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La Crónica de Akakor

La historia de América según los Ugha Mongulala

Karl Brugger

La Crónica de Akakor - La historia de América según los Ugha Mongulala - Karl Brugger

248 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2019
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 330 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Karl Brugger, investigador alemán, corresponsal de radio y televisión de lo que fuera la República Federal de Alemania, se hizo mundialmente famoso en 1976 tras la publicación de "La Crónica de Akakor" que sacó a la luz sorprendentes revelaciones sobre la protohistoria de América y de las tribus indígenas que aun en la actualidad conservan y trasmiten el milenario legado de una civilización mítica
El relato es algo que se repite casi sistemáticamente en mitos y leyendas de las más diversas tribus alrededor del mundo, y a pesar de esta repetición que se podría llamar científica en su esencia, se la sigue tomando como fantasiosa mientras la "ciencia" moderna sigue las más perjudiciales teorías sin fundamento. Básicamente el prototipo del relato es: unos dioses o maestros llegan con tecnología de avanzada, incluso más que la moderna, y se encargan de civilizar, enseñar las leyes del universo, el respeto y trabajo con la naturaleza, modos de supervivencia, el legado espiritual de un trabajo interior y construcciones sagradas como las pirámides. En el caso de los Ugha Mongula, su crónica narra la llegada de los Dioses o Maestros Antiguos en el 13.000 A.C. en "naves más rápidas que el vuelo de los pájaros; naves que llegaban a su punto de destino sin velas y sin remos" y seleccionaron a las tribus aborígenes en la zona del Gran Río (Amazonas) para transmitirles cultura, enseñándoles a cultivar la tierra, a respetar las leyes de la naturaleza y las leyes que ellos mismos les legaron para preservar el bien común. Construyeron grandes ciudades de piedra tanto en la superficie como subterráneas (que ahora vienen siendo corroboradas por diversos autores), con templos para la adoración del Sol, pirámides con fines espirituales y largos túneles que atraviesan bajo tierra desde las actuales zonas de Perú y Bolivia hasta Brasil y Venezuela.
La Crónica de Akakor está dividida en cuatro partes y abarca un período de algo más de diez mil años de la vida del pueblo de Mongulala:
– El Libro del Jaguar trata de la colonización de la Tierra por los dioses y del período hasta la segunda catástrofe mundial.
– El Libro del Águila abarca el período comprendido entre el 6000 y el 11.000 (según su propio calendario) y describe la llegada de los godos.
– El Libro de la Hormiga, relata la lucha contra los colonizadores españoles y portugueses tras su desembarco en Perú y Brasil.
– El Libro de la Serpiente de agua, describe la llegada de los 2.000 soldados alemanes a Akakor y su integración con el pueblo de los ugha mongulala; predice asimismo una tercera gran catástrofe.
Esta llegada de soldados coincide con las búsquedas nazis de ciudades perdidas en todo el mundo pero también con sus alianzas con diversos grupos indígenas, lo que despierta el interés de diplomáticos alemanes y servicios de inteligencia. Tal vez tenga alguna relación con esto el que en 1984 Karl Brugger es asesinado misteriosamente en Río de Janeiro por un tirador anónimo del que sólo se sabe que le disparó a quemarropa con una ametralladora portátil 9 mm que suele utilizar personal militar. Tas el incidente se denunció que el consulado alemán entró a su departamento y se llevó toda la documentación privada del periodista.
Esta Crónica también pudo ser comprobada por el obispo Grotti, quien consiguió algunos fragmentos, pero tras su misteriosa muerte, los documentos desaparecieron. Para esta edición hemos agregado una introducción del investigador Gabriel Silva que ha podido internarse en el Amazonas y recorrer buena parte de lo que fue territorio principal del Imperio Mongula, para verificar sus historias personalmente con los mismos indígenas.
Karl Brugger agrega en su libro una quinta parte, Apéndice, donde resume los resultados de su propia investigación en archivos brasileños y alemanes, con datos que corraboran lo narrado por Tatunca Nara, cacique de los Ugha Mongula.
La Crónica de Akakor forma parte de los mitos y leyendas de una de las civilizaciones más primitivas de la Tierra. Si hasta la fecha ha permanecido totalmente desconocida, se debe a las características especiales del relato que rompe con la historiografía oficial que ha logrado ser impuesta tras una larga serie de falsificaciones para hacernos creer que “evolucionamos”, y por lo tanto “vamos bien”. No menor influencia tiene el completo aislamiento de los pueblos como los de cuya historia aquí se refiere. Estos se resisten a ser invadidos porque saben que esta civilización deshumaniza, pervierte, enajena las mentes y el Alma, lleva a la locura en la que está la gran mayoría de los seres humanos. Como su mismo príncipe relata en el libro, esta civilización les es extraña, les resulta incomprensible ver a unos seres que se creen civilizados mientras viven corriendo detrás de objetivos materiales y olvidando todo lo realmente importante.

