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Rommel y el Afrika Korps

 

Hanns Gert von Esebeck

Rommel y el Afrika Korps – Hanns Gert von Esebeck

284 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2021
, Argentina
tapa: blanda
 Precio para Argentina: 1030 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Muy pocas veces en la Historia Militar, se observa el fenómeno curioso que se advierte con respecto a la personalidad del Mariscal Rommel. Su figura se ha hecho popular en los tiempos de posguerra. Aparece como un héroe de leyenda. Su estampa guerrera es la representación genuina de la transformación del arte de la guerra en esta época de la aviación, de las unidades blindadas y de la bomba atómica. Se ha vuelto, insensiblemente, a la época de las armaduras que usaban los caballeros medievales, pero esta vez su marcial figura sobresale de un tanque pesado alemán.
La exaltación de su figura como guerrero caballeresco no es obra de los escritores alemanes, que ya han producido numerosos trabajos que tratan las operaciones militares de la II. Guerra Mundial. Por el contrario, los comentarios más elogiosos provienen, exclusivamente, de altos jefes que fueron sus adversarios en las cruentas luchas del desierto africano. Estos son los que alaban y magnifican las brillantes calidades del mariscal alemán. Y tanta elocuencia han puesto al servicio de su admiración que lo han convertido —y a justo título— como el “héroe internacional” de la II. Guerra Mundial. En su personalidad, se encuentran reunidas las condiciones que debe poseer un verdadero soldado. Más que las de un soldado, las de un “conductor militar” en el amplio sentido y significado del concepto. Hay en él, capacidad técnica y de comando; entusiasmo, emulación y convicción, la capacidad de comando alcanza hasta la admiración en las filas adversarias; el entusiasmo se transmite a sus subordinados; la emulación de las proezas de los grandes conductores militares lo hacen practicar aquella expresión de Napoleón “la bala que me ha de matar, todavía no ha sido fundida”, a pesar de estar siempre entre sus soldados de primera línea; y la convicción proporciona fuerza a su voluntad de vencer, vencer siempre, aun en circunstancias especialmente difíciles, contra superioridad numérica, contra factores adversos, aun cuando tenga que afrontar con evidente desventaja los que se han definido como “imponderables”.
Sin embargo, si bien ya hemos tenido ocasión de leer varios volúmenes dedicados a la descripción de las operaciones que tuvieron por marco el inhóspito desierto de Egipto y Libia, casi todos ellos fueron originados en fuentes no alemanas y, por lo tanto, brindaron un relato unilateral de la lucha. Con el trabajo de Hanns Gert von Esebeck tenemos ahora un relato más cercano a Rommel. Durante la campaña de África del norte él desempeñó las funciones de corresponsal de guerra ante el Comando del Cuerpo Expedicionario alemán. Su tacto y su habilidad ganaron la simpatía y el aprecio de Rommel, quien le brindó una amistad profunda, de la que el autor implícitamente se enorgullece. El contacto con el Comandante y el Comando del Afrika Korps, primero y del Ejército Blindado, después, han de haber suministrado a von Esebeck valiosísimos elementos de juicio para su libro. En él ha sabido brindar una sincera y ágil versión de las opiniones y expresiones de los principales actores que se movieron en el tablado de un teatro de operaciones extraño y temible.
El estudioso de la campaña de África del norte encontrará aquí una fuente capaz de colmar sus ansias informativas y completar sus conocimientos sobre el problema. En su casi totalidad, el libro gira alrededor del Mariscal Rommel. Su personalidad poderosa y magnética, sus opiniones, su modo de apreciar los problemas, sus resoluciones, sus reacciones y sus emociones, están pintados con trazos sinceros y vigorosos. Pero el estudio permite conocer con minucioso detalle la campaña de África del norte, en la que el mariscal alemán conquistó su fama y evidenció sus condiciones de conductor y las dificultades que ambos adversarios tuvieron que vencer no sólo por la acción de las armas sino por las características del terreno y del clima en ese inhóspito teatro de operaciones. El estudioso tendrá oportunidad de conocer a fondo un período por demás interesante de la II. Guerra Mundial que tanta influencia tuvo en la invasión a Europa por Sicilia y su conexión con la operación “Overlord”, iniciada por los angloamericanos el 6 de junio de 1944.
“Rommel y el Afrika-Korps” no es una obra más sobre el mariscal del desierto. Constituye un relato humano, muy humano —y por ello apasionado—, colorido, atrayente y emocionado, de los hechos desarrollados en África del norte entre 1941 y 1943. El relato que se inicia con la llegada de Rommel a África y que nos conduce hasta el “Stalingrado del desierto” — la capitulación de Túnez— rinde homenaje no sólo al vencedor de Tobruk, sino también a las valientes tropas de Wavell, Auchinleck, Montgomery y Anderson, sin olvidar a los héroes de BirHacheim y a las sufridas e inermes unidades italianas.
Von ESEBECK ha escrito un libro sumamente instructivo e interesante —de los que se toman y no se dejan hasta terminarlo— en el que, con palabras sencillas, despierta nuestra curiosidad, nos atrae, nos subyuga, nos subleva a veces, nos deprime otras, pero siempre nos encanta.

