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El descrédito de la realidad

O la dimensión desconocida

Joaquín Bochaca

El descrédito de la realidad - O la dimensión desconocida - Joaquín Bochaca

196 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2018
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 360 pesos
 Precio internacional: 15 euros

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¿Cual es el nivel de conciencia en que vivimos? Joaquín desvela, de la mano de la razón, el mundo de mentiras en que vivimos, creado por palabras falsas y líderes representantes de la mentira.
Aporta datos que iluminan la realidad y nos muestran en toda su dimensión la farsa de esta civilización o la dimensión desconocida.
La llamada “Globalización”, la cual no es más que la realización del proyecto final de la “dimensión desconocida” consiste en: un único gobierno mundial de Naciones Unidas (ciudadanos del mundo), un solo mercado mundial del dinero, sobre una sola raza de mestizos igualitarios (con la excepción ‘desconocida’ de los elegidos), bajo un pensamiento ‘único correcto’, sobre una religión unificada mundial, bajo control del Consejo Mundial de Iglesias Democráticas y Ecuménicas globalizadoras). Recordemos, con el autor, las 4 Verdades ocultas: 1- “La Verdad es incómoda”, la masa no desea conocer su ignorancia ni su engaño. 2- “El mayor éxito del Diablo es haber logrado hacer creer que no existe”. Es decir, la incredulidad ante el Mal, pues conocerlo implicaría combatirlo. No queremos creer que hay conspiración y si la hay no se quieren conocer los pormenores, es más fácil seguir viviendo como hasta ahora. 3- La esencia del sistema financiero actual ha sido lograr que el Estado ceda la creación del dinero del pueblo a través de entidades bancarias privadas bajo intereses usureros, creando así la novedad esclavizante de la Deuda: ingente, impagable y generalizada. Todos estamos endeudados hasta lo indecible, como individuos, como familias, como pueblos, como nación, como Estado. 4- La Globalización no es una cuestión meramente económica ni destinada a explotar exclusivamente a una parte del mundo, sino que la Globalización es un concepto de imposición global para todos los pueblos y naciones; se trata de un modelo único de pensamiento en lo económico, étnico, religioso y estatal, de la creación de una nueva sociedad mundialista de diseño masónico e inspirada por los elegidos.
Lo que llaman progreso nos ha llevado a la que a todas luces es la "edad de la mentira", y para sostenerla se han creado una enorme cantidad de instituciones que el autor desglosa con maestría, dejando en evidencia el esqueleto del sistema globalizador.
De la misma manera que en la tan vituperada como desconocida Edad Media, los hombres creían en Dios, ahora han substituido la antigua Fe por una nueva Divinidad, llamada Opinión Pública, la línea Maginot del Conformismo general. Para ello han instituido la religión de la democracia, con sus dogmas de fe: La Libertad, la Igualdad y la Fraternidad; sus sacramentos, el principal de los cuales es el Sufragio Universal; sus parroquias, cuales son los estados con prerrogativas sobre sus súbditos (sujetado, dominado). Como cualquier otra religión también la Democracia promete su Paraíso a sus adeptos.Tiene su "Santa Sede" en Nueva York, con prelaturas cuyos nombres son, entre otros, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización de las Naciones Unidas. Tiene su Tribunal de Delitos Eclesiásticos, llamado Tribunal de Justicia Internacional de la Haya, que atiende especialmente a las denuncias presentadas por su Fiscalía, llamada "B´Nai B´Rith". Tiene, igualmente, su prelatura económica, cual es el "Federal Reserve Board"; y tiene, desde ya, una policía del pensamiento lista a condenar sin apelación a los herejes.
Esta moderna religión en realidad es la fachada de la esclavización del hombre por poderes ocultos.
En su celebrada obra Un Mundo Feliz, Aldous Huxley preveía que las masas, debidamente manipuladas por el poder, acabarían pidiendo que se las tiranizara. También lo dijo Orwell en su “newspeak”: LA IGNORANCIA ES LA FUERZA. La ignorancia de unas masas cada vez más embrutecidas por el inmisericorde martilleo de unos medios de comunicación, sometidos a una Dimensión Desconocida que ha conseguido el total descrédito de la realidad.