 

ÍNDICE

Prólogo de Gabriel Silva9
Prefacio de Erich von Däniken 15
Introducción17
I.- El Libro del Jaguar
1. El territorio de los Dioses. 600.000 - 10.481 a. de C.33
Los maestros extranjeros que llegaron de Schwerta 34
Las Tribus Escogidas 36
El imperio de Piedra38
Las residencias subterráneas42
2. La hora cero. 10.481 - 10.468 a. de C. 51
La partida de los Maestros Antiguos51
El lenguaje de los Dioses53
 Signos ominosos en el cielo55
 La primera Gran Catástrofe57
3. La era de la oscuridad. 10.468 - 3166 a. de C.61
 El hundimiento del imperio62
 La segunda Gran Catástrofe66
II.- El Libro del Águila
1. El regreso de los Dioses. 3166 - 2981 a. de C.71
Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses72
Samón y el imperio del Este77
Akahim, la Tercera Fortaleza79
2. El imperio de Lhasa. 2982 - 2470 a. de C.81
El nuevo orden82
La vida en la comunidad86
La gloria de los Dioses91
3. Apoteosis y decadencia del imperio. 2470 - 1421 a. de C.95
 El imperio en la cumbre de su poder96
 Los Pueblos Degenerados99
 Viracocha, el Hijo del Sol102
4. Los guerreros que llegaron desde el Este. 1421 a. de C. - 1400 d. de C.105
La llegada de los guerreros extranjeros106
La alianza entre las dos naciones110
La campaña en el Norte112
Un milenio de paz114
III.- El Libro de la Hormiga
1. Los Blancos Bárbaros en el imperio de los Incas. 1492 - 1534119
 La llegada de los Blancos Bárbaros120
 La destrucción del imperio inca123
 La retirada de los Ugha Mongulala125
2. La guerra en el Este. 1534 - 1691129
La llegada de los Blancos Bárbaros por el Este130
La destrucción de las Tribus Aliadas132
La lucha de los Akahim135
3. Los imperios de los Blancos Bárbaros. 1691 - 1920139
La desintegración del imperio140
La guerra sobre el Gran Río142
El avance de los recolectores de caucho145
El asalto a la capital de los Blancos Bárbaros147
4. La sabiduría de los Ugha Mongulala. 1921 - 1932151
El nuevo orden del imperio152
El elevado conocimiento de los sacerdotes154
Un caudillo de los Blancos Bárbaros en Akakor158
IV.- El Libro de la Serpiente de agua
1. Los soldados alemanes. 1932 - 1945163
 El asalto al poblado de Santa María164
 Reinha en Akakor166
 La alianza con Alemania168
 Los dos mil soldados alemanes en Akakor171
2. El nuevo pueblo. 1945 - 1968177
La vida de los soldados alemanes en Akakor178
Guerras en Perú181
Los doce generales de los Blancos Bárbaros183
El nuevo príncipe186
3. Tatunca Nara. 1968 - 1970189
El plan de los señores de la guerra189
El sumo sacerdote de los Blancos Bárbaros192
Tatunca Nara en el país de los Blancos Bárbaros194
4. El regreso de los Dioses. 1970 hasta el presente199
 La muerte del Sumo Sacerdote199
 La retirada al interior de las residencias subterráneas201
 El regreso de los Dioses204
Apéndice
Explicaciones suplementarias, ejemplos y referencias207
El origen del hombre latinoamericano207
Mitos y leyendas mayas209
Las trece residencias subterráneas211
La Gran Catástrofe Universal213
Los egipcios y los fenicios en Brasil215
Prehistoria de los incas218
Los godos en América Latina220
La llegada de los descubridores españoles y portugueses223
Las ciudades blancas, el imperio de la jungla en el Amazonas225
Las Amazonas227
La extinción de los indios de la jungla230
Brasil y el Tercer Reich232
Los 2.000 soldados alemanes en Akakor237
La tercera catástrofe universal240

PRÓLOGO DE GABRIEL SILVA

 

