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El error espiritista

 

René Guénon

 

El error espiritista - René Guénon

364 páginas
medidas: 14,5 x 20 cm.
Ediciones Sieghels
2020
, Argentina
tapa: blanda, color, plastificado,
 Precio para Argentina: 880 pesos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En "El error espiritista", René Guénon, el gran pensador de la Tradición Primordial se dedica a analizar a fondo una de las desviaciones neo-espiritualistas que más difusión tuvo el siglo pasado, sobre todo en su primera mitad, cuando se escribió este libro. En él, se dedica primeramente a disipar las confusiones y los errores que frecuentemente han surgido en aquel orden de ideas, para pasar luego a mostrar sobre todo los errores que forman el fondo de la doctrina espiritista, si es que puede llamarse una doctrina.
No es este un libro que se dedique a historiar el espiritismo, sino que busca captar su esencia y aclarar los malentendidos que se originan a partir de ella. Además, es necesario hacer observar que, desde el origen, los espiritistas han estado divididos en varias escuelas, y que han constituido siempre innumerables agrupaciones independientes y a veces rivales las unas de las otras, por ello este trabajo apunta a sus fundamentos.
Con ello se logra señalar la posibilidad de algunas explicaciones que los experimentadores, espiritistas o no, ciertamente no sospechan. Sin duda, conviene hacer observar que, en el espiritismo, las teorías jamás se separan de la experiencia, y que aquí tampoco se pretende separarlas enteramente; sino que lo que se sostiene es que los fenómenos no proporcionan más que una base puramente ilusoria a las teorías espiritistas, y también que, sin estas últimas, ya no se trata en absoluto de espiritismo.
De hecho, si el espiritismo fuera únicamente teórico, sería mucho menos peligroso de lo que es y no ejercería el mismo atractivo sobre muchas gentes. El número de víctimas que ha dejado no es para nada despreciable, siendo además que estas suelen terminar desequilibradas o directamente trastornadas. Lo grave de este peligro constituye el más apremiante de los motivos de este libro.
Lo que hace a "El error espiritista" tan excepcional es, sin embargo, que las consideraciones en él volcadas se encuadran en una preocupación de orden más general, que es salvaguardar los derechos de la verdad contra todas las formas del error. Su objetivo no es quedarse en una crítica puramente negativa; es menester que la crítica sea una ocasión de exponer al mismo tiempo algunas verdades de orden superior, de modo que sea posible hacer entrever así muchas cuestiones ignoradas, susceptibles de abrir nuevas vías de investigaciones a aquellos que sepan apreciar su alcance. René Guénon, en tanto que representante del mundo de la Tradición Perenne, se encuentra guiado constantemente por principios que, para quienquiera que los ha comprendido, son de una absoluta certeza, y sin los cuales uno corre mucho riesgo de extraviarse en los tenebrosos laberintos del «mundo inferior», así como tantos exploradores temerarios, a pesar de todos sus títulos científicos o filosóficos, nos han dado ya el triste ejemplo de ello.
Además, para él, la historia del espiritismo no constituye más que un episodio de la formidable desviación mental que caracteriza al occidente moderno y que muy pocos logran ver, obnubilados por el mito del progreso, en lugar de la decadencia que se hace evidente cuando es puesto en contraste con los valores espirituales de la Tradición Primordial.

 

ÍNDICE

 

Prólogo7
Primera Parte: Distinciones y precisiones necesarias
I.- Definición del espiritismo 15
II.- Los orígenes del espiritismo23
III.- Comienzos del espiritismo en Francia36
IV.- Carácter moderno del espiritismo44
V.- Espiritismo y ocultismo62
VI.- Espiritismo y psiquismo74
VII.- La explicación de los fenómenos90
Segunda Parte: Examen de las teorías espiritistas
I.- Diversidad de las escuelas espiritistas120
II.- La influencia del medio127
III.- Inmortalidad y supervivencia139
IV.- Las representaciones de la sobrevida148
V.- La comunicación con los muertos168
VI.- La reencarnación181
VII.- Extravagancias reencarnacionistas207
VIII.- Los límites de la experimentación224
IX.- El evolucionismo espiritista249
X.- La cuestión del satanismo271
XI.- Videntes y curanderos296
XII.- El antoinismo313
XIII.- La propaganda espiritista325
XIV.- Los peligros del espiritismo345
Conclusión357


Prólogo

 

