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Del servicio secreto inglés al judío Dickmann

Las mentiras de Sarmiento

 

Ramón Doll

Del servicio secreto inglés al judío Dickmann - Las mentiras de Sarmiento- Ramón Doll

96 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2019
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 240 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El diputado socialista de ascendencia judía, Enrique Dickmann, con una larga carrera en la izquierda política argentina, hizo todo lo posible para combatir lo que llamaba el "peligro nazi" en la política nacional. Si bien luego termina abogando por el peronismo a partir de 1952 y se vuelve amigo del mismo Perón, había sido siempre un adversario de los nacionalistas, llegando a injuriar a sus personalidades más destacadas, como Ramón Doll y Enrique Osés, intentado adjudicarles el mote de agentes del nazismo. La respuesta no tardó en llegar.
Para estos, "sólo un judío como Dickmann, tipo cabal de extranjero enquistado como un cáncer en el organismo argentino, es capaz, amparado en sus inmunidades y privilegios parlamentarios, no sólo de agraviarnos, sino de calumniarnos, presentándonos como agentes de otros países". "Nosotros no somos totalitarios nazis ni fascistas. Pero, eso sí, somos totalitarios argentinos. Sostenemos nuestro derecho a que el gobierno de la nación no sea producto de un conglomerado partidario o de una alianza circunstancial de partidos, o fruto de la voluntad de S. M. Británica, o de la venia de Roosevelt, o del apoyo judío internacional. Sostenemos y proclamamos nuestro derecho a ser gobernados por aquel argentino que no deba rendir cuentas más que a Dios primero, y a sus compatriotas después. Y que sea capaz de someternos a un régimen de hambre, de los mayores sacrificios, si para hacernos libres y dueños de lo nuestro tiene que romper con todos los demás pueblos de la tierra, cerrarse todos los mercados de hoy, todos los empréstitos de hoy, todas las limosnas de hoy, que nos rebajan a la condición de colonias o de concesiones tipo Shanghai. Somos totalitarios argentinos, en cuanto queremos un gobierno autóctono, enérgico, viril, cuyo primer acto sea la expulsión de todos los judíos, y su segundo acto la corte marcial para todos los argentinos traidores, hayan estado en las más altas esferas, pertenezcan a la clase que pertenezcan, y a cada uno de los cuales tenemos los nacionalistas señalados con el dedo acusador y vindicador. Somos totalitarios argentinos en cuanto no reconocemos que la representación del pueblo argentino pueda jamás volver a ser burlada por un parlamento político. Somos totalitarios argentinos, en fin, porque sostenemos que en la Nación argentina debe concluir de una vez el predominio del capital extranjero, la tiranía sobre nuestras finanzas, de Wall Street, de Londres o de Bruselas, la esclavitud de nuestros medios al judaísmo internacional, y la sumisión de nuestro espíritu, por cualquier razón que se ofrezca, a lo que no sea argentino".
El primer folleto aquí incluido se encarga entonces de dejar en evidencia, con el agudo estilo de Ramón Doll, esta conjura antinacionalista urdida por poderes extranjeros y llevada a cabo por Dickmann, para dejar manchado al gran movimiento nacionalista que comenzaba a despertarse en Argentina, acusándolo de complicidad con un país extranjero para poder así desprestigiarlo, cuando era exactamente al revés.
El Segundo folleto que constituye este libro es el trabajo que Doll dedicara al Rey de la convivencia con el extranjero y propulsor de la cultura antinacionalista del país: Domingo Faustino Sarmiento.
Doll trae del recuerdo aquel acto de insubordinación del joven sanjuanino, cuando nombrado alférez por el Gobernador se desacató contra la autoridad, declarando la falta de necesidad del servicio que habíasele asignado. Siguiendo la tentativa de la revisión que se iniciaba en la mayoría de los estudiosos, pretende demostrar con documentos históricos y con la propia confesión del actor en el incidente, cómo ocurrieron las cosas en la realidad y cómo las narraron luego ante los ojos atónitos de varias generaciones, pretendiendo presentar la desobediencia y la discolía con los atributos de la heroicidad en la historia argentina. Sarmiento, el galista, el educador, el organizador, ¡un rebelde y un sedicioso!; luego, Sarmiento, el paladín de la libertad y de la igualdad democrática, un hábil palaciego que en una carta sumisa y sobornadora obtenía de los “déspotas” el indulto de sus delitos.
Tal vez parezcan dispares los trabajos, tal vez sea una coincidencia el que en carta a Juan Manuel de Rosas Ramirez llame a Sarmiento "judío unitario" y algunos historiadores judíos lo reclamen para su estirpe, pero en ambos casos se trata de la falsificación de la historia y del ataque contra el nacionalismo verdadero como forma de debilitar al país para que pueda seguir en estado de coloniaje, que es lo que Doll tanto combatió.