En 1984 comencé una serie de viajes por el Amazonas que, entre 1986 y 1987, me llevaron a recorrer buena parte de lo que fue territorio principal del Imperio Mongula, descendientes de los Ugha Mongula, cuya etimología es Vikinga y significa “¡Fuera, Mogoles! Eso es porque los Vikingos, hoy calificados de “bárbaros”, pero que en realidad odiaban toda forma de esclavitud. Fueron los Vikingos quienes expulsaron a los esclavistas de raza Amarilla que dominaron a la raza Cobriza en América desde 15.000 años A. de C. aproximadamente, hasta tres milenios antes de nuestra era. Unos doce milenios de sometimiento de los Cobrizos por parte de los Amarillos, hasta que aparecieron en América los Vikingos y dieron vuelta las cosas. No sólo expulsaron a los esclavistas, sino que compartieron sus conocimientos, su filosofía y modo de vida, les enseñaron la navegación, mejoraron la agricultura, enseñaron la política de Kom-Minga, que está basada en el trabajo solidario y la fuerza comunitaria, y no en la economía represiva de los tiranos y mucho menos en la “liberal”, que es lo mismo pero de otra forma… Les enseñaron a reparar las grandes construcciones que hicieron otros hombres muchos milenios antes que llegaran Cobrizos y Amarillos a la Tierra…
Y gran parte de esa historia desconocida de América la fui reuniendo por trozos, desperdigados en innumerables tribus por todo el Amazonas. Seguí un itinerario cuyos datos me fueron dados por el Dr. Jaques De Maiheu y completados por unos amigos alemanes en Paraguay. Podría escribir varios libros con todo ello. Pero a pesar de las muchas diferencias de las cronologías y hechos en general que pude armar, con lo que se presenta en La Crónica de Akakor, el asunto se reduce a unos cuantos factores de ajuste (tres ceros que yo agregaría en las cifras más grandes), por lo que considero muy válido este libro para tener una semblanza general.
Decir para qué uno se adentra en un territorio donde el peligro acecha a cada paso, es complicado, porque parece una locura. Pero estaba muy claro para mí, como seguramente lo estaba para Karl Brugger, porque sin esa claridad de objetivos e ideales, nadie llega a donde hemos llegado, nadie se aventura por donde hemos transitado con apenas equipo de supervivencia básico. Y lo más importante: Que sin esa claridad (y sanidad) de objetivos, la selva y sus hijos se encargan de eliminar a los invasores, salvo que vayan como lo han hecho más recientemente, con ejércitos, armas y maquinaria, al peor estilo “la conquista del Oste”, o de la película “Avatar”, que presentan la misma esencia invasora y destructiva de esta humanidad.
El jefe Mongula ostenta el cargo de Ugha Mongulalha, que significa “Hijo de los Ugha Mongula”. Una curiosidad lingüística que tardé tres días en entender, con gestos y cocoliches, insistiendo para que me lo explicasen ellos mismos, con su deficiente portugués y mi nulidad respecto a su idioma, del que no conocía ni una palabra.
Comprendimos mis amigos aborígenes y yo que para comunicarnos mejor, más valía que les enseñase un poco más de portugués, en vez de aprender yo su idioma, bastante más complejo que lo que los… ¿civilizados? creen, como dijo el sacerdote portugués Sebastião Lua en 1850 “nenhuma tribo salvagem tem mais de quinhentas palavras”. Lo cierto es que él no habría llegado a aprender más que eso, pero la realidad no es así.
Me explicaron cosas de tal magnitud sobre su historia y sobre el Universo que sólo podía entender por mi formación como metafísico desde edad muy temprana, pero que no podrían entender la mayoría de los académicos actuales. Me mostraron cosas que tímidamente he comentado a algunos amigos, pero que moriría antes de revelar las ubicaciones. Y debo confesar que debido a mi adaptación a la selva y mi relación maravillosa con más de veinte tribus diferentes en el Amazonas, en cinco ocasiones estuve a punto de no volver a la civilización. Debí meditar y resolví volver porque tengo obligaciones, propósitos de vida que cumplir. Pero si bien la selva no es precisamente un tranquilo jardín, para los que se adaptan y tienen el Respeto como la más primordial de las formas del Amor, es lo más parecido al Paraíso Terrenal. Quienes viven en ella son mucho más Humanos en toda la extensión de la palabra, que el Homo mercatoris o el Pithecantropus futbolísticus, que cree haber “conquistado la luna”, cuando ni siquiera se ha conquistado a sí mismo, que, cuando no vive en la masturbación deportiva, vive detrás de objetivos materiales olvidando todo lo realmente importante…
Los aborígenes del Amazonas, y creo que todos los del mundo, realmente viven. Se resisten a ser invadidos porque saben que esta civilización deshumaniza, pervierte, enajena las mentes y el Alma, lleva a la locura en la que está la gran mayoría de los seres humanos. Hoy quedan muy pocos, pero en esa época todavía no era total la gran invasión del Estado contra la selva.
Varios años antes que yo, les había visitado un alemán, cuyo nombre no recordaba, hasta que mi amigo Héctor Picco me mostró en 1991 el libro “La Crónica de Akakor”. Sin duda se trataba de Karl Brugger, a quien intenté contactar desde Buenos Aires pero en la embajada alemana se me informó de su fallecimiento en 1984. Lo lamenté muchísimo, porque también supe de la existencia de Tatunca Nara aunque no llegué a conocerlo personalmente, y supe de muchas cosas que leí luego en su libro. En el fondo estoy absolutamente seguro de que buscábamos la misma información y la misma experiencia, y creo que no todos los lectores podrán llegar a comprender de qué se trata.
Desde ya que Karl no buscaba Akakor. No buscaba la gloria de los descubrimientos arqueológicos, ni mucho menos el oro y otras riquezas materiales. No estoy seguro si llegó a estar personalmente en las ruinas exteriores de Akakor que hallé yo (porque hay cientos de ciudades bajo el verde manto del Amazonas), o si llegó a conocer personalmente las pirámides de Pataoari (las que encontré por coincidencia durante una exploración por minerales en 1986, diez años antes que Gregory Deyermenjian). Pero me hubiera gustado poder saber de él mismo lo que seguramente ha callado, y decirle cosas que Karl posiblemente no llegó a saber, como que el Teniente Coronel Percival Harrison Fawcett, su hijo y otros compañeros de andanzas no murieron, porque encontraron lo que buscaban y simplemente no quisieron volver. Sin embargo sospecho que Karl sabía todo eso, aunque simulara otra cosa.
Me hubiera gustado contarle que también estuve a punto de llegar donde queríamos ir pero renuncié antes de entrar porque me di cuenta que no estaba preparado. Y le hubiera preguntado si también él se negó a ir donde nunca se atrevió a decir, por las mismas razones que yo, o porque quizá lo peor sería que nos creyesen, y un ejército de energúmenos se fuera a meter sus pezuñas donde no deberían. Siempre hemos luchado con esa cuestión de consciencia. En mi visita a la región más importante, en 1989, el Tuchal me dijo que en unos cinco años ellos ya no estarían “visibles” porque habría una guerra en la zona, que serviría de pretexto para encontrarles a ellos, sus tesoros, sus conocimientos y las entradas a “otro mundo”. Así que si quería seguir adelante con mis propósitos, tendría que volver antes de ese tiempo. Cuando ocurrió la supuesta guerra entre Perú y Ecuador, la “Guerra de Cenepa”, en 1995, comprendí que estos amigos tenían alguna forma de saber las cosas con bastante antelación, es decir mejor que cualquier servicio de inteligencia. Por suerte también consiguieron confundir a ambos Estados, que continuaron con un antiguo litigio como pretexto, pero reduciendo la zona dejando fuera los sitios más importantes de Akakor.
Yo no recorrí exactamente lo mismo que Karl Brugger, pero estoy seguro que buscábamos lo mismo y todo lo encontrado en esa búsqueda es circunstancial y, nunca mejor dicho, “superficial”. Puede que él no llegase a conocer algunos secretos que los aborígenes me revelaron y que sólo podría compartirlos con alguien como él, que respetó a rajatablas cosas que jamás escribiría, de la misma forma que no puedo hacerlo yo por las mismas razones. Sin embargo supo escribir este maravilloso libro, guardando el secreto de lo debido en promesa a los aborígenes, expresando lo que se le autorizó, mostrando al mundo una parte (justamente limitada) de la realidad de la selva amazónica, del profundo conocimiento que tienen los llamados “salvajes” o “primitivos”. Y me pregunto si algunas cosas que ha escrito son “inexactas a propósito”. Un ejemplo es sobre la desaparición de P.H. Fawcet en 1943, cuando oficialmente eso ocurrió en 1925. Si Karl Brugger sabía lo de 1943 y no fue un error por una de esas coincidencias paradójicas, entonces sabía el resto…
En fin, que este libro aclara muchas cosas fundamentales a quien sabe leer entre líneas, mucho más a quienes formamos parte de este mundillo de la investigación de campo. A la vez que al resto de las personas, y en especial a los “vendedores de misterios”, les genera más preguntas que respuestas.

