será entonces cuando la genealogía de los vencedores se pondrá de manifiesto, los inmutables proceres presidirán el “reencuentro”, idéntica “civilidad” repetirá los estribillos reconocidos, subsistirán idénticos los odios.
La misma clase que en la “Junta de la Victoria” brindaba por las armas de “Papacito Stalin” obedece al mandato democrático de sus verdaderos patrones, enfrentados con el antiguo y venerado compañero. El comunismo podrá ser el enemigo internacional, mas aquí dentro de la frontera del país actuará como democrático aliado contra el enemigo nacional de los privilegios de clase, uniéronse con el fervor de los tiempos de la batalla de Stalingrado contra el “nazismo criollo”, contra el “totalitarismo militar”. Sólo que en esta nueva alianza andarán junto a los democráticos y sus amigos de la izquierda los frustrados hispanistas, los nacionalistas de derecha.
Si me detengo a describir los hechos señalados es porque considero necesario conocer los antecedentes que ordenaron ideológicamente a la revolución del 55. Se ha convertido en un lugar común, afirmar que cada argentino preocupado por la condición dependiente del país, debe recorrer un ineludible camino de Damasco. Educado para publicano, un día descubre la vocación apostólica estrechamente unida a la irredenta situación de la Patria. En la enturbiada realidad política se confunden los perfiles de muchos antagonistas. Es verdad que detrás de las palabras prestigiadas por la propaganda, como democracia y libertad, se esconden los más formidables intereses económicos. No menos verdadero es que las ideologías se condicionan desde los centros de poder económico, regulándoselas al servicio de su objetivo. A pesar de ello, jamás hubiesen triunfado sin la protección de la máscara ideológica. Sólo que es menester señalar el carácter de las diferentes clases que integran la sociedad argentina, en relación con la proclividad a adquirir ideologías.
La clase alta y la clase obrera —la oligarquía y el pueblo— conocen el tamaño de sus intereses; poco propensas a la metáfora, acostumbran a llamar las cosas por su verdadero nombre. Rara vez yerran en la elección del instrumento para alcanzar sus objetivos; distinguen, en lo más confuso del entrevero cuál es el verdadero aliado y cuál el meramente ocasional. La clase media en cambio, colindante en sus extremos con las otras dos, actúa bajo la presión que le imponen ambas, en la beligerancia que las enfrenta. Condicionada por la estructura económica imperante y por la dependencia internacional del país, conoce de una manera rudimentaria la injusticia social que la sostiene. Se rige en los aspectos primarios de la vida por las pautas de sus vecinos de arriba, mientras procura idealmente comprender las necesidades de los de abajo. Educada dentro de la tradición pedagógica del liberalismo, por maestros elegidos en mérito a la adhesión al régimen, culturalmente subordinados a las metrópolis del prestigio mundial, la clase media padece íntimas contradicciones, cayendo, en procura de su expresión, en las trampas ideológicas tendidas a su paso. Escindida por la artificial antinomia izquierda-derecha, pretende reconciliarlas en lo social y económico, le preocupan la libertad y la igualdad en términos individuales, éticos, como propone la tradición liberal. Planteado el problema, su único fundamento se encuentra en la ideología que por serlo carece de raíz nacional.
Toda nuestra historia reproduce el mismo enfrentamiento entre la ideología y el “hecho”. Al cabo la verdadera versión de civilización y barbarie. Ibarra devolviendo el “cuadernito”, como designa a la Constitución que le ofrece el galerudo Tezanos Pinto; Sarmiento, indignado bajo el peso de su uniforme de oficial europeo, por el poncho y el espléndido emprendado de Urquiza, muestran, en lo mejor de la anécdota, el desencuentro entre el formalismo racionalista —ideológico— y el irracionalismo de una realidad sin medios de expresión lógicos.
Ni el pueblo ni la oligarquía, repito, se dejan engatusar por la sonora pomposidad de los idealismos vacíos. El pueblo por ser protagonista y promotor de los “hechos” nacionales, inexpresados, hasta ahora por lo menos, en forma doctrinaria. La oligarquía tampoco cae en el engaño ideológico. Si alienta el uso de un lenguaje cargado de connotaciones formalistas, lo hace respondiendo a los intereses internacionales que representa, cuya expansión mundial aparece acompañada por un léxico que disimula sus estrictas ambiciones económicas.
De la clase media confundida por los años de lucha, proviene la mayoría de quienes gobiernan durante la revolución del 55. Debe recordarse que no solamente los civiles pertenecen a dicha clase, sino la mayoría de los miembros de las fuerzas armadas. Merece un trabajo aparte el esclarecimiento de las relaciones que dentro de los cuadros castrenses posee, junto con la formación pedagógica, el origen social de sus integrantes. En este Prólogo interesan los civiles, porque son ellos quienes movilizan el episodio político durante el cual aparece el ensayo de Jauretche.
El lapso trascurrido hasta mayo del 57, muestra el verdadero rostro de la democracia y de la libertad. La intromisión descarada de los intereses antinacionales y la presencia de sus personeros en las funciones de gobierno, no deja ninguna duda sobre el carácter oligárquico del movimiento. Se desvanecen las ilusiones libertarias alimentadas durante los años de huelgas estudiantiles, de corridas callejeras. Paulatinamente la euforia se trueca en escepticismo o violenta crítica. El oficio político, la necesidad de captar con fines electorales la buena voluntad de los antiguos adversarios, conduce a un intercambio de opiniones, a contactos humanos, que afirma a éstos en sus creencias y desubica a los otros cada vez más con relación al pasado. Los guiones políticos caen en el descrédito, sostenidos solamente por un sector que permanecerá inmune a las enseñanzas de la crisis. Al abrir la nueva instancia a la comprensión del ensayo nacional que acaba de clausurar; la ideología liberal ha consumado ingenuamente su propia derrota. En ese instante aparece “Los Profetas del Odio”.
Al revelar lo endeble de la estructura liberal, la crisis política arrastra en su derrumbe a los supuestos históricos que la sostenían. Jauretche, con gráfico humor exclama en otra parte: “Flor de revisionistas estos libertadores”. Efectivamente, la repetida apelación a la similitud con Caseros, provoca, en términos históricos, una reacción parecida a la que se producía en lo político. Entran a tambalearse los ídolos de la “civilidad”, se reconoce la brutalidad de las agresiones imperialistas, el Estado recobra su prestigio como órgano realizador de una estrategia nacional, se advierte, en fin, la falacia de un régimen fundado sobre la ignominia. Permanecía aún, sostenida por el largo prestigio acumulado, la regencia cultural de los figurones de nuestras letras y de nuestras artes.
