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El Imperio socialista de los Incas

 

Louis Baudin

El Imperio socialista de los Incas - Louis Baudin

420 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2023
, Argentina
tapa: blanda
 Precio para Argentina: 10.400 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La conquista del Perú por los españoles es uno de los dramas más impresionantes que el historiador pueda evocar. Dos civilizaciones, dos sistemas sociales, dos concepciones de vida chocaron entre sí, y ese choque determinó el derrumbamiento de un imperio. Ese imperio es el de los incas, cuya dominación se extendía, por la costa del Pacífico, desde el Ecuador hasta las márgenes del Bío-Bío, y que sin duda tenía una compleja organización política y social que, desde el primer momento, llamó la atención de los conquistadores.
El profesor Louis Baudin, catedrático de la Facultad de Derecho en la Universidad de Dijon, ha realizado uno de los más extensos estudios que tenemos sobre el Imperio Inca, coronándolo con esta importante obra que presentamos. Sus más de mil notas y la publicación de la misma por el Instituto de Etnología de la Universidad de París atestiguan su alto valor científico.
Lo que Baudin ha logrado es poder bucear por una sobreabundante documentación que en primera instancia causa confusión al investigador imparcial dado su carácter contradictorio. Los antiguos cronistas suelen relatar hechos contradictorios con la más perfecta inconsciencia, y los escritores modernos los reproducen sin comentarios y con la mayor desaprensión. Es así que el investigador puede, según sus preconceptos, encontrar siempre los datos que se adaptan a su deseo. Mientras unos nos representan a las tribus andinas como sumidas en la barbarie, con el régimen tiránico más atroz que el mundo haya conocido jamás, otros nos presentan una organización ideal cuya ruina debe arrancarnos lágrimas; como un sistema perfeccionado de esclavitud o como una morada idílica. Cada escritor, antiguo o moderno, según sus gustos, sus aspiraciones, sus ideas, sus pasiones, ha presentado un Perú a su manera, y el crítico imparcial se pregunta con sorpresa qué extraño Imperio es este que algunos han podido considerar como un infierno mientras otros lo consideran como un paraíso.
Clasificando a los autores según sus tendencias, y hurgando en todo tipo de documentación, Baudin se centra en analizar la organización política y social de los Incas, pudiendo darnos ésta una imagen más real del nivel de desarrollo de esta civilización. Desde ya que se debe desechar la comparación con sistemas actuales, por ser de épocas tan diferentes y en un ambiente totalmente distinto. Por ello cuando se habla de socialismo inca se refiere a un cierto plan organizativo y a un colectivismo agrario que en realidad no es más que la persistencia de comunidades agrarias que se encuentran en la aurora de todas las civilizaciones y que forman las células de las sociedades antiguas. El Perú de los incas no es, por lo tanto, un Estado socialista puro, sino que recuerda, por ciertos aspectos, a otros Estados de la antigüedad, especialmente al Egipto.
Es algo ingenuo creer que los Imperios de la antigüedad se imponían tiránicamente en tan vastas extensiones y con tan difícil comunicación. Los soberanos incas tenían por regla respetar en la más amplia medida las costumbres de los pueblos que se unían al Imperio. El sistema que establecían era, pues, aplicado de diferentes maneras, según el tiempo y el lugar. Para comprenderlo, hay que representarse a las tribus indígenas como constituyendo una serie de comunidades sobre las cuales los incas echan el marco de una organización socialista, pero este marco no es, en manera alguna, rígido, como se lo han imaginado la mayor parte de los autores; es, por el contrario, extremadamente flexible y se adapta más o menos a las organizaciones preexistentes.
“El Imperio socialista de los Incas” nos da una visión estrictamente histórica de cómo funcionaba el Imperio de esta civilización que tanto llama la atención moderna, a pesar de ser mayormente incomprendida.