Gabriel Silva,
31 de Enero de 2019


Prefacio de Erich von Däniken

 

Los científicos no son los únicos en lograr grandes hallazgos al explorar lo desconocido. Karl Brugger (nacido en 1942), tras completar sus estudios en historia contemporánea y en sociología, partió para América del Sur como periodista. Allí tuvo noticias de Akakor. Desde 1974, Brugger es asimismo corresponsal de varias emisoras de radio y de televisión de la República Federal de Alemania. Está considerado actualmente como un especialista en temas indios.
En 1972 conoció en Manaus a Tatunca Nara, el hijo de un caudillo indio. Manaus está situada en la confluencia del río Solimoes y del río Negro, es decir, en la primera mitad del Amazonas. Tatunca Nara es el jefe de las tribus indias Ugha Mongulala, Dacca y Haisha.
Brugger, concienzudo y escéptico investigador, escuchó la historia realmente increíble que el mestizo le relató. Después de haberla verificado punto por punto, decidió publicar la crónica que había registrado en cinta magnetofónica.
Personalmente, no me sorprendo con facilidad, ya que estoy habituado a lo fantástico y siempre preparado para lo más extraordinario, pero he de confesar que me sentí extrañamente conmovido por la Crónica de Akakor de Brugger. Nos descubre una dimensión que hará que incluso los escépticos vean que lo impensable es a menudo imaginable.
Incidentalmente, la Crónica de Akakor se ajusta con precisión a un cuadro que es familiar para los mitologistas de todo el mundo. Los Dioses vinieron «del cielo», instruyeron a los primeros humanos, dejaron tras de si algunos misteriosos aparatos y desaparecieron nuevamente «en el cielo». Los devastadores desastres que Tatunca Nara describe pueden relacionarse hasta en sus más mínimos detalles con la obra de Immanuel Velikovsky Mundos en Colisión.
La historia del príncipe indio que nunca vio los trabajos de Velikovsky, sus extraordinarias descripciones sobre el curso de una catástrofe global mundial, e incluso la cronología exacta y precisa, son sencillamente asombrosas. Asimismo, la afirmación de que algunas partes de Sudamérica están recorridas por pasadizos subterráneos artificiales no puede sorprender a los expertos. En un libro anterior, yo mismo he afirmado haber contemplado tales estructuras subterráneas con mis propios ojos.
La Crónica de Akakor proporciona respuesta a muchas de las cosas que tan sólo se suponen en otras obras sobre temas similares.

INTRODUCCIÓN

 