Producida la fractura del régimen, desaparecen los motivos que impedían escuchar las voces de cordura provenientes del sector nacional.
El soldado de Paso de los Libres, el casi legendario fundador de FORJA, conservaba, a pesar de su militancia en el “totalitarismo” derrocado, un singular prestigio derivado de su persona más que de su obra. Poseía esa condición tan argentina de reconciliar en una índole aparentes opuestos. En él coincidían el coraje y la cultura, insertados en una conducta invariablemente fiel a la Patria.
La torcida máscara ideológica permitía que asomase el perfil de los intereses antinacionales, provocando una fervorosa —acaso— ingenua reacción en los redimidos liberales. La mera formulación teórica de otros tiempos cedía a la presión de un medio político ávido de un idioma que lo expresase. Un idioma nacional, argentino, agresivo, contra la entrega y como medio de afirmación de la conciencia nacional. El patriotismo, en ocasiones primario, deformado por los intereses de grupo, casi siempre, encuentra un vacío espiritual propicio en el desplazamiento de las ideologías liquidadas por la realidad y en la desvergüenza del gobierno que justifica la reacción.
El personaje, el hombre Arturo Jauretche encerraba en su índole las calidades que en el momento exigía a quien pretendiese hacerse oír. Restaba conocer su capacidad para captar en la contingencia política la raíz cultural —en una acepción muy especial de la cultura— deformada por el estéril mimetismo de unos y con el deliberado objetivo de otros.
Sin “Los Profetas del Odió” —aludiré más adelante a otras obras— la crisis liberal hubiéronse resuelto en términos exclusivamente políticos. Los conversos habrían levantado cadalsos para exterminar a sus ex cofrades en un vertiginoso tránsito del desenfrenado liberalismo al extremo opuesto. Un simple cambio institucional expresaba, sin más, el sentido de la conversión. Restaba la investigación profunda, que encontrase en las causas culturales el motivo de la deformación paralela ocurrida en lo político.
En “El Plan Prebisch. Retorno al Coloniaje”, aparecido poca después de los sucesos de setiembre de 1955, anunciaba Jauretche las consecuencias que acarrearía al país la aplicación de las medidas económicas aconsejadas por el conocido personaje. Sus profecías se fueron cumpliendo con dolorosa exactitud.
En “Los Profetas del Odió” encara otro de los perfiles de la deformación del país. El tema es viejo, bien conocida la habitual actitud de los intelectuales acolchados en su torre o bajo la cama, donde no llega el bochinche de los que sufren, pelean, viven. La novedad en Jauretche consiste en que su crítica es la de un intelectual —muy a pesar suyo— comprometido con su condición humana y nacional. Irreconocible para la generalidad de los cultos en su calidad de intelectual, al no encontrar su lenguaje y su método en los métodos de la denominada “cultura”. El mismo reniega del calificativo casi injurioso para quien conoce las traiciones que esconde, prefiere el menos prestigioso de político, sin advertir, o sin decir, que la cultura es un instrumento de la política, para bien o para mal, depende de la concepción del intelectual y de los objetivos que se proponga. Toda la crítica a los personajes que desfilan por el ensayo obedece a este concepto de la política cultural, contraria a la simulada asepsia de quienes construyen sobre el país, ajena, lejana, ficticia, una cultura instrumentada desde afuera.
Jauretche se introduce en el centro del proceso deformante, sigue la trama de la intrincada urdimbre y, con la contenida prudencia y la ironía del criollo, argentiniza una nueva concepción de la cultura. Habla el idioma de sus compatriotas, antiguos adversarios unos, desamparados camaradas otros, paisanos y puebleros, “nacionalizados” todos, dispuestos a escuchar.
Ahí, en ese vértice de comprensión, se perfecciona el carácter de obra de circunstancias de “Los Profetas del Odio”, justificando al mismo tiempo, su instantáneo éxito.

II
La obra de circunstancias ingresa en la “perennidad” por razones estéticas o por reproducir un tema de constante interés. La forma recobra de la actualidad el instante fugaz, para concederle una existencia perdurable, de la misma manera que la raíz histórica de un tema, le otorga valor permanente. En “Facundo” o “Martín Fierro” ambas condiciones, tema y forma, fuertemente unidas sustráense de la circunstancialidad que las origina, proyectadas al más alto plano de lo perdurable, ingresando al ámbito de la clasicidad. Lo actual no excluye la trascendencia hacia lo permanente ni la intención de lograrla, por el contrario, esta última acompaña a cada empresa humana como legítima y entrañable aspiración.
El valor circunstancial, ya indicado de “Los Profetas del Odio”, permite interrogarse si logrará otro similar que trascienda el instante que lo engendró. No se trata de profetizar en torno a la sobrevivencia y el éxito de la obra, sino de desentrañar la sustancia perdurable que posee.
En las escasas páginas que Jauretche dedica a describir la vida del campo, de la estancia vieja, de los paisanos desterrados en las orillas de los pueblos y de las últimas patriadas orientales, se enlazan tres condiciones de este ensayo que le otorgan perdurable valor. Me refiero a la forma, el lenguaje y el método.
El estudio de una realidad nacional exige el método idóneo para indagarla y la forma de expresión adaptable a sus peculiaridades. La historia de nuestra cultura consiste en una repetida deformación de los métodos y de las formas. La presencia de Occidente, con todo su prestigio, se cierne sobre los intentos de originalidad nacional. Por un lado el indefinido rostro de la realidad propia, exclusiva, espontánea, inarmónica. Enfrente, la subyugante imagen de la deliberada, racional y ajena cultura. La cultura provee de instrumentos cuyo uso sirve, si se conoce la manera de adaptarlo, para alcanzar particulares objetivos. Pero insisto, son instrumentos, simples medios, carecen de finalidad propia. La dificultad comienza cuando el instrumento aun adecuadamente utilizado no prevé la existencia de una realidad desconocida o novedosa. Es entonces cuando el paisano recorta la hoja del sable adaptándola a su forma de pelear a caballo, originada por la manera de sentarse en el recado nacida, a su vez, de la necesidad de poseer una montura que sirva al mismo tiempo de improvisado lecho. Sable “rebajado a cuchillo*, cama, forma de estribar en el recado, condicionados por un “ámbito de destino” que configuran la realidad nacional. Objetos de cultura indiscriminados en cuanto a su utilidad, que el paisano, inmune al prestigio del medio cultural que lo produjo, puso al servicio de su peculiar situación. La carencia de normas que distorsionan las dictadas por la realidad inicia una “cultura” primaria, a la espera de medios expresivos más elevados, sin despojarla de las propias esencias.
