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Civilización y Barbarie

El Liberalismo y el Mayismo en la Historia y en la Cultura Argentinas

Fermín Chávez

 

Civilización y Barbarie - El Liberalismo y el Mayismo en la Historia y en la Cultura Argentinas -Fermín Chávez

144 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2020
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 490 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La tesis central de estos ensayos se refiere al perjuicio moral y cultural que le viene haciendo al país el falso concepto de Civilización que a partir de 1837 le impusieron quienes por primera vez hablaron de la Barbarie americana en sentido negativo. La fórmula sarmientina que trastorna los supuestos culturales de la Argentina hasta el punto de hacerle creer a los nativos que su civilización consistía en la silla inglesa y en la levita, trae aparejada una concepción naturalista de la sociedad bajo la cual han de sucumbir el ethos de nuestro pueblo y nuestra incipiente germinación espiritual.
El liberalismo sostiene que la civilización unitaria es resistida tercamente por la barbarie federal: he ahí el hecho argentino que ha de ir desencadenando nuestras luchas morales y políticas durante todo el siglo XIX. Frente al unitarismo racionalista, se yergue una idea vernácula y una forma de vida que responde a la verdadera situación del hombre argentino y a su espontáneo desarrollo. La rebelión de nuestros caudillos populares a partir de 1817 y su desafío al Puerto, no es sino una insurrección del orden ético-social contra los avances clamorosos del iluminismo espurio.
El bárbaro americano es, salvo excepciones, un testimonio de conducta en que resaltan virtudes de solidaridad social, de fidelidad al pueblo y de rectitud política incomparable. Las clases ilustradas y sus líderes constituyen, por el contrario, expresiones de un universo opuesto: dobles juegos, simulación, tartufismo. Sarmiento —máxima expresión de Civilización y espiritualidad— manda asesinar en nombre de la moral y compra con dineros del Estado el apoyo de jefes militares para su guerra contra López Jordán.
La coincidencia de los doctores unitarios es admirable; estuvieron ayer con Rivadavia —socio de la Building River Plate Association y negociador del empréstito con la Baring Brothers—, después con Mitre —jefe de la burguesía mercantil probritánica— para de nuevo volver a unirse en la defensa del empréstito de la Baring Brothers. Bajo su progresismo está siempre latente lo que no puede ser llamado de otro modo que cipayismo.
Observando detalladamente nuestra historia, se hace claramente patente que ninguna proposición lleva tan bien sobre sí el problema substancial de nuestra cultura como la de Civilización y Barbarie —fórmula que comporta las relaciones de la vida social argentina con la propia historia cultural. El contenido conceptual de esa fórmula está, por así decirlo, en la médula misma de nuestro desarrollo, ya desde nuestros primeros pasos como pueblo independiente.

La obra de Fermín Chávez colabora a que las nuevas generaciones puedan exigir, por fin, una severa y limpia explicación del ser nacional. Explicación sin traiciones mentales, sin embustes conscientes, sin ignorancia vanidosa.

 

ÍNDICE

 

Introducción9
Civilización y barbarie en la cultura argentina17
Alberdi y los liberales43
El “Martín Fierro” y las mistificaciones de Martínez Estrada63
Alejo Peyret y los letrados unitarios89
Francisco F. Fernandez, periodista, dramaturgo y revolucionario95


CITAS

 

 
“El liberalismo como hábito de respetar el disentimiento de los otros ejercido en nuestra contra, es cosa que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente, es enemigo; la disidencia de opinión, es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte”.
Juan Bautista Alberdi
“Para Buenos Aires, Mayo significa independencia de España y predominio sobre las provincias: la asunción por su cuenta, del vasallaje que ejercía el virreinato en nombre de España. Para las provincias, Mayo significa, separación de España, sometimiento a Buenos Aires; reforma del coloniaje, no su abolición.
Ese extravío de la revolución, debido a la ambición ininteligente de Buenos Aires, ha creado dos países distintos e independientes, bajo la apariencia de uno solo: el estado metrópoli, Buenos Aires, y el país vasallo, la república. El uno gobierna, el otro obedece; el uno goza del tesoro, el otro lo produce; el uno es feliz, el otro miserable; el uno tiene su renta y su gasto garantido; el otro no tiene seguro su pan”.
El Mismo