La Amazonia comienza en Santa María de Belém, a 120 kilómetros de las costas del Atlántico. En el año 1616, cuando doscientos soldados portugueses bajo el mando de Francisco Castello Branco tomaron posesión de este territorio en nombre de Su Majestad el rey de Portugal y España, su cronista lo describió como un fragmento de tierra pacífico y acogedor con árboles gigantescos.
Hoy, Belém es una inmensa ciudad con rascacielos, embotellamientos de tráfico y una población de 633.000 habitantes. Constituye el punto de partida de la civilización blanca en su conquista de los bosques vírgenes de la Amazonia. Durante cuatrocientos años, ha logrado conservar las huellas de su heroico y místico pasado. Ruinosos palacios de estilo colonial y casas de azulejos con enormes portales de hierro dan testimonio de una época notable en la que el descubrimiento del proceso de vulcanización del caucho elevó a Belém al rango de una metrópoli europea.
El mercado de dos plantas del puerto se remonta asimismo a aquel período, y en él puede adquirirse todo tipo de cosas: pescado procedente del río Amazonas o del océano; frutas tropicales de dulcísimos olores; hierbas, raíces, bulbos y flores medicinales; dientes de cocodrilo a los que se cree poseedores de propiedades afrodisíacas, y rosarios de terracota.
Santa María de Belém es una ciudad de contrastes. Ruidosas calles comerciales en el centro, pero el mundo de la jungla de la isla Marajó —en un tiempo habitada por una de las grandes civilizaciones que intentaron conquistar la Amazonia— está tan sólo a dos horas de viaje río arriba, en la orilla opuesta. Según la historia tradicional, los marajoaras llegaron a la isla hacia el año 1100 d. de C., cuando su civilización se encontraba en su momento culminante, mas cuando los exploradores europeos arribaron, el pueblo ya había desaparecido. Lo único que quedan son hermosas cerámicas, estilizadas figuras que claramente expresan tristeza, alegría, sueños. Parecen querer decirnos una historia, pero ¿cuál?
Hasta llegar a la isla Marajó, el Amazonas es una laberíntica red de canales, afluentes y lagunas. El río recorre una distancia de 6.000 kilómetros: nace en el Perú y se precipita por los rápidos de Colombia, cambiando su nombre en cada país por el que atraviesa: de Apurímac a Ucayali y Marañón, de Marañón a Solimóes. Desde la isla Marajó hasta su desembocadura, el Amazonas lleva más agua que ningún otro río del mundo.
Una gran lancha motora, el único medio de transporte en la Amazonia, tarda tres días en llegar desde Belém hasta Santarém, el poblado de importancia más próximo. Resultaría imposible comprender el gran río sin haber viajado en estas lanchas motoras que incorporan la noción amazónica del tiempo, de la vida y de la distancia. Río abajo pueden recorrerse 150 kilómetros por día (no por hora); en estos botes el tiempo se consume comiendo, bebiendo, soñando y amando.
Santarém está situada en la orilla derecha del Amazonas, en la desembocadura del río Tapajoz. Su población de 350.000 habitantes pasa por una época de fortuna, pues la ciudad es la terminal de la Transamazónica y atrae a buscadores de oro, contrabandistas y aventureros. Aquí floreció una de las más antiguas civilizaciones amazónicas, el pueblo de los Tapajoz, probablemente la tribu más numerosa de indios de la jungla.
El historiador Heriarte afirmaba que, cuando era necesario, la tribu podía reunir hasta 50.000 arqueros para una batalla. Sea o no una exageración, los tapajoz eran lo suficientemente numerosos para abastecer a los mercados portugueses de esclavos durante ochenta años. Esta orgullosa y antigua tribu no ha dejado nada detrás de sí, salvo especímenes arqueológicos y el río que lleva su nombre.
En el recorrido que va desde Santarém hasta Manaus nos salen al paso ríos, ciudades y leyendas del mundo amazónico. Parece ser que el aventurero español Francisco de Orellana luchó contra las amazonas en la desembocadura del río Nhamunda. El lago lacy, el Espejo de la Luna, queda en la orilla derecha del río, cerca del poblado de Faro. Según la leyenda, en la luna llena las amazonas se descolgaban desde las montañas cercanas hasta el lago para encontrarse con sus amantes, que las aguardaban.
 Sumergían en el lago unas extrañas piedras que, bajo el agua, podían amasarse como el pan, pero que en tierra firme eran rígidas y compactas. Las amazonas denominaban a estas rocas Muiraquita y se las regalaban a sus amantes. Los científicos consideran a estas piedras como milagros arqueológicos: son duras como el diamante y están modeladas artificialmente, aunque se ha demostrado que los tapajoz carecían de herramientas para trabajar este tipo de material.
El auténtico Amazonas comienza en la confluencia del Solimoes y el Negro. Un bote tarda veinte minutos en alcanzar Manaus, ya que no existen comunicaciones por carretera. Aquí fue donde conocí a Tatunca Nara. La fecha: 3 de marzo de 1972. M., al mando en Manaus del contingente brasileño en la jungla, facilitó el encuentro. Fue en el bar Gracas á Deus («Gracias a Dios») donde por primera vez me enfrenté con el blanco caudillo indio. Era alto, tenía el pelo largo y oscuro y un rostro finamente moldeado. Sus ojos castaños, ceñudos y suspicaces, eran los característicos del mestizo. Tatunca Nara vestía un descolorido traje tropical, regalo de los oficiales, como posteriormente me explicaría.
 El cinturón de cuero, ancho y con una hebilla de plata, era realmente sorprendente. Los primeros minutos de nuestra conversación fueron difíciles. Con cierta indiferencia, Tatunca Nara expuso en un deficiente alemán sus impresiones de la ciudad blanca, con sus miles de personas, la prisa y la precipitación en las calles, los altos edificios y el ruido insoportable. Sólo cuando hubo vencido sus reservas y su suspicacia inicial, me contó la más extraordinaria historia que jamás había escuchado.