La cultura no consiste en el blanduzco menjunje, elaborado para consumidores sin dientes ni capacidad digestiva, impuesto por Occidente, respetado por nuestros intelectuales en el papel de correctores de pruebas, que agregan un acento o modifican algún signo. El texto permanece inalterable y ajeno.
Detrás de la formidable cultura occidental se advierte la existencia de las múltiples culturas nacionales. Cada una representa un largo proceso en el que subyacen íntimamente abrazados los valores del espíritu y los objetivos políticos de cada país. Una constante lucha por la hegemonía en la que la cultura es eufemismo de “política cultural” y ésta una eficaz servidora de los intereses menos espirituales de cada nación.
De la multiplicidad de políticas culturales surge la construcción occidental, en la que convergen los rasgos que enhebran la comunidad histórica de intereses y el paulatino agotamiento de las perspectivas particulares de cada entidad nacional en los términos que permitieron el ascenso a la grandeza. La expansión imperialista se produce apuntalada por el desarrollo de teorías científicas o filosóficas que racionalizan el proceso, confiriéndole argumentos aparentemente no comprometidos con los intereses en juego.
Estupidez o deliberada ceguera, impiden al intelectual percibir detrás de las creaciones del espíritu las caravanas de mercaderes, de aventureros y de soldados sosteniendo la “barbarie” de sus inmediatos intereses. Del triunfo o del fracaso de estos “bárbaros” depende la difusión de la literatura o el arte de un país. La cultura, en su comprometida intimidad con las fuerzas que la rodean, se convierte así en ideología de la estrategia política.
La mutua dependencia existe, con mayor vigencia aun entre nosotros. Principalmente la historia ha servido como instrumento de la deformación cultural. La “ciencia histórica” manejada por los admiradores de la ciencia se transforma en chirle novela plagada de prejuicios ideológicos. Mas no solamente la historia, la literatura, el arte, la sociología, la filosofía, se contagian las angustias, los temas y los espasmos nacidos en los centros de prestigio mundial.
El uso de cierto léxico exige una inevitable fidelidad lógica. Las palabras se convierten en trampas de las cuales resulta difícil evadirse, traen del orbe cultural que las genera el poder de transportar, casi mágicamente al lugar de origen. Al mismo tiempo conducen al tema propiciado por un juego en el que la semántica se transforma en una especie de cárcel del espíritu. Tema y léxico entran en un círculo vicioso, en el que el contorno social, político o cultural, desaparece por no encajar en el plano en que aquéllos actúan, resultando indescriptibles por carecer de una terminología apta. Como si la realidad se colase por debajo —o por arriba— del lenguaje. Podría escribirse una extensa serie de palabras, utilizadas y difundidas por nuestros intelectuales, con las que resulta sumamente arduo describir el carácter del pueblo argentino o indagar los problemas del país. Al cabo, lo que en gráfico lenguaje popular se denomina “hablar en difícil’.
Dice Jauretche: “En el lenguaje llano de todos los días, hilvanando recuerdos, episodios o anécdotas, diré mis cosas como se dicen en el hogar, en el café o en el trabajo. Seré muy feliz si el lector adquiere, en esta modesta lectura, el habito de someter las suyas a la crítica de su modo de pensar habitual, utilizando la comparación, la imagen, la analogía y las asociaciones de ideas con que se maneja en su mundo cotidiano. Le bastará esto para salir de la trampa que le tienden los expertos de la cultura”.
Primero la anunciación de un modo de pensamiento propio en el lenguaje de “todos los días” ; luego el método humilde en apariencia aunque tenso, como la armada de un lazo, listo en la mano diestra para que no se escapen las ariscas formas de una realidad insólita, para los occidentales cazadores de mariposas. Por último el consejo dirigido a escapar de los tramposos expertos que Jauretche conoce tan bien.
El párrafo es un modelo de la teoría de Jauretche. Ni una palabra cuyo significado oscuro limita la comprensión del más humilde de los lectores. El estilo conversado, cordial, “entrador” para que nadie crea que los temas trascendentales que se van a tratar pertenecen a un mundo esotérico de especialistas o de magos. Son los temas del país, escamoteados con terminología difusa, escondidos detrás de un muro de acepciones remotas.
En el “Martín Fierro” el lenguaje pertenece a la índole del personaje y a la realidad cultural y política que lo circunda. Su éxito, a pesar de las imbecilidades de los críticos, proviene del reconocimiento inmediato del lector. La clave, no simple retórica, la da el mismo Hernández cuando desliza el “Pa que me entiendan los criollos” de las estrofas finales. Al margen del intencionado diálogo con sus lectores permanecerían los intelectuales, desde Carlos Octavio Bunge y Tiscornia a Martínez Estrada y Borges, que continúan sin entender el “Martín Fierro”. Intentarán aproximarse a la obra, producirán innumerables glosas, acaso aporten eruditas investigaciones filológicas empero, la trama íntima, las alusiones a aspectos únicos de la vida del paisano, las alegrías y las penas del gaucho, permanecerán tan ajenas como para éste las angustias occidentales o las inquietudes “nórdicas” de los pobres intelectuales.
Otro ejemplo lo brindan las letras de tango. La realidad es descrita con palabras que le pertenecen. El abandono de la mujer amada llorado en todos los idiomas, adquiere una indudable ubicación cuando se dice: “Percanta que me amaraste en lo mejor de mi vida”. El esquinado mirar de un personaje significa “Como con bronca y junando de rabo de ojo a un costado”. El lenguaje y el tema se prestan mutuo apoyo; imposible perderse en ajenos laberintos con palabras que se anudan a la propia circunstancia.
Vale la pena, de paso, aludir a la reciente incorporación como autores de letras de tango de ciertos intelectuales. Se me ocurre, sin negarle méritos poéticos, que el oficio de escritores les vedará introducirse al lenguaje del tango. Excluirán ripios sin comprender que el sentimentalismo popular suele ser ripioso. No se atreverán a describir una nostalgia expresando: “El alma está en orsai, che bandoneón”.
La originalidad de Jauretche en “Los Profetas del Odio” consiste en señalar con el ejemplo de su estilo una nueva manera de indagar nuestra cultura. Las palabras que transcribimos más arriba agotan su exposición metodológica; no se detiene a informar sobre el modo de investigar. Simplemente lo hace, sirviéndose de las figuras intelectuales más representativas.
