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Ortodoxia

 

Gilbert K. Chesterton

Cabalgar el Tigre - Julius Evola

248 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2023
, Argentina
tapa: blanda
 Precio para Argentina: 6960 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Presentar a un autor como Gilbert K. Chesterton no es tarea fácil, su característica principal es el disfrute de leerlo y, por lo tanto, las palabras de presentación sobran. Generalmente se la ha reconocido como uno de los escritores británicos más divertidos y sutiles. Su obra despierta admiración por el ingenio y el humor de su composición literaria. De entre ella, “Ortodoxia” es el libro en que la ideología del autor adquiere más coherencia y sustancia, convirtiéndolo ya un clásico indiscutible.
La crítica implacable que Chesterton había lanzado en “Herejes” contra los resultados de las corrientes filosóficas de su época (pragmatismo, escepticismo, materialismo, liberalismo, pesimismo) tenía un sólo punto flojo, la presentación, como contrapartida, de una filosofía alternativa, un punto positivo con el que se pudiera hacer frente a la decadencia del mundo moderno. Con esa exacta consigna nace “Ortodoxia”. Con él, el creador del Padre Brown responde al desafío de exponer públicamente «su filosofía».
Esta obra, escrita como una defensa del cristianismo, es también una respuesta a las necesidades de la humanidad por resolver sus dudas existenciales. Para Chesterton, la ortodoxia «no es sólo la salvaguarda del orden y la moralidad, sino también la única garantía posible de la libertad, de la innovación y del adelanto». A esta conclusión llega tras revisar las teorías en boga en su época, principalmente la existencialista y materialista.
En páginas llenas de humor, Chesterton intenta demostrar que la auténtica fe produce felicidad, no comodidad. La ortodoxia, contra lo generalmente aceptado, no es una forma de institucionalizar la fe, sino de evitar el caos y la dispersión. La ortodoxia es creativa. No cesa de reinventarse para sortear el error y vivificar el dogma, evidenciando que no es letra muerta. No pretende comprenderlo todo, pero sí exaltar el universo, atribuyéndole belleza y sentido. Por el contrario, “el materialista lo comprende todo, pero da la impresión de que no vale la pena entender nada”. El materialismo destruye la esperanza, la poesía, el espíritu, “todo lo que es humano”. Ni siquiera cree en la libertad, pues considera que la conducta está determinada por el ambiente. Para el materialista, el universo es una prisión cósmica, pues no hay nada más allá. Para el creyente, el cosmos es su hogar y le debe una “lealtad primaria”, semejante a la que nos corresponde experimentar hacia nuestra patria natal. El cristianismo contempla el mundo con gratitud, pensando que realmente Dios creó algo bello y bueno.

 

ÍNDICE

Prólogo7
Prefacio13
I.- Introducción en defensa de todo el resto15
II.- El maniático23
III.- El suicidio del pensamiento47
IV.- La ética del país de los elfos71
V.- La bandera del mundo101
VI.- Las Paradojas del Cristianismo125
VII.- La eterna revolución159
VIII.- El romance de la ortodoxia193
IX.- La autoridad y el aventurero219

Reseña biográfica de G. K. Chesterton

 