Introducción

 

 
La tesis central de estos ensayos está constituida por un asunto al que el autor ha dado preferencia en sus preocupaciones de estos últimos años. Me refiero al perjuicio moral y cultural que le viene haciendo al país el falso concepto de Civilización que a partir de 1837 le impusieron quienes por primera vez hablaron de la Barbarie americana en sentido negativo. La fórmula sarmientina que trastorna los supuestos culturales de la Argentina hasta el punto de hacerle creer a los nativos que su civilización consistía en la silla inglesa y en la levita, trae aparejada una concepción naturalista de la sociedad bajo la cual han de sucumbir el ethos de nuestro pueblo y nuestra incipiente germinación espiritual.
La civilización unitaria es resistida tercamente por la barbarie federal: he ahí el hecho argentino que ha de ir desencadenando nuestras luchas morales y políticas durante todo el siglo XIX. Frente al unitarismo racionalista, se yergue una idea vernácula y una forma de vida que responde a la verdadera situación del hombre argentino y a su espontáneo desarrollo. La rebelión de nuestros caudillos populares a partir de 1817 y su desafío al Puerto, no es sino una insurrección del orden ético-social contra los avances clamorosos del iluminismo espúreo, al que no divisan bien pero al que sienten en todas partes, entrando por el Río de la Plata en mareas delumbradoras.
En su nota interior más profunda, las crisis argentinas son crisis ontológicas, luego morales y después políticas y económicas. Las subestructuras que sostienen a partir de Pavón nuestra República Mercantil tienen el aliento del naturalismo unitario. Así lo han visto pensadores esclarecidos y así lo comprobamos actualmente al repetirse la constante histórica que dominó los días posteriores a Caseros.
Los doctores unitarios están de vuelta. Han regresado con el mismo candor y el mismo desconocimiento del país que pusieron de manifiesto cuando elaboraron la Constitución de 1826, ávidos de leyes escritas que nunca cumplieron. Han vuelto con la misma impiedad que los animó cuando aconsejaron el fusilamiento de Dorrego o cuando acusaban de salteador y vago a sus enemigos políticos para poderlos eliminar impunemente (con la apariencia legal necesaria). Se los ve en las antesalas de quienes ejercen el poder y en todas las tribunas que la burguesía portuaria les facilita. Se los ve haciendo despliegue de palabras y frases que ya carecían de sentido hace ochenta años. Claro que no se atreven a presentarse en público como simples liberales —a la manera mitrista— y se anuncian con otro derivado más actual: “mayistas”, de la llamada línea Mayo-Caseros. La fórmula ya no es una disyuntiva, como en tiempos de Sarmiento; es continua y de una lógica interna indudable.
Los doctores unitarios se han convertido en doctores “mayistas”. Hasta el presente, su fobia antipopular no se remontaba más allá de 1830, pero ahora han hallado —no sin pavor, no sin autocrítica— que lo antidemocrático y lo antimayista existió ya el mismo 25 de Mayo de 1810, personificado en el Presidente de la Junta y creador del regimiento de Patricios, coronel Saavedra.
Hasta el presente, los doctores unitarios celebraban Mayo como una victoria limpia del pueblo y del ejército. Ahora lo celebran jubilosamente unido a Caseros, es decir, unido a una derrota del ejército argentino frente a tropas extranjeras que se tomaban el desquite de Ituzaingó. La complacencia por Mayo alcanza también a la derrota de Caseros, hasta tal punto que se ha creado una Comisión para la Vigencia del Ideal de Caseros. ¿Será el ideal de aliarse al extranjero para llegar al gobierno de la Nación?
Si nos detenemos un instante frente a los doctores de Ascua advertiremos inmediatamente que su gran sofisma radica en dar más importancia a lo formal (códigos, constituciones, estatutos) que al país real; más importancia a las minorías ilustradas y a las “oligarquías de familia” que al pueblo argentino y a la soberanía popular; más a la constitución rivadaviana que a las provincias argentinas que la rechazan categóricamente.