 

ÍNDICE

 

Prólogo7
I.- La opinión publica15
Dinero es Poder20
El “modus operandi” de la industria mediática30
Los fabricantes de las corrientes de opinión33
La corrección política44
II.- Las prelaturas de la democracia55
La organización de las Naciones Unidas55
El Fondo Monetario Internacional60
La Organización Mundial De Comercio 61
El Banco Mundial 63
La comunidad económica europea64
El Nafta66
La Organización de Cooperación Desarrollo Económico66
El Consejo de Relaciones Exteriores67
La O.T.A.N.69
La Organización de Estados Americanos71
Organización del Tratado del Sudeste Asiático72
El A.N.Z.U.S72
El Club de Roma73
Las Conferencias Pugwash73
El Foro de Davos75
El Club Bilderberg75
La Comision Trilateral78
El Tribunal Internacional de Justicia84
El Tribunal Penal Internacional84
La Franc-Masoneria85
El sucubo89
III.- Los sacramentos de la democracia99
El paraíso de la democracia99
La conspiración102
El mecanismo 106
El Federal Reserve Bank111
Los impuestos119
Las fundaciones “benéficas”126
Los paraísos fiscales130
El crimen organizado137
IV.- La globalización145
¿Que es la globalización?145
El globalismo intelectual146
El globalismo económico150
El globalismo racial157
La globalización religiosa164
La aldea global172

PRÓLOGO

 