Gilbert Keith Chesterton nació en Londres , un 29 de Mayo de 1874. Si bien se consideró a si mismo meramente como un “periodista alborotador”, en realidad fue un escritor prolífico y talentoso en virtualmente todas las áreas de la literatura. Hombre de fuertes opiniones y con un enorme talento para defenderlas, su exuberante personalidad, sin embargo, le permitió mantener cálidas relaciones con personas – como, por ejemplo, George Bernard Shaw y H. G. Wells – con quienes disentía vehementemente.
Chesterton no tuvo nunca dificultades para defender públicamente aquello en lo cual creía. Fue uno de los pocos periodistas que se opuso a la Guerra Boer. En 1922, con “Eugenics and Other Evils” (Eugenesia y Otros Males), atacó lo que en ese momento era la más progresiva de las ideas: la de que la raza humana podía y debía criar una versión superior de si misma; una idea cuya paternidad muchos hoy le adjudican a los alemanes de la época de Adolf Hitler pero que, en realidad, se hallaba muy extendida y arraigada en el mundo anglosajón mucho antes de la Segunda Guerra Mundial.
Su poesía se extiende desde “On Running After One’s Hat” (Sobre Correr Detrás de Tu Propio Sombrero) hasta baladas serias y oscuras. Sus biografías de Charles Dickens y San Francisco de Asís, aun cuando no están escritas para una audiencia académica, contienen  brillantes percepciones de los personajes tratados. Por último, su incursión en la novela policial con la serie de los casos del Padre Brown produjo historias que continúan siendo leídas y son fuente de argumentos para programas de televisión hasta el día de hoy.
Su posición política refleja su profunda desconfianza frente a la concentración de riqueza y de poder de cualquier clase. Junto con su amigo Hillaire Belloc y en libros como "What's Wrong with the World" (Qué Está Mal En El Mundo) propuso un criterio que se dio en llamar “distribucionismo” y que podría resumirse en su famosa expresión de que a cada persona se le deberían garantizar “tres acres (de terreno) y una vaca”. Si bien no terminó siendo un pensador político famoso, su influencia ha dado la vuelta al mundo. Algunos ven en él al creador del movimiento “lo pequeño es hermoso” y se dice que un artículo periodístico suyo inspiró a Ghandi.
Herejes (1905) pertenece a otra de las áreas en las que Chesterton se destaca. A esta obra cabe agregar su otro libro Ortodoxia, escrito en 1908 como respuesta a las críticas que recibió por Herejes y, naturalmente, no se puede dejar de mencionar su El Hombre Eterno (1925) que es una novela sobre la humanidad, Cristo y el Cristianismo.
A pesar de ser una persona básicamente alegre y sociable, en su adolescencia albergó ideas suicidas. En el cristianismo terminó encontrando la respuesta a los dilemas y a las paradojas que veía en la vida, con lo cual, habiendo sido bautizado anglicano al nacer y luego de pasar por etapas de ateísmo y agnosticismo, terminó abrazando y defendiendo con convicción la fe de la Iglesia Católica.
Chesterton falleció el 14 de Junio de 1936 en Beaconsfield, Buckinghamshire, Inglaterra.
Había publicado 69 libros y por lo menos otros diez fueron publicados, basados en sus escritos, luego de su muerte.

Prólogo

 