Es que la línea Mayo-Caseros se alimenta de la fórmula Civilización y Barbarie, con la única diferencia que ahora los bárbaros son todo el pueblo argentino que no concuerda con los esquemas clásicos del liberalismo.
Para los escritores de Ascua la patria no es la Argentina sino el liberalismo europeo. Y también Mayo es el liberalismo racionalista. Con peligro de caer en un juego de palabras, debemos concluir que la Revolución de Mayo no es para los “mayistas” una Revolución argentina, sino una revolución liberal, y no de principios liberales sino de conclusiones (códigos, estatutos, leyes). De ahí que para ellos la Revolución de Mayo consista esencialmente en el libre cambio o en el laicismo por imitación, según las ocasiones. Y que se nieguen a reconocer en el movimiento emancipador una pluralidad de causas.
¿En qué ha consistido ese liberalismo al que las “mayistas” se aferran como a su propia salud física? ¿Cómo se han comportado los doctores unitarios en la práctica del liberalismo que proclamaban a los cuatro vientos? He ahí el punto capital a cuyo estudio dedicamos las páginas de esta obrita.
Con una precisión y una profundidad nada vulgar, José María Rosa ha planteado el problema en sus términos más definitorios: “O la Argentina es un grupo de hombres que habitan un mismo suelo, tienen en común modalidades características y una propia tradición: o la Argentina no está en los hombres, ni en el suelo ni en la historia, sino en las relaciones políticas liberales entre gobernantes y gobernados”. Ahora bien; si adoptamos, como hacen los “mayistas”, esta segunda noción de la Argentina que hace del liberalismo lo sustancial y de lo vernáculo lo accidental, vamos a parar a un callejón sin salida: la Argentina no debió existir nunca ni debe existir ahora, puesto que el Liberalismo es esencialmente europeo y se da exteriormente con mucha mayor perfección en Francia o Inglaterra que en estas tierras “bárbaras” del nuevo mundo.
Los doctores unitarios no advierten que el Liberalismo no es planta que prende de gajo. Y tan es así que no prende de gajo que nuestra historia política lo comprueba categóricamente con ejemplos próceres de gentes que se autoproclamaban liberales y obraban como inquisidores sectarios frente a los que no compartían su punto de vista. Juan Bautista Alberdi fue el encargado de evidenciar a su hora la abundancia de esos Tartufos de gorro frigio, que habían dejado sus antiguos disfraces por otras ropas de mayor seducción. La tesis del tucumano es irrebatible: “El liberalismo como hábito de respetar el disentimiento de los otros ejercido en nuestra contra, es cosa que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente, es enemigo; la disidencia de opinión, es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte”.
Bien lo sabía por propia experiencia don Juan Bautista, que sufrió en carne propia esa represión y que fué acusado de traidor por los mitristas. El era traidor porque no admitía los procedimientos de los “mayistas” de su tiempo; simplemente porque no pertenecía al “convento político” del mayismo mitrista:
“Los frailes consideran como muerto al religioso que se separa de su convento o comunidad. Parece que los hermanos del convento político que gobierna en Buenos Aires, han quejido hacer eso conmigo, visto el silencio de muerto mantenido con la más vital vigilancia sobre mi nombre. Lo curioso es que yo no fui jamás fraile de ese convento. Es tan elevado su patriotismo que han hecho de su convento, su patria”. (Escritos Postumos, tomo X, pág. 16-1).
Todo el liberalismo de esos ideólogos consistió en el amor platónico a la Libertad, mas nunca en la práctica de la misma. (“La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo”, escribía Alberdi).
El régimen político imperante después de Pavón demostró que la postura de los doctores unitarios conduciría siempre a una tiranía y a la negación de los principios liberales en todos los órdenes de la vida social.