 

ÍNDICE

Estudio preliminar7
Del Servicio Secreto inglés al judío Dickmann13
Tácticas inoperantes16
El proceso19
El asunto desplazado a la Cámara de Diputados23
Los judíos24
El intelligente service ingles26
Las dos derivaciones de la campaña28
La Patagonia y la democracia30
Busquemos la explicación del paralogismo32
Una lista de reivindicaciones de fondo34
Hemos planteado el problema en el terreno de los intereses37
La traición, señores liberales, es privilegio de ustedes39
La justicia, baluarte del privilegio43
La prensa “grande y seria” y la otra47
Los legisladores49
El interés del Intelligence Service50
La diplomacia inglesa en el Río de la Plata52
La colonización psicológica inglesa53
El trabuco de los Guerri57
Quizás en Europa nos juegan en las mesas de las cancillerías59

Las Mentiras de Sarmiento. Por qué fué unitario61
I. Palabras previas61
II. Oigamos primero a Sarmiento65
III. Los panegiristas70
IV. Algo de lo que ocurrió75
V. La legitimidad de la orden82
VI. Ubicación del episodio92

ESTUDIO PRELIMINAR

 

Las armas dialécticas de los enemigos del Nacionalismo —este movimiento argentino que saca de quicio a tantos, porque tiende precisamente a poner en su quicio las cosas nuestras, desde el espíritu de las instituciones políticas—; las armas dialécticas de los enemigos del Nacionalismo, decíamos, son como los viejos arcabuces que pueden dispararse hoy mismo: hacen un ruido bárbaro, pero sus tiros no matan a nadie; se les desparrama el plomo, estruendosamente. Nada más. Sólo que no otro fin mueve a nuestros enemigos. Hacer ruido para que la gente crédula, la gente timorata, la vasta grey de los burgueses, se sobrecoja toda y se recluya en sus casitas, haciéndose cruces. Cuando se escriba la historia de nuestro movimiento, va a ser, no lo dudamos, una historia divertida ir señalando uno a uno los tiros al cuete de los arcabuceros antinacionalistas. Porque el Nacionalismo ha sido, para ellos, primero, una prolongación agónica de la Revolución de Septiembre, y, por lo tanto, un recuerdo destinado a irse esfumando vergonzosamente, como se esfumaron vergonzosamente muchos hombres de Septiembre. En seguida, el Nacionalismo fue una diatriba antipelúdica destinada a mantener vivos los fuegos de ese antipeludismo oligárquico que hizo de Septiembre del 30 un trueque de personas y no una Revolución. Más tarde, el Nacionalismo apareció ante la masa, siempre por la dialéctica arcabucera, como un paragolpes anticomunista, destinado a ejercer una saludable policía coadyuvante del régimen actual. Todavía después, resultó que el Nacionalismo concertaba una alianza político-electoral nada menos que con el Frente Nacional concordancista. Más acá, el Nacionalismo fue presentado como una academia de diletantes doctrinarios, perdidos en las brumas teológicas y filosóficas. Y, por fin —última metamorfosis, siempre a estar a nuestros enemigos—, el Nacionalismo no es sino un agente de los regímenes fascista o nazi, de quienes depende y de quienes, naturalmente, vive.
Hemos perdido la facultad de indignarnos, por cierto. Y ojalá pudiéramos retornar a la vieja facultad de sonreímos ante las canalladas y mentecaterías de nuestros enemigos. No. Ni lo uno ni lo otro. Como este movimiento es una lucha, la aceptamos en todos los terrenos. La última andanada antinacionalista, coreada por la prensa “seria y grande” y la pasquinería zurda, nos ha servido, pues, para asentar unas cuantas definiciones más, entre ellas la que rechaza concretamente la acusación infame. Así se ha expresado en Crisol, así se ha gritado en la calle, así se ha expuesto en carteles murales, así ante la Cámara de Diputados y así ante la Justicia, resumen de todo lo cual son los siguientes párrafos, que no pueden ser más sintéticos y que pronunciamos en el acto nacionalista de Rosario, del 21 de junio pasado:
“No tenemos absolutamente ningún punto de contacto ni con el nazismo, ni con el fascismo, ni con el falangismo, ni con ninguna otra ideología política, ni con ningún otro sistema de gobierno extranjero totalitario. Más aún. Con absoluta claridad, declaramos que sólo el Nacionalismo en el Poder será capaz de frenar, reprimir e impedir totalmente cualquier actividad extranjera perniciosa o perturbadora para la Patria. No recibimos subvenciones, ni ayuda, ni directivas, de nadie. Y sólo un judío como Dickmann, tipo cabal de extranjero enquistado como un cáncer en el organismo argentino, es capaz, amparado en sus inmunidades y privilegios parlamentarios, no sólo de agraviarnos, sino de calumniarnos, presentándonos como agentes de otros países. Las cuentas de estas canalladas, no se dude un solo instante, serán cobradas. Y con los más fuertes intereses”. Y esto más:
“No somos totalitarios nazis ni fascistas. Pero, eso sí, somos totalitarios argentinos. Sostenemos nuestro derecho a que el gobierno de la nación no sea producto de un conglomerado partidario o de una alianza circunstancial de partidos, o fruto de la voluntad de S. M. Británica, o de la venia de Roosevelt, o del apoyo judío internacional. Sostenemos y proclamamos nuestro derecho a ser gobernados por aquel argentino que no deba rendir cuentas más que a Dios primero, y a sus compatriotas después. Y que sea capaz de someternos a un régimen de hambre, de los mayores sacrificios, si para hacernos libres y dueños de lo nuestro tiene que romper con todos los demás pueblos de la tierra, cerrarse todos los mercados de hoy, todos los empréstitos de hoy, todas las limosnas de hoy, que nos rebajan a la condición de colonias o de concesiones tipo Shanghai. Somos totalitarios argentinos, en cuanto queremos un gobierno autóctono, enérgico, viril, cuyo primer acto sea la expulsión de todos los judíos, y su segundo acto la corte marcial para todos los argentinos traidores, hayan estado en las más altas esferas, pertenezcan a la clase que pertenezcan, y a cada uno de los cuales tenemos los nacionalistas señalados con el dedo acusador y vindicador. Somos totalitarios argentinos en cuanto no reconocemos que la representación del pueblo argentino pueda jamás volver a ser burlada por un parlamento político. Somos totalitarios argentinos, en fin, porque sostenemos que en la Nación argentina debe concluir de una vez el predominio del capital extranjero, la tiranía sobre nuestras finanzas, de Wall Street, de Londres o de Bruselas, la esclavitud de nuestros medios al judaísmo internacional, y la sumisión de nuestro espíritu, por cualquier razón que se ofrezca, a lo que no sea argentino. Esto es lo que denominamos nuestro derecho vital, y por cuya conquista definitiva el Nacionalismo es un movimiento tremendamente justiciero.”
Es suficiente y no hemos de volver sobre el tema, que el doctor Ramón Doll ha explayado con fina sagacidad e irrebatible argumentación en las páginas que van a leerse.
Digamos, para concluir, que los enemigos del Nacionalismo no cejarán en su empeño. Han hecho de la superchería y de la mentira, del fraude y de la tergiversación, un sistema, y no saldrán de él sino por la voluntad nacionalista hecha Poder y Justicia.

Enrique P. Oses.
Buenos Aires, junio de 1939.