Por extraña casualidad, a la misma hora en que, en su vivienda campesina de Beaconsfield, Gilbert Keith Chesterton fallecía, George Bernard Shaw anunciaba, en Newcastle, que no hablaría más en público.
Con estos mosqueteros, que tantas veces midieron sus armas dialécticas, el espectáculo de la refriega ideológica perdió en Inglaterra sus dos más diestros, tenaces y fantásticos combatientes.
Chesterton y Shaw nacieron tal para cual. Dotados del mismo vigor polémico e idéntico afán proselitista, iguales en ingenio, no existía bajo el sol una sola cuestión frente a la cual sus opiniones no se encontraran en diametral oposición.
La oposición de sus opiniones encendió y mantuvo encandilada, sin un momento de desmayo, durante dos generaciones, la más fragorosa batalla que jamás engendró la inventiva. Sus controversias públicas eran como justas de la razón dirimidas con los fuegos artificiales de las paradojas, las sutilezas, los retruécanos y las imágenes, donde el público olvidaba el objeto de la riña y se dejaba fascinar por el deslumbrante espectáculo.
Shaw vencía en el arte de la dramatización de su causa, pero Chesterton le vencía en la sutileza que infundía al argumento de la suya.
Como si quisiera compensarle de la monstruosa corpulencia que levantó sobre sus pies, el Creador dotó el cerebro de Chesterton con el más ágil, elástico, fino entendimiento que puso en ninguno de nuestros contemporáneos. Era tan gigantesco y pingüe que le llamaron “monumento andante de Londres”, y en una ocasión, durante un banquete en su honor, Bernard Shaw dijo a la hora de los discursos: “Tan galante es nuestro agasajado, señores, que esta misma mañana le dejó su asiento en el tranvía a tres señoras”.
Fantasía o imaginación no iban a la zaga de su figura en cuanto a exuberancia.
Aunque, superficialmente considerada, la obra de Chesterton aparece sólo como un intento ingenioso de encontrar la verdad por procedimientos originales en los que el ingenio y la originalidad semejan lo principal y la verdad lo secundario, en realidad ocurre todo lo contrario.
Chesterton vivió perpetuamente desasosegado por la idea de la verdad, y sus paradojas no eran sino el doble lazo con que pretendía tomar por los cuernos tan elusivo toro.
Su versatilidad estaba propulsada por el mismo desasosiego, el cual le llevaba del verso al artículo de periódico; de éste al ensayo filosófico; del ensayo a la novela teológica, cuando no detectivesca, o al discurso proselitista y a la controversia.
La búsqueda de la verdad le condujo al catolicismo en 1922 y, poco después, a la fundación del movimiento distributista, en el que pretendía encarnar su ideología y al que, secundado por su fiel y veterano escudero el escritor Hilario Belloc, dedicara la mayor parte de su astronómica energía durante los diez últimos años.
Chesterton odiaba tanto al capitalismo como al comunismo, porque ambos destruyen igualmente la propiedad privada individual, el ejercicio de los oficios manuales que, para él, constituyen la base de la libertad y el desenvolvimiento espiritual del hombre.
En el imaginario “Reino distributivo” cada individuo es propietario de las herramientas con que trabaja, ejerce su oficio individualmente y posee su vivienda. Para propulsar el triunfo del Estado distributivo, que debe ser alcanzado por los medios constitucionales, “puesto que los ingleses aborrecen la violencia”, Chesterton fundó un semanario, excelente y brillantemente escrito, titulado “G. K’s Weekly”, es decir, “Semanario de Chesterton”, donde colaboraba una pléyade escogida de jóvenes intelectuales católicos.
La concepción chestertoniana de la economía estaba íntimamente vinculada a la que tenía de la libertad.
La libertad abstracta que la Reforma impuso sobre Europa es, según Chesterton, una maldición que ha devorado la libertad concreta que se gozaba anteriormente en los pueblos de la Cristiandad. “La libertad de la post-Reforma significa esto: cualquiera puede escribir un folleto, cualquiera puede dirigir un partido, cualquiera puede imprimir un periódico, cualquiera puede fundar una secta. El resultado ha sido que nadie posee su propia tienda o sus propias herramientas, que nadie puede beber un vaso de cerveza o apostar a un caballo. Ahora yo les ruego a ustedes, con toda seriedad, que consideren la situación desde el punto de vista del hombre del pueblo. ¿Cuántos seres humanos desean fundar sectas, escribir folletos o dirigir partidos?”.
Esta cita es un ejemplo característico del procedimiento con que Chesterton mezcla lo arbitrario y lo lógico, el sentido común y lo absurdo para, después de fundirlos en el crisol de su imaginación, elevar el resultado a teoría.