 Tatunca Nara me habló de la tribu de los ugha mongulala, un pueblo que había sido «escogido por los dioses» hacía 15.000 años. Describió dos grandes catástrofes que habían asolado la Tierra, y habló de Lhasa, el legislador, un hijo de los dioses que gobernó el continente sudamericano, y de sus relaciones con los egipcios, el origen de los incas, la llegada de los godos y una alianza de los indios con 2.000 soldados alemanes. Me habló de gigantescas ciudades de piedra y de los poblados subterráneos de los antepasados divinos. Y afirmó que todos estos hechos habían sido registrados en un documento denominado la Crónica de Akakor.
La parte más extensa de su historia se refería a la lucha de los indios contra los blancos, contra los españoles y los portugueses, contra los plantadores de caucho, los colonos, los aventureros y los soldados peruanos. Estas luchas habían empujado cada vez más a los ugha mongulala —cuyo príncipe sostenía ser— hacia los Andes, e incluso hacia el interior de los poblados subterráneos. Ahora estaba apelando a sus enemigos más encarnizados, a los hombres blancos, para obtener su ayuda a causa de la inminente extinción de su pueblo.
 Antes de hablar conmigo, Tatunca Nara había dialogado con importantes funcionarios brasileños del Servicio de Protección India, pero sin éxito. En cualquier caso, ésta era su historia. ¿Iba a creérmela o a rechazarla? En el húmedo calor del bar Gracas á Deus se me reveló un extraño mundo, el cual, de existir, convertiría las leyendas mayas e incas en realidad.
El segundo y el tercer encuentro con Tatunca Nara tuvieron lugar en la habitación con aire acondicionado de mi hotel. En un monólogo que se prolongó durante horas y horas, únicamente interrumpido por mis cambios de cinta, me narró la historia de los ugha mongulala, las Tribus Escogidas Aliadas, desde el año cero hasta el 12.453 (es decir, desde 1 0.481 a. de C. hasta 1 972, según el calendario de la civilización blanca). Pero mi entusiasmo inicial había desaparecido. La historia parecía demasiado extraordinaria: otra leyenda más de los bosques, el producto del calor tropical y del efecto místico de la jungla impenetrable. Cuando Tatunca Nara concluyó su relato, yo tenía doce cintas con un fantástico cuento de hadas.
La historia de Tatunca Nara sólo comenzó a parecer creíble cuando me reuní de nuevo con mi amigo, el oficial brasileño M. Éste formaba parte del «Segundo Departamento»: era un miembro del servicio secreto. Conocía a Tatunca Nara desde hacía cuatro años y confirmó por lo menos el final de su aventurera historia. El caudillo había salvado las vidas de doce oficiales brasileños cuyo avión se había estrellado en la provincia de Acre, conduciéndolos de vuelta a la civilización. Las tribus indias de los yaminaua y de los kaxinawa reverenciaban a Tatunca Nara como su caudillo, aun cuando él no pertenecía a dichas tribus. Estos hechos estaban documentados en los archivos del servicio secreto brasileño. Decidí realizar algunas averiguaciones más sobre la historia de Tatunca Nara.
Mi investigación en Río de Janeiro, Brasilia, Manaus y Río Branco produjo unos resultados sorprendentes. La historia de Tatunca Nara se halla recogida en los periódicos a partir de 1968, cuando por vez primera se menciona a un caudillo indio que salvó las vidas de doce oficiales, le fueron concedidos un permiso de trabajo brasileño y un documento de identidad. Según diversos testimonios, el misterioso caudillo habla un deficiente alemán y sólo comprende algunas palabras de portugués, pero está familiarizado con varias lenguas indias habladas en las zonas altas del Amazonas. Unas pocas semanas después de su llegada a Manaus, Tatunca Nara desapareció súbitamente sin dejar huella.
En 1969 estalló una violenta lucha entre las tribus indias salvajes y los colonos blancos en la provincia fronteriza peruana de Madre de Dios, miserable y desamparada región situada en las laderas orientales de los Andes. Volvía a encarnarse la vieja historia de la Amazonia: una sublevación de los oprimidos contra los opresores, seguida de la victoria de los blancos, sempiternos vencedores. El líder de los indios, quien, según los informes de prensa peruanos, era conocido como Tatunca («gran serpiente de agua»), huyó tras la derrota a territorio brasileño. Con objeto de impedir una repetición de los ataques, el gobierno peruano solicitó del brasileño la extradición, pero las autoridades brasileñas se negaron a cooperar.
Las hostilidades en la provincia fronteriza de Madre de Dios se prolongaron durante 1970 y 1971. Las tribus indias salvajes huyeron hacia los bosques casi inaccesibles cercanos al nacimiento del río Yaco. A Tatunca Nara parecía habérselo tragado la tierra. Perú cerró la frontera con Brasil e inició la invasión sistemática de los bosques vírgenes. Según los testigos oculares, los indios peruanos compartieron el destino de sus hermanos brasileños: fueron asesinados y murieron víctimas de las enfermedades de la civilización blanca.
En 1972, Tatunca Nara regresó a la civilización blanca y en el pueblo brasileño de Río Branco se puso en contacto con el obispo católico Grotti. Conjuntamente, solicitaron alimentos para los indios del río Yaco en las iglesias de la capital de Acre. Dado que la provincia de Acre había sido considerada como «libre de los indios», ni siquiera al obispo se le concedió ayuda estatal.
 Tres meses después, Monseñor Grotti murió en un misterioso accidente aéreo.
Pero Tatunca Nara no se rindió. Con la ayuda de los doce oficiales cuya vida había salvado, entró en contacto con el servicio secreto brasileño. Apeló asimismo al Servicio de Protección India (FUNAI) y le habló a N., secretario de la embajada de la República Federal de Alemania en Brasilia, sobre los 2.000 soldados alemanes que, según sostenía, habían desembarcado en Brasil durante la Segunda Guerra Mundial y están todavía vivos en Akakor, la capital de su pueblo.