Del Servicio Secreto inglés al judío Dickmann

 

Sabemos perfectamente que la mayoría de la gente está al cabo de la superchería que viene desarrollándose ante la opinión pública desde los estrados de la Justicia Federal de Buenos Aires hasta el Congreso Nacional. Sabemos que sobre ese desarrollo poco o nada nuevo se podría decir, pues, en rigor, la farsa ha sido burda, el expediente usado ineficaz y sin prestigio ya ante la opinión, y la trama urdida llevaba cosidas las intenciones con hilo blanco, fácilmente perceptibles aun al buen hombre de la calle.
Mas fuerza es que recapitulemos los pasos más importantes de la comedia que representaron en lo que va del año los histriones de la Justicia, de la prensa y del Parlamento, haciéndose los despavoridos, los aterrados, ante la copia fotográfica de un papel falsificado, en manos de un bribón internacional, píllete confesado y declarado en tres países
Como argentinos, ninguno de nosotros pudo tener otro deseo que el de la investigación plena de ese o cualquier otro acto de espionaje extranjero, así sea de la Gestapo alemana, de la GPU o del Intelligence Service inglés; como argentinos, todos exigimos la disolución de sociedades extranjeras que, según lo dice la Justicia, izan, sin autorización y sin derecho, las banderas de sus respectivos países, y no nos oponemos —es más, estamos esperando con vivo anhelo— a que empiecen las autoridades a arriar las banderas de la cruz swástika allí donde tremolan sin derecho; las vamos a acompañar con entusiasmo a las autoridades porque de allí, de donde arriemos la bandera nazi enarbolada sin derecho, nos iremos después con ellas a las estaciones de ferrocarriles, donde todos los domingos las compañías inglesas izan la bandera británica violando las leyes argentinas, porque el Código de Comercio no reconoce otra nacionalidad a las sociedades que la argentina, y, además, porque basta el último tornillo de las empresas ha sido ya mil veces amortizado y está archipagado por el pueblo argentino.
Ningún argentino honrado sería capaz de hacer la defensa de los nazis; y por cierto que no tenemos ganas de constituirnos en abogados de los extranjeros que vienen aquí a agujerearse el cuero por pleitos políticos que no nos interesan, así sean los de la cruz gamada o los del espacio vital de los albaneses. Pero sería cobarde y miserable que por escapar a la sospecha de que defendemos a los nazis no denunciáramos ante el país entero, en primer lugar, cómo ocurrió el hecho en realidad y, después, cómo fue presentado ante la opinión.
Sería cobarde si por miedo a ser tachados de defensores nazis, por una prensa venal, no expusiéramos con toda claridad lo que el llamado asunto de la infiltración era en el fondo y lo que tres órganos del Estado, prensa, Justicia y Congreso, quisieron que fuera en la forma.
Y si comprobamos que entre el hecho y las consecuencias que quisieron sacarse hay discordancias gigantescas, hay incoherencias a primera vista inconfundibles, galimatías que sólo se oyen en los manicomios, tampoco podemos los argentinos conformarnos con explicaciones sencillas del buen burgués que no quiere complicarse mucho la cabeza y dice, por ejemplo, que es simple sensacionalismo periodístico o mero electoralismo parlamentario. No. Para los nacionalistas nada de lo que ocurre en el país es banal y despreciable; la desproporción entre el hecho en sí mismo y la charanga que ha batido los aires con todos los cobres periodísticos debe ser expuesta sin ninguna reticencia, ¡que aparezcan bien claras, bien precisas, las discordancias y las lagunas!, precisamente para que sea más necesaria, más urgente, la explicación, la razón de ser, de esas desproporciones o, si se quiere, la razón de esas sinrazones.
Nada debe arredrarnos, y mucho menos la prudencia de los discretos que saben la farsa de la llamada infiltración nazi, pero dejan hacer, dejan pasar, porque no quieren ser ni remotamente sospechados de simpatía a los países totalitarios.