Tan natural como su extravagante figura física era en Chesterton la jovialidad intelectual, el gozo en el puro juego de la inteligencia y la frase chispeante. Cualquier argumento podía ser convertido por él, automáticamente, en un deslumbrador juego de prestidigitación.
Muchas de sus frases y de las incidencias de sus controversias se han convertido ya en leyenda que el pueblo transmite de boca en boca. Un día debatía por la radio con un poeta defensor del verso libre, quien le acusó de no entender la “nueva métrica”.
Verso libre – respondió G. K. Chesterton – no es una nueva métrica, del mismo modo que dormir al raso no es una nueva forma de arquitectura.
– Pero no, podrá usted negar – objetó el poeta – que es una revolución en la forma literaria.
– El verso libre es una revolución, respecto de la forma literaria, igual que el comer carne cruda es una revolución respecto del arte de la cocina – replicó Chesterton.
A la agudeza y mordacidad intelectual, que le hacían un enemigo temible, se unían en la inmensa humanidad de Gilbert Keith una bondad y campechanía primitivas y populares que le convertían en el más delicioso de los amigos. De su amistad privada disfrutaban muchos de aquellos con quienes Chesterton cambiaba en público los más inflexibles mandobles: librepensadores, racionalistas, protestantes, socialistas, eugenistas, y, especialmente, la encarnación misma de todos estos “ismos”, el inescrutable, invencible, incorregible George Bernard Shaw.
Con Bernard Shaw y Lloyd George compartió Chesterton el privilegio único de que tanto en los periódicos como en las conversaciones se le mencionara por las solas iniciales de su nombre. “¡Pobre G. K. Chesterton!”, se decía la gente al saludarse, en Londres, el día de su muerte.
Una de las mejores biografías que existe hoy de Bernard Shaw la escribió, en 1909, Chesterton. Antes había escrito ya una de sus obras maestras, la biografía de poeta Browning.
Más tarde escribió las de Chaucer, Stevenson, Colbett, San Francisco de Asís y Santo Tomás de Aquino. Dos meses antes de morir había terminado la suya propia.
Sus libros de poemas llenan casi una biblioteca. Uno de ellos se titula “Bagatelas tremendas”. Las dos novelas más famosas que escribió: “El hombre que fue jueves” y “El padre Brown”, están traducidas al español, pero, en cambio, creo que no ha sido trasladado al castellano ninguno de sus últimos libros, ni siquiera el epos de “Lepanto”.
The Napoleon of Notting Hill y A Club of Queer Trades son novelas de la vida suburbana de Londres, en las que revive el espíritu “pickwickiano”. Chesterton hace de los personajes de sus novelas instrumentos en que emplear su ingenio y les obliga a proceder del modo más incongruente que jamás procedieron los habitantes del mundo novelesco.
De entre las obras teóricas o filosóficas, aparte de Ortodoxia, aquella en que la ideología del autor adquiere más coherencia es la contenida en el tomo de ensayos sobre el tema Qué hay de malo en el mundo, donde arguye contra las concepciones eugenistas, las cuales asumen que la suerte de la vida está determinada por el nacimiento, y hace la más impresionante descripción del concepto cristiano de la vida que se haya escrito en este siglo.
Aunque sostuvo siempre la opinión de que el viajar contrae la inteligencia y apoca la fantasía, visitó Italia, Irlanda y América y escribió un libro sobre las impresiones recibidas en cada uno de dichos países.
Al revés que Bernard Shaw y Wells, las otras dos grandes figuras de las letras inglesas de su tiempo, Chesterton no sufrió privaciones en su juventud, sino que disfrutó de la más esmerada educación que en aquella época podía recibir un hijo de burgueses ricos.
A pesar de que era dieciocho años más joven que Bernard Shaw, sus obras comenzaron a ser conocidas al mismo tiempo que las de éste. Chesterton no desempeñó nunca, en realidad, otra ocupación que la de escritor, a la que se dedicó por entero desde los veinte años, después de haber abandonado el aprendizaje de dibujante. Por entonces consistía su cultura, fundamentalmente, en un profundo conocimiento de la Biblia que le había infundido el padre, propietario de un importante negocio de alquileres. Por las venas de la madre corría sangre francesa.
Tuvo un solo hermano, Cecil, que se dedicó también al periodismo y había logrado gran renombre cuando, poco después de la guerra, vino a sorprenderle la muerte.
A los veinticinco años se casó y de su matrimonio no le quedó ningún hijo a la viuda.
Su vida toda fue una portentosa exhibición de atletismo intelectual y de entusiasmo espiritual.
AUGUSTO ASSÍA.