Al unir los aspectos políticos con los culturales, en la deformación expresada por los personajes elegidos, presenta la faz oculta de una tergiversación de lo nacional. La cultura deja definitivamente de pertenecer a sus exclusivos propietarios, derrúmbase la máscara de respetabilidad con que disimula sus patrañas. Ingresa, de este modo, el campo de las situaciones habituales, empapadas por la diaria, hirviente actualidad. El oropélico disfraz de tantos intereses políticos, convertido en harapos, permite distinguir la verdadera imagen de innumerables empresas malversadas. Consumada la quiebra liberal en el fracaso de la restauración oligárquica, la cultura adquiere un renovado valor: Se le acusará, con razón, de servir a la frustración de lo genuinamente argentino, más instantáneamente, al redescubrirla, se convierte en la causa eficiente que motiva y promueve el descubrimiento de la Argentina histórica. Sustraída de su enervamiento recobra la exacta dimensión del país. Comienza un período de formidables proyecciones, en el que los sepultados ídolos asumen el papel de ejemplos negativos. La cultura, supuesta actividad de los cultos, aparece limpia de excrecencias extrañas. Convertida en verdadera “industria argentina”, ávida de “materias primas” de origen nacional.
Acrecentadas las perspectivas de investigación por el novedoso camino a recorrer, nace el compromiso espiritual con el país que exige aplicar el método sin concesiones ni prejuicios. Revéjanse de a poco nuevas verdades que a los intelectuales del liberalismo resultan excesivamente restringidas por lo que ellos llaman “provincianismo”, sin entender que las verdades culturales son provincianas, en tanto dimanan de un momento histórico, en un lugar del mundo. Lo importante, en todo caso, consiste en que la provincia transite desde su condición menuda a la nacional, arrastrando en el fascinante itinerario la integridad de sus logros, hasta conferirles carácter universal.
Así se alcanza a comprender el significado trascendente del “Epílogo montevideano” de este ensayo. Jauretche, en páginas aparentemente nostálgicas, ofrece —sobre todo sugiérela visión integrada por la política y la cultura de la despedazada Patria Grande. El “provincianismo” nacional convertido en ariete que destruye las superestructuras sostenidas por “derrotas presentadas como victorias. El lenguaje contenido, peligroso y exacto, transfigure la aparente nostalgia en riesgosa profecía.

III
Los diez años transcurridos muestran el trayecto de la conciencia nacional enriquecida por incesantes aportes. El régimen instaurado compulsivamente conserva el poder sin autoridad ni prestigio, mientras un país verdadero, sin oficializar, abruma con la dimensión de sus obras a las tímidas y gesticulantes defensas del sistema.
Dice Alfred North Whitehead: “En cada período ha existido un tipo general de formas de pensamiento, este tipo es tan traslúcido, tan penetrante y tan aparentemente necesario que solo podemos adquirir conciencia de que existe mediante un esfuerzo “extraordinario”. Las palabras del filósofo inglés se adecúan a nuestra repetida situación durante largos años. Sometido a las normas dictadas por una política cultural, el pensamiento de los intelectuales argentinos obedecía a una ficticia “necesidad’, la insurrección, producida por el “esfuerzo extraordinario”, provoca en un lapso extremadamente breve la caducidad de notorios prestigios y el ascenso de valores que permanecían soterrados.
En el mismo año de 1957, poco tiempo después de publicarse “Los Profetas del Odio”, aparecen “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina” de Jorge Abelardo Ramos e “Imperialismo y Cultura” de Juan José Hernández Arregui, dos extensos ensayos imprescindibles para entender las razones profundas de nuestra subordinación espiritual. Las tres obras completan un panorama de la falsificación cultural, enraizada en la historia, desde el cual se inicia la nueva visión del país. Innumerables son los ensayos novelas, cuentos, investigaciones en general, animados por una idéntica voluntad de expresión nacional, publicados durante los últimos años. Bastaría señalar que desde la fecha indicada hasta la reciente aparición de “El Banquete de Severo Arcángelo” de Leopoldo Marechal, sólo los autores del sector nacional han producido obras de verdadero valor. En el liberalismo cunde una esterilidad traducida en la falta total de aportes de reconocida calidad. La única expresión consistiría en “Sobre Héroes y Tumbas” de Ernesto Sábato, sin que le quepa el calificativo de liberal a su autor, sino más bien el de “aceptado” por la superestructura cultural,
Al tiempo no solamente lo miden las horas o los años, arbitrarias divisiones establecidas por el hombre para “Saber lo que ha vivido o le resta por vivir”. Son los acontecimientos que modifican una época los que indican el paso del tiempo o producen la impresión de lejanía de sucesos cronológicamente cercanos. La insurrección espiritual de los últimos años se alza vertical ante un pasado que parece remoto, perteneciente a otro siglo. La obra de una nueva generación de argentinos comprometidos con los problemas del país, relega hacia el olvido los nombres de los usufructuarios de la colonización intelectual. Se conoce el aparato publicitario, que ya no funciona para ellos con la matemática precisión de otros épocas. La fama, el prestigio o la gloria no esperan el espaldarazo de las academias o de la gran prensa, el lector, el público, por qué no el pueblo, es quien las concede sin esperar el juicio de los caducos pontífices de la cultura.
Los “diez años después” cobran la dimensión de los logros alcanzadas, mientras ingresan a la penumbra definitiva los autores y cómplices de la torcida imagen del país.

IV
Pertenezco a la generación descrita en las primeras páginas de este prólogo. Conozco, en consecuencia, el itinerario que, partiendo del liberalismo, conduce a través de la reflexión y del ejemplo ajeno a descubrir el verdadero perfil de la Argentina. Por las mismas razones fui, naturalmente, adversario de Arturo Jauretche, hasta que aprendí en su vida y en su obra, junto a la de otros hombres, a comprender a mi país. Esta breve confesión final explica, mejor que extensos argumentos, el encuentro del liberal equivocado, ejecutor ingenuo de su propia derrota en el 55, con la conciencia nacional encarnada en uno de sus más ilustres sostenedores.

JUAN CARLOS NEYRA


Introducción a la primera parte

 

Deseo que Ud. entre en este libro como en su casa. Ya pasó la tapa que es el umbral, y ahora está en la cancel, que es este capítulo preliminar.