 N. no creyó la historia y negó a Tatunca Nara todo acceso posterior a la embajada. FUNAI sólo accedió a cooperar una vez que muchos de los detalles de la historia de Tatunca Nara sobre tribus indias desconocidas de la Amazonia fueron comprobados durante el verano de 1972. El servicio formó una expedición para establecer contacto con los misteriosos ugha mongulala y dio instrucciones a Tatunca Nara para que hiciera todos los preparativos necesarios. Sin embargo, estos planes se vieron interrumpidos por la resistencia de las autoridades locales de la provincia de Acre. Siguiendo instrucciones personales del entonces gobernador Wanderlei Dantas, Tatunca Nara fue arrestado. Poco antes de su extradición a la frontera peruana, sus amigos oficiales lo liberaron de la prisión de Río Branco y lo devolvieron a Manaus. Y aquí fue donde encontré de nuevo a Tatunca Nara.
Este encuentro tuvo un desarrollo diferente. Yo había verificado completamente su historia y comparado las grabaciones con materiales existentes en archivos y con informes de historiadores contemporáneos. Algunos puntos eran explicables, pero otros muchos seguían siendo todavía increíbles, tales como el de los poblados subterráneos y el del desembarco de 2.000 soldados alemanes. Pero era poco probable que todo fuera fabricado: los datos del oficial M. y la historia de Tatunca Nara coincidían.
En el curso de esta reunión Tatunca Nara repitió una vez más su narración. Sobre un mapa indicó la localización aproximada de Akakor, describió la ruta de los soldados alemanes desde Marsella hasta el río Purusy mencionó los nombres de varios de sus dirigentes. Dibujó varios símbolos de los dioses, en los cuales al parecer estaba escrita la Crónica de Akakor. Una y otra vez volvía en su conversación sobre aquellos misteriosos antepasados cuya memoria había permanecido eternamente intacta en su pueblo. Comencé a creer en una historia cuya auténtica incredulidad se convertía en un desafío, y cuando Tatunca Nara sugirió que le acompañase a Akakor, acepté.
Tatunca Nara, el fotógrafo brasileño J., y yo abandonamos Manaus el 25 de septiembre de 1972. Remontaríamos el río Purus hasta donde pudiéramos en un barco alquilado, tomaríamos después una canoa con motor fuera borda y la utilizaríamos para alcanzar la región del nacimiento del río Yaco en la frontera entre Brasil y Perú, luego continuaríamos a pie por las colinas bajas al pie de los Andes hasta llegar a Akakor. Tiempo necesario para la expedición: seis semanas; probable regreso: a comienzos de noviembre.
Nuestro equipo se componía de hamacas, redes para mosquitos, utensilios de cocina, alimentos, las ropas habituales para la jungla y vendajes médicos. Como armas, un Winchester 44, dos revólveres, un rifle de caza y un machete. Además, llevábamos nuestro equipo de filmación, dos registradoras magnetofónicas y cámaras.
Los primeros días fueron muy diferentes de lo que esperábamos: nada de mosquitos, ni de serpientes de agua ni de pirañas. El río Purus era como un lago sin orillas. Contemplábamos la jungla sobre el horizonte, con sus misterios ocultos tras una muralla verde.
El primer pueblo que alcanzamos fue Sena Madureira, último asentamiento antes de penetrar en las todavía inexploradas regiones fronterizas entre Brasil y Perú. Era un lugar Típico de la Amazonia: polvorientas carreteras de arcilla, ruinosas barracas y un desagradable olor a agua estancada. Ocho de cada diez habitantes sufren de beriberi, lepra o malaria.
 La malnutrición crónica ha dejado a estos seres en un estado de triste resignación. Rodeados por la brutalidad de la inmensidad y aislados de la civilización, dependen principalmente del licor de caña de azúcar, único medio de escapar a una realidad sin esperanza. En un bar, nos despedimos de la civilización y nos topamos con un hombre que dice conocer las zonas altas del río Purus. En su búsqueda de oro, fue hecho prisionero por los indios haisha, una tribu semicivilizada que se asienta en la región del nacimiento del río Yaco. Su relato es desalentador: nos habla y no para sobre rituales caníbales y flechas envenenadas.
El 5 de octubre, en Cachoeira Inglesa, cambiamos el bote por la canoa. A partir de aquí dependemos de Tatunca Nara. Los mapas de ordenanza describen el curso del río Yaco, pero sólo de una manera imprecisa. Las tribus indias que viven en esta región no tienen aún contactos con la civilización blanca. A J. y a mí nos domina un sentimiento de incomodidad. ¿Existe, después de todo, un lugar como Akakor? ¿Podemos confiar en Tatunca Nara? Pero la aventura se muestra más apremiante que nuestra propia ansiedad.
Doce días después de haber dejado Manaus, el paisaje comienza a cambiar. Hasta aquí el río semejaba un mar terroso sin orillas. Ahora nos deslizamos a través de las lianas por debajo de árboles voladizos. Tras una curva del río, hallamos a un grupo de buscadores que han construido una primitiva factoría sobre la orilla del río y criban la arena de grano grueso con cedazos. Aceptamos su invitación de pasar la noche y escuchar sus extraños relatos sobre indios con el pelo pintado de rojo y azul con flechas envenenadas...
El viaje se convierte en una expedición contra nuestras propias dudas. Nos hallamos a apenas diez días de nuestro presunto objetivo. La monótona dieta, el esfuerzo físico y el temor a lo desconocido han contribuido cada uno lo suyo. Lo que en Manaus parecía una fantástica aventura se ha convertido ahora en una pesadilla. Principalmente, comprendemos que nos gustaría dar la vuelta y olvidarlo todo sobre Akakor antes de que sea demasiado tarde.
Todavía no hemos visto a ningún indio. En el horizonte aparecen las primeras cumbres nevadas de los Andes; a nuestras espaldas se extiende el verde mar de las tierras bajas amazónicas. Tatunca Nara se prepara para el regreso con su pueblo. En una extraña ceremonia, se pinta su cuerpo: rayas rojas en su rostro, amarillo oscuro en el pecho y en las piernas. Ata su pelo por detrás con una cinta de cuero decorada con los extraños símbolos de los ugha mongulala.