Tácticas inoperantes
Porque hay gente que ha creído que el hiten nacionalista debió ir a las redacciones de los diarios y a la Cámara, presentarse allí sombrero en mano con aire compungido, y delante de los personajones de las altas esferas, el buen nacionalista, debía agarrarse la cabeza desesperado, cantar el mea culpa y arrepentirse de haber dado lugar a que lo crean agente nazi. Luego el personajón, accesible, tolerante, y quizás olfateando por ahí algunos votos con los que no contaba, diría alguna palabra amable y mientras volteaba la ceniza de un habano se ofrecería a declarar que los nacionalistas no eran agentes nazis, que todo provenía de la mala táctica nacionalista, cosas de muchachos, etc., etc.
Otra gente creyó que lo mejor era ni siquiera hablar de la infiltración nazi, que era impolítico o imprudente o podía dar lugar a equívocos, si se negaba; y si se afirmaba, también, porque se hacía el caldo gordo a la impostura. Esa era, como se ve, la tendencia inhibitoria que impide a los argentinos llamar las cosas por su nombre.
Todavía se creyó que, impostura o no, convenía en todo caso adoptar la táctica de galopar al costado de los izquierdistas y los judíos para ver qué se podía ir sacando en el barullo. En fin: digamos que un cuarto de siglo de ley Sáenz Peña ha acostumbrado a varias generaciones de argentinos a andarse siempre por las ramas, a buscar siempre la solución palangana y paños tibios, las componendas que no componen nada, la vaguedad de los discursos electorales, donde el orador parece siempre un hombre que se esfuerza por abrir un portalón, cada vez más grande, por donde quepan muchos pero muchos votantes, sean del pelaje y de la marca que fueren, y si son ajenos mejor.
Pero nuestras ideas son cosa muy distinta; no son necesarias voluntades sólo por un rato, sino convencimientos duraderos; y al que creyó en la infiltración nazi no tenemos que decirle con astucia de viejo zorro electoral: “Ya ve usted que ante la amenaza extranjera, nosotros deponemos nuestras rivalidades y estamos tan indignados contra Alemania como los miles de judíos expulsados por Hitler”.
No; la hora de todas esas habilidades técnicas y tácticas ha pasado; la política liberal las ha gastado y manoseado tanto, que harían reír a un niño. Cansada la gente de esas habilidades de la política electoral sabe que en los discursos parlamentarios hay anotaciones como en los libretos de autores teatrales. “En esta parte indignarse, encolerizarse mucho”. “En esta otra, llorar”. Y hay algunos, envejecidos cómicos, que yo no sé cómo diablos hacen pero hasta lloran cuando quieren.
Conviene hacer notar: desde ya que esta farsa de la infiltración nazi está erizada de cepos, de trampas, para el Nacionalismo, trampas en las que son muy duchos los viejos políticos. Uno de esos cepos es el de poner al Nacionalismo en la alternativa de tener que hacer coro a la mentira, acompañar el cortejo y llorar mezclado entre judíos y comunistas, para no pasar por indiferente o aliado nazi. De ahí a los abrazos y fuertes apretones de mano con los ingleses, los oligarcas y los entregadores, so pretexto de “unión sagrada”, so pretexto de que ante peligros exteriores no debe haber divisiones.
Nos hacemos un deber declarar que ese cepo fue advertido desde el principio por Crisol, cuyo director Osés lo descubrió, lo desarmó y lo exhibió, haciéndolo funcionar ante la gente.
Es que esa “unión sagrada” ante el peligro es física y metafísicamente imposible.
Nosotros no la haríamos nunca, no podríamos hacerla, ni siquiera frente a un peligro real, por la lisa y llana razón de que todos ellos están y estarán siempre frente a nosotros, pues ellos son el peligro mismo allí donde estén. Y para saber a ciencia cierta en cualquier momento cuál es nuestra posición, no hay más que un procedimiento seguro, un rumbo cierto, que no yerra nunca: donde ellos estén, allí no debemos estar nosotros. Si esa gente dice: ¡cuidado con los nazis, ahí a la derecha! no debemos vacilar: ¡guardemos la izquierda! Si viceversa dicen: ¡estén tranquilos, no hay peligro nazi!, entonces empecemos a cuidarnos de los alemanes.
Por eso es que debemos examinar los hechos, sin conceder nada a nadie, dejando las tácticas para cuando seamos un gran ejército impermeable al confusionismo y tratando de exponerlos crudamente y explicarlos según las reglas de la más sana lógica.
Examinados los hechos, ninguna explicación parecerá exagerada, y ni siquiera parecerá un alarde demagógico decir que toda la grotesca pantomima de fiscales, jueces, diaristas y diputados, no ha tenido otro objeto, otro propósito, que buscarle el corazón al Movimiento Nacional y Nacionalista para infligirle un golpe mortal, para embadurnarlo de complicidad con un país extranjero, para asociarlo, vincularlo, colocarlo, junto a un asunto sucio, creyendo que alguna salpicadura puede tocarle y alguna costra que salte del proceso judicial puede desprestigiarlo.

(continúa...)