 
Al abordar la cuestión del espiritismo, tenemos que decir inmediatamente, tan claramente como es posible, con cuál espíritu pretendemos tratarla. Ya se han dedicado una multitud de obras a esta cuestión, y, en estos últimos tiempos, han sido más numerosas que nunca; sin embargo, pensamos que todavía no se ha dicho en ellas todo lo que había que decir, ni que el presente trabajo se arriesgue a duplicar algún otro. Por lo demás, no nos proponemos hacer una exposición completa del tema bajo todos sus aspectos, lo que nos obligaría a reproducir muchas cosas que se pueden encontrar fácilmente en otras obras, y que, por lo tanto, sería una tarea tan enorme como poco útil. Creemos preferible limitarnos a los puntos que hasta aquí han sido tratados de manera más insuficiente: por ello nos dedicaremos primeramente a disipar las confusiones y los errores que frecuentemente hemos tenido la ocasión de comprobar en este orden de ideas, y después mostraremos sobre todo los errores que forman el fondo de la doctrina espiritista, si es que puede llamarse a eso una doctrina.
Pensamos que sería difícil, y por lo demás poco interesante, considerar la cuestión, en su conjunto, desde el punto de vista histórico; en efecto, se puede hacer historia de una secta bien definida, que forma un todo claramente organizado, o que posee al menos cierta cohesión; pero no es así como se presenta el espiritismo. Es necesario hacer observar que, desde el origen, los espiritistas han estado divididos en varias escuelas, que después se han multiplicado todavía más, y que han constituido siempre innumerables agrupaciones independientes y a veces rivales las unas de las otras; y aunque fuera posible confeccionar una lista completa de todas esas escuelas y de todas esas agrupaciones, la fastidiosa monotonía de tal enumeración no se compensaría ciertamente por el provecho que se podría sacar de ella. Y todavía conviene agregar que, para poder llamarse espiritista, no es indispensable pertenecer de ninguna manera a una asociación cualquiera; basta con admitir ciertas teorías, que se acompañan ordinariamente de prácticas correspondientes; muchas gentes pueden hacer espiritismo aisladamente, o en pequeños grupos, sin vincularse a ninguna organización, y ese es un elemento que el historiador no podría alcanzar. En ello, el espiritismo se comporta de modo muy diferente que el teosofismo y que la mayoría de las escuelas ocultistas; este punto está lejos de ser el más importante entre todos los que le distinguen de ellas, pero es la consecuencia de algunas otras diferencias menos exteriores, sobre las cuales tendremos la ocasión de explicarnos. Pensamos que lo que acabamos de decir hará comprender suficientemente por qué razón no vamos a introducir aquí las consideraciones históricas sino en la medida en que nos parezcan susceptibles de aclarar nuestra exposición, y sin hacer de ellas el objeto de una parte especial.
Otro punto que no pretendemos tratar tampoco de una manera completa, es el examen de los fenómenos que los espiritistas invocan en apoyo de sus teorías, y que otros, aunque admiten igualmente su realidad, los interpretan de una manera enteramente diferente. De ellos diremos lo suficiente como para indicar aquello que pensamos a este respecto, pero la descripción más o menos detallada de esos fenómenos se ha dado tan frecuentemente por los experimentadores que sería completamente superfluo volver aquí sobre ello; por lo demás, no es eso lo que nos interesa aquí particularmente, y, a propósito de esto, preferimos señalar la posibilidad de algunas explicaciones que los experimentadores de que se trata, espiritistas o no, ciertamente no sospechan. Sin duda, conviene hacer observar que, en el espiritismo, las teorías jamás se separan de la experiencia, y nosotros tampoco pretendemos separarlas enteramente en nuestra exposición; sino lo que defendemos, es que los fenómenos no proporcionan más que una base puramente ilusoria a las teorías espiritistas, y también que, sin estas últimas, ya no se trata en absoluto de espiritismo. Por lo demás, todo ello no nos impide reconocer que, si el espiritismo fuera únicamente teórico, sería mucho menos peligroso de lo que es y no ejercería el mismo atractivo sobre muchas gentes; e insistiremos tanto más sobre ese peligro cuanto que constituye el más apremiante de los motivos entre los que nos han determinado a escribir este libro.
Ya hemos dicho en otra parte lo nefasta que es, a nuestro parecer, la expansión de esas teorías diversas que han visto la luz desde hace menos de un siglo, y que se pueden designar, de una manera general, bajo el nombre de «neo espiritualismo». Ciertamente, en nuestra época hay muchas otras «contra verdades» que es bueno combatir igualmente; pero éstas tienen un carácter muy especial, que las hace más dañinas quizás, y en todo caso de una manera diferente, que aquellas que se presentan bajo una forma simplemente filosófica o científica. Todo ello, en efecto, es de una u otra forma, «pseudo religión»; esta expresión, que hemos aplicado al teosofismo, podríamos aplicarla también al espiritismo; aunque este último proclame frecuentemente pretensiones científicas en razón del lado experimental en el que cree encontrar, no sólo la base, sino la fuente misma de su doctrina, en el fondo no es más que una desviación del espíritu religioso, conforme a esta mentalidad «cientifista» que es la de muchos de nuestros contemporáneos. Además, entre todas las doctrinas «neo espiritualistas», el espiritismo es ciertamente la más extendida y la más popular, y eso se comprende sin