Lo que voy a escribir, según fórmula comúnmente aceptada en todo el mundo civilizado, es la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad, con el aditamento, en la Gran Bretaña, “con la ayuda de Dios”.
“¿Qué es la verdad?”, preguntó a un acusado inocente, hace cerca de dos mil años, un alto funcionario del Imperio Romano. He aquí una buena pregunta -una gran pregunta-, aunque la inmensa mayoría de las gentes la quiere apartar de su mente desde el momento en que se la formula.
Nuestras mentes son unas computadoras fantásticamente complejas. En el transcurso de las actividades de un día ordinario millones de mensajes entran y salen de nuestras “computadoras” a través de los cinco sentidos -los sentidos de la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto- y millones de decisiones se toman basándose en el flujo de mensajes que nos llegan y en nuestra comprensión de los mismos. El proceso ha llegado a ser tan automático, tan reflejo, que por lo general ni siquiera nos damos cuenta de que tales decisiones han sido adoptadas.
Desgraciadamente, la mayoría de la gente tiende a navegar por el mar de la vida mientras toma esas automáticas o semiautomáticas decisiones que, con demasiada frecuencia, se basan en bien elaboradas desinformaciones, medias verdades o incluso puras mentiras. Navegar en el mar de la vida es un proceso inconsciente. Muy a menudo sólo cuando la corriente nos precipita hacia las rocas nos damos cuenta de que estamos en peligro. Estamos constantemente expuestos a la acción de las corrientes de opinión, de los hábitos, de las modas, de los prejuicios, etc., que tienden a apartamos insensiblemente de la posición que deberíamos mantener.
Pero, ¿qué sucede con la información, nueva o extraña, que llega a nuestras mentes? ¿Cómo procedemos con los mensajes que no son inmediatamente aceptables para nuestras computadoras mentales? En la mayoría de los casos, nuestros desarrollados y extremadamente sensibles mecanismos de defensa mental entran en acción e inundan nuestras mentes con mil y una razones aparentemente lógicas para seguir la ruta de la menor resistencia y hacer caso omiso de la nueva Verdad.
La mayoría de la gente tropieza con la Verdad alguna vez en la vida, pero casi siempre se desentiende de ella y continúa ocupándose de sus asuntos como si nada hubiera ocurrido. Tal es la naturaleza humana.
Para esa mayoría, el mundo es una farragosa masa de conflictivas y confusas ideologías sin orden ni concierto... ni propósito.
Esto es así, EN LA SUPERFICIE. Pero, ¿quién, hoy en día, investiga en profundidad, escarba en la superficie de una situación determinada? Muy pocos, ciertamente.
Las pocas personas que, en el pasado, tuvieron la integridad, la tenacidad y el coraje de dedicarse a una búsqueda incesante de la Verdad y la comprensión debieron, sin duda, experimentar una gran satisfacción interior, y ello a pesar del desinterés y, demasiado a menudo, la animosidad de sus contemporáneos. La Verdad raramente se encuentra en un sólo lugar. Se encuentra ubicada, por lo general, en sitios muy dispares. Como el oro, la verdad es un tesoro tan raro como precioso. Si los hombres, a través de los tiempos, hubieran buscado la Verdad y la integridad con el mismo fervor y diligencia que emplearon en la adquisición de oro -de dinero- el mundo actual sería, ciertamente, un lugar muy diferente de lo que es. Sería más claro, más limpio, más serio; sería mejor, tanto moral como materialmente. Pues la triste realidad es que tras vender su alma para alcanzar la riqueza, ahora el Mundo se ha quedado sin alma y, además, o está en la pobreza o se encuentra en una situación de permanente inseguridad que incluso los que poseen algún dinero se debaten en un constante desasosiego hasta el punto de que ya no tienen ni siquiera dinero. ¡El dinero les tiene a ellos!
Desde que el hombre inició su andadura en este Planeta, desde la Edad de Piedra, pasando por el Medioevo, la Edad Moderna con su orgulloso Siglo de las Luces, hemos llegado a la época contemporánea, que creo debería llamarse la Edad de la Mentira. Rizando el rizo, me atrevería a llamarla de la Mentira Institucionalizada. Particularmente, estoy seguro de que la Verdad y la integridad moral no sólo no son cualidades requeridas, hoy, para ocupar altos cargos de dirección en la sociedad, si no que son, muy al contrario, rémoras -cuando no impedimentos- para ello. La simple observación de los llamados “líderes” en la televisión, basta para convencemos de ello. No es que digan mentiras. Ellos son una mentira viviente.
Una MENTIRA no puede subsistir por sí misma. Debe -por su propia naturaleza- sostenerse con otra mentira, las cuales, a su vez, deben ser apuntaladas por más mentiras adicionales. Tal practica muy pronto desemboca en un revoltijo de fraudes y trapacerías en el que la Verdad queda cada vez más difuminada con el paso del tiempo.
La VERDAD, en cambio, se fundamenta en sí misma: fuerte, inmutable y permanente. No necesita ser “defendida” por los que creen en ella. Se defiende ella sola contra todos sus adversarios, y emerge de los ataques de aquellos, PURA, SIMPLE e INCÓLUME. ¡LA VERDAD!
El gran pionero automovilístico, Henry Ford I, la describió de manera tan clara como sucinta: “La Verdad, frecuentemente, parece irracional; la Verdad a menudo es deprimente; la Verdad a veces parece nociva, peligrosa; pero tiene la eterna ventaja, que es la Verdad, y lo que sobre ella se construye nunca trae la confusión ni conduce a ella” .
