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Vidas de Muertos

 

Ignacio Braulio Anzoátegui

Vidas de Muertos - Ignacio Braulio Anzoátegui

124 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2020
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 460 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"Vidas de muertos", fue el primero de los ensayos de Ignacio Braulio Anzoátegui. Cuando lo publicó tenía menos de treinta años, y ninguno de sus libros posteriores pudo superar esta obra de juventud que hubiera sido un clásico de la literatura si el nacionalismo conservador hubiera triunfado, pues su única falla es ser demasiado incorrecto. A la maestría en la escritura, a su altura y excelencia, lo sazona constantemente con un humor corrosivo y hasta violento, pero no por ello menos genial e hilarante.
El libro entero no es más que una serie de necrológicas escritas sin anestesia o un santoral negativo poblado de réprobos y herejes, sin faltar los meramente zopencos. Es, además, un ejercicio brusco e impiadoso de crítica literaria.
En "Vida de muertos" desfilan los popes literarios del parnaso argentino y latinoamericano en tanto que tales, como snobs y aquejados de cursilería, como bovaristas suertudos que por la distorsión engañosa de la sociedad moderna pasaron a consagrarse como fetiches o ídolos propios de la falsa conciencia moderno-nacional. Los prohombres del discurso oficial de la época –y escolar de casi todas las épocas- desfilan en su pasarela como vanidosos empolvados e histéricos, mistificadores y figurones de una posteridad fácil y pronta.
Hay frases antológicas que lo colocan a Anzoátegui como un maestro de la injuria, nadie como él supo reducir a sus adversarios a la nada con frases tan lacónicas y terminantes.
No necesita mucho para destruir a Alberdi, quien “Dijo: “gobernar es poblar” y se quedó soltero”. O a Sarmiento, de quien, además de describir con “jeta de mulato” y “cara de vieja”, dijo que “mató la cultura para fundar la instrucción. Y, con esa fuerza brutal que tenía para todo, hizo de la Argentina un país como los Estados Unidos, instruidos pero inculto”.
Mientras la crítica literaria no se cansaba de adular a estos figurones del pensamiento liberal, Anzoátegui retrataba a Guido y Spano como “un éxito de señoritas” que representaba la mutación de la solemnidad aristocrática en ”cajetillismo”; un haragán al que “la sociedad de su tiempo le había asignado una profesión altamente decorativa: la profesión de poeta”. Esteban Echeverría no sabía nada de arte y parecía un analfabeto charlatán, “se crió entre guitarristas y malevos, pero ni siquiera supo quedarse con ellos. Ellos hacían patria y él se puso a hacer romanticismo”. Mármol “no sabía ni siquiera versificar”, era un hombre que trabajaba para desterrado y como argentino trabajaba para prócer". Maestro de “la asquerosidad romántica” –sentimentalismo sensualista ventilador de intimidades deificadas. “En lugar de escribir la vida, Mármol se puso a describir alcobas. Eso podrá interesarles a los tapiceros, pero a mí no me interesa”. Los personajes de Mármol no se matan por amor como él creía sino porque “están asqueados de tanto romanticismo”. Los amantes sufrían aquí para que lo supieran las amadas, no para que lo supiera Dios. A ellas podría engañárselas y por eso falsificaron el sufrimiento e hicieron con él literatura”.
Ignacio Braulio Anzóategui, "el fascista que ríe", no perdona a nadie. No escapan de su palabra hiriente, al párrafo de plomo lacónicamente graneado, ni Rivadavia, ni Alberdi, ni Sarmiento, tanto como Amado Nervo, Rubén Darío, Jorge Isaacs, José Mármol, Guido y Spano, Esteban Echeverría, José Ingenieros, entre otros.

 

ÍNDICE

Prólogo 7
José Mármol11
Esteban Echeverría21
Carlos guido y Spano27
Jorge Isaacs35
Olegario V. Andrade41
Evaristo Carriego47
Almafuerte51
Rubén Darío59
Amado Nervo65
José Enrique Rodó69
Domingo F. Sarmiento75
Juan Bautista Alberdi81
Bernardino Rivadavia99
Francisco de Paula Bucarelli107
José Ingenieros115

Prólogo

 

Las re-ediciones, como las mujeres, deben hacerse esperar. En los dos casos la puntualidad abarata.
Quizá por ese motivo yo haya detenido hasta ahora esta tercera edición. Quizá por ése y con seguridad por otro: porque Vidas de muertos es un libro gorila. Pero entendámonos, gorila del 30, gorila nacionalista, gorila como en su época lo fueron Rosas y Facundo y todos nuestros auténticos caudillos.
Triunfante el gorilismo liberal del 55, yo no podía servirlo dando pie, con la re-edición del libro, al malsano aprovechamiento de mis verdades. Por eso, porque toda reedición es una manera de resurrección, le tapé la boca y lo reduje a la condición de pasado documento.
Hoy, que el liberal-gorilismo caduca y aun se avergüenza de él mismo, puedo volverlo a la imprenta sin el temor de aparecer coincidiendo con ningún enemigo.
Escritos y publicados los doce primeros capítulos entre los años 29 y 31, no abjuro de una sola de mis opiniones y expresiones (y aun si pudiera arrepentirme hoy de alguna, la mantengo en tren de joda). Por lo demás, si ellas me cerraron muchas puertas, me abrieron muchas amistades, que me interesan más que las puertas.
Hablando de puertas, recojo aquí el cargo que me hizo Homero Manzi —luego recordado por Jorge Abelardo Ramos— de que yo no me había metido con Mitre porque en aquel entonces colaboraba en el suplemento literario de La Nación. Es verdad que colaboraba en ese suplemento desde el 28 y que seguí en él hasta que se cavaron las trincheras de nazis y antinazis. Y es verdad que no me metí con Mitre por tres razones: la 1a. porque no se me dio la gana; la 2ª, porque yo no estaba escribiendo una historia argentina integral sino las vidas de algunos personajes americanos, y la 3ª —cosa que descubrí luego de dejar La Nación— porque yo no hubiera podido, colaborando en ella, dar a su fundador una puñalada de pícaro. Habría sido divertidísimo para los febricentes lectores de noticias policiales. Pero yo era huésped del diario que me llamó a colaborar en su suplemento dominical, y en mi condición de tal, no debía —no podía— por elementales motivos de buena crianza, abofetear a mi generoso hospedador.
Y ahora una última aclaración dedicada a los ítalo-argentinos. Sigo creyendo que a los reinos itálicos los perdió la Unitá o la Unione o como se diga. Admiro con todo mi corazón a los condottieri de la Península. Pero no puedo soportar a Garibaldi. Que más que un bandido, era un mamarracho de bandido. Y nuestra inmigración italiana era garibaldina. Nada tenía que ver con los herederos de César Borgia o de Gattamelatta o de los Sforza o de los Médici o de Oliverotto da Fermo. Pero un día de aquel tronco imperial, surgió en la espantable Italia el Duce Benito Mussolini, el Conductor. Y tras su asesinato, prendieron en la sede del Imperio las hormonas fascistas, que dieron lugar al nacimiento de Gina Lollobrígida, de Sophia Loren y de Silvina Mangano con las que la romanidad ha recobrado sus derechos. Todo eso me autoriza a tender mi mano, en plan de reconciliación, a mis amigos por cuyas venas corre una cuota de tuco.

I.B.A.