Un suceso reciente, ocurrido en el seno de la agrupación creada “para la superación de Mayo”, prueba con argumentos de hecho que los doctores unitarios no han modificado sus hábitos seculares. Me refiero a la expulsión de Ernesto Sábato del seno de Ascua por haber intentado practicar la disidencia y la contradicción con respecto a problemas políticos concretos. La ejecución de la medida se cumplió, claro está, con todo el aparato legal reglamentario ... El “convento político” de Ascua lo dará seguramente por muerto a ese digno escritor que es Ernesto Sábato.
La coincidencia de los doctores unitarios es admirable; estuvieron ayer con Rivadavia —socio de la Building River Plate Association y negociador del empréstito con la Baring Brothers—, después con Mitre —jefe de la burguesía mercantil probritánica— y hoy están de nuevo con el empréstito de la Baring Brothers. Bajo su progresismo está siempre latente lo que no puede ser llamado de otro modo que cipayismo. Ante lo que viene ocurriendo en el país a partir de 1860 se vuelve difícil separar “espíritu progresista” de sometimiento nacional y colonialismo. Mal que nos pese a quienes deseemos disimular muchas veces algunas traiciones a la Patria, el “progresismo’”, ante determinada coyuntura histórica, se convierte en entreguista. De gritar: “¡Viva la misión García!” a proclamar: “¡Progresemos a cualquier precio!”, no hay más que un paso. Los que hoy están esperanzados en los préstamos de la Baring Brothers podrían ser consecuentes consigo mismo y confesar claramente: “Tenemos que lograr nuestro confort; demos a cambio nuestra soberanía”.
El choque actual es el mismo que se produjo frente al esquema de los ideólogos jacobinos. Los caudillos populares que nuestra historia oficial ha denigrado son algo así como los oscuros testigos de ese proceso lastimoso que los eruditos de esta parte de América prefieren pasar por alto, por miedo a la verdad. Los caudillos federales le plantean a la sociología americana un problema que yo creo esencial: el de patentizar con sus vidas que el esquema liberal es postizo y que sus valores morales están, en la mayor parte de los casos, por encima de los valores demostrados por la “civilización de la levita”. El bárbaro americano es, salvo excepciones, un testimonio de conducta en que resaltan virtudes de solidaridad social, de fidelidad al pueblo y de rectitud política incomparable. Las clases ilustradas y sus líderes constituyen, por el contrario, expresiones de un universo opuesto: dobles juegos, simulación, tartufismo. Sarmiento —máxima expresión de Civilización y espiritualidad— manda asesinar en nombre de la moral y compra con dineros del Estado el apoyo de jefes militares para su guerra contra López Jordán. Vélez Sársfield lo incita a regar con sal el suelo entrerriano. Sus ilustres generales de línea (especialmente Juan Ayala) ejecutan sin titubeos ni cargos de conciencia esos mandatos. Mientras tanto, los gauchos, bárbaros porque se ríen del frac o del clac, se desangran peleando por sus hogares incendiados y creyendo ingenuamente que la lealtad y la justicia tienen algún valor social oculto y religioso.
Nuestras generaciones jóvenes han empezado a tener conciencia de estos problemas en un momento por demás confuso y trastornado. Reciben de sus padres espirituales y de sus maestros, con cada salida de sol, la herencia de miseria que todo argentino contemporáneo guarda en su seno por toda riqueza moral. Revisan su anverso y reverso tratando de hallar una verdad de salvación, y solamente encuentran un esquema negativo y perverso donde el país real semeja algo así como un monstruo definitivamente desbandado por los doctores del liberalismo. Se alimentan del plato mitrista o de la bandeja cuya mejor salsa es Ingenieros. Y como el refectorio liberal es abundante, nadie queda con apetito.
Comprometida de entrada en esa empresa terrenal que es el país, le toca a nuestra generación esta suerte de afanes: la de exigir una severa y limpia explicación del ser nacional. Explicación sin traiciones mentales, sin embustes conscientes, sin esa ignorancia vanidosa y bullanguera que tantas páginas vacías ha puesto en venta de cincuenta años a esta parte.

EL AUTOR.