 

ÍNDICE

Rommel7
Prefacio del traductor11
Prólogo15
I.- El principio 21
II.- Tobruk37
III.- La batalla de tanques de Sollum 49
IV.- “Ha llegado la hora” 73
V.- El éxito 89
I. — Rommel guarda silencio y procede89
II. — Bir Hacheim99
III. — En catorce horas108
VI.- El Alamein, victoria y derrota 123
I. — Indicios precursores de catástrofe123
II. — Por 6.000 toneladas de combustible137
III. — Barcos y tonelaje147
IV. — “¡No habrá otra oportunidad!”151
VII.- Entre Marsa-El-Brega y Tunez 175
I. — Un sombrío mes de noviembre175
II. — El plan de Gabés187
III. — “Ha dejado de serme grato el mando”198
VIII.- Túnez 209
I. — La penetración hacia Tebessa209
II. — Donde se sueña con Casablanca221
IX.- El fin235
Resumen cronológico259
Anexos266
1. — África del norte -1941.
2. — La batalla de tanques de Sollum (junio de 1941).
3. — Las fortificaciones de Tobruk. ,
4. — El ataque sorpresivo de Rommel del 25 de noviembre de 1941.
5. — Situación del día 28 de noviembre de 1941.
6. — Ataques y contraataques en la batalla del “cuadrilátero”.
7. — El repliegue sobre la posición de El Gazala y el comienzo de la retirada.
8. — La reconquista de Cirenaica.
9. — El ataque a la posición de El Gazala.
10. — La segunda fase de la batalla de El Gazala.
11. — La conquista de Tobruk (20 de junio de 1942).
12. — El plan de ruptura hacia Alejandría.
13. — La ruptura británica;del 2 de noviembre.
14. — El repliegue sobre las líneas de Fouka.
15. — Los combates en la Línea Mareth.
16. — Los últimos combates alrededor de Túnez.

Rommel

 