Aquí, en la cancel, debo advertirle que esta casa tiene dos puertas y usted está entrando por la del frente que es “Los profetas del odio” que se reedita, ampliado y corregido. Pero intento que usted vaya más adelante entrando por la puerta trasera. Por eso su “Yapa”, que es “La Colonización Pedagógica”, ahora incorporada. Así conoceremos dinámicamente el aparato de la superestructura cultural del país, alternando el viejo material del libro con el nuevo.
Será como en el teatro. Solo que veremos la acción y los personajes desde la platea, pero también de telones adentro. Así conoceremos los fosos, las parrillas, las poleas, los telones y teloncillos, las bambalinas, los maquinistas que mueven todo eso, el apuntador que desde su concha sopla el recitado, los instrumentos para los efectos sonoros —del canto de los pajarillos literarios al trueno tremebundo de los expertos y sabios—, los efectos luminosos —que destacan lo que se quiere que brille y ocultan lo que se disimula— y hasta el bombero de guardia. Descubriremos los afeites que embellecen los rostros a la luz de las candilejas, los papeles dorados y las cuentas de vidrio que son el oro y los diamantes de la farsa y las espaldas de hojalata de los reyes y guerreros, así como los zancos y los coturnos que hacen altos a los petisos, las pelucas que lucen las cabezas de los calvos, todos los recursos, en fin, de la comedia.
A la estructura material de un país dependiente corresponde una superestructura cultural destinada a impedir el conocimiento de esa dependencia para que el pensamiento de los nativos ignore la naturaleza de su drama y no pueda arbitrar propias soluciones, imposibles mientras no conozca los elementos sobre los que debe operar, y los procedimientos que corresponden, conforme a sus propias circunstancias de tiempo y lugar.
La superestructura cultural es la que da el espectáculo. “Los profetas del odio” es la crítica de algunos actores, vistos desde la platea: “La Colonización Pedagógica” el análisis de la instrumentación vista de telones adentro.
En las anteriores ediciones, de hace diez años, intenté definir las características de nuestra “intelligentzia” practicando un muestreo en tres libros de reciente aparición, donde comprobé la incapacidad de esa “intelligentzia” para conocerla naturaleza profunda de nuestros hechos.
No podía exigirse una visión de intelectuales a los actores directos de la Revolución de 1955 —militares o civiles— en cuanto eran arrastrados por el turbión de los acontecimientos inmediatos y las pasiones y los intereses en juego. Pero a los que se creen intelectuales había el derecho de reclamarles una mayor objetividad de juicio capaz de separar lo incidental de lo permanente, lo profundo de lo superficial, lo sustantivo de lo adjetivo, diferenciando el hecho de las apariencias. Por el contrario, los libros analizados revelaban aún menor ecuanimidad que los contendientes, y sobre todo una falta de interpretación de los hechos profundos que demostraba que ellos, como cuerpo, se sentían agredidos por un proceso histórico que los lesionaba.
De este muestreo que el lector tendrá la bondad de leer ahora si no lo conoce de antes, resultará bien claro que La identidad de la actitud no proviene de la respectiva posición ideológica; es una actitud común, en bloque, que revela la existencia de una común tabla de valores, dentro de la aparente disparidad de sus posiciones teóricas, que aflora por la simple presencia del pueblo en el escenario de los acontecimientos. Es que hay dos Argentinas paralelas; una, la de la realidad, que se elabora al margen de los estratos formales, y otra, la de las formas, que intenta condicionarla y contenerla en su natural expansión: la “intelligentzia” pertenece a ésta y siempre reacciona de la misma manera y en conjunto, que es lo que iremos viendo.
Ezequiel Martínez Estrada y Jorge Luis Borges no son ejemplos tomados al acaso. Los dos son figuras máximas en las alas extremas de la aparente disparidad ideológica de la “intelligentzia”. Su actitud del momento que se analiza revela en qué medida esa divergencia es ajena a nuestras divergencias y coincidencias nacionales. En cambio su coincidencia en un hecho concreto, cuando el país real expresado por el pueblo intenta definirse —y esto con reiteración histórica sin excepción— y contra el mismo, evidencia la comunidad que está en la base de sus supuestos culturales y sobre la que se apoya toda la arquitectura de la “intelligentzia”. Agregar más sería adelantarse al contenido demostrativo de este trabajo y sus conclusiones.
El tercer libro comentado es el de Julio Irazusta, cuya labor histórica ha sido tan útil a los esclarecimientos del pasado, pero cuyo despiste en la emergencia revela que no basta la visión histórica cuando no se la ha integrado con el conocimiento de los hechos económicos y sociales. Así puede ocurrir que quien está en lo cierto en 1840 se confunda en lo contemporáneo. Y lo que importa no es ser “federal melancólico” de 1840 para terminar en “unitario práctico” en 1955. Así la historia no tiene objeto y el revisionismo es una labor, para emplear la expresión de Pirenne, de anticuarios útiles. Es que, como dijo Monod, ‘los historiadores se han acostumbrado demasiado a prestar exclusiva atención a las manifestaciones brillantes, ruidosas y efímeras de la actividad humana, a los grandes acontecimientos y a los grandes hombres, en lugar de presentar los grandes movimientos de las condiciones económicas y de las instituciones sociales que constituyen la parte verdaderamente interesante y permanente del desarrollo de la humanidad, la parte que, en cierta medida, puede ser sintetizada en leyes y sometida hasta cierto grado a un análisis exacto”.
El historiador que obsesionado por la figura del personaje visible pierde la noción de aquellos “grandes y lentos movimientos”, equivoca el protagonista de la historia confundiéndolo con su expresión circunstancial, que es la que se realiza a través del héroe o del anti-héroe.
Creo que haber ajustado lo circunstancial a una visión general es lo que ha hecho que “Los profetas del odio” siga vigente cuando ya se ha perdido la memoria de los libros comentados. Esta vigencia, que motiva esta reedición, es válida también para explicar que reproduzca las introducciones a las dos primeras ediciones por cuanto contienen juicios de orden general que creo siguen siendo actuales.
Habrá en esto redundancia, como en todos mis trabajos, pero conviene no olvidar que persigo un fin didáctico, por lo que hay que caer y volver a caer sobre lo mismo para compensar, con la reiteración, el ocultamiento de las verdades que se dicen, de que se ocupa el mecanismo de la publicidad, que a falta de elementos de convicción utiliza su difusión masiva y continuada para la deformación del pensamiento argentino, cultivando memorias y olvidos maliciosos. Ya sabe, pues, el lector que con tanto prólogo y explicación no me propongo cansarlo “en partidas”, como ocurre en las carreras cuadreras donde los “pingos” se gastan en aprontes. Como estas van aquí, me atengo también a un dicho turfístico: “los kilos no pesan en las cintas; pesan en el disco”. Será pues al final que veremos si hay recargo. Ahora no se trata de aquella prueba corta de “Los profetas del odio”, pues su prolongación en “La colonización pedagógica”, nos lleva a la distancia.

