Lejos del conocimiento profano moderno, si es que puede llamarse conocimiento, los autores tradicionalistas han dado siempre una máxima importancia al conocimiento del Símbolo, en tanto que este es el medio de expresión más idóneo para el conocimiento metafísico que en toda Tradición espiritual normal constituye el centro de su existencia.
El fundamento del simbolismo es la correspondencia que existe entre todos los órdenes de realidad; extendiéndose del orden natural al orden sobrenatural. En virtud de esta correspondencia, la natu­raleza toda entera no es, ella misma, más que un símbolo, es decir, que no recibe su verdadera significación más que si se considera como un soporte para elevarnos al conocimiento de las verdades sobrenaturales, o «metafísicas», lo que es precisamente la función esencial del simbolismo, y lo que es también la razón de ser profunda de toda ciencia tradicional. El simbolismo, por lo tanto, tiene como función esencial hacer «asentir» eso inexpresable, proporcionar el «soporte» que permita a la intuición intelectual alcanzarlo efectivamente.
Empapados por esta concepción trascendente de la realidad es que los grandes pensadores de la tradición perenne, como Titus Burckhardt, han sabido mostrarnos la luz que vivifica los grandes temas de nuestra historia. En esta ocasión, Burckhardt trata temas en apariencia tan dispares como: “La máscara sagrada”, “El simbolismo del juego del ajedrez”, “La Jerusalén celeste y el paraíso de Vaikhunta”, “El retorno de Ulises”, “Consideraciones sobre la alquimia”, “Las ciencias tradicionales en Fez”, “Comentario de los nombres divinos por el Imam Ghazzali”, “Sobre el Barzakh”, “La oración de Ibn Mashish” (sufí marroquí que fue el polo espiritual -qutb- de su época).
En la forma de tratar estos temas tan diversos, se traslucen todas las cualidades que el autor, admirable conocedor del arte sagrado, el sufismo y la alquimia, ha demostrado en todos sus libros: Una profunda erudición, una lógica y discernimiento afilados, y una comprensión de las esencias y principios a los que toda espiritualidad real se remontan.