Muy pocas veces en la Historia Militar, se observa el fenómeno curioso que se advierte con respecto a la persona­lidad del Mariscal Rommel. Su figura se ha hecho popular en los tiempos de posguerra. Aparece como un héroe de le­yenda. De acuerdo con las modalidades actuales de la guerra, su iconografía no lo presenta jinete en brioso corcel. Su es­tampa guerrera es la representación genuina de la transfor­mación del arte de la guerra en esta época de la aviación, de las unidades blindadas y de la bomba atómica. Su marcial figura sobresale de un tanque pesado alemán.
Se ha vuelto, insensiblemente, a la época de las arma­duras que usaban los caballeros medievales. Pero la arma­dura actual se encuentra, por el temple y espesor de la coraza, a prueba de proyectiles antitanques y de bombas cargadas con poderosos explosivos y como armas ofensivas, cuenta con ametralladoras y cañones. A su bordo tienen cabida, ade­más, los modernos medios de comunicaciones que permiten el enlace con los otros elementos que en su conjunto forman las grandes unidades blindadas.
Y es, precisamente, en el comando de las Panzer-Divition alemanas, donde encontró el Mariscal su pedestal de gloria. Comandante de una de ellas en la ruptura del frente anglobelga, en Sedán, en junio de 1940, sólo se detiene frente a Dunkerque, donde el ejército británico, en una estrecha faja de costa, se debatía angustiado, a fin de solear parte de sus efectivos, reembarcándolos, para atravesar nuevamente el Mar del Norte. Comandante en jefe del Ejército ítalo-alemán en los desiertos de África, ha encontrado el escenario para sus hazañas que harán célebre su nombre. Y, por fin, al fren­te de la defensa de la llamada “fortaleza europea”, su eficaz acción se verá interrumpida al ser herido por una bomba aérea en uno de sus viajes de inspección por los caminos de Francia. Después viene el descanso forzoso de su convalecen­cia y, por último, su amargo final, en donde se cumple un trágico destino.
La exaltación de su figura como guerrero caballeresco no es obra de los escritores alemanes, que ya han producido numerosos trabajos que tratan las operaciones militares de la II. Guerra Mundial. Por el contrario, los comentarios más elogiosos provienen, exclusivamente, de altos jefes que fue­ron sus adversarios en las cruentas luchas del desierto afri­cano. Estos son los que alaban y magnifican las brillantes calidades del mariscal alemán. Y, tanta elocuencia han pues­to al servicio de su admiración que lo han convertido —y a justo título— como el “héroe internacional” de la II. Guerra Mundial.
Ocurre en la bibliografía militar, especialmente en la británica —Mr. Churchill mismo lo ha calificado como gran capitán— lo que ya acontecía en el ejército inglés en opera­ciones en África en la época en que era Comandante en jefe el Mariscal de Campo sir Claude L. E. Auchinlep. Era tal la admiración que en las tropas inglesas despertaban las ha­zañas de Rommel que el comandante británico se vió obli­gado a impartir instrucciones precisas para evitar que siguie­sen llamando al general adversario con un mote peculiar — que es y no es obsceno— que llevaba implícita la estupefac­ción que despertaban sus proezas.
Por primera vez, se observa un hecho semejante. El Brigadier británico, Desmond Young, en un libro que ha te­nido y tiene actualmente una gran difusión en nuestro me­dio , nos ha relatado más que sus campañas militares, la personalidad profesional y humana de este guerrero de la “era Blindada”. Su colorido tiene tanta vida que los produc­tores cinematográficos estadounidenses no trepidaron en lle­var el personaje como protagonista de una película. El “Zo­rro del Desierto” se titula. La producción, basada en el libro de Young, es la vida militar de Rommel durante la guerra. La película y la obra histórica se complementan y hoy, puede afirmarse, que el nombre de Rommel es ampliamente cono­cido en el mundo entero. Y, ello no es debido a la acción de sus compatriotas, sino al libro escrito por un militar britá­nico, que fue hecho prisionero de guerra por las tropas de Rommel en una de las batallas del norte africano.
