Por años los hombres de Estado del Brasil sabían que “o el Imperio terminaba con Rosas, o Rosas terminaba con el Imperio”. La presencia en Buenos Aires de un gobernante como Rosas –patriotismo, energía, astucia, coraje- significaba la consolidación de la nacionalidad argentina, y por lo tanto el límite o el retroceso para la política de expansión brasileña hacia el sur. Límite, por cuanto la decidida defensa que hacía Rosas del Estado Oriental gobernado por Oribe, impediría todo propósito brasileño de someterlo a su influencia; y retroceso, porque Rosas reclamaba la devolución de las Misiones Orientales ocupadas ilegalmente por los lusitanos desde 1801.
No solamente eso. La política exterior de Rosas –el “sistema americano” como la llamaba- tendía a estrechar los vínculos entre las distintas hijuelas de la herencia española en América, o por lo menos entre aquellas que formaron el Virreinato del Plata, creado en 1776 precisamente como muro de contención al expansionismo lusitano. A su vez, la política brasileña había consistido en dividir al vecino, encontrando en esta tarea disgregadora la ayuda poderosa de Gran Bretaña, empeñada en atomizar el antiguo dominio español en América como medio de manejarlo económicamente. El “divide et impera” de los británicos en la herencia española en América, coincidía con el interés brasileño de mantener en Sudamérica un imperio fuerte y unido, rodeado por diez o más republiquetas españolas, sin sentido nacional, anarquizadas y rivales entre ellas.
Pero Rosas se había impuesto en el Plata, y su sombra amenazaba al Imperio. Del mosaico de provincias enemigas dejado por los “unitarios” (la oligarquía argentina) había emergido la fuerte realidad de la Confederación de 1831, liga de gobiernos populares orientada por la firmeza del Restaurador porteño.
¿Quién podría impedirlo?... ¿Inglaterra?... Acababa de ser expulsada del Plata y en el tratado de 1849 Rosas le había impuesto el reconocimiento del libre derecho de la Argentina y el Estado Oriental para conducir su política interna y exterior... ¿Francia?... Se encontraría en la misma situación, si el convenio de paz firmado por Lepredour en agosto de 1850 fuese ratificado por su Asamblea Legislativa.
Solamente quedaba Brasil. Sin embargo, los augurios no eran favorables para iniciar una guerra contra un poderoso y convencido Ejército vecino. Se necesitaba un hecho extraordinario que cambiara la situación, y ese hecho llegó con la traición de Urquiza. En febrero de 1851 el Encargado de Negocios brasileños en Montevideo, informaba que un agente del Comandante en Jefe del Ejército de Operaciones argentino lo había visitado para hablarle de la posibilidad de “neutralizar” a ese ejército. En marzo de 1851 comienzan las negociaciones de Brasil con el General argentino, en abril está convenido y garantizado el pase de éste y de su ejército; en mayo se hace el público pronunciamiento y la alianza comprometedora y finalmente en febrero de 1852 ocurre la derrota de la Confederación. Ni siquiera Sarmiento, acostumbrado a coquetear con el enemigo, puede creer la actitud de Urquiza y declara que se le cayó la cara de vergüenza al enterarse de los entretelones de este pacto, la canción popular llama a luchar contra Urquiza, al que "compraron por un patacón". La historia argentina le regala sin embargo el bronce, en lugar de la horca que se acostumbraba en todo el mundo para este tipo de actos.
Para poner la Historia en su lugar surge este libro de José María Rosas desvelando documentación reservada, reuniendo declaraciones y datos que aportan el dibujo crucial al cuadro de como Argentina pasa de ser una nación fuerte e independiente a entregarse a las garras de los poderes que la quieren convertir en colonia.