Siempre, y en toda cultura, cuando la alquimia aparece, ésta se encuentra íntimamente vinculada a una tradición esotérica o mística: en China al taoísmo; en India, al yoga y el tantrismo; en el Egipto helenístico, a la gnosis; en los países islámicos, a las escuelas místicas del hermetismo y el esoterismo; en Occidente durante la Edad Media y el Renacimiento, al hermetismo, el misticismo cristiano y sectario y la cábala. En suma, todos los alquimistas declaran que su arte es una técnica esotérica,que persigue metas parecidas o comparables a las de las grandes tradiciones esotéricas y místicas. En esta ocasión, el historiador por excelencia de las religiones comparadas, Mircea Eliade, se encarga de estudiar y sintetizar lo que fue realmente la Alquimia en el continente asiático. Los historiadores de las ciencias, y los intelectuales en general, se interesan mayormente en la alquimia en la medida en que la presentan como una pre-química, pero eso no se corresponde para nada con lo que se desprende de los textos que se conservan. En Asia, desde antes de Cristo incluso, podemos encontrar textos que nos permiten comprobar con precisión el carácter sagrado y ritual de la alquimia china. Ella era simplemente una de las muchas técnicas por medio de las cuales los chinos, en particular los taoístas, buscaban la inmortalidad. Y no se comprenderá nada de la alquimia china si no se la integra en sus concepciones fundamentales sobre el mundo y el alma.
La alquimia china se integra dentro de las técnicas espirituales y no de las científicas. Las observaciones exactas y las inducciones científicas que se encuentran por azar en los escritos de los al­quimistas son demasiado escasas y esporádicas para poder constituir una prequímica. La alquimia siempre fue, y continúa siendo, una técnica espiritual por medio de la cual el hombre asimila las virtudes normativas de la vida y se afana por conseguir su inmortalidad. Por lo que se refiere al oro, la piedra filosofal, tenía una función puramente espiritual (infundir en el hombre el principio imperecedero del yang). Por lo tanto, la fórmula que permitía obtener el elixir de larga vida servía tam­bién en ocasiones para fabricar el oro alquímico.
Esto demuestra una vez más que el oro de que ha­blan nuestros textos tenía un valor místico, en el sentido de que su asimilación confería la inmortalidad.
También en India ciertos ascetas y yoguis conocían y aplicaban preparaciones alquímicas destinadas a prolongar la vida. No se trata de la farmacopea tradicional de los eremitas indios. Los viaje­ros mencionan con precisión una bebida alquímica, unas veces vegetal y otras mineral a base de mercurio.
Es indudable que los alquimistas contribuyeron de he­cho al progreso de las ciencias naturales, pero lo hicieron indirectamente, y únicamente como una consecuencia de su interés por las substancias minerales y la materia viva, ya que todos ellos eran experimentadores más bien que pensadores abstractos o letrados llenos de erudición. Las experiencias de los alquimistas sobre las substancias minerales o vegetales habrían tenido un objetivo más ambicioso: modificar su propio modo de ser.