Pero todavía la vida y acción de Rommel ocupan la atención en la bibliografía europea. Liddell Hart, brillante es­critor y crítico militar inglés, en base a nuevas investigaciones y utilizando el archivo personal del mariscal y los in­formes de su hijo Manfred, acaba de editar una obra que amplía considerablemente lo tratado por el Brigadier Young .
La presente obra es un estudio que permite conocer con minucioso detalle la campaña de África del norte, en la que el mariscal alemán conquistó su fama y evidenció sus condiciones de conductor y las dificultades que ambos adversarios tuvieron que vencer no sólo por la acción de las armas sino por las características del terreno y del clima en ese inhóspito teatro de operaciones.
Con la aparición de esta obra se complementa la del Bri­gadier Young y las “Memorias” del Mariscal. El estudioso tendrá oportunidad de conocer a fondo un período por de­más interesante de la II. Guerra Mundial que tanta influen­cia tuvo en la invasión a Europa por Sicilia y su conexión con la operación “Overlord”, iniciada por los angloamerica­nos el 6 de junio de 1944.
En verdad, el destino trágico del Mariscal conmueve y entristece el ánimo. Que un hombre de 53 años, cargado de gloria y honores obtenidos en el campo de batalla, que al­canzando el alto grado de feldmariscal del ejército de su país, termine su existencia de modo infamante, es una ver­dadera ironía del destino. Expuesto repetidamente a la ac­ción de las armas de fuego adversarias —pues Rommel siempre estuvo entre sus soldados de primera línea— sale siempre indemne de difíciles situaciones y sin embargo, caer definitivamente en las circunstancias que él cayó, es indiscu­tiblemente un hecho que impresiona y conmueve al espíritu más desapasionado. No interesa, en principio, analizar las causas de su caída, a los efectos de esta nota. El análisis de las causas que la motivan, proporciona, sin duda, refle­xiones que pueden diferir de acuerdo a particulares criterios, de los que no pueden apartarse los prejuicios y hasta las tendencias ideológicas de los que la formulen. Pero hay algo, en lo que parece que todos los que han leído su vida y su acción están de acuerdo y es que el Mariscal Rommel es la personalidad más descollante de todos los militares que in­tervinieron en la II. Guerra Mundial. En su personalidad, se encuentran reunidas las condiciones que debe poseer un ver­dadero soldado. Más que las de un soldado, las de un “con­ductor militar” en el amplio sentido y significado del con­cepto. Hay en él, capacidad técnica y de comando; entusias­mo, emulación y convicción, la capacidad de comando al­canza hasta la admiración en las filas adversarias; el entu­siasmo se transmite a sus subordinados; la emulación de las proezas de los grandes conductores militares lo hacen prac­ticar aquella expresión de Napoleón “la bala que me ha de matar, todavía no ha sido fundida” y la convicción, propor­ciona fuerza a su voluntad de vencer, vencer siempre, aun en circunstancias especialmente difíciles, contra superioridad numérica, contra factores adversos, aun cuando tenga que afrontar con evidente desventaja los que se han definido co­mo “imponderables”. Esa convicción le conduce a aceptar con pulso firme y mirada serena, su inmolación. La certeza de su próximo fin no ha de perturbar la circunspección en sus últimas horas de vida. Ha de marchar serenamente por el camino de su sacrificio. Porque aun, cuando alguien dude, el sacrificio y el martirio es también patrimonio del guerre­ro. Y, tiene que serlo, porque sólo la convicción puede pro­ducir semejantes efectos.