esfuerzo, ya que es su forma más «simplista», diríamos de buena gana la más grosera; está al alcance de todas las inteligencias, por mediocres que sean, y los fenómenos sobre los que se apoya, o al menos los más ordinarios de entre ellos, pueden ser obtenidos también por no importa quién. Así pues, es el espiritismo el que provoca el mayor número de víctimas, y sus desmanes se han acrecentado aún en estos últimos años, en proporciones inesperadas, por un efecto de la perturbación que los recientes acontecimientos han aportado a los espíritus. Cuando hablamos aquí de desmanes y de víctimas, no son simples metáforas: todas las cosas de ese género, y el espiritismo más todavía que las demás, tienen como resultado desequilibrar y trastornar irremediablemente a una multitud de infortunados que, si no las hubieran encontrado en su camino, habrían podido continuar viviendo una vida normal. Hay ahí un peligro que no podría tenerse por desdeñable, y que, en las circunstancias actuales sobre todo, es particularmente necesario y oportuno denunciar con insistencia; y estas consideraciones vienen a reforzar, para nosotros, la preocupación de orden más general, de salvaguardar los derechos de la verdad contra todas las formas del error.
Debemos añadir que nuestra intención no es quedarnos en una crítica puramente negativa; es menester que la crítica, justificada por las razones que acabamos de decir, nos sea una ocasión de exponer al mismo tiempo algunas verdades. Aunque, sobre muchos puntos, estaremos obligados a limitarnos a indicaciones bastante resumidas para permanecer en los límites que entendemos imponernos, no por ello pensamos menos que nos será posible hacer entrever así muchas cuestiones ignoradas, susceptibles de abrir nuevas vías de investigaciones a aquellos que sepan apreciar su alcance. Por lo demás, tenemos que prevenir que nuestro punto de vista es muy diferente, bajo muchos aspectos, del punto de vista de la mayoría de los autores que han hablado del espiritismo, tanto para combatirlo como para defenderlo; nos inspiramos siempre, ante todo, en datos de la metafísica pura, tal como las doctrinas orientales nos la han hecho conocer; estimamos que sólo así se pueden refutar plenamente algunos errores, y no colocándose en su propio terreno. Asimismo, sabemos muy bien que, desde el punto de vista filosófico, e incluso desde el punto de vista científico, se puede discutir indefinidamente sin haber avanzado más por ello, y que prestarse a tales controversias, es frecuentemente hacer el juego al adversario, por poco que éste tenga alguna habilidad en hacer desviar la discusión. Así pues, estamos más persuadidos que nadie de la necesidad de una dirección doctrinal de la que jamás debe uno apartarse, y que es la única que permite tocar ciertas cosas impunemente; y, por otra parte, como no queremos cerrar la puerta a ninguna posibilidad, y no elevarnos más que contra lo que sabemos que es falso, esta dirección no puede ser, para nosotros, más que de orden metafísico, en el sentido en que, como hemos dicho en otra parte, se debía entender esta palabra. Ni que decir tiene que una obra como ésta no debe considerarse por ello como propiamente metafísica en todas sus partes; pero no tememos afirmar que, en su inspiración, hay más metafísica verdadera que en todo aquello a lo que los filósofos dan este nombre indebidamente. Y que nadie se escandalice de esta declaración: esta metafísica verdadera a la que hacemos alusión no tiene nada de común con las farragosas sutilezas de la filosofía, ni con todas las confusiones que ésta crea y mantiene por placer, y, además, el presente estudio, en su conjunto, no tendrá nada del rigor de una exposición exclusivamente doctrinal. Lo que queremos decir, es que somos guiados constantemente por principios que, para quienquiera que los ha comprendido, son de una absoluta certeza, y sin los cuales uno corre mucho riesgo de extraviarse en los tenebrosos laberintos del «mundo inferior», así como tantos exploradores temerarios, a pesar de todos sus títulos científicos o filosóficos, nos han dado ya el triste ejemplo de ello.
Todo ello no significa que despreciemos los esfuerzos de aquellos que se han emplazado en puntos de vista diferentes del nuestro; bien al contrario, estimamos que todos esos puntos de vista, en la medida en que son legítimos y válidos, no pueden sino armonizarse y completarse. Pero hay distinciones que hacer y una jerarquía que observar: un punto de vista particular no vale más que en un determinado dominio, y es menester respetar los límites más allá de los cuales cesa de ser aplicable; es lo que olvidan demasiado frecuentemente los especialistas de las ciencias experimentales. Por otra parte, aquellos que se colocan en el punto de vista religioso tienen la inapreciable ventaja de una dirección doctrinal como ésta de la que hemos hablado, pero que, en razón de la forma que reviste, no es universalmente aceptable, y que, por lo demás, bastaría para impedirles perderse, pero no para proporcionarles soluciones adecuadas a todas las cuestiones. Sea como fuere, en presencia de los acontecimientos actuales, estamos persuadidos de que nunca se hará lo suficiente para oponerse a ciertas actividades malhechoras, y de que todo esfuerzo que se cumpla en este sentido, siempre que esté bien dirigido, tendrá su utilidad, al estar quizás mejor adaptado que otro para incidir sobre tal o cual punto determinado; y para hablar un lenguaje que algunos comprenderán, diremos también que nunca habrá demasiada luz difundida para disipar todas las emanaciones del «Satélite sombrío».