Prologo a la segunda edición de julio de 1957

 

La primera edición de LOS PROFETAS DEL ODIO se agotó en pocos días y es así que a muy poco tiempo de la aparición del libro, sale esta segunda. Consciente de mi escaso o ningún mérito literario, debo atribuir el éxito a la profunda politización del país a que me refiero en él texto y a que los hechos y las ideas expuestos no son más que la expresión de un estado de conciencia colectiva, al que el escritor no hace otra cosa que dar expresión definida.
Si nunca segundas partes fueron buenas, el segundo Caseros, de 1955, es sólo la pueril tentativa de reproducir la técnica de los vencedores de entonces, pero ha sido peor, en cuanto a los resultados buscados por los copistas.
Desde luego que el primer factor que juega en contra de ellos son las circunstancias históricas completamente inversas. Porque el primer Caseros se produce en el sentido de los acontecimientos mundiales. Rosas y los federales han actuado sólo en el sentido defensivo de las condiciones del país y su sociedad; han obedecido al espíritu de conservación, tanto en él terreno de la integridad territorial del país como de las condiciones de producción de la economía, pero no han propuesto soluciones proyectivas, no han logrado la posición dinámica, que en oposición a la dinámica del liberalismo conquistador fuera capaz de una construcción futura en sustitución de la que ofrece este.
No se trata de intentar un vago posibilismo. ¿Los federales pudieron oponer al liberalismo de la indefensión, que es el de las doctrinas importadas, las formas de un liberalismo nacional y por lo tanto defensivo, que promoviendo el desarrollo del país, lo hiciera a favor del mismo, y no de las finalidades colonizadoras? No otra cosa es lo que ya habían hecho los Estados Unidos e insinuaban los primeros pasos de la política alemana. Se trataba de aplicar el análisis a los maestros del liberalismo y descubrir la falacia maliciosa, que señalara Litz, por medio de la cual Adam Smith llegó a ser un conquistador más terrible que Napoleón, conduciendo las doctrinas delante de los mercaderes, para desarmar a los naturales de los países conquistados, como iba el lenguaraz delante de nuestro ejército de línea, entre los salvajes.
Pero, si no los federales, la “intelligentzia” argentina de entonces pudo haberse inspirado en la experiencia que le ofrecía los Estados Unidos haciendo la aplicación nacional del liberalismo económico.
He tratado de señalar esa constante de la “intelligentzia” argentina que le ha impedido cumplir una función útil al país, supliendo las deficiencias de lo nacional como hecho, y dándole las soluciones teóricas, para ser instrumento de las fuerzas contrarias al hecho nacional y popular, por su actitud simiesca y su incapacidad de creación que principia por el desconocimiento de los factores propios en juego.
Pero si en el pasado al sumarse al bando de lo foráneo, privando a lo nacional de una expresión intelectual propia, marchaba a favor del progreso que reclamaba de nosotros, a falta de equilibradas soluciones nacionales, el pleno desarrollo de la etapa pastoril de la economía, en el presente, actúan en contra del proceso histórico.
El nuevo Caseros la coloca al servicio del antiprogreso porque 1853, en 1957, es 1853 y no 1957. Las condiciones históricas se han alterado totalmente y toca a los técnicos del progresismo resolver la ecuación en función de los nuevos términos del problema, uno de los cuales, el esencial, es la existencia de una población que dobla con exceso la máxima tolerada por las formas de producción que se buscaban entonces y cuyas exigencias de nivel de vida no pueden resolverse con la fórmula superada. Volver atrás significa entonces volverse precisamente contra todas las fórmulas progresistas que constituían la demanda de los vencedores de Caseros. Y creyendo ser Caseros, son anti Caseros, por antihistóricos.
Después del 6 de septiembre de 1930, un sector intelectual dio los primeros pasos hacia la comprensión de lo nuestro, y allí se tuvo la evidencia de cómo estaba instrumentado el mecanismo de dominación cultural del país. Una promoción entera de escritores que hasta entonces gozaba de publicidad y prestigio, desapareció del primer plano que ocupaba, oscurecida por su destierro de todos los órganos de difusión periodística.
Así le pasó a Doll, a Scalabrini Ortiz, a Castelnuovo, a Cancela, a Gabriel, a Ernesto Palacio, a estos mismos Irazusta que parecen haberse olvidado, en su euforia “libertadora” del ostracismo a que fueron condenados. Desaparecieron con muchos otros, del escenario intelectual al que sólo pudieron volver más adelante cabalgando sobre una nueva conciencia, que todos ellos contribuyeron eficientemente a formar, a veces desde rumbos completamente encontrados. Del primer plano de las consagraciones pasaron al último, en cuanto salieron de sus torres de marfil, o de las verdades de la cátedra y en una posición revisionista histórica, económica o social, intentaron penetrar en la autenticidad.
Los que están ahora en el primer plano eran los segundones de entonces; los dóciles que se pusieron a comer en la mano el grano elegido por los continuadores del mitrismo. Contando con esas tribunas de difusión, y con el silencio de los otros, fue fácil darles una apariencia de gigantes. Pero el nuevo Caseros sacó a la calle estos enanos de la venta, y ha bastado un año y medio de exhibición para que el ridículo haya cubierto el estruendo de sus vozarrones con el espectáculo demasiado prodigado de sus enclenques figuras. Es así como los “intelectuales libres” andan ya con las orejas gachas, conscientes de su perdido prestigio; y sus amos, que han percibido su ineficacia, están prefiriendo ya la contratación de los charlatanes dorados, tipo Arciniegas y Barca.
Creo que estamos en presencia de una nueva oportunidad para la inteligencia argentina que no se resigna al papel de “intelligentzia”. Estas líneas intentan contribuir a su esclarecimiento con la experiencia de un hombre que ha sido a la vez espectador y actor de lo que narra, y que ya en los altos años, lo único que puede ofrecer a los jóvenes es el índice de los errores que ha profesado, para ahorrarles las sendas extraviadas. Es lo que quiero decir; que los caminos están aquí mismo, señalados por los pastos y las picadas y por las estrellas de este cielo que no es el de la estrella polar sino el de la Cruz del Sur. Y esta no es una simple figura, sino la base de todo análisis y razonamiento que se quiera hacer al servicio del país y sus dereceras.