Coronel (r.) E. I. ROTTJER.
Bs. As., Abril de 1955.


Prefacio del traductor

 

La campaña desarrollada en el norte de África durante la II. Guerra Mundial ha traído siempre el interés de nues­tro medio militar, no sólo por ser la primera en la cual se emplearon efectivos blindados de gran magnitud en regio­nes otrora consideradas como imposibles de ser teatro de operaciones móviles, sino también porque ella hizo surgir ante el mundo un hombre que encarnó el prototipo del con­ductor táctico moderno: el Mariscal de Campo ERWIN ROMMEL.
En los últimos años hemos tenido ocasión de leer varios volúmenes dedicados preferentemente a la descripción de las operaciones que tuvieron por marco el inhóspito desierto de Egipto y Libia. Pero casi todos ellos —por no decir todos— fueron originados en fuentes no alemanas y, por lo tanto, brindaron un relato unilateral de la lucha.
Otras obras —más recientes aún— no han satisfecho plenamente la expectación que despertaron sus títulos, espe­cialmente por constituir justificativos que eminentes actores del “Gran Drama” han creído oportuno dar a publicidad para salvar su responsabilidad ante la Historia. Sabemos per­fectamente bien que —salvo contadas excepciones— el valor de las “memorias” —tomadas aisladamente— es más bien relativo.
El libro del Brigadier DESMOND YOUNG, amplia­mente difundido en todo el mundo, proporcionó en su hora un cuadro viviente de la personalidad de Rommel y su edi­ción —además de honrar al autor por múltiples motivos— permitió iniciar a los lectores en el camino de la verdad so­bre la vida y acción del mariscal.
La reciente publicación por la “Biblioteca del Oficial” de las “Memorias de Rommel” —debido al esfuerzo de un reputado escritor militar inglés— completa el estudio de la personalidad del eximio soldado, reafirmando los conceptos del Brigadier Young y ampliando el conocimiento sobre sus dotes de conductor militar, en las circunstancias especial­mente difíciles de su actuación en los desiertos africanos.
“Rommel y el Afrika-Korps” no es una obra más sobre el mariscal del desierto. Constituye un relato humano, muy humano —y por ello apasionado—, colorido, atrayente y emocionado, de los hechos desarrollados en África del norte entre 1941 y 1943.
No busque el lector en él sólo una descripción detallada de las operaciones, en la que se siga, paso a paso, el combate de todas y cada una de las unidades que integraron el legen­dario Afrika-Korps. No. Busque, más bien, el lado humano de la guerra, con sus desaciertos y sus fricciones, sus envidias y rivalidades y tantos otros imponderables que un relato puramente táctico no podría suministrar. No quedará defraudado.
Compruebe también cómo informaciones deliberada­mente deformadas y apreciaciones equivocadas, intenciona­das o no —por paradojal que puedan parecer estas afirma­ciones— hicieron fracasar una campaña que —independien­temente de sus móviles políticos y pese, con todo, a ser un magnífico ejemplo de historia militar— llevaron a la des­trucción o al cautiverio un brillante conjunto de hombres y máquinas.
Ríndase también el lector ante la evidencia. La campa­ña de África del norte fue una batalla de y por el abasteci­miento. Aquel de los adversarios que supo y pudo organizar mejor su logística, ciñó la corona de los triunfadores. Nada pudo un conductor de excepción y una tropa también de excepción —animados todos por una elevada moral, pero privados casi de lo indispensable— frente a un magnífico adversario que tenía a su disposición reservas inagotables de suministros.