 

ÍNDICE

Introducción7
I.- Las fuentes13
II.- La hostilidad del medio57
III.- El indio y sus orígenes65
El flujo71
El reflujo73
IV.- El fundamento económico del imperio. El principio de población85
V.- El fundamento social del imperio. El principio de jerarquía101
El Jefe106
La Elite114
El Pueblo123
Los Yanaconas123
VI.- El elemento ancestral o la comunidad agraria129
La propiedad colectiva del suelo134
La política agraria137
El reparto del suelo141
El reparto del ganado148
La explotación del suelo149
El orden de los cultivos151
Los modos de cultivo153
Las huellas de propiedad individual156
La comunidad agraria después de la conquista española165
VII.- El plan racional. El socialismo de Estado175
La administración182
La estadística190
Los desplazamientos de población201
VIII.- El socialismo de Estado. La limitación de la demanda207
IX.- El socialismo de Estado. La reglamentación de la oferta215
La obligación de trabajar215
La división del trabajo219
Las medidas de previsión221
La técnica industrial224
X.- El socialismo de estado. El equilibrio de la oferta y la demanda247
El comercio local254
El comercio exterior256
La moneda261
El ahorro y el reparto263
El sistema tributario267
La justicia273
Las características del socialismo de los incas278
XI.- El instrumento de unificación: La carretera281
XII.- La expansión del Imperio301
XIII.- Ojeada sobre la Civilización de los Incas315
XIV.- Una cafila de hombres felices. La purificación del individuo331
La herejía de la felicidad341
XV.- La antítesis española. La invasión de los bárbaros345
La organización de la colonia350
Un pueblo de niños envejecidos .354
Conclusión359
Anexos
A ejemplo de los incas361
Tabla de concordancia de las antiguas civilizaciones de la costa y de la meseta.371
Lista de las tribus del imperio incaico.372
Cuadro de las lenguas habladas en los territorios que formaban parte del Imperio de los Incas, a comienzos del siglo XVI.373
Lista cronológica de los primeros Gobernadores y Virreyes del Perú.376
Vocabulario de Palabras Indígenas377
Índice Bibliográfico383
Cartas geográficas416

Introducción

 

“Ellos (los indios) eran soberbios.
[leales y francos, ceñidas las cabezas de raras plumas, ¡ojalá hubieran sido los hombres [blancos como los Atahualpas y Moctezumas!” (Rubén Darío, A Colón.)

 