Tal vez sea útil recordar una anécdota de Ricardo Güiraldes referida por Adam Diehl. Güiraldes llegó a París, con el caudal de su cultura europea, bien armado de las últimas novedades, del “dernier crie” de las letras, pero lo invadía una profunda desazón cada vez que alternaba con sus colegas parisinos que lo aplastaban con su mayor dominio del tema y del “metier”. Demasiado inteligente Güiraldes para no percibir su desubicación —cosa que no les pasa a estos exóticos suburbanos de Europa impermeabilizados por la petulancia cipaya—, reaccionaba diciéndole a Adam Diehl: “¡Yo los quisiera agarrar a estos pialando un novillo!”
De esta reacción nació el reencuentro de Güiraldes consigo mismo, y su fruto fue “Don Segundo Sombra”. Especulo que estas evidencias que la Revolución Libertadora ha logrado, a contrario imperio, den sus frutos, por lo menos en los nuevos, pues los otros ya están encallecidos y encanallecidos.
Varios son los que desde entonces han escrito proponiéndose impugnar “Don Segundo Sombra” y su principal argumento es que se trata del peón visto por el estanciero. Esto da idea del método de nuestros intelectuales: pretenden que Güiraldes viera el peón desde el ángulo de un tercer o, y no del propio, del estanciero. Y todo nuestro problema consiste en empezar a ver las cosas desde el ángulo de nuestra realidad, la individual y la colectiva.
Los que tienen más afición por las alpargatas que por los libros según las teorías culturales de Ghioldi, lo han hecho siempre así. Tal vez por eso son más inteligentes que nuestros intelectuales, que sólo expresarán la inteligencia cuando sean expresión de la propia realidad. Cuando con humildad de cabecitas negras, comprendan que ellos también son en el mundo cabecitas negras, y que el esfuerzo intelectual consiste en dar una cada vez más alta expresión del cabecita negra.
A. J.

 

Prologo a la primera edición de junio de 1957

 


“Temed la dureza de corazón de los hombres cultos’’
Mahatma Gandhi
Explicación al lector
Una carta que dirigí a Ernesto Sábato, motivó que algunos amigos, conocedores del texto, me pidiesen su divulgación. Resolví hacerlo comentando al mismo tiempo algunos libros y publicaciones de reciente aparición y de ahí este libro. Quiero poner en evidencia los factores culturales que se oponen a nuestro pleno desarrollo como Nación, a la prosperidad general y al bienestar de nuestro pueblo, y los instrumentos que preparan las condiciones intelectuales de indefensión del país.
Me ha parecido el mejor método utilizar a los escritores que sirven a ese propósito, para ponerlos en evidencia en el comentario de sus propios libros. Ello me llevará a considerar paralelamente, y desde un punto de vista general, cómo y en beneficio de quién actúan nuestros “medios intelectuales “.
Pido disculpas al lector si encuentra agresividad en algunas partes del texto. Considere la actitud de los escritores a que me refiero: yo entré a su lectura de buena fe, conociéndolos adversarios, y prevenido sobre el pensamiento colonialista que representan. No esperé de ellos revelaciones sobre las raíces profundas de los males que nos afligen, pero soy un combatiente, y entre combatientes vivo, y fui a su lectura esperando la crítica como el resultado de meditaciones hechas en la serenidad del laboratorio o del gabinete de investigación. Preveía conclusiones falsas, pero contaba con el aporte cierto de muchos datos y la corrección de los erróneos que pueden gravitar en mi pensamiento. Eran además vencedores, y si pude admitir su violencia en el combate —que no fue mucha, cuando lo hicieron—, pude esperar que ésta se amenguara en la victoria. Esperaba balances, con su activo y pasivo, compulsa de errores y aciertos, y conclusiones fundadas y útiles para el futuro.
Pero desde la torre de marfil del estilista puro al gabinete de trabajo del ensayista, sólo han salido a las puertas los tachos de los desperdicios. La injuria a personas y a íntegros estratos sociales, la incapacidad total, más que para comprender, para ponerse en actitud de comprensión, y un fárrago increíble de analogías disparatadas y asimilaciones imposibles, es el contenido único de esos basureros, volcados sobre el país entero, sobre su pasado, sobre su presente y, ¡ay!, sobre su futuro. En el vasto panorama de la Argentina, sólo unas pocas figuras y unos pocos momentos escapan al ludibrio: las figuras de sus congéneres intelectuales y los que impusieron, por la fuerza y con bellos nombres, las distintas variantes de cúratela que nuestro pueblo ha padecido: el “despotismo ilustrado”, que intentan restaurar.
En largos años de lucha al servicio de la idea de la emancipación nacional, me fue dado conocer la mentalidad de los hombres que se autodesignan como “intelectuales”, y su absoluto divorcio con la realidad del país, así como los obstáculos que ellos crean a la inteligencia argentina cuando busca su camino. Espere, sin embargo, que la politización general que ha habituado a nuestro pueblo al manejo de las ideas políticas, sociales y económicas, y que es un fruto de los agitados años que vivimos, hubiera producido sus efectos en ellos. Pero, no han respondido al movimiento general, y esta impermeabilidad es una prueba más de su extranjería: aislados por completo de la realidad nacional, sólo les ha afectado lo episódico y adjetivo en reacciones personales —y eso explica la violencia de sus actitudes verbales— que intentan trasladar a sus generalizaciones, uniformemente proyectadas sobre esquemas extraños con la única finalidad de adecuar los hechos nacionales a los cuadros sinópticos confeccionados sobre hechos foráneos, que difunden los “slogans” de la propaganda internacional. Es éste el canevá envejecido sobre el que bordan sus arbitrarias conclusiones, con el apoyo y transcripción constante de libretistas y panfletistas ocasionales, cuya memoria desaparecerá muchísimo antes que la de los acontecimientos que comentan, y a los que pretenden atribuirles autoridad de “clásicos”, cuando ya no lo son ni de la moda que representan, y que les llega tarde.
En realidad es hacerles un favor poner a estos “intelectuales” en la línea de sus congéneres del pasado. Invito al lector a releer los libros que comento y convendrá conmigo en que si el error fundamental es el mismo —el divorcio con lo nacional— no es la misma la actitud. En el pasado, el frenesí por ajustar al cuerpo del país el corset recién importado se cohonestaba por la pasión de hacer y por una imagen, que aunque deformada, era la imagen de la Patria; verá en cambio, en estos lamentables ecos sólo la sórdida irritación de los “incomprendidos” y el desprecio por un país al que se sienten desterrados desde otro, perfecto e indeterminado, al que ni siquiera hay esperanzas de pertenecer.