Churchill ha llamado a la guerra “un catálogo de erro­res”. A lo largo del presente relato se encontrarán —espe­cialmente del lado de la alta conducción ítalogermana— en cantidad suficiente como para cubrir numerosas páginas. En este sentido pues, el libro brinda también interesantes enseñanzas.
El desemboque estratégico que el autor hubiera querido dar a la intervención alemana en África del norte —conquis­ta de Egipto y del Cercano Oriente— tal vez no sea com­partido por muchos, pero es innegable que en su hora pudo constituir una solución al “impasse” del “Seelowe” y pro­ducir a Gran Bretaña una crisis de proyecciones incalcula­bles. Extraiga cada uno sus conclusiones.
H. G. von ESEBECK no es un militar. Durante la cam­paña de África del norte desempeñó las funciones de co­rresponsal de guerra ante el Comando del Cuerpo Expedi­cionario alemán. Su tacto y su habilidad ganaron la simpa­tía y el aprecio de Rommel, quien le brindó una amistad profunda, de la que el autor —no podía ser menos— implí­citamente se enorgullece. El contacto con el Comandante y el Comando del Afrika Korps, primero y del Ejército Blin­dado, después, han de haber suministrado a von Esebeck valiosísimos elementos de juicio para su libro. En él ha sa­bido brindar una sincera y ágil versión de las opiniones y expresiones de los principales actores que se movieron en el tablado de un teatro de operaciones extraño y temible.
H. G. von ESEBECK fustiga duramente a los italianos que fueron aliados de la Alemania de Hitler. No debe ello extrañar. En toda guerra de coalición en la que los intereses no se han subordinado al común, ha sido frecuente com­probar profundas divergencias y cuando el conflicto se ha perdido, los hombres no han podido dejar de formular­se mutuas recriminaciones sobre los orígenes y las causas del fracaso. Von Esebeck no ha logrado escapar de su con­dición humana y, en parte, atribuye la derrota en África a supuestas o reales fallas de Italia. Sin embargo, debo apre­surarme a puntualizar que von Esebeck, si bien duro en sus críticas, es noble en sus conceptos y explica exhaustiva­mente las causas a que él atribuye el comportamiento de los italianos.
Muchos de los interrogantes que se le plantearon a Montgomery después de El Alamein y que el mariscal in­glés no alcanza a explicar satisfactoriamente en su libro “De El Alamein al río Sangro”, hallan su justificativo en los párrafos de von Esebeck. El estudioso de la campaña de África del norte encontrará aquí una fuente capaz de colmar sus ansias informativas y completar sus conocimientos sobre el problema.
En su casi totalidad, el libro gira alrededor del Mariscal Rommel. Su personalidad poderosa y magnética, sus opi­niones, su modo de apreciar los problemas, sus resolucio­nes, sus reacciones y sus emociones, están pintados con tra­zos sinceros y vigorosos. Todo otro comentario sobre el “Zorro del desierto” huelga. Me remito a lo que expresa el autor... que es mucho y bueno.
El relato que se inicia con la llegada de Rommel a África y que nos conduce hasta el “Stalingrado del desierto” — la capitulación de Túnez— rinde homenaje no sólo al ven­cedor de Tobruk, sino también a las valientes tropas de Wavell, Auchinleck, Montgomery y Anderson, sin olvidar a los héroes de Bir-Hacheim y a las sufridas e inermes uni­dades italianas.
Von ESEBECK ha escrito un libro sumamente instruc­tivo e interesante —de los que se toman y no se dejan hasta terminarlo— en el que, con palabras sencillas, despierta nues­tra curiosidad, nos atrae, nos subyuga, nos subleva a veces, nos deprime otras, pero siempre nos encanta.