El 13 de octubre nos vemos obligados a regresar. Después de un peligroso pasaje sobre rápidos, la canoa es atrapada por un remolino y zozobra. Nuestro equipo de cámaras, empaquetado en cajas, desaparece bajo los densos arbustos de la orilla; la mitad de nuestros alimentos y de las provisiones médicas se han perdido también. En esta situación desesperada, decidimos abandonar la expedición y regresar a Manaus. Tatunca Nara reacciona con irritación: se muestra violento y contrariado. A la mañana siguiente, J. y yo levantamos nuestro último campamento. Tatunca Nara, con la pintura de guerra de su pueblo, cubriéndole únicamente un taparrabos, toma la ruta terrestre para regresar con su pueblo.
Este fue mi último contacto con el caudillo de los ugha mongulala. Después de mi regreso a Río de Janeiro en octubre de 1972, traté de olvidarme de Tatunca Nara, de Akakor y de los dioses. Sería tan sólo en el verano de 1973 cuando la memoria retornaría: Brasil había iniciado la invasión sistemática de la Amazonia. Doce mil trabajadores estaban construyendo dos carreteras troncales a través de la todavía inexplorada jungla, cortando una distancia de 7.000 kilómetros. Treinta millares de indios tomaron los bulldozers por tapires gigantes y huyeron hacia la inmensidad. Había comenzado el último ataque de la Amazonia.
Y con ello volvieron a mi mente las viejas leyendas, tan fascinantes y tan místicas como antes. En abril de 1973, FUNAI descubrió una tribu de indios blancos en las zonas altas del río Xingú, y que Tatunca Nara me había mencionado un año antes. En mayo, durante un trabajo de investigación en el Pico da Neblina, los guardias fronterizos brasileños establecieron contacto con unos indios que eran dirigidos por mujeres, lo que también había sido descrito detalladamente por Tatunca Nara. Y, finalmente, en junio de 1973, varias tribus indias fueron vistas en la región de Acre, que hasta entonces se había supuesto «libre de indios».
¿Existe realmente Akakor? Tal vez no exactamente como Tatunca Nara la ha descrito, pero la ciudad es indudablemente real. Después de revisar las cintas grabadas con Tatunca Nara, decidí escribir su historia, «con buenas palabras y con lenguaje claro», tal y como especifican los indios.
 Este libro, La Crónica de Akakor, consta de cinco partes.
1.- El Libro del Jaguar trata de la colonización de la Tierra por los dioses y del período hasta la segunda catástrofe mundial.
2.- El Libro del Águila abarca el período comprendido entre el 6000 y el 11.000 (según su propio calendario) y describe la llegada de los godos.
3.- El tercer libro, El Libro de la Hormiga, relata la lucha contra los colonizadores españoles y portugueses tras su desembarco en Perú y Brasil.
4.- El cuarto y último libro, El Libro de la Serpiente de agua, describe la llegada de los 2.000 soldados alemanes a Akakor y su integración con el pueblo de los ugha mongulala; predice asimismo una tercera gran catástrofe.
En la quinta parte, Apéndice, he resumido los resultados de mi investigación en archivos brasileños y alemanes.
La parte principal del libro, la genuina crónica de Akakor, sigue muy de cerca el relato de Tatunca Nara. He tratado de presentarlo tan literal como me ha sido posible, aun cuando los hechos parezcan resumir la historiografía tradicional. He seguido el mismo procedimiento con los mapas y con los dibujos, basándome en los datos proporcionados por Tatunca Nara.
 Las muestras de escritura fueron realizadas por Tatunca Nara en Manaus. Todas las subsecciones van precedidas de un breve resumen de historiografía tradicional para así dar al lector una base de comparación, aunque la he restringido a los acontecimientos más importantes en la historia de América del Sur. La tabla cronológica al final del libro ofrece una yuxtaposición del calendario de Akakor con el de la historiografía tradicional. En otra tabla, he registrado los nombres probables que la civilización blanca da a las diversas tribus mencionadas en el texto.
Las citas de la Crónica de Akakor, fueron recitadas por Tatunca Nara, quien las conocía por tradición. Según él, la crónica real ha sido escrita sobre madera, pieles, y posteriormente también sobre pergaminos, y la guardan los sacerdotes en el Templo del Sol, la mayor herencia de los ugha mongulala. El obispo Grotti fue el único blanco que ha podido contemplarla, y tomó varios fragmentos. Tras su misteriosa muerte, los documentos desaparecieron. Tatunca Nara piensa que el obispo los ocultó o que se encuentran archivados en el Vaticano.
He examinado cuidadosamente toda la información dada en la introducción y en el apéndice, para verificar su veracidad. Las citas de los historiadores contemporáneos proceden de fuentes españolas, y las traducciones son mías. He añadido mis propias consideraciones en el Apéndice con el objeto exclusivo de permitir una mejor comprensión por parte del lector. Por la misma razón, no me he extendido en las teorías sobre astronautas o sobre criaturas divinas como posibles predecesoras de la civilización humana. En este libro se ha puesto el énfasis en la historia y en la civilización de los ugha mongulala en contraste con las de los Blancos Bárbaros.
¿Existe realmente Akakor? ¿Existe una historia escrita de los ugha mongulala?
 Mis propias dudas me han hecho dividir el libro en dos partes estrictamente separadas. En La Crónica de Akakor me he limitado a transcribir el relato de Tatunca Nara. En el Apéndice se contiene el material que he logrado reunir de las respectivas fuentes. Mi propia contribución no es mucha si la comparamos con la historia de un pueblo misterioso, con Maestros Antiguos, leyes divinas, poblados subterráneos y cosas por el estilo. Es ésta una historia que puede tener su origen en una leyenda, pero que todavía puede ser confirmada.
 Y el lector debe decidir por sí mismo si se trata de un relato, inteligentemente inventado y basado en los vacíos de la historiografía tradicional o, por el contrario, de un fragmento de historia auténtica, escrita «con buenas palabras, con lenguaje claro».