La Verdad es, a menudo, incómoda. Para la mayoría de mamíferos de dos patas e implumes, creer que podrían estar equivocados en algo -o en casi todo-, o, en otras palabras, que han sido engañados, es una experiencia devastadora para su ego. La revelación de mitos y fraudes puede ser tan psicológicamente desgarradora que puede equivaler a la destrucción de sus egos. Cuando aparece una nueva idea que perturba nuestros procesos mentales, entra en acción la primera línea de defensas, que son mucho más efectivas que cualquier instalación de radar o de misiles-antimisiles, las cuales nos dicen que no estamos equivocados, sino que tenemos razón, después de todo. La mayoría de la gente resiste enérgicamente a la percepción de cualquier nueva verdad con una serie de defensas de primera línea. Pero cuando, finalmente, la lógica termina por hundir esas defensas, recurren a la vieja excusa: “¿Pero, quién se cree usted que es? ¿De dónde saca usted su autoridad? ¿Es que todo el mundo está equivocado, menos usted?”. Llevo casi cuarenta años escuchando esas sandeces. Recurren al viejo argumento escolástico de la “autoridad”, el vetusto “magister dixit”, ellos tan ilustrados y tan racionalistas (!).
En su genial obra Candide, Voltaire creó el personaje de Pangloss, para quien “las cosas suceden porque tienen que suceder puesto que vivimos en el mejor de los mundos posibles”. Y la realidad es que vivimos en un mundo de panglossianos aunque, en el colmo de la incoherencia, la gran mayoría de las gentes se pasen la vida refunfuñando contra todo y contra lo contrario de todo. Pero, ¡eso sí!, de la misma manera que en la tan vituperada como desconocida Edad Media, los hombres creían en Dios, ahora han substituido la antigua Fe por una nueva Divinidad, llamada Opinión Pública, la línea Maginot del Conformismo general.
Lo que viene a continuación son muchas cosas que, estoy seguro, interesarán al amigo lector, y con las que se mostrará de acuerdo. También se tropezará con muchos hechos que, a primera vista, le parecerán, tal vez, puras tonterías, y tendrán la tentación de abandonar la lectura. Esto es perfectamente comprensible: también yo pasé por la misma experiencia cuando, hace ya medio siglo, topé con la misma información. Aquí me atrevería a recurrir a una cita del Viejo Testamento, aunque no sienta una especial veneración por el mismo: “Recordad que quien formula un juicio sobre algo sin haberlo escuchado, es un loco y merece profundo desprecio”.
Mientras lees, lector amigo, déjate guiar por la definición que de la Verdad nos da el Diccionario de la Lengua Española: “Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente”. La Verdad siempre encajará perfectamente en las realidades del mundo... de la sociedad en que vivimos.
Considero indispensable responder anticipadamente a la clásica pregunta de los bien-pensantes: “¿De dónde saca usted su autoridad?”. Pues bien:
Siempre que me ha sido posible he recurrido, para ilustrar o demostrar mis asertos, a lo que en términos jurídicos se denomina -o se denominaba en mis tiempos estudiantiles- pruebas de parte contraria, concretadas en la expresión “a confesión de parte, exclusión de prueba”. Todo lo que sigue se va a ceñir a este método, apoyado en hechos que -también según fórmula jurídica- son públicos y notorios. Los hechos y la documentación que los recoge proceden de la lectura de la prensa diaria, nacional y extranjera, pues si se me permite la inmodestia, sé leer un texto e interpretarlo correctamente, sin limitarme a los titulares de una noticia y sin pretender acomodarlo a prejuicios “políticamente correctos”. Para mí, en un texto lo fundamental es la letra; su música, por lo general, sólo se ha concebido para desvirtuarlo o tender a darle una interpretación sesgada.
Poseo, además, una -creo yo- bien pertrechada biblioteca y, aparte haber leído mucho -es un hecho- las circunstancias de la vida me han hecho dar, varias veces, la vuelta al mundo, lo que me ha facilitado información de visu de impagable valor. En eso, y sólo en eso, va a basarse el mensaje que sigue. No es un mensaje esperanzador; no es lo que en idioma inglés se denomina “wishful thinking”, y que se podría traducir por “pensar lo que deseamos que sea”. No es un relato en el que se da una visión optativa del porvenir: o somos buenos o nos va a ir mal. Tal como están las cosas, estamos entrando, en progresión geométricamente acelerada, en una negra noche de decadencia, que ya profetizara Spengler. Es el Réquiem de una Civilización y, lo que es peor, de una gran Cultura. Ni esta generación ni varias que puedan seguirla verán un Nuevo Amanecer, si éste llega a producirse jamás. Somos los náufragos de Occidente, y lo que pretendo ahora equivale al lanzamiento al mar de una botella con un mensaje que, tal vez, pueda ser recogido y asimilado por gentes con sentido común y buena voluntad.
El mensaje es, en un grado superlativo, políticamente incorrecto, lo cual considero es estrictamente lógico, pues nuestro mundo actual se halla inmerso en una pura esquizofrenia. Algunos panglossianos gustan de calificar esta situación de “pluralismo”, o bien de “contraste de pareceres”. Es la vieja costumbre de camuflar algo anómalo con expresiones más llevaderas e incluso agradables. Pero las cosas son como son, y la Verdad es la Verdad.
En todos mis libros y escritos anteriores he procurado siempre decir la verdad, aunque a menudo no he podido decirla toda; al principio por la antigua censura que, por lo menos, tenía la virtud de admitir su existencia, y luego, cada vez más, por la moderna censura oficiosa, amparada por sus inquisitoriales Leyes del Bozal, generadoras de la más eficaz de todas las censuras, la orwelliana Auto-Censura, pero creo que, a mi edad y dadas mis actuales circunstancias personales, puedo permitirme el lujo de prescindir de todos esos tabúes.