Vuelven a moverse sobre el consabido tema de “Civilización y Barbarie”, pero el estilo es otro. La anatomía y la fisiología de aquellos libros —digamos “Facundo”, para el caso— son expresiones nuestras; nuestro es el apostrofe, nuestro es el relato y la forma de la pasión, y nuestros son el tema, la evocación, los hechos; se siénte correr por las páginas de aquellos libros la misma sangre del Facundo de carne y hueso —uno “agarró” para los libros, como el otro “agarró” para el caballo, he dicho alguna vez—, y si el lector aparta el texto contrariado por la falsedad de los planteos o de las conclusiones, vuelve al mismo conquistado por el encuentro con la propia sensibilidad, por la identidad nacional que reconoce en la factura de quienes ejemplifican con hechos propios del país, par los modos de decir, que son los de sus paisanos, y por las analogías, referidas siempre al paisaje, los hombres y los hechos que le son familiares.
Lea usted a uno de éstos. En él será incidental la referencia a un hecho local, a la geografía, a la economía, a la sociedad en que vive. Citará autores y autores —quinientos o un millar en trescientas páginas— y lo remitirá constantemente a hechos políticos ocurridos a millares de kilómetros, en paisajes y con nombres distintos, bajo circunstancias distintas, cuando no inversas, sin que usted pueda reconocer en el vertiginoso caleidoscopio, una cara conocida por una experiencia vital, una imagen parecida a las que le brinda la naturaleza que los rodea. Nunca pasará ante el lector el retrato, el paisaje, la anécdota, el episodio vivido, la enseñanza de la naturaleza o de los hombres, ese contacto vivo que hace reconocer al combatiente de las letras como un hombre de los bandos argentinos.
El tema que voy a tratar es el ya muy transitado de la “traición de la intelligentzia”, que en los países coloniales y semi-coloniales adquiere caracteres mucho más graves que en los otros, pues a la deslealtad social se suma la deslealtad a la Nación, que es la perdurabilidad del pueblo.
Este constituye mi segundo trabajo después de la revolución de septiembre. En el primero he recurrido al lenguaje esquemático de las cifras para demostrar cómo se adulteraron éstas y cómo se deformó su interpretación, para preparar con el “Informe Prebisch” los fundamentos teóricos destinados a justificar la elaboración de un Plan Económico —que es sólo parte de un plan más vasto—, cuya finalidad última es la restauración y consolidación del Coloniaje.
Afronto ahora la tarea de evidenciar los instrumentos de que se vale esa planificación general para oscurecer la inteligencia argentina, ya claramente advertida de lo que se prepara. Aquí los expertos son los artífices de las bellas palabras y los sancochadores del pensamiento foráneo, y su misión en el plano de la cultura es la misma que cumplen los expertos de la economía.
Invito al lector a que los lea, si no los ha leído. Quiero la confrontación de sus dichos con los míos, confiando en que mi debilidad literaria frente a sus plumas consagradas será ampliamente compensada por la validez de mis argumentos que, el lector verá, se encuentran a su vista y a su mano, ofrecidos por la realidad circundante al que está desprovisto de anteojeras intelectuales. Esa lectura servirá también para que el lector me comprenda en los momentos en que la pasión levante su tono sobre la serenidad con que quiero expresarme.
Pocas citas de autores y de acontecimientos exteriores al país se encontrarán en este trabajo. Estoy lejos de ser un erudito. Mis lecturas se han ido, como el caudal de los arroyos que mientras marchan van cavando el cauce y dejando en las orillas el metal de las montañas, que es lo valioso de su arrastre. Lo valioso no es la totalidad del aluvión sino aquello que se decanta y ayuda a la formación del propio pensamiento y el hábito de conocer. Suele ocurrir a los eruditos lo que al improvisado agricultor que fía solamente en los riegos y los abonos, y ve revenirse sus tierras, pues no sabe que aquello que vivifica, mata, si es mal administrado. Lo poco o mucho que he leído no lo retuve para respaldar mis juicios en autoridades, y me repugna también esa ciencia barata que se logra en diccionarios especializados. Así como las ciencias de la economía y las finanzas son totalmente accesibles al hombre común, y la apariencia de misterio de que se las rodea es un arte de prestidigitación, cuyo prestigio desaparece cuando se revela al público el secreto, toda la erudición exhibida es un malicioso esoterismo, destinado a rodear de misterio verdades que están al alcance de cualquiera, con sólo el auxilio de un buen razonamiento.
Se trata del lenguaje y del método. Estamos en presencia de una nueva escolástica de anti-escolásticos, que en lugar de ir del hecho a la ley van de la ley al hecho, partiendo de ciertas verdades supuestamente demostradas —en otros lugares y en otros momentos— para deducir que nuestros hechos son los mismos e inducir a nuestros paisanos a no analizarlos por sus propios modelos y experiencias. Pretendo oponerles el método inductivo, que es el de la ciencia, y esclareciendo hechos parciales nuestros, tratar de inducir las leyes generales de nuestra sociedad. Parecería ésta una afirmación pretenciosa y debo restringirla. Sólo se trata de lograr algunas conclusiones, algunos atisbos, para ir aprendiendo la verdad, según nosotros y para nosotros.
Si el lector me sigue encontrará que mis verdades tienen un origen modesto; son asociaciones de ideas, relaciones de hechos, conjeturas fundadas en la propia observación y en la experiencia propia o de mis paisanos; en la parte de historia nacional que me ha tocado vivir y en la más lejana, pero no tan lejana que casi no la conozcamos por testimonios directos, deliberadamente ocultos muchas veces, pero cuyo rumor no se ha apagado para quien se recuesta, con el oído pegado a la tierra en que nació, y oye el pulso de la historia como un galope en la distancia.
En el lenguaje llano de todos los días, hilvanando recuerdos, episodios o anécdotas, diré mis cosas como se dicen en el hogar, en el café o en el trabajo. Seré muy feliz si el lector adquiere en esta modesta lectura, el hábito de someter las suyas a la crítica de su modo de pensar habitual, utilizando la comparación, la imagen, la analogía y las asociaciones de ideas con que se maneja en su mundo cotidiano. Le bastará esto para salir de la trampa que le tienden los expertos de la cultura. En definitiva, estas páginas han sido escritas con el propósito de ayudar a esa tarea, en la confianza de que desprovistos de torcidos andadores, todos aprendemos a caminar derechos.