Mayor MOM.


Prólogo

 

El 6 de febrero de 1941 el General Erwin Rommel, en­tonces uno de los más jóvenes oficiales generales del ejér­cito alemán, fue nombrado por Adolf Hitler para ejercer el comando de un cuerpo expedicionario destinado a soco­rrer al ejército italiano que, en la ocasión, se hallaba seria­mente amenazado en el norte de África. No fue deliberada­mente, por cierto, que el Alto Comando de la Wehrmacht tomó la resolución de concurrir en ayuda del aliado en peligro.
La entrada en la guerra por parte de Italia, no había aligerado en absoluto el peso que soportaba Alemania. Por el contrario, algunas semanas habían sido suficientes para demostrar que las tropas fascistas eran incapaces, sin el con­curso de los alemanes, de concluir con éxito las tareas que se habían reservado. Al finalizar el año 1940, nubes agore­ras de una catástrofe se habían acumulado sobre Roma y su amenaza podía, asimismo, alcanzar a Alemania. El Ma­riscal Graziani, pese a ser uno de los conductores italianos más capaces y afortunados, había sido vencido en el norte de África: Libia se hallaba a punto de caer en manos inglesas.
Esta región, con una superficie aproximadamente doble a la de Egipto, en poder de Italia desde 1912, sólo era habi­table a lo largo de la costa. Ocupando un vasto sector del Sahara, desprovista de agua y vegetación, la colonia contaba únicamente con 750.000 habitantes, en tanto Egipto, su vecino alcanzaba los seis millones. Pero Libia se hallaba a sólo 400 kilómetros de Sicilia y constituía así un trampolín militar de gran importancia estratégica. Al encerrar a Egip­to y Sudán por el oeste, impedía a la influencia británica extenderse hacia el África del norte francesa; en poder de las potencias del Eje imposibilitaba a Inglaterra completar el cerco de Europa por el sur y preparar allí una eventual invasión al continente.
Si bien Tripolitania, al oeste y Marmárica, al este, no eran sino desiertos en su casi totalidad, Cirenaica, en el cen­tro, había llegado a constituir, particularmente su capital, Bengasi, un foco de colonización próspero, en especial a par­tir de los comienzos del año 1930, cuando el Mariscal Graziani logró completar la pacificación del país.
Aldeas de labriegos, pueblos, centros de colonización, etc., se habían levantado en la zona costera, bastante fértil y bien provista de agua; todo ello parecía abrir perspectivas prometedoras.
El Mariscal Balbo había construido un puerto en Bardia, terminado en 1936, así como también una ruta que co­rría a lo largo del mar, desde Túnez hasta la frontera egip­cia, en una extensión de más de dos mil kilómetros. Ocho­cientos de ellos, de Trípoli a Marsa el Brega, se desarrolla­ban a través de una región completamente desprovista de agua. Después de haber recorrido otros tantos más llegaba a Tobruk, el puerto más grande de Marmárica, transforma­do en punto de apoyo naval y fortaleza al comenzar la cam­paña realizada por Graziani contra los Senusis .
El 13 de septiembre de 1940, el mariscal italiano había franqueado sorpresivamente la frontera entre Libia y Egipto, rechazando en todas partes al adversario, para alcanzar al día siguiente Sidi Barraní, punto fortificado que luego de un breve combate cayó en poder de las vanguardias italianas.
Inglaterra disponía solamente de unos pocos efectivos, los cuales, bajo las órdenes del General Wavell, se hallaban extendidos sobre 300 kilómetros. Su línea de defensa comen­zaba en Sollum, en la costa, en la bahía del mismo nombre y terminaba en el oasis de Siwa, situado bien al interior del desierto. Durante varias semanas Wavell había tratado de desorientar a Graziani e inducirle a error, dándole una idea falsa de sus fuerzas y dispositivos por medio de hábiles ma­niobras de engaño. La ofensiva italiana parecía haberle to­mado por sorpresa y la supremacía británica en el Medio Oriente aparentaba hallarse peligrosamente amenazada. La defensa del delta del Nilo no estaba asegurada, prácticamen­te, más que por las divisiones adelantadas a la frontera y em­plazadas sobre una posición sin ninguna profundidad; ade­más, se carecía de reservas.
Pero Graziani no prosiguió su avance; ante el estupor general se detuvo en Sidi Barraní, donde se dedicó a orga­nizar cuidadosamente el terreno, construyendo puntos de apoyo más hacia el sur, con el objeto de asegurarse una po­sición de partida firme para sus próximos movimientos de avance. Se dispusieron alojamientos, se construyeron depó­sitos de munición y posiciones para armas y tropas. Dado que el abastecimiento de agua presentaba grandes dificulta­des y no obstante haberse perforado algunos pozos, parte de las divisiones fueron enviadas nuevamente a Libia.
En consecuencia, Wavell tuvo tiempo suficiente para reagrupar sus fuerzas, aproximar nuevos efectivos y montar una ofensiva que le honró en alto grado. El día 9 de diciembre de 1940 sus divisiones blindadas irrumpieron en el dispositivo italiano a través de los intervalos no protegidos que separaban los puntos de apoyo; casi sin ser notadas por las despreocupadas tropas adversarias, las unidades blindadas al­canzaron la retaguardia enemiga. Simultáneamente, el gene­ral inglés lanzó un ataque a lo largo de la ruta costera, coordinado con la aviación y la flota, en tanto las divisiones blindadas se volvían sobre los italianos.