La conquista del Perú por los españoles no es solamente uno de los dramas más impresionantes que el historiador pueda evocar; es también el más extraño espectáculo que se haya ofrecido jamás al economista. Dos civilizaciones, dos sistemas sociales, dos concepciones de vida chocaron entre sí, y ese choque determinó el derrumbamiento de un imperio.
Ese imperio es el de los incas.
Varios autores, tales como Lorente, Martens y Reclus, lo califican de socialista, porque la tierra en el Perú era objeto de un derecho de propiedad colectivo de los habitantes; otros, por el contrario, como Payne, Cunow y Latcham, consideran erróneo ese epíteto, porque estiman que los soberanos peruanos se habían limitado a mantener esas comunidades agrarias que se encuentran en la aurora de todas las civilizaciones y que forman las células de las sociedades primitivas.
La palabra socialismo se presta, en verdad, a confusión; hemos abusado de ella de tal manera en nuestros días, que se ha hecho para muchos una etiqueta muy vaga, aplicable a teorías sumamente diferentes unas de otras. Precisaremos, pues, colocándonos estrictamente en el punto de vista económico, que el socialismo, opuesto al individualismo, comporta la sustitución de un plan racional de organización al equilibrio espontáneo obtenido por la acción del interés personal y el libre juego de la concurrencia, siendo establecido el plan conforme a cierto ideal de igualdad de hecho y mediante la supresión de la propiedad individual.
Racionalización de la sociedad, anonadamiento del individuo, tendencia a la igualdad y supresión de la propiedad privada; tales son las características del socialismo que pedimos al lector admitir como un postulado.
Veremos que el Perú de los incas no es, en manera alguna, un Estado socialista puro, conforme a esta definición, sino que recuerda, por ciertos aspectos, a otros Estados de la antigüedad, especialmente al Egipto. De hecho, no existe socialismo puro, como no existe individualismo perfecto. Lo absoluto es un caso-límite que encuadra la vida económica y que merece ser estudiado, en razón de su simplicidad, como primera aproximación a la realidad.
La realidad misma es mucho más compleja, y diremos, anticipándonos a nuestras propias conclusiones, que ha habido en el Perú, a la vez, colectivismo agrario y socialismo de Estado, el uno muy anterior a los incas, el otro establecido por estos conquistadores; el uno resultado de una larga evolución, el otro creación del genio humano.
Esta superposición de las comunidades agrarias y del socialismo de Estado permite resolver las contradicciones que encontramos en un gran número de obras, y el verdadero problema tal como se presenta a nuestros ojos es investigar cómo esa superposición ha podido realizarse en la práctica. No debemos perder de vista el hecho fundamental de que la dominación incaica se había extendido progresivamente a las diferentes tribus sudamericanas sólo poco tiempo antes de la llegada de los españoles; en consecuencia, varias regiones formaron parte del imperio durante muy corto número de años. Además, los soberanos incas tenían por regla respetar en la más amplia medida las costumbres de los pueblos conquistados. El sistema que establecían era, pues, aplicado de diferentes maneras, según el tiempo y el lugar. Para comprenderlo, hay que representarse a las tribus indígenas como constituyendo una serie de comunidades sobre las cuales los incas echan el marco de una organización socialista, pero este marco no es, en manera alguna, rígido, como se lo han imaginado la mayor parte de los autores; es, por el contrario, extremadamente flexible y se adapta más o menos a las organizaciones preexistentes. Es esta desigual adaptación lo que ha inducido a ciertos escritores a negar la unidad del imperio. El marco es flexible, y solamente a la larga, para las tribus de la región central del Perú, conquistadas desde hacía mucho tiempo, termina por encajar exactamente en el substrato antiguo.
Tres consideraciones hacen particularmente interesante el estudio de este imperio: en primer lugar, su aislamiento. Si una influencia cualquiera venida del Viejo Mundo se hizo sentir en América antes de la llegada de Colón, ella remonta a tiempos tan lejanos, que puede ser considerada como de escasa importancia. Las grandes civilizaciones mediterráneas se han condicionado unas a otras, pero los pueblos de los Andes no han recibido de nadie la llama sagrada, y han debido hacer brotar la luz por sí mismos. Se comprende fácilmente el estupor de los españoles al descubrir, más allá de los mares, ciudades, templos, palacios, caminos, almacenes públicos llenos de riquezas, todo un pueblo admirablemente administrado y que, sin embargo, no conocía ni la rueda, ni el hierro, ni el vidrio, ni la mayor parte de los útiles usados por entonces en Europa; que no tenia o tenía apenas animales domésticos y que ignoraba la escritura.