En las páginas que siguen voy a decir toda la Verdad, y nada más que la Verdad, en conciencia y según mi leal saber y entender. Es probable, además, que la botella de este mensaje lanzado desde la borda del Titanic Occidental mientras la orquesta interpreta ritmos de jazz y de reggae, se estrelle finalmente contra las rocas de la indiferencia o el pavor editorial ante el rigor de los zelotes que se presentan como demócratas. En todo caso, lo habré intentado. Que lo que sigue pueda llegar a conocimiento de, por lo menos, un par de docenas de personas de buena voluntad, está en las manos de Dios.
* * *
Si un alienígena con apariencia humana llegara a este Planeta y aterrizara en cualquier lugar de Occidente con la misión de proceder a una pormenorizada encuesta sobre las ideas y sentimientos de sus habitantes, es decir, en definitiva, sobre su Cosmovisión, estoy convencido de que volvería a su lugar de origen con un informe desolador.
Empecemos por España. Diría, el informe, que todos los españoles, es decir, cada uno de ellos, se autodenominan “demócratas”, pero tildan a, prácticamente, todos los demás, de “fascistas”. Los ejemplos serían numerosísimos. Los afiliados, votantes o simpatizantes, del llamado Partido Popular, (del latín “Populus”, que significa perteneciente o relativo al Pueblo, lo que implica, según la lógica del viejo Platón, que los demás deben pertenecer a alguna otra especie animal, vegetal o mineral) llaman, cuando les conviene, “fascistas” a los demás partidos y, sobre todo, a los llamados “nacionalistas”. Los nacionalistas son, en la circunstancia, los vascos, gallegos y catalanes, y, por supuesto, tal llaman también a la “banda terrorista” ETA la cual, a su vez, califica de “fascistas” a todos los demás.
El adjetivo peyorativo de fascista no es privativo de España, ni tampoco el de nacionalista. Los políticos de Londres, de París o de Roma llaman nacionalistas a los escoceses, galeses, irlandeses, bretones, corsos o padanos, los cuales a su vez, responden adjetivando de nacionalistas a los “centralistas” excluyentes de Inglaterra, Francia e Italia. Lo mismo sucede en España entre los nacionalismos periféricos y el central. Por supuesto, soy consciente de que todos ellos tienen razón o, para ser precisos, tienen su razón. La misma razón que debían tener los asombrados arquitectos y albañiles de la bíblica Torre de Babel cuando el supuesto milagro de Jehová les impulsó a darles diferentes nombres a los mismos objetos.
Para nuestro perplejo alienígena, el Planeta Tierra se hallaría inmerso en un babelismo total y absoluto, tal como patentiza la apropiación, a todas luces, indebida, de la palabra “progresista” por todos los partidos “izquierdistas” (¡otra!). Naturalmente, como sucede con todos los slogans, se parecen a la realidad como una mala caricatura, dibujada por un adversario, a la fotografía de una persona.
En efecto; si, para huir de la generalizada confusión semántica, recurrimos a algún diccionario, veremos que el vocablo “progreso” está definido como “acción de ir hacia adelante” y también de “acción de avanzar”, así como “proceso de transformación de la humanidad en general hacia una situación que se supone siempre mejor y que puede ser, o no, definida anticipadamente”. En esta última acepción, hago resaltar, se habla de humanidad en general y hacia una situación que se supone...mejor la cual situación puede ser, o no, definida anticipadamente. Muchos condicionantes para una sola acepción de una definición. Téngase presente, además, que cada uno puede tener y, en la práctica, tiene, sus propias ideas sobre la “humanidad en general”, sobre lo que es, o debería ser, “una situación supuestamente mejor” y que puede -y, por antítesis, “no necesariamente puede”- ser definida “anticipadamente”. Cáigase, además, en la cuenta, de que el venerado pontífice de la “Gauche Divine” y fundador de un efímero “Parti du Progrès” parió, en el manifiesto fundacional del mismo la siguiente impagable frase: “Nous ne sommes pas certains d’où nous nous trouvons, mais ce qui est absolument certain c’est de nous persuader de l’idée du progrès”. (No estamos seguros de en qué lugar nos encontramos, pero lo que es absolutamente cierto es que debemos persuadirnos de la idea del progreso). Parecería banal recurrir a la autoridad de Platón o Aristóteles para refutar esa sentencia sartriana: con Maese Perogrullo basta. En efecto: si ni siquiera sabemos en qué lugar nos encontramos, ¿cómo vamos a progresar, si, como nos dicen los diccionarios “progreso” significa avanzar, ir hacia adelante?
Pero si dejamos por imposibles a las sedicentes “izquierdas” y nos fijamos en las llamadas “derechas”, el caos semántico es equivalente, con su no menos indebida apropiación de la palabra “moderación”. Las derechas, en todas partes, han sido siempre “moderadas” y, últimamente, “liberales”. Pues bien: si “moderación” significa, según el Diccionario, “acción de moderar”, y ese verbo, a su vez, equivale a “disminuir la violencia, la desmesura, de un fenómeno, una acción, un sentimiento,” etc., reducir a una justa medida aquello que es excesivo; equiparable al término medio”, resulta que las llamadas “derechas” no poseen criterio alguno, pues reducir la desmesura (?) -¿en función de qué criterios?- y situarse en el “término medio” depende de la mesura que se quiere reducir y de los extremos en cuyo medio pretenda situarse.
El caos semántico de la vida pública española es perfectamente homologable a todos los demás países del mundo occidental, como iremos viendo en las páginas que siguen. Ya en el antiquísimo libro del Mahabaratta, escrito y reverenciado por nuestros antepasados indo-arios, hace más de 6000 años, se vaticina que la corrupción de las palabras conlleva, fatal e irrevocablemente, la corrupción de las costumbres y el hundimiento de la Civilización.