El frente se derrumbó al primer asalto. Los ingleses re­tomaron Sidi Barrani el 11 de diciembre; sólo algunos restos del ejército de Graziani lograron salvarse atravesando la frontera. Wavell estaba resuelto a explotar a fondo el éxito obtenido, por cuanto la moral italiana se hallaba manifies­tamente muy quebrantada. Bardia, pese a estar bien forti­ficada, cayó en poder de los ingleses el 5 de enero, tomándose treinta mil prisioneros. La localidad en sí, construida sobre altos acantilados que dominaban el mar, no tenía ningún valor, pero las fuentes de agua dulce que brotaban en los barrancos próximos al puerto constituían un objetivo de enorme importancia.
Tobruk, punto de apoyo naval de gran interés estraté­gico situado a 150 kilómetros de la frontera, fue atacado a partir del 20 de enero por divisiones blindadas y tres di­visiones de infantería, el 23 capituló. Derna, 170 kilómetros más al oeste, puerto de Cirenaica, fue evacuada; toda la pro­vincia cayó rápidamente en manos de Wavell, el que alcan­zó Agedabia, en la costa del Gran Sirte , a comienzos de febrero de 1941, donde hizo alto para reagrupar sus unida­des y reorganizar el abastecimiento. Gracias al apoyo de una aviación muy superior, el mariscal inglés había logrado una brillante victoria; no podía dudarse que tratarla y coronarla con un ataque contra Trípoli.
Graziani, por su parte, no podía hacer ya más nada pa­ra detenerle. Los restos de su ejército derrotado se reunieron en la ciudad de Trípoli, último punto a defender; nada les permitía esperar la menor posibilidad de éxito. En Horas, aproximadamente unos 130 kilómetros más al este, se ha­llaban algunos débiles efectivos; el frente propiamente di­cho se encontraba en Sirte, a 500 kilómetros, a cargo de un batallón reforzado, única unidad constituida contra la cual podía chocar aún Wavell. Este batallón estaba apoyado por algunas baterías del Coronel Grati y por el destacamento San­ta María, que contaba con unos pocos tanques livianos, pie­zas antiaéreas y cañones de 7,5 cm. En la retaguardia reina­ba la desorganización; se carecía en absoluto de armas pe­sadas, pero sobre todo, lo que no existía más, era una firme voluntad de combatir.
Los italianos habían sido víctimas de sus propios erro­res, de su ligereza. Los combates que libraban sin interrup­ción desde hacía treinta años, en Libia y Abisinia, debieron haberles transformado en aguerridos soldados coloniales. Al finalizar dicho período, al reconquistar Fezan y pacificar Cirenaica, el Mariscal Graziani había logrado poner de ma­nifiesto sus cualidades de gran soldado y pionero. Pero todas estas campañas, todos estos combates, con sus éxitos reso­nantes y sus dificultades tan brillantemente superadas, no habían sido libradas sino contra ejércitos indígenas o tribus sin gran valor militar. Aún con viejos fusiles, con armas defectuosas desde el punto de vista europeo, los italianos habían podido vencerlas gracias a un hábil empleo de los medios técnicos de la guerra. Nunca se habían enfrentado con un ejército equipado a la moderna y, además, habían adquirido hábitos que les tornaba más soportable la vida durante el desarrollo de sus campañas.
Sin comprender el peligro que representaban mantu­vieron tales costumbres, descuidando así adaptarse a la vida tan especial del desierto. Cándidamente, habían creído ha­berlo dominado, cuando, en realidad, es él quien impone sus leyes a los hombres .
Habían tratado —con éxito— de proseguir su existencia a la europea en las soledades pedregosas, en las montañas del sur de Libia y en los tristes e inmensos espacios del Sahara egipcio. En vez de construir posiciones a prueba de grana­das, blindados o bombas, habían levantado abrigos que les aseguraran comodidad y los protegieran contra las tormen­tas de arena, el mortífero sol o el frío de las noches. Además, llevaron al desierto camas, mesas y sillas, vajillas, vino, agua de Seltz, elegantes uniformes y cien refinamientos diversos. La vida en el desierto era penosa; ellos la habían suavizado. Las características físicas del desierto exigían —por sí solas —endurecimiento, facultades de adaptación y una voluntad de hierro para superar todas las dificultades y afrontar to­das las privaciones.
El ejército italiano había hecho todo por eludir tales exigencias y cuando esta vida lujosa se desplomó ya al pri­mer choque, la moral de las divisiones se esfumó como ro­cío al calor del sol, especialmente a raíz de que el soldado, mal equipado por otra parte, no demostraba entusiasmo al­guno por una guerra absolutamente impopular.
¿Podía existir entonces para las tropas italianas, luego de la derrota y con semejante estado espiritual, una posibi­lidad de cambiar su destino? ¿Podía aún evitarse la catás­trofe? Un pueblo que por su técnica y medios militares era inferior al inglés, ¿era capaz de mantenerse frente a él? La pérdida de Libia aceleraba el fin de las tropas que comba­tían en Somalia y en Abisinia; ello aseguraría el dominio británico en el Mediterráneo y pondría entonces a Europa en peligro. El derrumbe del imperio colonial italiano debía, asimismo, traer aparejadas temibles consecuencias políticas para Mussolini y su régimen, pues el primer año de guerra finalizaba con una derrota de trascendencia.
Graziani renuncia a su comando; el General Gariboldi, hasta entonces su Jefe de Estado Mayor, le sucede en el car­go. Cuando Rommel tomó contacto con él en Trípoli, se encontró frente a un problema que aparentaba ser verdade­ramente insoluble y del cual no podía esperarse sino la pér­dida del honor y del prestigio.