En segundo lugar, el estudio de la América del Sur en tiempos de los incas no nos remonta a las épocas brumosas de la prehistoria, y ni siquiera tendría por qué ser comparado con el de Egipto o de Asiria. Fué en el momento del descubrimiento del Nuevo Mundo cuando el imperio incaico alcanzó su apogeo, es decir, a fines del siglo XV y comienzos del siglo XVI. Si este Estado nos parece tan antiguo que debemos hacer esfuerzos para recordar la elemental verdad que acaba de enunciarse, es en razón de su mismo airamiento. El alejamiento en el espacio equivale a un retroceso en el tiempo.
En fin, aunque de época reciente, la última gran civilización andina precolombina permanece todavía en el misterio. Numerosos son ya los que han investigado en el pasado para arrancarle sus secretos, pero más con la preocupación de reconstituir la cadena de los hechos que de profundizar en el carácter de las instituciones. El historiador ha cumplido su obra; ha abierto nuestro camino, pero no utilizaremos el fruto de sus investigaciones sino en una medida restringida. Recordaremos en dos palabras la sucesión de los acontecimientos para situar nuestro tema, sin tratar en modo alguno de tomar posición en las controversias que se han suscitado con respecto a las genealogías reales o a las fechas exactas de las conquistas.
Numerosas dificultades nos esperan ya en el umbral de este trabajo. No es que se carezca de documentación, como se pudiera creer a primera vista; por el contrario, la documentación es superabundante; pero su análisis deja en el espíritu un conjunto de nociones confusas. Los antiguos cronistas relatan hechos contradictorios con la más perfecta inconsciencia, y los escritores modernos los reproducen sin comentarios con la mayor desaprensión. Uno declara que el comercio no existe, y, más lejos, describe ferias y mercados; otro nos representa a las tribus andinas anteriores a la conquista incaica como sumidas en la barbarie, y habla en seguida de sus métodos de cultivo y de su organización. Y así otras tantas pruebas de las incertidumbres que subsisten en el espíritu de los autores. Por eso, decepciona el resultado de las lecturas y de las investigaciones. El imperio de los incas nos es representado, alternativamente, como el desarrollo normal de una sociedad anterior o la realización del plan concebido por un soberano; como el régimen tiránico más atroz que el mundo haya conocido jamás o una organización ideal cuya ruina debe arrancarnos lágrimas; como un sistema perfeccionado de esclavitud o una morada idílica. Cada escritor, antiguo o moderno, según sus gustos, sus aspiraciones, sus ideas, sus pasiones, ha presentado un Perú a su manera, y el crítico imparcial se pregunta con sorpresa qué extraño imperio es ese que algunos han podido considerar como un infierno mientras otros lo consideran como un paraíso.
Verídica en exceso es la melancólica frase que Menéndez pone a la cabeza de su “Manual de Geografía y Estadística del Perú”: “Ninguno de los Estados europeos que formaron parte de la monarquía española fué objeto de tantos estudios como el Perú, pero ninguno ha sido tampoco la fuente de tantas inexactitudes y tantos errores”.
No es solamente el economista quien puede sacar provecho al estudiar la organización incaica: el historiador, el sociólogo, el arqueólogo, el etnólogo tienen interés en conocerle bien para orientar sus investigaciones. Por otra parte, nosotros tendremos que interrogarlos a todos, sea para esclarecer el pasado a base de los vestigios que las investigaciones han sacado a la luz del día, sea para revelar en el presente las supervivencias capaces de explicarnos las antiguas costumbres de las que son el último reflejo.
Por desgracia, no nos ha sido posible ni a nosotros mismos confinarnos en el dominio económico, como lo habríamos deseado. La insuficiencia de trabajos relativos a la América del Sur precolombina nos ha obligado a estudiar y a exponer ciertas cuestiones de historia o de sociología, cuyo conocimiento es indispensable a la inteligencia de nuestra obra. Pero, por lo menos, hemos procedido a efectuar ese estudio lo más brevemente posible.
¿Será necesario decir que el objeto de este trabajo es puramente científico? Las comparaciones entre sistemas económicos establecidos en épocas diferentes deben ser hechas siempre con la mayor prudencia, y subrayaremos las exageraciones de los autores que buscan en la experiencia peruana coyuntura para hacer la apología o la condenación del socialismo moderno. Para medir la distancia que separa la sociedad incaica de la nuestra, basta con observar que la élite del imperio estaba constituida por una casta, la cual fué destruida por los indios mismos en el curso de las guerras civiles y por los españoles en tiempos de la conquista.
Y aun cuando nos hiciéramos ilusiones sobre el interés que pudiera ofrecer a nuestros contemporáneos ese estudio del pasado, no creemos que sea inútil examinar ese imperio singular, desmontando sus rodajes complicados, despojándola de todos los hechos políticos y militares, de todas las anécdotas y de todas las leyendas, prescindiendo de la atormentadora maraña de los nombres y de las fechas. No calumniamos a los economistas al declarar que ignoran casi completamente el Perú antiguo; si, gracias a nosotros, algunos de ellos piensan en estudiarlo con mayor penetración, no daremos por perdido el tiempo empleado en el intento de hacer revivir en estas pocas páginas la extraordinaria aventura de los incas.